De lo que se escribe, todo puede llegar a ser literatura. Podrá luego ser considerada buena, mala o regular, apasionante o indigesta, legible o ilegible. Además de esto hay estilos, pretenciosos unos, didácticos otros, personales los más. En esos estilos importan el juego de símbolos, el conjunto de palabras y el repertorio conceptual empleados, recursos estos de amplitud variada por lo que que no siempre están al alcance de todos. A la hora de abordar un concepto, pongamos el caso de persona, interviene además de todo lo anterior el método. Podemos intentar cercar y darle forma a ese concepto, abordarlo en definitiva, presionándolo dialécticamente mediante otros conceptos más o menos próximos o bien arriesgarnos a hacer de él una reconstrucción formal, de corte analítico, partiendo de lo más básico. Del tono especulativo pasaremos así al canónico en la creencia de que eso nos asegura llegar al concepto con una precisión y una validez incontestables. Cabe, sin embargo, la posibilidad de que en casos como el de persona pequemos de optimistas y ese objetivo presente dificultades insalvables. Aun así creo que merece la pena que probemos nuestra suerte. Veamos:
Definición 1.- Dado un individuo I de una población P y
un intervalo temporal continuo T, reconocemos un
momento personal de I en la correspondencia que asocia un instante
del intervalo temporal T a un individuo I de P.
Denotamos M(I) al espacio de los momentos personales que corresponden a
I.
Proposición 1.- Para un individuo cualquiera I ∈
P se tiene que M(I) ⊆ T
Nada puede impedir que los momentos personales copen todo el intervalo
temporal, pero en realidad suele haber en T instantes de ausencia que nadie llega a reconocer como verdaderos
momentos personales.
Tomemos ahora un colectivo S dentro de P. Propiamente
S no vive momentos, pero si que se da ahí lo que denominaremos una
experiencia colectiva C(S). Es evidente entonces el siguiente
resultado:
Proposición 2.- Si S ⊆ P entonces C(S) = ∪ M(I) donde I ∈ S
Con vistas a precisar un poco más la estructura que puede manifestarse en un
conjunto de momentos personales, empezaremos por la más obvia.
Definición 2.- Dado un individuo I de una
población P y un intervalo temporal continuo T,
denominamos una órbita personal O(I) a un subconjunto
cualquiera de sus momentos personales.
Una órbita personal puede ser entendida en cierto modo como un modo de
contemplar y seleccionar los momentos más importantes de la actividad
desarrollada por I ∈ P en un período
T. El modo de contemplar, el enfoque por tanto, atiende a los momentos
en que sucede una acto que se considera importante. Evidentemente, la
importancia y el enfoque con que se juzgan y la importancia que se les da a
cada momento están asociados a un observador exterior E. Es éste el que
genera una determinada órbita de I, lo que viene a ser un modo de
juzgar la importancia que E concede a lo que I hace.
Sin embargo, la importancia de lo observado no puede quedar desligada del
grado de relevancia que E establezca para los momentos personales de
I. Este criterio selectivo da lugar a un nuevo concepto. Así pues:
Definición 3.- Siendo E un observador de la actividad
desarrollada por I, la relevancia de sus actos se establece
como una aplicación rE de M(I) en [0,1].
Con esto se da por supuesto que E es capaz de fijar la
relevancia que, según él, corresponde a cualquier momento del
espacio M(I). Este índice de relevancia nos ayuda a concretar lo
que a E más le interesa de la actividad de I.
Definición 4.- Dado un observador E de la actividad
de I ∈ P, llamaremos órbita personal de I
observada por E con relevancia a, que
denominaremos O(I,E,a), a la órbita personal formada por los m ∈
M(I) tales que rE(m) ≥ a.
Como poco nos puede decir un solo observador sobre las actividades
del individuo observado I, pasaremos a considerar un conjunto
V de observadores, que supondremos forman parte de la misma población
P. Sin duda en la observación de I por parte de los miembros de
V sobresalen momentos que son parte de la experiencia colectiva de V, o
sea de C(V). Ahora bien, no todos los momentos de esa experiencia
colectiva resultan ser relevantes, ni para cada uno de los observadores de
V ni mucho menos para todos ellos en conjunto. Para empezar a obtener
una visión colectiva de I será preciso establecer un grado de relevancia
unificado para V.
Definición 5.- Para un conjunto finito V de
observadores de I, tomaremos como relevancia de V para el momento m, y la denotaremos con rV(m), la media de las relevancias
rE(m) del momento m obtenidas para cada observador de
E ∈ V.
Esto nos permite definir de forma general la órbita personal de I que
los miembros de un conjunto V observan.
Definición 6.- Para un conjunto finito V de observadores de
I, llamaremos órbita personal observada por V y denotaremos O(I,V), a la unión
de órbitas personales de I para cada E ∈ V a partir de la relevancia media H de las relevancias de V para cada m ∈ M(I).
Proposición 3.- Sea I un individuo observado por un conjunto
V de observadores de su misma población P, entonces
O(I,V) = ∪ O(I,V,H) siendo H la media de
los rV(m) para m ∈ M(I).
Así pues, con O(I,V) tenemos una órbita personal de I en la que
se recoge lo que ven los observadores en sus actividades como
importante.
Pasando a otro orden de cosas, podríamos asegurar que una persona acaba por
ser considerada a partir de lo que los demás ven en ella, por lo que en este
sentido no es mucho más que una órbita. Convendría, no obstante, no confundir
a un individuo con una persona. La persona encuentra su significación gracias
a sus momentos más relevantes, pero también es cierto cada grupo de
observadores ve a través de la órbita observada una persona distinta. No
obstante, como todos los conjuntos de observadores probablemente vean ciertos
momentos comunes podríamos dar un reflejo de cómo es vista la persona por la
población con la siguiente definición:
Definición 7.- Sea P una población y T un intervalo
temporal, denominaremos proyección personal de un individuo I a la intersección de las órbitas personales obtenidas por todos los
conjuntos de posibles observadores de P a lo largo de T.
La definición anterior pone de manifiesto cómo los enfoques de los
observadores vienen a destacar en un individuo una serie de momentos
coincidentes por superar una relevancia media generalizada. Podemos argüir
además que son estos momentos los que le dan al individuo significación social
y lo convierten en persona. Por tanto, la persona vendría definida por su
proyección, es decir por sus momentos de experiencia relevante a lo largo
de un período de tiempo. Lo importante es que la relevancia es fijada y
establecida por sus vecinos en el marco de la sociedad. Del mismo modo que no
debemos confundir población con sociedad, no deberíamos hacer del individuo
una persona, porque a diferencia de aquél ésta tiene reflejo y proyección
gracias a la observación de sus vecinos.
El siguiente paso consistirá en definir la percepción que el individuo tiene
de sí mismo. Lógicamente ésta quedará reflejada en la órbita O(I,I,a),
que reúne la experiencia vital de I en el período T. La
relevancia a es en este caso un factor variable que suele depender del estado de ánimo del
individuo. Si el ánimo está bajo, sólo parecerán relevantes los momentos más
destacados y el grado que fija la órbita será muy alto; si el ánimo está alto, todo parecerá importante y la experiencia vital reunirá muchos más
momentos.
A veces parece que nuestra vida se estrecha y es insatisfactoria porque
sentimos que nuestra experiencia vital es escasa. Al hacer una análisis del
período T que sirve de hilo a nuestra vida, tratamos de encontrarle
sentido seleccionando los momentos memorables. Nuestra proyección personal crea un
especie de borrador de lo que somos a través de cómo nos ven. Eso ayuda a
fijar un grado de relevancia, más alto o más bajo, con el que estimar dónde
está lo más significativo de nuestra experiencia vital, lo que sentimos como
nuestra vida. Bien se ve, pues, que la proyección personal influye y
condiciona más o menos decisivamente la experiencia vital.
La vida es simplemente una opción que nuestra
naturaleza nos ofrece y que discurre en ese T continuo del que
extraemos analítica o dialécticamente momentos, siempre como individuos afectados por su condición social. Comoquiera que tendemos a
sumergirnos en nuestra conciencia para estimar lo válido y pretendemos luego
avalarlo como una razón general, ni la vida ni la persona parecen susceptibles de
una definición inapelable que continúe el curso de las introducidas en la teoría anterior.