jueves, 31 de marzo de 2022

Una teoría muy personal

De lo que se escribe, todo puede llegar a ser literatura. Podrá luego ser considerada buena, mala o regular, apasionante o indigesta, legible o ilegible. Además de esto hay estilos, pretenciosos unos, didácticos otros, personales los más. En esos estilos importan el juego de símbolos, el conjunto de palabras y el repertorio conceptual empleados, recursos estos de amplitud variada por lo que que no siempre están al alcance de todos. A la hora de abordar un concepto, pongamos el caso de persona, interviene además de todo lo anterior el método. Podemos intentar cercar y darle forma a ese concepto, abordarlo en definitiva, presionándolo dialécticamente mediante otros conceptos más o menos próximos o bien arriesgarnos a hacer de él una reconstrucción formal, de corte analítico, partiendo de lo más básico. Del tono especulativo pasaremos así al canónico en la creencia de que eso nos asegura llegar al concepto con una precisión y una validez incontestables. Cabe, sin embargo, la posibilidad de que en casos como el de persona pequemos de optimistas y ese objetivo presente dificultades insalvables. Aun así creo que merece la pena que probemos nuestra suerte. Veamos:
Definición 1.- Dado un individuo I de una población P y un intervalo temporal continuo T, reconocemos un momento personal de I en la correspondencia que asocia un instante del intervalo temporal T a un individuo I de P. Denotamos M(I) al espacio de los momentos personales que corresponden a I.
Proposición 1.- Para un individuo cualquiera P se tiene que M(I) ⊆ T
Nada puede impedir que los momentos personales copen todo el intervalo temporal, pero en realidad suele haber en T instantes de ausencia que nadie llega a reconocer como verdaderos momentos personales.
Tomemos ahora un colectivo S dentro de P. Propiamente S no vive momentos, pero si que se da ahí lo que denominaremos una experiencia colectiva C(S). Es evidente entonces el siguiente resultado:
Proposición 2.- Si S ⊆ P entonces C(S) = ∪ M(I)  donde S 
Con vistas a precisar un poco más la estructura que puede manifestarse en un conjunto de momentos personales, empezaremos por la más obvia.
Definición 2.- Dado un individuo de una población y un intervalo temporal continuo T, denominamos una órbita personal O(I) a un subconjunto cualquiera de sus momentos personales.
Una órbita personal puede ser entendida en cierto modo como un modo de contemplar y seleccionar los momentos más importantes de la actividad desarrollada por ∈ en un período T. El modo de contemplar, el enfoque por tanto, atiende a los momentos en que sucede una acto que se considera importante. Evidentemente, la importancia y el enfoque con que se juzgan y la importancia que se les da a cada momento están asociados a un observador exterior E. Es éste el que genera una determinada órbita de I, lo que viene a ser un modo de juzgar la importancia que E concede a lo que I hace. 
Sin embargo, la importancia de lo observado no puede quedar desligada del grado de relevancia que E establezca para los momentos personales de I. Este criterio selectivo da lugar a un nuevo concepto. Así pues:
Definición 3.- Siendo E un observador de la actividad desarrollada por I, la relevancia de sus actos se establece como una aplicación rE de M(I) en [0,1].
Con esto se da por supuesto que E es capaz de fijar la relevancia que, según él, corresponde a cualquier momento del espacio M(I). Este índice de relevancia nos ayuda a concretar lo que a E más le interesa de la actividad de I.
Definición 4.- Dado un observador E de la actividad de ∈ P, llamaremos órbita personal de I observada por E con relevancia a, que denominaremos O(I,E,a), a la órbita personal formada por los m M(I) tales que rE(m) a.
Como poco nos puede decir un solo observador sobre las actividades del individuo observado I, pasaremos a considerar un conjunto V de observadores, que supondremos forman parte de la misma población P. Sin duda en la observación de I por parte de los miembros de V sobresalen momentos que son parte de la experiencia colectiva de V, o sea de C(V). Ahora bien, no todos los momentos de esa experiencia colectiva resultan ser relevantes, ni para cada uno de los observadores de V ni mucho menos para todos ellos en conjunto. Para empezar a obtener una visión colectiva de I será preciso establecer un grado de relevancia unificado para V.
Definición 5.- Para un conjunto finito V de observadores de I, tomaremos como relevancia de V para el momento m, y la denotaremos con rV(m), la media de las relevancias rE(m) del momento m obtenidas para cada observador de ∈ V.
Esto nos permite definir de forma general la órbita personal de I que los miembros de un conjunto V observan.
Definición 6.- Para un conjunto finito V de observadores de I, llamaremos órbita personal observada por V y denotaremos O(I,V), a la unión de órbitas personales de I para cada ∈ V a partir de la relevancia media H de las relevancias de V para cada M(I).
Proposición 3.- Sea I un individuo observado por un conjunto V de observadores de su misma población P, entonces O(I,V) =  ∪ O(I,V,H) siendo H la media de los rV(m) para  M(I).
Así pues, con O(I,V) tenemos una órbita personal de I en la que se recoge lo que ven los observadores en sus actividades como importante.
Pasando a otro orden de cosas, podríamos asegurar que una persona acaba por ser considerada a partir de lo que los demás ven en ella, por lo que en este sentido no es mucho más que una órbita. Convendría, no obstante, no confundir a un individuo con una persona. La persona encuentra su significación gracias a sus momentos más relevantes, pero también es cierto cada grupo de observadores ve a través de la órbita observada una persona distinta. No obstante, como todos los conjuntos de observadores probablemente vean ciertos momentos comunes podríamos dar un reflejo de cómo es vista la persona por la población con la siguiente definición:
Definición 7.- Sea P una población y T un intervalo temporal, denominaremos proyección personal de un individuo I a la intersección de las órbitas personales obtenidas por todos los conjuntos de posibles observadores de P a lo largo de T.
La definición anterior pone de manifiesto cómo los enfoques de los observadores vienen a destacar en un individuo una serie de momentos coincidentes por superar una relevancia media generalizada. Podemos argüir además que son estos momentos los que le dan al individuo significación social y lo convierten en persona. Por tanto, la persona vendría definida por su proyección, es decir por sus momentos de experiencia relevante a lo largo de un período de tiempo. Lo importante es que la relevancia es fijada y establecida por sus vecinos en el marco de la sociedad. Del mismo modo que no debemos confundir población con sociedad, no deberíamos hacer del individuo una persona, porque a diferencia de aquél ésta tiene reflejo y proyección gracias a la observación de sus vecinos. 
El siguiente paso consistirá en definir la percepción que el individuo tiene de sí mismo. Lógicamente ésta quedará reflejada en la órbita O(I,I,a), que reúne la experiencia vital de I en el período T. La relevancia a es en este caso un factor variable que suele depender del estado de ánimo del individuo. Si el ánimo está bajo, sólo parecerán relevantes los momentos más destacados y el grado que fija la órbita será muy alto; si el ánimo está alto,   todo parecerá importante y la experiencia vital reunirá muchos más momentos. 
A veces parece que nuestra vida se estrecha y es insatisfactoria porque sentimos que nuestra experiencia vital es escasa. Al hacer una análisis del período T que sirve de hilo a nuestra vida, tratamos de encontrarle sentido seleccionando los momentos memorables. Nuestra proyección personal crea un especie de borrador de lo que somos a través de cómo nos ven. Eso ayuda a fijar un grado de relevancia, más alto o más bajo, con el que estimar dónde está lo más significativo de nuestra experiencia vital, lo que sentimos como nuestra vida. Bien se ve, pues, que la proyección personal influye y condiciona más o menos decisivamente la experiencia vital. 
La vida es simplemente una opción que nuestra naturaleza nos ofrece y que discurre en ese T continuo del que extraemos analítica o dialécticamente momentos, siempre como individuos afectados por su condición social. Comoquiera que tendemos a sumergirnos en nuestra conciencia para estimar lo válido y pretendemos luego avalarlo como una razón general, ni la vida ni la persona parecen susceptibles de una definición inapelable que continúe el curso de las introducidas en la teoría anterior.

miércoles, 30 de marzo de 2022

Érase una vez...

Me viene a la cabeza un mundo poblado por criaturas desventuradas, escenario de perpetuos enfrentamientos, vagando por órbitas oscuras y sometido a ciclos severos, siempre en calidad de juguete cósmico. Para fijarlo en el tiempo y hacer frente a esa mudanza constante, a esa alternancia entre orto y ocaso, se hacen ahí necesarias algunas figuras que actúen como referencia. Pienso, en concreto, en un regente al que señalar, en un sabio al que consultar, en un héroe al que recurrir y en un inocente al que sacrificar. Con este elenco mínimo podemos estrechar el cerco y entender el momento, pero nada de lo que suceda tendrá significado sin un espectador ante el que presentar el drama.

martes, 29 de marzo de 2022

Hagamos risas, ¿y olvidemos hechos?

En toda risa hay un punto de desgarro. Algo se nos mueve dentro y parece cobrar vida propia intentando asomarse insolentemente. Como intuimos novedades, esperamos ansiosos que muestre su cabeza desaprensiva y rasgue de una vez con ella el velo que frente al mundo nos viene imponiendo la razón. Al verle la cara, nos gana la risa y en ese trance nos sentimos liberados, porque no soportábamos ver el mundo a través de ese espeso velo. Tanta había llegado a ser nuestra desazón que no reparamos demasiado en que sin razón ni explicación sólo alcanzaremos a ver la violenta desnudez de los hechos. Y es que preferimos saludar eufóricos a esa cabeza que aflora afilada como un cuchillo. Su mirada fresca consigue mostrarnos el mundo bajo una insólita luz, haciendo de él algo divertido y nuevo. Aunque la risa nos distrae, la luz que emite es tan intermitente que apenas nos ayuda a conocer lo que en el fondo nos preocupa. Los hechos del día a día siguen ahí acuciándonos, tienden a repetirse e incluso parecen inamovibles, como cosa vieja. El mundo no quiere cambiar, lo mires como lo mires. Y es así como la risa que había surgido como una mirada alternativa y festiva, y alivio del terrible peso de la razón, pronto se queda en máscara sardónica. Palidece, por tanto, su prometedora función para pasar la risa ahora a ocultar la triste condición de quien ríe. Que no nos engañe su risa, porque sólo es urgente evasión de quien se ve obligado al mismo tiempo a lidiar con la amarga crudeza de los hechos. 

lunes, 28 de marzo de 2022

El precio de la gloria

El codiciado minuto de gloria parece ser ya un derecho universal, aunque para disfrutarlo debamos dedicarle todo nuestro esfuerzo. Bueno, todo nuestro esfuerzo y algo más. Hoy en día, para ganar derechos ya nadie asalta y derriba barreras, y para éste en particular sólo es necesario identificarse ante la autoridad. Del buen porte de uno, de su vistosa distinción, de sus excepcionales cualidades depende que se le conceda carta pública que acredite su diferencia. Será a continuación, como diferente reconocido, cuando se le ceda el paso a ese lugar al que apuntan todos los focos. Debería de ser uno consciente, no obstante, de que de todo ello quedará registro: ningún rasgo, tendencia, defecto o manía se pasará por alto; todo, hasta lo más íntimo e inconfesable, será archivado y tomado como parte intrínseca de nuestra singularidad. Puesto que de singularidad se trata, de que sólo ella puede encumbrarnos y hacernos vivir alguna gloria efímera. Será a costa de nuestra intimidad, pues, como nos pondremos a salvo de la vulgaridad.
Desde luego esta inversión entre fama e intimidad no es nueva. Sobre cómo se ve actualmente, en tiempos de redes y de generalizado control administrativo, podría servir lo que J. Gray señala en su ensayo El alma de las marionetas: «Cualquiera puede alcanzar una fama momentánea, pero hoy en día quince minutos de anonimato se han convertido en un sueño imposible para casi todo el mundo»

domingo, 27 de marzo de 2022

¡Sal a la vitrina!

Si es cierto que una imagen vale más que mil palabras, siempre valdrá más cómo te expones y sales a la luz pública que lo que entre balbuceos pretendes decir. Si quieres que alguien te atienda, sigue en esto el mandato actual, que es bastante claro: sin complejos, prueba a exhibirte con tus galas en la vitrina (sin temor a hacer propias las ajenas) en vez de aburrir a base de tanto hablar. 
Si valiera de algo lo anterior, puede que una foto de carnet mía explicara más de lo que ahí he intentado defender. Aun con todo, espero que no se me reprochen estas líneas, porque no en vano he sido breve. Sirva además como disculpa que estoy atado por venenosa tradición a las palabras y que, en lo que respecta a mi imagen, padezco un patológico y defensivo instinto de privacidad.

sábado, 26 de marzo de 2022

¿Qué se espera de lo normal?

Con la sanación se quiere consagrar el orden natural en un cuerpo que, víctima de severos trastornos, se resiste. Se promete con ella la restitución de la normalidad, se aplican para ello remedios atenuantes o cirugía radical, y a partir de ahí todo viene a quedar fiado al supremo poder, a la inestimable fuerza curativa de la ilusión.

domingo, 20 de marzo de 2022

Alegría teñida

Händel compuso su oratorio L'Allegro, il Penseroso ed il Moderato en base a poemas de John Milton. De uno de ellos surge este aria Sweet Bird. Si tuviera que destacar lo que me parece más atractivo de ella, no sería la letra del poema, que evidentemente en ningún caso desmerece, sino el maravilloso diálogo que Händel propone entre la flauta travesera y la soprano que da voz al primero de los protagonistas, a L'Allegro. Me llama sobre todo la atención en ese diálogo la exquisita delicadeza, tan barroca en el fondo y en la forma, con que la música de Händel describe el trino del pájaro. A uno le cuesta poco imaginarse en el bosque, acostado entre la hojarasca, buscando luz entre el denso ramaje y tratando de encontrar, mientras tanto, a ese visitante, cuyo canto, sin ser queja, habla de su solitaria suerte. Para un paseante del bosque, de ánimo probablemente fugitivo, es sumamente fácil entrar en sintonía con ese canto de tan amplias tonalidades. Y eso es lo que la soprano de algún modo intenta.
Sweet bird, that shun'st the noise of folly! most musical, most melancholy, thee, Chauntress, oft the woods among, ... 
Dulce pájaro, que ahuyentas el ruido de la locura, más musical, más melancólica, tú, cantor frecuente entre los bosques, ...
Ha escuchado ella su melodía y busca captarlo, así que lo primero intenta emularlo y sólo después, apoyada por las cuerdas, cuando ya parece haberlo conseguido, entona un lamento profundo y largo. Ese primer encuentro queda bien reflejado en este forzosamente breve extracto. Si opta uno por escuchar el aria completa, seguro que podrá sentir cómo el pájaro, sin perder su dulzura, pero en su intento de consolar, va viendo teñida poco a poco su alegría primera por una pesarosa melancolía. 


Sweet Bird, Aria de L'allegro, il penseroso ed il moderato, Händel G.F.
Flauta travesera: Katie Bircher 
Soprano: Gill Webster 
Gabrieli Players, dir. Paul McCreesh

sábado, 19 de marzo de 2022

No mucho más que un átomo

Mides lo que mides, sólo hasta donde llegas, más allá no eres nadie, eres un átomo, seguro que un átomo bien pensante, pero a todos los efectos insignificante. Haríamos mejor no ilusionándonos cuando, mecidos por las palabras, nos vemos donde no estamos y nos creemos lo que no somos.

viernes, 18 de marzo de 2022

Ser o no ser

Lo que puede ser, propiamente no es, o por lo menos aún no es. Que nadie nos venga intrigando, pues, con lo que pudo ser, con lo que podría ser o —si nos ponemos retóricos— con lo que en potencia es. Para evitarnos esos líos, siempre hay quien nos propone «esto es seguro». Pero no sabemos con certeza si afirma de esto que es seguro o si afirma con seguridad que esto es. Ya sé que sólo es cuestión de una coma de quita y pon, pero aun así será mejor que dejemos todo esto claro de una vez. Para empezar, si no es, no es, pero si es (vamos, si fuera) tampoco sería seguro, porque puede que nos engañemos con lo que tenía que ser, o sea con algo que por desgracia no siempre es lo que creíamos que podría ser. Hasta aquí puede que todo parezca algo confuso, pero llegados a este punto es cuando necesitamos estar muy atentos, porque justo entonces la duda reaparece y volvemos a entrar en la nube. Ahí empezamos a ver con meridiana claridad, y hasta nos atrevemos a afirmar lo que Hamlet nunca hizo, a saber, que en esto de saber si algo es —y por extensión si nosotros mismos somos algo— puede que nos estemos engañando. ¿O es que no nos engañamos cada vez que planteamos la cuestión acerca de si es o no es, teniendo en cuenta que ni siquiera podemos asegurar, aunque así lo creamos y proclamemos, que propiamente somos algo? 

jueves, 17 de marzo de 2022

Soluciones para todo

—Esto mío tiene que tener solución.
Evidentemente no se refería a su teorema, a menos que él mismo se considerara parte —qué menos entonces que el eje central o el principio básico— de una importante teoría, quizá la única realmente importante. Había que intentar hacer una clara distinción entre las condiciones que se daban. Las necesarias debía de incorporarlas a la definición que tenía hecha de sí mismo, siempre tan bien dispuesta y a punto. Pero nunca bastaba con eso, había condiciones pretendidamente suficientes que eran para él difíciles de alcanzar. Presentarse frente a un teorema y pasar todo eso a limpio podría desde luego ayudar a salir del atolladero. Lo que tenía en mente no podía considerarse una mera consecuencia; de ser algo sería el nudo gordiano, la clave de solución del problema. Para aliviar el enorme peso que debía de soportar su agotado espíritu y poner algún remedio a ese dolor interno que medraba en él, no bastaba con sentirse suficiente, había que tener audacia y tratar de conseguir lo que resultaba necesario. Eso es lo que le permitiría romper el cerrojo y ofrecer, una vez demostrado el teorema, una nueva versión de sí y una salida a otro mundo distinto, abstracto pero poblado por entes nuevos, o sea lo que en términos vulgares llamaríamos alcanzar una solución. Porque esa solución existía, de eso estaba seguro, en parte dentro de sí, en parte flotando a su alrededor. Si relacionaba ambas partes, lograría dar nuevo impulso a su vida, sólo un pequeño paso seguramente, de momento un argumento como para despreocuparse y no encerrarse a solas a rumiar con su problema. Para él redondear el teorema era eso: un modo de salir al exterior. Cuando lo explicaba a los demás, lo miraban con extrañeza, como si escucharan delirios estrambóticos, sentimientos más propios de un marciano. ¿Un teorema? ¿Dónde va a acabar éste? ¿Qué nos quiere demostrar? Ellos preferían vivir acomodados, conscientes en todo momento de lo que les contorneaba y limitaba, de lo que les separaba de ese entorno confuso y enigmático, de lo que les protegía frente a los problemas. Ellos no necesitaban enredarse en teoremas ni teorías, porque al parecer no tenían problemas. Se les veía bien enfundados en un yo seguro y sólido, impermeable a condiciones impertinentes, ajenos al curso de esa lógica que a él tanto le atormentaba. Desconocían lo que era sentir su cuerpo debatiéndose entre necesidades y posibles, alertándole de peligros y misterios aún muy lejanos, pero siempre presentes a través de ecos sordos, en voces susurrantes que llegaban hasta sus entrañas procedentes de un indefinido extrarradio. De esos lugares le llegaban algo parecido a flujos, se diría que aromas de flores varias y una borrosa imagen de paisajes plácidos que anunciaban paraísos concluyentes en los que su cuerpo seguro que encontraría por fin solución. Entre tanto sucedía, él se repetía una y otra vez: el dolor de costillas, tiene solución; el follón de la guerra, tiene solución; el azote de la pandemia, tiene solución; el mundo, así cogido en general, tiene solución. Al final tendía a pensar que todo era cuestión de asomarse al otro lado y darle la vuelta a lo que parecía indiscutible, a la lógica. En él todo cuadraría, como en esas teorías escuetas y elegantes habitadas por entes diligentes y conformes, y todo quedaría además envuelto en fragancias sublimes y abierto a horizontes impensables. Pero aquí nadie creería en un teorema adornado por bonitas cenefas sobre anchos crepúsculos, en un cuerpo reconfortado por bálsamos milagrosos. No veía claro cómo explicar a esa gente un álgebra sin condiciones, llena de olores y colores, así que a todos ellos mejor sería no contárselo.

miércoles, 16 de marzo de 2022

La piñata perpetua

Asistimos en las redes a un sorprendente y tácito acuerdo. Mirando con resentimiento a los que aún permanecen en pie, expuestos en la estantería virtual, casi todo el mundo justifica sus invectivas diciendo lo mismo: «Como no soy prácticamente nadie, aquí emboscado entre montones de alias, me conformo con disfrutar y hacerme notar afinando la puntería con esos muñecos. No soporto verlos ahí tan pinchos, creyéndose mejores porque que tienen nombre, y algunos presumiendo además de renombre. Puestos a pedir, preferiría que, además de atinar, fuera su verdadero nombre el mismo con el que se presentan, porque así mi piñazo les haría de verdad pupa».

Cosas del inefable

Con sus enormes ojos, llenos de tierna solicitud, la niña le pidió: «Anda, cuéntamelo otra vez, pero desde el principio». Ella entonces la miró amorosa y casi susurrando inició lo que parecía una cantinela conocida: «Desde el principio era el verbo...». Ahí la niña le paró en seco. «No, no, no era así, era "en el principio"», le corrigió. La madre elevó su mirada hasta lo alto, como para retomar el hilo, y volvió más confiada. «Es verdad, es verdad; a ver si era así», y en tono más ceremonioso, aclarando la voz, continuó: «en el principio era el verbo y el verbo era.., era... espera ¿qué era? ¿quién era?». Ahí volvió a atascarse, la memoria parecía querer traicionarle, la palabra se resistía a ser pronunciada. Sin poder disimular sus ansias la pequeña se enfadó, se negaba a admitir aquel repentino olvido de su madre. «Pero si ahora ibas bien, sigue, sigue», le insistía. Como si saliera de un pozo profundo la madre le preguntó a la pequeña: «Espera, no sé si... esto... ¿el verbo no era dios?». Ésta se quedó mirándole con cara de asombro. «Nunca me lo contabas así, siempre decías lo inefable, el verbo era lo inefable». Su madre se quedó extrañada dudando, mientras pensaba para sí «si el verbo es lo primero y principal de lo que todo parte, ¿cómo va a ser inefable?», y luego «que no, que eso no puede ser, pero ¿y ahora, qué le digo a ella?». En este trance estaba cuando le llegó la inspiración y encontró la solución: «Mira, esto del verbo del cuento es una cosa muy complicada y nadie lo entiende de verdad. Y si algo no se entiende bien, es mejor no ponerse a hablar de ello, porque si no todo el mundo, en vez de decirse cosas, se haría un lío ¿verdad?». A la niña no le gustó nada la explicación: «Me da igual quién sea el inefable, lo que pasa es que a mí me gustaba ese cuento». Viendo que se iba enfurruñando, su madre le cortó: «Bueno, vamos a dejarlo. Inefable es justo eso, algo que no se puede decir. Así que tampoco se puede hablar de eso ni meterlo en un cuento. Vamos a callar, pues». Cuando la madre se fue, la niña se quedó muy triste, metió la cara entre sus pequeñas manos y sin decir nada más se puso a llorar desconsolada.

martes, 15 de marzo de 2022

Sigamos al caballero

Mientras el conocimiento ordena las ideas y nos va marcando el paso, hay que recurrir a la intuición para entender cómo surgen y qué impulsa su animado trote, pero eso no impide que, por delante de intuición y conocimiento, abriendo la marcha, veamos a la imaginación correr destacada, volando al galope al mismo tiempo que huye con nuestra cabeza.

lunes, 14 de marzo de 2022

Cita apócrifa

Dice la Biblia apócrifa de Gilgal: «Y tras el trueno se oyó una angélica voz que decía: "No temáis las llamas devoradoras, acercaos, no vaciléis, porque ya estáis muy cerca de la gloria"». Ahora la pregunta no es dónde está Gilgal ni si existen una o muchas Biblias apócrifas, tampoco quién las redactó o quién reunió los textos. Me quedo más con el trueno y sobre todo con esa voz que parece querer revelar lo que alguien situado mucho más arriba, o quizá más abajo, demanda. La clave debería estar en el mensaje, pero el mensaje es un tanto oscuro, llega enturbiado seguramente por lo que esas llamas van devorando y por la aniquilación que vienen anunciando a su paso. En dirección hacia ellas marchan los más fieles compensando sus temores con el crédito que el portavoz y su mensaje les merece. Habría que hablar mejor, pues, de fe cuando todo lo fían a ese difuso pero glorioso punto desde el que la voz les llama. Por tanto, la pregunta decisiva sería más bien si podemos fiarnos y seguir adelante cuando esa voz surgida desde lo profundo, nos invita, antes de perderse en lo etéreo, a buscar nuestra razón de existir, nuestra patria original, en el mismísimo infierno.

domingo, 13 de marzo de 2022

La hora del cronista

En su ensayo Sobre la historia natural de la destrucción se preguntaba W. G. Sebald: «¿Por dónde habría habido que comenzar una historia natural de la destrucción? ¿Por una visión general de los requisitos técnicos, de organización y políticos para realizar ataques a gran escala desde el aire, por una descripción científica del fenómeno hasta entonces desconocido de las tormentas de fuego, por un registro patográfico de las formas de muerte características, o por estudios psicológicos del comportamiento sobre el instinto de huida y de retorno al hogar?». Daba entrada después a diversos testimonios, mayormente reacios a las pretensiones literarias y decididamente fieles a la verdad, a la cruda realidad vivida por los supervivientes. Hubiera sido probablemente difícil para él adoptar puntos de vista como los que aquellas cuestiones de partida planteaban y mucho más fácil dejarse llevar por una visión más amplia, de carácter literario, sobre lo sucedido. Sebald era consciente, sin embargo, de que abundar en el dramatismo y derivar el discurso hacia los sentimientos fáciles hacía flaco favor a la verdad y de que ese manejo de la verdad rayaba además en la injusticia al poner al observador afligido por encima de la evidente catástrofe. Unas páginas después, en el mismo texto, lo confirmaba al escribir: «El ideal de lo verdadero, decidido en su objetividad al menos durante largos trechos totalmente carente de pretensiones, se muestra, ante la destrucción total, como el único motivo legítimo para proseguir la labor literaria. A la inversa, la fabricación de efectos estéticos o seudoestéticos con las ruinas de un mundo aniquilado es un proceso en el que la literatura pierde su justificación.» 

Hombre dentro de un cráter en Zhytomyr (EFE/ M.A. Lopes)
Parece, pues, obligado por nuestra parte reflexionar en este momento sobre el sentido que hoy puede tener lo que escribimos sobre la guerra. Primero, no es la primera vez que vemos estos desastres, los hemos visto antes en Beirut, en Sarajevo, en Alepo y temo que los volveremos a ver en otros sitios. Segundo, la impresión es en esta ocasión mayor, quizá porque todo resulta más cercano y endurece una línea divisoria, heredada de la última guerra europea, que creíamos, si no superada, sí al menos porosa. Tercero, vendrán con seguridad los literatos un día a describir las calamidades de la guerra, pero tenemos ya una primera entrega a través de las imágenes, así que la magnitud que le queramos dar con ellas al drama corre de algún modo por nuestra cuenta. Cuarto, lo que resulta menos tolerable en todo esto son los comentarios de los expertos de ocasión sobre la evolución de la ola destructora, a base de valoraciones históricas sacadas la noche anterior de Wikipedia, mezcladas con tablas, mapas y cifras de todo pelo; si todo eso lo completamos con fotografías apañadas, cuyo único fin es sacudir al público en sus sofás y arrancarle, como si fuera un botín, unas cuantas lágrimas, tenemos la oferta informativa dominante. Por eso digo ya desde el título que es la hora de los verdaderos cronistas, de esa gente que se juega el tipo para hacer valer opiniones y contrastar puntos de vista en lugares cercanos al punto cero, donde la realidad es demasiado ardiente como para ser contemplada y comentada, a modo de espectáculo «fascinante», por una cuadrilla de mirones desde el patio de butacas.

sábado, 12 de marzo de 2022

El odio y el clavo

El odio es un sentimiento laborioso de armar pero muy sencillo de inculcar. Todo es cuestión de señalar enemigos y de pegar arreones con un verbo cada vez más incendiario. En estos casos, siempre hay alguien que tiene ese martillo a mano y, como en materia de sentimientos somos material maleable, le basta con dar justo en el clavo o simplemente hurgar con él hasta provocar hondos resentimientos. De modo que el odio se viene a comportar más o menos como ese clavo. Desde el momento en que se nos cuela, encontramos al enemigo ansiado, al único causante de todos nuestros daños. El odio es afilado y siempre penetra fácil, pero, una vez ha encontrado su sitio, se convierte en patrimonio propio y en futuro legado. No sólo se tarda generaciones en sacarlo sino que nos cuesta algún desgarro, dejándonos a cambio un profundo vacío y una sensación de extrañeza.

viernes, 11 de marzo de 2022

No hagamos catálogos

Antes cada día que llegaba traía su color y era inútil clasificarlos. Corren tiempos en que el color apenas cambia y todos los días se parecen, como si fueran de gris amargo, siempre el mismo.

Intermitencias

Cuando el pensamiento se va recociendo en la cabeza y en prosa se filtra hasta el papel, lo que queda sólo es esto: frases escuetas de tonos profundos, patéticas candidatas a sentencias. Lo peor es que queriendo ser sublimes son de un material tan basto y peludo que, lejos de peinar rayos de luz para así ordenar el ingenio, le cierran el paso o provocan teatrales destellos. No olvidemos que hablamos de sentencias, cosas difíciles de soltar en una reunión de colegas o en una comida familiar sin pasar por un fatuo desquiciado. Y que hablamos también de gente que no conoce otra forma de llamar la atención que lanzar solemnemente su metralla verbal como respuesta a cualquier interrogación imprevista o al desparpajo común y dicharachero. 
A pesar de todo, a veces encuentran el amigo propicio, víctima inocente y atenta, entregado a sus adagios rebuscados, a su moralina fácil, a sus torpes quejas. Como buen amigo no replicará, entornará los ojos para abrirse e intentar respirar en su espacio interior, aunque aparentemente escuche con unción, como si estuviera recibiendo las tablas de la verdad de sus temblorosas e indecisas manos. No esperes, sin embargo, que baje a continuación a la calle a contar a todos que por fin trae nuevas desde arriba, que por boca del prosista ha hablado la sabiduría, que escuchen sus sencillas reglas, que todos deberían alinearse según el nuevo orden. 
Hace rato que ese amigo tuyo desconectó y estiró su capota mental, de modo que lo que ves es un obsequioso fantasma, que permanece, sin que tú lo repares, inmóvil, mudo, medio ciego y desde luego perfectamente sordo. Hazle una falsa señal y se levantará como un autómata creyendo que el fuego graneado que soportaba por fin ha concluido, que es momento ya de sacar a lucir una sonrisa de circunstancias, mirarte de frente, alargar la mano y palmearte el hombro. Le ha confundido esa mueca tuya, mientras estabas con el pensamiento en ebullición, todas tus cuerdas tensas y tú pellizcando ensimismado el violín. No, no te has levantado, sigues encogido en la silla, extrañado de su reacción. Podría estar simplemente hastiado, pero eres incapaz de pensar que has abusado sin tasa de su confianza, de tu vieja amistad y sobre todo de su tiempo. 
Sería preferible, por tanto, que ese pensamiento tuyo, gota a gota destilado, quedara como cosa propia, como una maquinación privada que nunca debes dar a luz mientras no esté madura y menos ofrecerla como manjar suculento, porque fuera de temporada y lugar esa clase de fruta sienta mal a cualquiera. Tanto más si la das por saludable alimento y te pronuncias ceremonioso, dosificándolo a ráfagas, sin posibilidad de que los demás repongan y repliquen al constante hostigamiento, a ese torpedeo moral con que avasallas. Piensa que esas consejas entrecortadas y terminantes inducen a cualquiera a creerse culpable y, además, sin saber exactamente por qué. Como encima son pura decantación de tus larvadas miserias, de sonoros incumplimientos de tu parte, de frecuentes deslices por tu conducta malsana, sería bueno que los rememoraras como penitencia y los guardaras para siempre para ti. O bien que los hilaras y con ellos montaras un largo y bonito discurso o, qué sé yo, una novela, a disposición en cualquier caso de quien te la aguante. Así podrán decir de ti, una vez que se han librado de tu monserga, que eras un alquimista fino, un orfebre del lenguaje, un malabarista conceptual, en vez de contar que siempre fuiste un animoso pelma, empeñado en mostrarse en su lóbrego y maloliente pantano mental como un incansable explorador de aguas profundas, como un pescador de luminosas perlas.

jueves, 10 de marzo de 2022

¿Cuánto de su mundo cabe en esas maletas?

Por televisión nos llegan estos días imágenes de gente que camina entre los escombros y las ruinas con paso indeciso y gesto apesadumbrado, arrastrando una pequeña maleta con sus cosas. Supongo que las ruedas desmembradas por traquetreo y el suelo lleno de cascotes hacen difícil la tarea. Pero huir es la tarea de hoy, la que para ellos ahora mismo es necesaria. Es inevitable pensar en empezar otra vida y para eso lo urgente es, perdida la casa, salvar un poco siquiera de lo que hasta ayer guardaba en ella. Ahí dentro de la maleta tampoco cabe mucho: algunos documentos, los recuerdos más queridos y un poco de ropa. No es un mundo y, si lo es, es todo lo quedará de ese mundo que a cada paso deja atrás. En todo caso, se trata de seguir siendo alguien en algún posible futuro, y a poder ser de seguir siendo el mismo, allá donde la suerte le lleve. Una protección esta de la identidad bastante escasa, sólo aparente, una salvaguarda de papel. La protección efectiva llega más bien por la dimensión del drama, por el enorme número de los que siguen su misma ruta, que no es otra que la ruta del destierro, un destino siempre involuntario, siempre traumático, siempre injusto.
En las imágenes es casi siempre una mujer o dos las que tiran de su maleta y no es raro que agarrados a su otra mano aparezcan uno o varios niños. Detrás suele marchar con mayor dificultad una anciana que parece andar aterida de frío y hundida en oscuros presagios. Es complicado reconocer en una salida forzada como ésta algún futuro. Seguramente está muy lejos del futuro que alguna vez imaginó, un futuro en su casa, en compañía de los suyos y al calor del hogar. Para los niños el mundo puede que sea grande y ancho todavía, para ella es sobre todo motivo de cansancio, un espacio cada vez más doloroso y diminuto. A su alrededor el espectáculo que ofrece es desolador. Sería bueno incluso pensar que todas sus penas quedan atrás, pero no, ahí se quedan también los resistentes y los impedidos, muchos de ellos cercanos, amigos y familiares, padres, mujeres y maridos. Todo eso queda clavado en la memoria y, aunque quien parte se resiste a creerlo, son los restos vivos de lo que hasta hace poco disfrutaba y pronto puede desaparecer. Intuye que nada de lo que tiene a la vista, plazas, calles y edificios, será ya visible y quedará arruinado y vacío, como si no fuera de nadie. Y así será hasta que vuelvan a remontar los muros y se recree ahí un nuevo espacio. Por desgracia, sin embargo, ese espacio nunca ya podrá ser su casa, la que abandonó. Aquella sólo persistirá en su recuerdo como una herida lacerante, abierta para siempre allá donde vaya, dondequiera que viva.

miércoles, 9 de marzo de 2022

Cayó un rayo

Se encendió y se apagó. Puro fósforo. Aquella cabeza descollaba. Y brilló fascinante, allá en su día; y dijo verdades, siempre espinosas; y su voz seducía, con su tono grave; y abrió camino, aunque sin dejar huella. Piensa si, después de aquel rayo tan fugaz y aniquilador, merece la pena volver a imaginar aquel follaje inabarcable o seguir rebuscando entre las cenizas.

martes, 8 de marzo de 2022

El dominador central

Puede que ni siquiera intente atraer a quienes le rondan y que para ellos su propio curso sea rutina uniforme, claudicación constante, movimiento ciego. De hecho, todos parecen resignados a girar menos él, que desde el centro, con su diminuto ojo, siempre omnipresente y polifacético, parece dejarlos ir a su aire mientras a distancia los controla. Él sabe que en el círculo la distancia es determinante, que fijarla confiere autoridad, que de reojo todos siguen pendientes de él. Es verdad que a algunos les asombra su serena quietud, quizá porque les sirve de referencia, les inspira protección o les sosiega el ánimo; otros, sin embargo, distan, en la medida fijada y permitida desde el centro, de disfrutar con semejante vigilancia. Al tanto de unos y otros, situado en medio de todo y de todos, sigue en todo momento él, para el que no cabe enfoque ni perspectiva sino una visión general y una presencia ubicua; en ningún caso un intento de proximidad, que pronto sería agonía. No obstante, debería él saber que la de dominio no es una posición sencilla, sino una posición que a duras penas llega a ser dominada y que, si perdura, acaba en terca condena, porque quien impone la distancia como distintivo de su rango en público y pretende convertirla en un valor, creyendo que la estima social es susceptible de medirse con el radio del círculo, con el tiempo se ve obligado a aceptar la soledad como triste condición de vida. Eso aunque sea el centro y aunque el mundo entero gire a su alrededor, porque en esa lejanía dominante se puede sentir singular, si bien en el fondo acaba reconociéndose insignificante.

lunes, 7 de marzo de 2022

Son imágenes peligrosas

El pasado 4 de enero publicaba el diario israelí Haaretz una entrevista con el pintor David Reeb. Una de sus obras suscitó a fines del pasado año una gran controversia tras haber sido retirada de la exposición inaugural del Ramat Gan Museum. En protesta por la iniciativa censora del alcalde de este suburbio de Tel Aviv, sede de la nueva institución, los 25 artistas que exhibían sus obras junto a Reeb cubrieron primero sus cuadros con lienzos negros y posteriormente solicitaron la retirada de su propias obras. Se hicieron también eco de la protesta los museos de Tel Aviv, Haifa y Holon, que denunciaron y condenaron el hecho como un atentado a la libertad artística.
David Reeb es uno de los artistas israelíes más reconocidos, pero ciertamente no está alineado con las directrices del gobierno. Más bien lo contrario. Desde hace años se manifiesta en abierta oposición a la ocupación israelí de las tierras y bienes palestinos. Es un personaje tan relevante como incómodo. En la retirada de la obra, el alcalde de Ramat Gan no le ha ahorrado a Reeb las consabidas acusaciones de provocador antisemita y agente favorable a los intereses árabes. A él no parecen ya extrañarle estas acusaciones, pero ve claramente en la eliminación de su obra un paso decidido hacia la censura y una escalada para acallar cualquier muestra de disidencia frente a la política oficial del gobierno israelí.
La obra, compuesta por cuatro cuarteles, muestra en dos de ellos a un judío ultraortodoxo (un haredi) frente al Muro de las Lamentaciones o Muro occidental. Completan las dos imágenes simétricas de corte fotográfico sendas leyendas en las que puede leerse en hebreo Jerusalem de Oro y Jerusalem de Mierda. No es que a Reeb le haya sorprendido demasiado la agria respuesta de los sectores más beligerantes del conflicto. Con todo, encuentra ridículo tener que defenderse de la calificación de antisemita, habiendo nacido y vivido toda su vida como ciudadano israelí. En calidad de activista contestatario y promotor de iniciativas artísticas comunes entre palestinos e israelíes, todavía les resulta al parecer tolerable. No así cuando actúa desde plataformas oficiales, que entienden que deberían de quedar reservadas para quienes no cuestionan la política gubernamental. Dadas las circunstancias, no ha tenido problema en ofrecer al periódico una explicación sobre el origen de esta obra, para él curiosamente polémica.
Fue en 1997. Estuve trabajando mucho a partir de fotos de Miki Kratsman. Había fotografiado a un hombre haredi rezando en el Muro. Tal vez la obra fue una expresión de enojo por el hecho de que se estaba explotando la idea de que es importante que los judíos recen cerca del Muro para justificar la toma en posesión de la tierra en Jerusalén. Además, cuando era joven escuché la canción ‘Jerusalem of Gold’, e incluso entonces no me entusiasmaba tanto. Era parte del ritual de la victoria que servía a los intereses del poder. Y ese es el contexto de mi obra de arte.
La obra no va contra el ritual de las lamentaciones sino contra el carácter excluyente que la propia ciudad de Jerusalén ha ido adquiriendo como símbolo religioso. Por hacerse desde la perspectiva judía, la denuncia no es menos auténtica que cuando se formula desde la parte palestina, pero sí que sin duda refleja una nueva dimensión. Esta crítica continúa y se hace aún más explícitamente política en el siguiente párrafo de la entrevista:
Los haredim son parte de la poderosa mayoría. Las personas discriminadas en Israel son los palestinos y los trabajadores extranjeros. El judío haredi que reza en el Muro es parte del "nosotros" israelí. Es por él que derribaron el Barrio Mugrabi [junto al Muro Occidental]. Lo hicieron rápido, inmediatamente después de la Guerra de los Seis Días, sin intentar llegar a ningún acuerdo. Esta es una crítica a nuestro derecho santificado a Jerusalén.
No sería justo por mi parte no mostrar algo más de la obra de Reeb para hacer valer así el interés que presenta en su doble faceta de artista gráfico y de genuino pintor, sin desdeñar su papel como militante pacifista. La primera de las dos mostradas aquí abajo parece hoy de rabiosa actualidad, la segunda da fe de la vocación colorista que en la intimidad inspira al artista.
Su obra completa se puede ver en https://www.davidreeb.com

Far but close, 2020
In the artist's studio,2000

domingo, 6 de marzo de 2022

Sin credo fijo

El ilustrado es en el fondo un creyente, de otra naturaleza quizá, pero creyente. Cree que las palabras, encadenadas por una severa y sólida lógica, forman una escala conceptual por medio de la cual se alcanza la luz del conocimiento que todo lo ilumina y domina. De un amplio juego de minúsculas luces, visibles en el diccionario y escondidas tras cada palabra, va provisto el ilustrado, a quien le gustaría, en su engreimiento y una vez avistado el horizonte, sentirse coronado por la dominante claridad que surge al desplegar la enciclopedia. Pero ascender es sobre todo creer, no necesariamente conocer. Hipoteca su sensibilidad forzosamente quien, por volar muy alto, pierde la costumbre de moverse a ras de suelo. Las palabras siguen ahí para todos, también para el caminante, que es sabedor de que con ellas no sólo se escala sino que se hace camino. No por desconocer su destino es éste un descreído, si bien más que creer siente. Siente que hay algo tras la calidez que las palabras aún transmiten, siente que seguramente hay detrás otro que siente como él y que tras ése hay muchos otros. Las palabras actúan en él simplemente como voces, le sugieren vías de aproximación y lugares donde concurrir. Juntas componen miradores desde donde se conciertan las luces más distantes y se celebra su encuentro, aun sabiéndolo pasajero. No hay propiamente un resultado. Son luces fugaces que no merecen escribano, luces personales que ni siguen ni necesitan de guías certeros, luces tan tímidas que no dan para un credo, que no permiten salir de la penumbra. Conviven en ese hogar, tan antiguo y entrañable para las palabras, en el que todo se decide a media luz. Es natural, por tanto, que ahí las palabras lleven a confundir los fenómenos con las causas, las razones con los objetos y los objetivos con los sentimientos. Sin faro preeminente, se remiten a lo palpable, dejando tras ellas un rastro peregrino. No cabe esperar, pues, grandes visiones, sólo la conciencia de un viaje, conciencia de la que nace un discurso inédito de voces entrelazadas, donde aún prima lo más vital, lo que llama a un sentimiento compartido.

sábado, 5 de marzo de 2022

El malo

Se puso frente a la pantalla, se enganchó a la película y al cabo de un rato exclamó desconcertado: «Joder, no sé qué pasa, ¡si ni siquiera consigo saber quién es el malo!». A partir de ahí su mente soltó amarras y empezó a entender en aquel espejo la magnitud de su propio drama.

viernes, 4 de marzo de 2022

Son varias

Si para explicarlo el alumbrado de turno te sale con que las razones para ello son varias, tomátelo como si fueran secretas, porque está desesperado repasando de dónde sacar alguna para acabar no enseñándote ninguna.

jueves, 3 de marzo de 2022

Hágase la luz

Las maravillas sólo son bien recibidas por quienes tienen previamente cierta propensión al encantamiento, entre los demás son percibidas como episodios engañosos, ilógicos, inconvenientes. Para los refractarios viene a ser el maravillado un perfecto palurdo, un tipo abonado a la ingenuidad y en extremo crédulo. Su escepticismo se ha ido instalando por la rentabilidad que siempre ha supuesto hacer abstracción de la realidad mediante la traducción a términos estrictos de todo lo que vemos. Esa tarea se complica, sin embargo, ante lo imaginario, pues los términos, habitualmente descriptivos, no acaban ahí de encajar. Por eso salen al rescate de esos mundos las palabras, que son capaces de evocar fantasías mediante una flota de voces que, aunque ambiguas, son también lo bastante envolventes como para copar las incertidumbres. Si vamos al caso de las maravillas, vemos que no bastan para dar cuenta de ellas los términos precisos y bien definidos y que es impropio intentar representarlas visualmente con trazos esquemáticos. Cualquier maravilla obliga a imaginar formas nuevas, a moverse entre imágenes verbales, a trasladarse mediante metáforas sugerentes, a recurrir a símbolos polifacéticos. Ahora bien, todo eso únicamente es posible a costa de los hechos, que en ese intento dejan de ser razonables y verificables para poder ser vagamente descritos y pasar así por verosímiles, siempre en su contexto. 
Nos sobrevuela y envuelve siempre toda esa flota de voces, pero parece obligado hacer en ella la vieja distinción que Leopardi restablecía en su Zibaldone entre las palabras y los términos. Creo, no obstante, que la distinción tiene un carácter más general del que él le atribuye al significarla en un idioma concreto. Y así leemos en un apunte del 26 de junio de 1821: «Dije que la lengua francesa (y me refiero a la de la literatura y la poesía) está corrompida por la profusión de términos, es decir, voces de sentido desnudo y seco, porque ahora se compone de todos los términos, abandonando y olvidando las palabras: que nunca debemos olvidar ni perder ni rendirnos, porque perderíamos la literatura y la poesía, reduciendo todo tipo de escritura al género matemático» (. 
Teniendo esto en cuenta, el tremendo esfuerzo por asimilar las palabras a meros términos y éstos a entradas o voces de un diccionario, sólo conduce a que lo propuesto en sus páginas como sucesivas e incontestables definiciones deba ser visto como una ilusión mayúscula. Vayamos a un caso. La RAE define, por ejemplo, la voz oscuridad mediante varias acepciones entre las que prima por encima de todas la «falta de luz». Por su parte la voz luz se multiplica hasta en quince acepciones, lo que demuestra de algún modo la dificultad, si no la imposibilidad, de encontrar para la luz una definición precisa. Hablar de ella como de algo inequívoco parece, por tanto, ilusorio. Estamos ante una palabra, luz, que no acaba de fijar ningún discurso, inútil a la hora de ofrecer una explicación completa, pero capaz, sin embargo, de matizar, dar color e incluso un giro radical al sentido del discurso. Podríamos decir que la aportación de luz a un discurso tiene un efecto imaginario que, buscando crear ilusión y maravillar, a veces hasta lo consigue. No tenemos más que recordar el «hágase la luz» bíblico, un dictado que es aceptado por unos como una maravilla dogmática, mientras que otros lo han acabado reduciendo prácticamente a una expresión coloquial, incluso irónica. Esta disparidad muestra a las claras que donde unos reciben la luz como un don maravilloso y salvífico otros encuentran un poderoso medio de conocimiento.

miércoles, 2 de marzo de 2022

El retorno

Lo que al volver tanto nos sorprende es que sigue ahí, inamovible, aquello que entonces tanto nos repelía, y que sigue porque en realidad nunca se ha ido. El tiempo no supera nada, volvemos a estar donde estuvimos, como si nos encontráramos atrapados y hubiéramos completado un absurdo ciclo. Lo único de veras sorprendente es que una y otra vez seamos capaces de sorprendernos llegados al mismo punto. A diferencia del tiempo, nuestra memoria no es del todo cíclica, pero con la sorpresa parece despertar a un nuevo ciclo. Por desgracia ese retorno sólo nos trae lo ya conocido, empujándonos a vivir en la rueda con resignación.

martes, 1 de marzo de 2022

Habla el tribuno

Le dejamos el turno de palabra y, muy serio y complacido, hurgó en su abrigo buscando sus papeles hasta que por sorpresa sacó de la nada un impresionante bocadillo. En la mesa todos esperábamos su autorizada opinión, pero sólo nos dejó las migas.