lunes, 31 de enero de 2022

Un solo ojo, uno incisivo

Con los años crees haber desarrollado un ojo clínico que te permite describir rasgos del carácter de un recién conocido como si diagnosticaras daños en un enfermo. Pues, bien, créeme, tu ojo no es tan experto como piensas, es menos perspicaz y flexible de lo que debería y, a partir de cierta edad, suele reconocer mal la intención, y hasta el contorno, de quien a ti se acerca. Lo has acostumbrado a alertar y siembra peligros que nunca maduran, pero que te dejan el cuerpo en prevención permanente, rígido como una estaca. Encima te crees autorizado a dar en esto consejos y con gran suficiencia te prodigas rematándolos siempre con el mismo lema: «hay que verlas venir, antes de que las desgracias sucedan». A estas alturas, si te las dieras de vidente o brujo, podría pasar, pero lo malo de todo esto es que con ese ojo ciego te crees sabio incorregible y eso tiene siempre problemático recorrido y un final sumamente triste.

domingo, 30 de enero de 2022

¿Puede la ciencia con el dictado délfico?

De seguirle a él, podríamos decir que uno se conoce a sí mismo en la medida en que la naturaleza se le revela. Sin el exterior nunca podría haber un interior. Somos, pues, en tanto que somos órganos que vigilan permanentemente esa frontera. Ese él del que hablo es, en este caso, Goethe. Para él, vivir es albergar un impulso vital que nos obliga, cuando queremos reconocernos, a mirar en la naturaleza. Coincide históricamente esta proclama con la dominación del mundo, con ese afán decimonónico de apropiarse, por medio de la ciencia, de las claves de la naturaleza entera para rendirla a nuestros pies. Al final éste sería un objetivo implícito del romanticismo que se haría aún más explícito con la llegada del positivismo y que condujo a un paroxismo nihilista justo antes de la hecatombe bélica con la que se iniciaría el siglo XX. Seguramente la mecha se encendió mucho antes y un indicio pudo ser el rechazo al dictado délfico. Goethe lo expresaba en los siguientes términos: «Siempre tuve por sospechoso ese magro y altisonante deber —"¡conócete a ti mismo!"— que se me antojaba una argucia de los sacerdotes secretamente coligados para marear a los hombres exigiéndoles cosas inasequibles y apartándolos de toda actividad dirigida hacia el mundo exterior, conduciéndolos a una falaz contemplación interna. El hombre sólo se conoce a sí mismo en cuanto conoce al mundo que sólo en sí mismo percibe, de igual suerte que sólo en él se percibe a sí mismo. Todo nuevo objeto, bien contemplado, inicia en nosotros un órgano nuevo»

sábado, 29 de enero de 2022

Botarate intrigante

—Te lo aclaro: además de acosador, eres un botarate intrigante— me soltó de golpe. Y se quedó tan fresco.
Recibida la aclaración, me propuse, sin demasiado entusiasmo, dejar de serlo. Todo para reconducirme, para regenerarme, para mejorarme. Como no quedaba bien ser un intrigante, me puse manos a la obra. La cosa tenía en principio fácil remedio: evitar entrar en intrigas. Para ello había que prescindir de los objetivos más sencillos, de esa gente que se nos pone a tiro y parece estar invitándote a enredarla sin mediar esfuerzo, sin que se dé cuenta. Evidentemente eso supondría renunciar a ese tremendo disfrute en el que se mezclan a partes iguales la confusión ajena con la atenta observación de su marcha errática, siempre desde arriba, en franca ventaja. Sopesando el sacrificio que eso acarreaba, juzgué con buen criterio que realmente no había necesidad de ello. De modo que seguiría con las intrigas, pero disimulando, para evitar quedar a ojos de la gente timorata como un intrigante. Eso tiene su mérito, porque caminar por esa delgada línea requiere mucho tiento. Cualquier tonto te puede hacer caer en la trampa: te interesas por su tontera, entras en sus bromas tontas y al final te rindes en cuanto haces unas risillas floja. Luego, para cuando te das cuenta, te ha calado el flanco débil, te ha hablado perrerías de este y el otro, te ha propuesto un negocio fácil para ponerlos en su sitio y un método infalible de salvar su vigilancia. Ahí debería uno ser lo suficientemente astuto en vez de presumir de intrigante. 
A efectos posteriores, siempre he creído que debería considerar estas intrigas ajenas como auténticas contraintrigas. Porque lo gordo del caso es que esas maniobras podrían dejarme pronto al descubierto y reportar pruebas suficientes como para ser condenado por intrigante y también por cándido. Llegar a la candidez resultaría bastante dramático, un consumado desprestigio que complicaría lo de seguir montando los divertidos tejemanejes personales a los que estaba tan acostumbrado. La facultad de maquinar comporta también el gobierno de la máquina y esa máquina es demasiado valiosa como para dejarla abandonada como un trasto viejo. Hasta ahora creía haberla mantenido bien engrasada, operativa. Con ella creaba de la nada situaciones comprometidas para toda esa gentecilla, disfrutaba con mi papel de quisquilloso y malmetía en cualquier tema con habilidad. Hasta ahora la máquina siempre me había respondido y pensaba que estaba en perfecto estado de funcionamiento. Quizá a veces se dejara oír un poco y, si se le apuraba, se le oía chirriar más de la cuenta. Digo yo que habrán sido justo esos ruidos los que me han delatado ante ese airado acusador. Pero claro, también yo podría a mi vez replicar algo a ese insolente tono suyo de falsa condescendencia. Al final, ¿no es ése también un modo de intrigar? Porque, a ver, qué es lo que de verdad se pretende aclarar con ese pescozón al cuello. Eso no es aclarar eso es claramente agredir. Digamos la verdad: puede que calificarme de intrigante no sea gratuito ni falso, pero sí que es es agresivo. Así que dejémonos de socarronería, de broma, de picardía, porque estamos aquí frente a acusaciones. Acusaciones serias, porque no se ha quedado él en «pareces tal o cual», más bien se ha decidido que «eres tal y punto». Es evidente, pues, que no me quiere ni mejorado ni corregido, simplemente no me acepta y lo que de hecho declara es que esa es mi naturaleza, montándome un juicio sumarísimo que sólo busca desmerecerme ante todos. 
Todo esto a cuenta de lo de intrigante y sin entrar en la calificación principal, en la parte más grave de su aclaración. Nada menos que acosador. Si en el caso anterior, en lo de intrigante, veía algún modo de librarme —cierto que a costa de grandes sacrificios—, esta otra me parece más difícil de soslayar. Cómo decirlo, es parte esencial de mi carácter esa manera jocunda de escarnecer sin reservarme aquellas bromas con las que vejar a la víctima a discreción. Ya sé que quedo así como un agente provocador, como un peón poco fiable en el tablero, como el verdugo tontorrón, pero tampoco me importa demasiado. Quienes me quieran utilizar para propinar un escarmiento, mejor si es al indefenso, o para dejar a alguien en ridículo, tendrán que prometerme una buena oferta. Al final es cuestión de dinero, pero también de eficacia: estás en esto para que el golpe a dar sea efectivo, no para divertirte. A mí ser acosador porque sí, como un vulgar atolondrado que sale a por el otro a tontas y a locas, no me cuadra del todo. Cuando acosas, puedes ser botarate, pero tienes que saber planificar. Un estudio de la víctima, por ejemplo, nunca está de más. Sobre todo porque hay gente bastante reactiva que te puede dar una sorpresa, porque no es exactamente lo que esperabas o porque carece de un grado de tolerancia normal. Y es que te encuentras fácilmente con gente que no es normal, vamos. Tú les sales al paso y, en cuanto te ven, ellos ya empiezan a intrigar y a preparar su respuesta. Se les reconoce fácil, son esos intrigantes que te insultan a las primeras de cambio, en cuanto les pillas su torcido juego. Dicen que se defienden, pero si te descuidas te enganchan y te complican el día con su intriga. O te salen con que eres tú precisamente el botarate intrigante. Y cuando te decides a repartir un par de tortas, más que nada para controlar la situación, te vienen con que eres un acosador.

viernes, 28 de enero de 2022

Enfrentados a la oscuridad

La oscuridad, como metáfora, parece sumirnos en lo incierto y acaba siempre asociada al mal. Sabemos, por otro lado, que el mal representa el polo negativo en el campo moral. Quien habla en términos de luz y oscuridad no creo que pretenda elevar el tono poético, diría más bien que busca eludir una discusión de trasfondo moral. De este modo retrocede al conflicto propiamente físico, a la oposición mítica que está en el origen de todas las leyes morales. Lo que sorprende ver es que ese recurso metafórico goza de actualidad y se presenta con frecuencia en los medios, particularmente en los audiovisuales, donde adquiere, a través de las imágenes, una significación más clara que en los textos. No hay que irse a El señor de los anillos (novela y película) para confirmar todo esto, lo podemos comprobar en el género negro, cuyas escenas más turbias, tantas veces  protagonizadas por psicópatas de mente indescifrable, muestran cómo siempre hay un universo oscuro que sobrevive oculto frente a la arrogancia de la luz. 
A tenor de esto, la pregunta que cabe hacerse es la que escuchaba ayer en una serie televisiva danesa, The Investigation. Se parte ahí del hallazgo de un submarino hundido y de la desaparición de una periodista que fue invitada por su constructor, poco antes del hundimiento, a navegar en él. Todo gira en torno a las enormes dificultades para demostrar que hubo un crimen. Después de muchos avatares, justo antes de formular la acusación de asesinato ante la prensa, el investigador hace notar al fiscal instructor la paradoja de que, pese a que de año en año los crímenes en Dinamarca disminuyen, atraen cada vez más al público. Éste responde a esa paradoja dándole un giro sentenciero: «cuanto más civilizados somos más necesitamos mirar a la oscuridad». Esta aparición de la oscuridad como territorio en que anidan pulsiones criminales y devoradoras va más allá de la metáfora, es el velo tras el que se oculta un mundo muy real, que imaginamos invertido en negativo, pero que sirve de imprescindible contraste para que podamos hablar del nuestro como de un mundo normal. La serie acaba con una exhortación de la madre de la asesinada a un grupo de jóvenes en un tono ya inequívocamente moral: «Apartaos de la oscuridad, buscad la luz».

jueves, 27 de enero de 2022

De un tirón

¿Qué puedo decir, cuando ni siquiera sé cómo llegar a escribirlo? ¿Qué hago ahora diciendo que al tirar del hilo llegará hasta mí rodando mansamente un prometedor ovillo? Eso sería mucho decir y, además, hace mucho que está dicho. Y por muchos, pues muchos han sido, sí, los que han tirado, y muchas veces además, de ese hilo con el que ahora vengo yo a insistir. Debe ser porque creo que me puede bastar con tirar de un hilo para poder decir algo y abundar después en lo que digo. Por eso sigo aquí a la espera, insistiendo, porque confío en que, si no llego finalmente a dar con la palabra justa, en algún otro lugar encontraré esa fuente de la que todo lo efable mana. La sorpresa llega cuando, al tirar de ese delicado hilo, que un día fue vellón, aparece la oveja envuelta en espesa lana paciendo mansamente en el prado. Seguro que si vuelvo a tirar algo escucharé, aunque sólo sea dentro de mí, quizá sea un balido en vez de hacer sonar, para que todos sepan lo que digo, la campana. O sea que el juego de perseguir palabras me obliga a apostar por el balido de la oveja o por el tañido de la campana. De más está decir que no me gustaría recibir de la oveja semejante burla, que sería tanto como desautorizar mi escritura y dejar en claro que no tengo realmente nada que decir. Así que prefiero obviamente que suene la campana, que es un modo de poner a disposición de todos música llana, sin ecos ni figuras, sin retintines ni filigranas. No aspiro, tirando del hilo en este caso, a recorrer de arriba a abajo la escala, pues bien sé que de ahí sólo voy a obtener ritmos rudimentarios, músicas vulgares. Y eso siempre y cuando ese hilo tenso se vaya convirtiendo en un cordón robusto, porque cabe también la posibilidad, y sería una pena, de que, sin más ni más, se rompa. Digo pena porque con esa rotura yo me quedaría prácticamente mudo, con la misma sensación amarga que si hubiera perdido entre mis cuerdas vocales la única que realmente valía, la que sonaba mejor, la que arrancaba de mi interior los sonidos más profundos. Soy consciente de que sacándolos así, a golpes, nunca conseguiré hacer fluir mi música mental, lo que en el fondo pienso, de manera tersa, agradable y continua. Saliendo a trompicones, la verdad musical, esa verdad que toda música encierra, deja de ser compacta y unitaria para devenir discreta, fragmentada y a veces hasta dispersa. Eso hace que no pueda ser vista como un ejercicio acompasado y gratuito sino que se suceda como una serie de golpes de efecto. Al final la tinta y las melodías requieren sobre todo de eso, de continuidad. Y a mí ahora, aunque tengo en mi mano el hilo, me falta esa magia del continuo, es como si se hubiera perdido. Al otro lado del hilo me queda, bien es verdad, la campana. Cuando la taño en mi intento obstinado de solicitar la palabra precisa, de dentro me van llegando voces, o demasiado agudas o demasiado oscuras, pero nunca melodiosas, si digo la verdad. Las primeras resuenan en mí como gritos de alarma, las segundas parecen susurrarme graves y tajantes sentencias. Al final es inútil seguir por ahí. Todos sabemos que la palabra entre gritos ahogados no prospera y que tampoco cabe esperar mucho de material tan crudo como una sentencia. Los gritos alborotan y disparan emociones que confunden la verdadera música; las sentencias, dictadas por escrito, pueden atropellar y desgraciar a cualquiera que las lea. Tanto unos como otras son un peligro real y no deberían las voces que los alientan acabar circulando libremente por ahí. Como vemos, pues, algo tan simple como tirar del hilo puede traer consecuencias poco controlables. Aunque normalmente no llegas a conseguir con ello nada reseñable, corres el riesgo de poner en marcha palabrería vana, que aun pareciendo divertida resulta demasiado absurda como para dejarla ir sin caer uno mismo con ella en tremendo ridículo. Por fortuna, es más frecuente que tirando del hilo no vayas a parar a ningún ovillo ni te aparezcan ovejas, tampoco toparás con la campana ni dictarás ninguna sentencia. Lo más probable, y en ello encontramos además gran beneficio, es que tirar del hilo en busca de palabras acabe siendo, una vez sentado uno en su particular sitial, un ejercicio mental tan higiénico como tirar de la cadena.

miércoles, 26 de enero de 2022

Lo que sabemos de la caída

—Sabemos que caemos cuando ya no sentimos vértigo alguno, sabemos que el espacio nos rehuye a medida que caemos, sabemos que la caída puede ser interminable una vez confundidos los sentidos, sabemos que nada termina de hecho mientras seamos en nuestra caída libres.
—¡Qué clase de coña es ésta! Lo que sabemos, lo que no sabemos... ¿libres, dices, antes de ver las estrellas? Tírate de una vez, si quieres, pero sin discursos.

martes, 25 de enero de 2022

Ojo con las estrellas

Desconfía de esas estrellas que se aúpan entre aires fatuos, incapaces de mostrar luz propia, nativas todas de la humilde tierra.

lunes, 24 de enero de 2022

Sobre la esencia expresiva

La expresión como fórmula comunicativa parece estar regida por una ley de carácter económico según la cual la fuerza expresiva es inversamente proporcional a los recursos empleados en formular la propia expresión. Por eso el laconismo, tan presente en aforismos, adagios y refranes, no sólo garantiza asombro general sino que es también un modo de incidir con éxito sobre quienes nos leen o escuchan. Acaso tenga esto algo que ver con nuestra capacidad para retener el mensaje, que es obviamente mayor en la medida de su brevedad. Sin embargo, los discursos sintéticos siempre corren el riesgo de ser simplistas, de no recoger todos los enfoques y circunstancias necesarios para una correcta comprensión de lo que se quiere expresar. La «poda» puede dejar fuera lo esencial, pero se da el caso de que la determinación de qué se considera esencial es previa al discurso. Toda síntesis se sustenta, como es obvio, en observaciones y creencias anteriores. Pero lo significativo es que son las creencias las que ayudan a fijar el foco y establecer lo que es relevante en todo ese caudal previo. La esencia no es una invariante universal, no deja de ser una construcción interesada y personal. Por su parte la expresión viene a ser una manifestación de lo que cada uno creemos esencial. De algún modo la expresión abreviada gana gracias al anonimato un plus de universalidad. Cualquier publicista sabe que para difundir con éxito su mensaje necesita sobre todo ser breve, no ir a lo esencial.

domingo, 23 de enero de 2022

La parada del monstruo

Al redoble de tambores, que acentúan con su son grave los timbales, marchan ellos en dos largas hileras simulando píos cofrades. Avanzan enfundados en malolientes sayones y arrastran cadenas como delincuentes camino de galeras. Así es, a todos les espera el mar turbio, el vértice del temporal, la cruz de las tormentas, tripulando desde una oscura bodega, a fuerza de bogar remos, un navío de rumbo siempre incierto. Allí se les ha prometido libertad, una vida de selva profunda, de cuerpo próvido entre alimañas sueltas. Pero no es probable que lleguen mucho más allá del infierno. Por eso deben ser antes exhibidos, como carne propicia, como objeto de sacrificio, como ritual de castigo. Entre todos componen el ordenado espinazo de esta comitiva a la que con razón los espectadores denominan procesión del último día. Nadie de entre estos últimos ve en su destino trágico motivo de piedad ni aceptaría para ellos una solución misericordiosa. Nadie intenta tampoco encontrarles rostro y, si por casualidad lo encuentra, no espera verse sorprendido por su parecido familiar o por algún signo de cercanía. Con su ceño fruncido y agarrotado por el dolor, unos ojos que hacen aún arder sus aviesas intenciones y la boca atrapada en un gesto de desprecio y amargura, en la cara de cualquiera de ellos se adivina la de todos.
La calle se va viendo lentamente invadida por todos estos condenados. Llegan armados, pero esta vez de recios cirios, cuya tenue luz apenas les permite destacar entre las sombras. Engullidos por esa atmósfera espectral, al compás frenético que marcan los tambores, lo que todos los espectadores acaban viendo a su paso es una turba amenazante, pero sometida, que llega a la ciudad desde las belicosas aldeas de montaña. Por mucho que aparezcan rendidos, nadie espera que se despeguen, ahora en su derrota, de sus dioses feroces, de sus obediencias brutales, de sus costumbres ancestrales. Caminan mudos, pero hablan por ellos sus heridas, que aun después de la batalla siguen abiertas y parecen profundas. Algunos a duras penas logran avanzar, los más afortunados todavía renquean, casi todos rumian y aguantan su pesar en silencio, y no faltan los que dejan tras de sí un rastro de sangre oscura. Por su parte, los que aún aguantan enteros se ven obligados a tirar de un enorme y pesado carro en el que, dentro de una jaula de madera y sentado en un tosco trono, traen a rastras a su señor supremo. Aunque permanece impávido, dando muestras de innegable dignidad y compostura, todos los que a ambos lados asisten al desfile necesitan ver en él al monstruo vencido. Hay quien le increpa, hay quien le arroja inmundicias, hay quien para intimidarle enarbola un palo, hay quien le escupe a la cara. 
Como una marea oscura y silenciosa, cruza la comitiva la ciudad. Camino del puerto, de ella parece emerger el enjaulado, alzado en su sitial, como una figura casi sacra, como un dios fracasado, a punto de ser arrojado a los mares. Nadie parece guardar aprecio por ese ogro divino, sacado a la fuerza de su refugio en la montaña; su paseo concita todos los agravios que al cabo del tiempo ese público hoy vengativo y ayer pusilánime ha retenido. Aunque la luz apenas consigue iluminar esas dos orillas de la calle, todos lo ven, de manera que no cesan de surgir risas malévolas, puños airados y gritos humillantes. Es como si les reconfortara vivir su odio a oscuras, en multitudinario anonimato. Confían, eso sí, en perder pronto a todos esos penitentes de vista, haciendo buena y justa su condena, y en recibir desde otro cielo más favorable nueva protección divina.  A pesar de sus deseos, saben que nada de esto podrá darse mientras ese enjaulado no acabe embarcado y a la deriva. De momento, todas sus miradas chocan contra la figura ambulante, contra esa imagen tan dura como cristalina que exhibe el denostado monstruo. Éste, lejos de rehuirlas, las devuelve como si de un espejo se tratara. Llegan hasta el fondo de la jaula donde todos pueden contemplarse y comprobar cómo sus miradas aceradas sólo revelan ansiedad, cómo están dominadas por un profundo temor. En el fondo temen ser tomados desde esa degradada cátedra por cofrades renegados. No es de extrañar, puesto que, en realidad, sólo su odio los distingue de quienes se reafirman como fieles seguidores. Con alivio ven esfumarse sus dudas, cuando ese triste leviatán, perdido en su fracaso y sin su aéreo brillo, es arrastrado por los suyos hasta el proceloso mar y enviado de ese modo al exilio.

sábado, 22 de enero de 2022

Homenaje a Rodin

«Cuido a conciencia mi intelecto. Decidí hace tiempo usarlo sólo una vez al día, para no deteriorarlo. Del uso desordenado nace el abuso, me enseñaron. A veces remolonea, le puede costar un minuto dar señales, otras tarda media hora; sin embargo, rara vez tengo que esperar hasta la tarde para ver brillar la luz. Dicen en la calle, viendo el sol deslumbrante, que todo eso que maquino no vale de nada, que es algo tan artificial como los fuegos de artificio. Incluso un buen amigo, preocupado por las consecuencias de esta manía mía, me decía hace poco en tono de consejo: "Intentas remediar a fuerza de pensar lo que no puedes hacer, así que piensa, por favor, si el que empieza a no tener remedio eres tú". Sé que no es propio de un operario diligente, de un esforzado trabajador como yo, ponerse a pensar y también sé que haría mejor en dejar esa tarea a quienes tienen esa función, a los incubadores de planes y proyectos, a los dirigentes. Lo cierto es que la ingeniería no llamó en su día a mi puerta, las matemáticas se me resistían. Cuando les cuento a esos que tanto se las dan de lumbreras alguna de mis ideas, cuando les digo que se me ha ocurrido de repente esa misma mañana, me toman por un visionario o por un estúpido intruso. No sólo me desprecian, lo hacen con saña, pero no me importa demasiado: frente a sus cerebros casi fritos por tanto devaneo y cortocircuito, el mío se sigue conservando en perfecto estado, casi intacto y fresco, y por eso lo que surge es siempre, como el sol de cada mañana, rigurosamente nuevo. Todo el mundo habla de lo que esa gente piensa, de sus mentes excepcionales, y sin embargo, yo noto que de la mía salen cosas, pensamientos para ser exactos, que ellos nunca podrían ni imaginar. Tampoco salen a borbotones, sino muy contadamente, de hecho una vez al día, lo que los hace aún más valiosos. Hoy aún es esto relativo, pero con el tiempo su valor crecerá. Imagino cercano el día en que amaneceré como un oráculo al que acudirán a miles para escuchar qué ocurrencia me sobreviene, qué idea se me presenta, qué futuro anuncio. Por el momento no dispongo de escenario adecuado donde mostrarlos, me limito a registrar esos chispazos. Soy de los que les gusta, y por ello me acuso, formar su pequeño y particular firmamento luminario y ponerlo por escrito en un sencillo diario. Con el cerebro hay que tener mucho cuidado, pero de momento es la mano que empuña la pluma la que más se esfuerza. Veo que aguanta bien el trote diario, por lo que con ella a buen ritmo y la cabeza despejada tampoco se necesita mucho más. Lo que se guarda ahí no son ciertamente alhajas, pero no puede ser cuestionado porque tampoco es conocido y justo por eso es pensamiento libre. Tengo el presentimiento — ojo, que aquí llega mi chispazo de hoy— de que un día, en el futuro, ese firmamento pasará a iluminar otro mundo. Seguramente será el de más allá. Pido, pues, que el lector no se tome todo esto a broma; no hace falta que lea el diario, sólo que le dé un digno entierro.» 
Hasta aquí el mensaje depositado por una mano anónima bajo la escultura de Rodin. Estaba acompañado de un pequeño cuaderno azul que los servicios de limpieza han retirado diligentemente. El depositario, bajo cuya custodia estaba, ni se ha inmutado tras la retirada. Hoy por hoy se desconoce el paradero de esos pensamientos. Hay quien afirma que sólo podían ser suyos. Nos queda la escultura de bronce, pero probablemente lo demás se haya perdido para siempre.

viernes, 21 de enero de 2022

Síndrome común

Entrar a fondo y regodearse en lo profundo puede suponer también caer de lleno en abismos conceptuales sumamente atractivos. Ya puede uno volver a la superficie cargado de descubrimientos simbólicos, que arriesga salir de allí ciego y absolutamente insensible a lo que sucede en realidad. Es éste un síndrome bien conocido, al que me gustaría ponerle nombre, si aún no lo tiene. En adelante lo denominaré la maldición de la cueva platónica.

jueves, 20 de enero de 2022

Beneficio de las carencias

Podemos mirarlo así: cualquier carencia, incluso vista como defecto, deja por delante espacio libre al avance o cuando menos es un estímulo que favorece la adaptación a la situación que se le presenta. Evidentemente esto tiene un claro impacto en el proceso evolutivo y alcanza de lleno al modo concreto en que que evolucionaron los antropoides y los homínidos. A. Gehlen, controvertido bioantropólogo, trajo esto a consideración observando en particular el diferente grado de evolución de la mano en cada uno de los dos casos. Al estar en los antropoides la mano mejor adaptada al árbol, todo acabó por conducir a una suerte de perfección paralizada, mientras que en el hombre acaba teniendo la mano un desarrollo digamos más «inventivo». De algún modo ese desarrollo parece estar también relacionado con el bipedismo, el cual libera la mano para convertirla en un instrumento más abierto y creador. Gracias a esa inventiva manual, amplía el homínido su percepción del mundo mediante una secuencia de tentativas táctiles en la que se van alternando los éxitos con los fracasos. 
Por analogía podríamos especular sobre los beneficios que la especialización tiene para el hombre en sus distintas actividades y oficios. Estar especializado en algo le ofrece sin duda una estabilidad emocional y le permite ahuyentar ese temor a los cambios que siempre anida latente en cada uno de nosotros. Sin embargo, por una u otra vía, al final los cambios llegan y no tardan en desencadenar una depreciación de esa especialidad, quedando el especialista paulatinamente postergado. En otro orden, yendo del sujeto especializado al objeto de su especialidad, puede argüirse que los beneficios que de cara al futuro pueden obtenerse de una obra cerrada, redonda y perfecta —tanto si es artística como si es de otro tipo— tienen más que ver con la fascinación que con cualquier otro interés. Es una obra que provoca perplejidad y admiración desde el momento en que es vista como algo acabado y hasta cierto punto inaccesible. En cualquier caso, ese «acabado» sólo llega a ser fascinante cuando responde a una intención ansiosa, pero ese ansia sólo llega a valer cuando está extendida en la sociedad. El despegue de ese ansia soterrada y la fascinación que acarrea no son de extrañar, pues se ven alimentadas por esa ilusión de alcanzar la plenitud que todo hombre tiene. De hecho, cuando un hombre cualquiera, pero consciente de sus carencias, ve reflejada esa plenitud en una obra humana, le impresiona. 
Todo esto ha llevado a encendidas discusiones sobre las ventajas y beneficios que podría tener para un creador dejar la obra abierta, de un modo tal que muchos cabos aún queden sueltos y al alcance de los siguientes. Frente a este enfoque siempre aparece encumbrada la obra cerrada, cuya perfección, basada no pocas veces en su impecable funcionalidad o en el estilo que está en boga, la hace difícil de superar. Una vez conseguido ese ideal funcional o estilístico conviene esperar a ver su evolución. Ahí es evidente que sólo prevalecerá mientras la función que cumple o la tendencia estética que representa no queden obsoletas. Para los que no somos capaces de obrar a ese nivel de perfección, por transitoria que sea, sabernos potencialmente mejorables ante nuestras muchas y muy visibles carencias, consuela.

miércoles, 19 de enero de 2022

A vueltas con el tema

Cinco de la madrugada. Media noche echada a perder con este hueso: la cooperación no debería degenerar en subordinación. Sindicatos, redes sociales, partidos políticos, relaciones internacionales, hasta escuelas y hospitales: todos han tenido sus minutos de gloria en mi pesadilla. Creo que ahora mismo podría escribir un ensayo de cuarenta páginas sobre ese tema, pero preferiría francamente acabar la noche dormido y tener un bonito sueño volando como un pajarito.

martes, 18 de enero de 2022

Caminos del mundo

Se fue como de costumbre a su rincón. Se encontraba sobre todo aburrido, también solo, y necesitaba insuflarse ánimos. Así que decidió sentarse. Esta vez estaba dispuesto a encarar su triste situación. «¡Lo que tengo que hacer es salir, salir de aquí!, ¡voy a salir, saldré al encuentro del mundo!», se dijo muy convencido, como para jalearse. Luego titubeó un poco, sorprendido al escucharse a sí mismo voceando tan rotundamente su intención. Como quería evitarse falsas ilusiones, aún añadió para sí: «De mi mundo, del digital, al encuentro del mundo digital». El plan no era nuevo, le era bien conocido, aunque muy alejado de sus pretensiones. En realidad, tampoco yendo allí había mucho que buscar, ése mundo siempre lo encontraba sin necesidad de salir. Sólo había que encender el trasto, quedarse quieto, agachar la cabeza, fijar la mirada y, nada más ver iluminarse la pantalla, engancharse sin más trámites a las imágenes para así abrirse paso por «los caminos del mundo», del fascinante mundo digital.


Are you lost in the world like me?
Animación por Steve Cutts, 2017
Música: E. Satie, Gymnopédie nº 1 interpretada por Olga Scheps

lunes, 17 de enero de 2022

Destino del descreído

Si uno no cree en sí mismo, aunque sólo sea un poco, mal podrá creer en los demás. Puede que se deje arrastrar por ellos, más por comodidad y conveniencia que por fe o lealtad. Eso no impedirá que se muestre huidizo, al menos tanto como resignado. Al andar falto de convicción, no tendrá nada que oponer a quien ascienda por encima de él y dé pruebas de cierto carisma. Por eso le seguirá y por eso acatará sus órdenes, aunque sin gran entusiasmo. Si pone un poquito de interés, será para no quedar descolgado, para no acabar marchando solo. Y es que, pese a no creer en nadie, temerá ante todo verse perdido y acabar sin compañía. Siempre recordará aquel día en que le llegó del espejo una imagen difusa y encogida, con un animal acorralado y asustado que no paraba de mirar en todas direcciones buscando la salida. Incluso en el caso de encontrarla sabe que tampoco sentirá ningún alivio, más bien se sentirá abrumado ante la imperiosa necesidad de decidir qué camino debe tomar. Ahí será inútil que apele a su conciencia, pues se ha convertido en una caja de resonancia y de ella, por tanto, nada convincente le puede llegar. Asaltado así por una pasmosa inseguridad, todas las direcciones le parecerán buenas, pues para él todas serán la misma en realidad. Obediente sobre todo, reclutado como tropa, al ser llamado a actuar procurará parecer eficiente y resuelto interviniendo sin dudar si toca meter miedo. Ascendido a monstruo, como ejecutor bien instruido tendrá por fin algo en lo que creer. Y así pues, creerá que es propio de débiles e ingenuos, además de perfectamente inútil, distinguir entre lo humano y lo brutal.

domingo, 16 de enero de 2022

Los invisibles nómadas

Con lo de proteger las fronteras los estados están llegando al ridículo. Creíamos haberlo visto todo cuando hace unos años plantamos vallas infranqueables frente a las legiones de desheredados, expatriados y fugitivos que se agolpaban delante de ellas. La explicación, en clave de economía cínica, es que dentro harían demasiado bulto, que crearían desequilibrios. «De momento no se les necesita, representan una carga y un peligro. Estarían mejor en su casa. No se preocupen, ya les llamaremos cuando hagan falta», les dice el funcionario desde este lado a voz en en grito. Pero cuando sepan que hacen falta, sabrán hacerlo saber y se cobrarán la deuda de años dando tumbos por el mundo intentando traspasar fronteras. 
A consecuencia de esa clase de resortes tan funestos como bien aprendidos, nos vemos hoy en una situación cuando menos rocambolesca. Mientras vemos cómo gente pudiente se dedica a buscar casa en la luna y los planetas, aquí abajo entre otra mucha gente se extiende la sensación de que, pese a estar amparados por fronteras férreas, estamos siendo invadidos. Unos ven marcianos verdes, otros terrícolas demasiado coloreados y otros muchos temen que lleguen vampiros, zombies y fantasmas. En estos dos últimos años, la sensación de que nos invaden es aún más acusada y desde luego no ha mejorado nada con el nuevo reto: defenderse de la pandemia. Siguiendo la costumbre, lo que los estados han inventado para hacerle frente son las vallas médicas y lo que a continuación nos proponen, cuando no nos imponen, son escudos profilácticos personales para vivir seguros. La idea no es tanto extender y generalizar la protección y acabar con la expansión de la plaga, su absurda y primera obsesión sigue siendo sellar las fronteras. Para salvar la tempestad, pretende el Noé de turno meternos en el arca estatal dejando fuera esos insidiosos e invisibles nómadas que nos rodean y se nos cuelan: los virus.

A partir del titular

Sería absurdo decir que detrás hay un método o un recurso sistemático. El recurso es de hecho bien poco sistemático. Supongo que eso se nota, pero el caso es que para algunas de las entradas que aquí muestro sólo he tenido que lanzarme a escribir a lo loco, a la manera de quien, deseoso de avanzar como sea, localiza una pendiente y se deja ir cuesta abajo. Esa posibilidad me la facilitan en ocasiones los titulares de prensa. Por su extraña factura e indescifrable significado, frente a algunos me siento realmente desafiado. Hablo de unas líneas cuya presentación, por condensada, lacónica y sintética, urge una mayor explicación y anima a profundizar a fin de encontrarles sentido y justificación. Se entiende que sólo intenten cumplir como llamadas de alerta, pero eso no quita para que parezcan siempre líneas incompletas. En cualquier caso, lo que yo pueda aportar intentando explicar, profundizar y justificar nunca está claro. Lo más probable para quien me lea es que todo le parezca como escrito a favor de la gravedad, es decir en caída libre. Si aun así aguanta el trote, se verá metido en sucesivas hondonadas, donde quizá encuentre alguna clave escondida, alguna frase ingeniosa o un personaje olvidado. No debería esperar, sin embargo, que en el curso de esos altibajos, una vez llegado a las espesas nieblas de la abstracción, afloren siempre ideas. Y no hablo de ideas nuevas sino de ideas mínimamente luminosas. Es muy cierto —lo han constatado así autores de prestigio— que con sólo escribir uno logra darse un impulso mental y se aupa a otro nivel de pensamiento distinto de la improvisación oral. Con todo y eso, no puede uno esperar que empuñando la pluma al buen tuntún vaya a llegar necesariamente a alguna parte. No pocas veces, quizá la mayoría (basta considerar mi caso), todo lo que surge de las tres o cuatro palabras fijadas en el titular como punto de partida se queda en la pura nada, en algo que con zafio acento solemos denominar una «soberbia paja mental». Puede que haya en ella frenesí e incluso satisfacción, pero en el fondo hay también mucho vacío y la clara sensación de que nada ahí prospera.

sábado, 15 de enero de 2022

Igualitarismo

El igualitarismo quiere poner de relieve la importancia de todos y cada uno de los individuos, no por su excepcionalidad sino por la pertenencia a un marco más general. Es obvio que pertenecer a ese marco y formar parte de un grupo no supone participar en, menos aún apoyar, un determinado proyecto o empresa junto a otros individuos. Al hacerlo de forma igualitaria, lo único que se asegura es que todos entran en él en calidad de partícipes, sin distinción ni privilegio. Esta condición de individuo digamos raso, de partícipe, llega al lenguaje a través de diversas palabras. Los calificativos evolucionan desde lo ecléctico a lo peyorativo, lo que viene a dar cuenta del progresivo declinar del inicial propósito igualitario.  A través de sucesivos sinónimos, el valor de la palabra igual, que aspiraría a ser el rasgo principal de ese marco social, parece entrar en decadencia. 
Tomemos la primera palabra que alude al individuo en ese tipo de marcos. Lo implica en algún proyecto social indefinido como alguien común, como integrante, por lo tanto, de una comunidad en la que está a título personal y al mismo nivel que los demás integrantes. Sin declararlo explícitamente, se le supone sujeto en igualdad, en cuanto derechos y deberes, a los otros comunes.
La segunda palabra con la que se califica a estos individuos es corriente. La palabra muestra cierto desinterés por definir, dejándolos pasar como indefinidos, como gente que no necesita de mayor precisión. Aquí vemos ya cómo nos vamos deslizando por una pendiente degradante, puesto que el tipo corriente vendría a oponerse al excepcional, al que destaca entre todos los que forman parte de la comunidad. Sin romper el ideal igualitario llamando corriente a alguien lo que se intenta es no entrar en la diversidad existente en la realidad social.
Donde la tendencia a la depreciación de los que hacen número y no son excepción, resulta más manifiesta es en la palabra que pongo en tercer lugar: vulgar. Por su propia etimología se hace con ella mención al carácter popular e indistinto de aquel a quien se le señala como tal. Con esta palabra sucede más o menos lo que con popular, que a ciertos efectos indica una degradación, un olvido de la distinción, de aquello que nos hace únicos. Detrás de esa degradación estaría la vulgaridad, una cualidad que no sólo es poco apreciada sino que suele ser vista socialmente como motivo de desprecio.
Quizá podría proponer más grados en la pendiente semántica que he tratado de dibujar, pero por ahora voy a finalizar el repaso con un calificativo de tono bastante similar al anterior: ordinario. Nada diría que ser ordinario es preocupante. Sin embargo, el marco social, representado por cualquiera de las sociedades de todo tipo en que actualmente nos desenvolvemos, desaconseja declararse así. Esto supondría renunciar definitivamente a ser el muy estimado contrario, esto es extraordinario, siquiera sea en un asunto de mínima importancia.
Volvemos de este modo al punto de partida. El igualitarismo es un motor ideológico que pretende para bien hacernos iguales. Es de suponer que la igualdad a la que se alude con dicha palabra es ante todo una igualdad de derechos, pero es difícil desembarazarse de otras interpretaciones menos positivas. Ser igual a los demás tiene algo de obligada resignación, es mal encajado por uno mismo y mal recibido por sus pretendidos iguales. En cierto modo la igualdad es indicio de abundancia, de exceso, y apunta, por tanto, a la escasa importancia y relieve que tendría la pérdida. Socialmente el igualitarismo muestra, pues, dos caras opuestas: en la positiva, estarían los derechos inalienables del individuo, que de este modo queda elevado a la condición de persona; en la negativa, veríamos en el hecho de igualar un deterioro del relieve personal, de aquello que podría hacernos únicos, ejemplares e importantes ante la sociedad.

jueves, 13 de enero de 2022

No estuve cuando debía

Mientras yo yacía en esa camilla con la que bromeaba hace un momento, mi buen amigo Luis se debatía, sin yo saberlo, entre la vida y la muerte. Finalmente ayer mismo todo terminó y me faltan palabras para expresar mi grado de pesar, la tremenda amargura que su muerte me ha dejado. Viví con él momentos inolvidables, muchas y animadas charlas, algunas juergas y también extrañas aventuras. No viene al caso traerlas por escrito, pero lo que no puedo soslayar, lo que debo destacar ahora es el mutuo aprecio que nos teníamos, su lealtad como amigo. No he tenido muchos amigos, la verdad, quizá no he sabido cuidarlos, por mis reservas o por hacerme el opaco, el misterioso, el encontradizo. Con Luis no podía disfrazarme, su declarada franqueza hacía que fuera cómodo y tuviera siempre acogida cualquier confidencia. Gracias a su temple extraordinario, uno se veía llamado de nuevo a la acción. Luego, estuvimos más de treinta años sin contacto. Pero lo recuperamos hace unos cinco años con renovado entusiasmo, con curiosidad e intriga por las vidas corridas y, contra lo que sucede a veces, sin cuentas pendientes que zanjar. Para ser mi amigo temo no haber estado a la altura de las circunstancias, ciertamente no lo he sabido acompañar; peor, ni siquiera lo he intentado. Y todo por miedo. De algún modo, por edad probablemente, me veía reflejado en él y en nuestras últimas conversaciones me alarmaron sus noticias, que anunciaban su declive imparable. Como todo lo tramitábamos por teléfono, siempre admiraba su tono enterizo, su modo de afrontar unas penurias médicas demasiado trilladas para ser comentadas, de las que se evadía con alguna excursión, siempre crítica, a la actualidad política y con alguna entrañable referencia a sus más próximos, hasta donde sé su mujer y su hija por las que se palpaba su devoción. Daba a entender que eran ellas las que lo seguían haciendo valer y las que lo animaban a vivir. No las llegué a conocer, pero estoy seguro de que habrán sabido confortarlo y a partir de ahora sabrán conservarlo en la memoria como lo que fue Luis: un gran tipo y para mí un gran amigo.

No me lo merecía

Estuve durante veinte minutos tirado en una camilla con los calzones en las rodillas, inmóvil, viendo como se iba deslizando a la altura de mi nariz una enorme plancha de hierro. No es una experiencia religiosa precisamente, no se te invita a rezar sino a aguantar quieto hasta que te digan. Así que tratas en principio de cerrar los ojos, porque ese peso contundente no sólo te ciega las vistas al cielo raso y los fluorescentes sino que impone. Sólo puedes verlo como una imposición, prospectiva y beneficiosa quizá, pero cuando se te impone delante de la cara es tontería, siempre despierta sentimientos. A pesar de los consejos que recibes de entrada, frente a esa mole no hay manera de dormir ni siquiera de intentar un sueñecito que te deje un poco traspuesto y haga correr tu imaginación hacia playas de arena blanca bordeadas de cocoteros o por senderos que serpentean montañas y llegan hasta ibones rodeados de cumbres nevadas. Tiende uno más a pensar que si a ese trasto le flaquean los soportes, te chafa y te deja como un sello. Durante la prueba, el examen, el proceso o lo que fuera, oía al fondo la conversación de las enfermeras, desentendidas por completo de mi particular pelea, a la manera de profesoras vigilantes. En todo momento un zumbido en el que se intercalaban ligeros y preocupantes chasquidos acompañaba el lento movimiento de la máquina. En algún momento temí que por una ranura apareciera una sierra de disco dispuesta a rebanarme y abrirme en canal como si el ara en que me veía instalado por aquellas sacerdotisas se hubiera convertido en el crudo banco de una serrería. Gracias a estas cosas al final no te llegas a aburrir del todo, pero sí que te agobias. Los minutos se estiran de lo lindo, parecen horas y, por obra y gracia de esa calentura mental que te domina, consigues llenarlos de fantasías. Claro que rígido como estás, las fantasías sólo pueden ser en blanco y negro, a vida o muerte diríamos; ni verdes sugerentes, ni rojos excitantes, ni marrones malolientes, por tanto. Aun con todo, en mi mente se creó por fin un vacío, así que vi el momento oportuno de lanzarme a la meditación. Muy pronto comprendí que aquella plancha actuaba como un poderoso magneto y sentía fluir a través de mí unas ondas animales tan poderosas que enturbiaban mis intentos de aclararme la mente. Es ahí cuando tuve una ocurrencia, no muy acertada, pero típica de algunos sueños dramáticos: me imaginé yo mismo gato, gato subido a la plancha y asomado a uno de los extremos, desde el que podía ir viéndome lívido y estatuario, sin mortaja, con los ojos cerrados, listo para el embalaje. El gato te puede ver como un fiambre, pero entonces el cuerpo te pide reacción, para confirmar que aún estás en activo y que, pese a lo que cualquiera ahí vería, no estás aún para el arrastre. Lo que tienes que estar —ese es el mandato— es quieto parado. Te obsesiona tanto que hay un momento en que hasta te preguntas «¿no estaré respirando de más?», porque temes que en la foto se note ese pausado y mínimo movimiento, ese pecho rebelde. En respuesta a ese oleaje furtivo aguantas estoicamente, como si encabezaras el marmóreo busto de Marco Aurelio. Y así vas pasando el rato. Aunque al final te importa muy poco salir en la placa desfigurado, fantasmagórico o temblón, sí que te da pánico que las enfermeras no te reconozcan en pantalla y que, como delegadas plenipotenciarias de la suprema autoridad médica, ordenen otros veinte minutos más de tormento y pasen a repetir la prueba.

miércoles, 12 de enero de 2022

Enero

Enero es el mes de los días cortos y de las jornadas largas, pesadas, interminables; de una en una van cayendo a plomo sobre nuestras cabezas. La lejanía de planes y la falta de expectativas nos hunden en una rutina mortecina y por obra de ella, sin darnos cuenta, vamos dejando las plumas. Así que de volar nada. Habrá que esperar a los Carnavales para que el ambiente mejore. Es entonces cuando la tierra, para entonarse, dicen que expurga sus demonios. Supongo que a nosotros nos pasa más o menos lo mismo, aunque no creo que en nuestro caso sean exactamente demonios lo que nos tiene poseídos. Diría que son las rémoras y el aburrimiento lo que nos impide ver las cosas con más claridad y otro ánimo. No hay que olvidar que estamos en los días cortos, por tanto escasos de sol y que además la mayoría son grises, casi opacos. No nos queda, pues, otro remedio que sobrellevarlos a base de apretar los dientes, un poco a cara de perro. Y así podemos asustar, claro. Si por ejemplo nos encontramos a alguien al que hace tiempo que no hemos visto, pongamos un lunes a media mañana, lo saludaremos mostrando con cortesía un gesto de fingida alegría, para disimular. Sin embargo, para pisar tierra y dejarnos de tonterías, no tardaremos en abordarlo seriamente y puede que hasta le preguntemos «¿qué, cómo lo llevas?». Si lo piensas, emplear en plena calle ante un transeúnte, por conocido que sea, esta fórmula que parece sacada de una visita a un pariente internado en el hospital, da una idea de la enfermiza modorra con que andamos por estas fechas. El otro, el conocido, tampoco suele hacer gran esfuerzo por salir de su letargo invernal, que incluye también la faceta mental, y si no se prodiga contándonos sus últimos males médicos y sus insuperables desgracias personales, puede que cierre la charla y abrevie con un «bueno, vamos tirando». Se supone, por la cara sufrida que muestra, que de lo que tira, como un resignado buey, es del carro. Pasado este intercambio, que se atiene al formulario, es inútil intentar sacar mucho más. De algún modo está todo dicho, y sin embargo, a veces, tras este bloqueo llega la noticia. Suele haber de por medio un «por cierto», como para repescar la atención, y a continuación: «no sé si sabes, se murió Mengano». Cara de sorpresa, por consiguiente, y un teatral «Aaah, vaya, hombre» es lo que ahí procede. Uno no sabe bien si no debería ser más explícito y estirarse un poco más, aunque normalmente sea para mal. Si va de avisado, quizá añada «pero estaba un poco delicado, ¿no?»; si de beato, pondrá los ojos en blanco y suspirando soltará «que pena, que Dios se lo lleve a su seno». Ahora bien, como estamos en Enero, es más probable que le salga el fondo cenizo y, creyendo que así marca distancias, se despida en plan lapidario con algo como «por esa misma senda hemos de ir todos». Todo para que no falte la alegría, porque estamos en Enero, y conviene recordar que todavía nos faltan 19 días, me temo que pantanosos.

lunes, 10 de enero de 2022

Los dos lados de la valla

«Vivimos en un mundo que encoge. Los "paisajes democráticos" han terminado en el alambre de espino. [..] Aceptar la civilización tal cual es implica prácticamente aceptar la decadencia». Así se expresaba en mayo de 1940 George Orwell. Suenan actuales estas líneas aunque estemos a más de 80 años vista de aquellas palabras. No diré que nada ha cambiado, pero hay sin duda corrientes ideológicas de fondo que todavía siguen ahí. Más aún, diría que hay en Europa aspectos regresivos que se han acentuado. No existe aquel clima de violencia, porque no estamos en guerra. Quizá tampoco haya campos de concentración, pero sí reductos incalificables como por ejemplo Guantánamo. Y no es la excepción, porque las noticias de cada día demuestran que no hemos renunciado al alambre de espino. En otros tiempos se encerraba, tras la valla y en un recinto macabro, a los rechazados, a los apestados y a los disidentes, ahora los que nos protegemos con esa valla somos nosotros «los civilizados». A la hora de explicar qué es lo que protegemos con tanto celo las opiniones son diversas. Unos ven en peligro el estilo de vida, otros la continuidad de la raza blanca y, abundando en el miedo, hay quienes dudan de que sobreviva la civilización que han conocido. Tomado así en genérico eso de civilización, nadie sabe a ciencia cierta de qué se habla. En las explicaciones todo empieza a ir mal desde el momento en que no se distingue propiamente entre la quiebra de una economía que sobrevive a base de recursos ajenos y la bancarrota de una civilización sin ideas, cuyo espíritu defensivo y temeroso ha pasado a adquirir un tono exclusivo y agresivo. Seguramente hay relación entre ambas cuestiones, pero pocos quieren verlas. Nadie confundía hasta hace poco a los ultraliberales con los patriotas excéntricos. Ahora, bajo la etiqueta ultra y a tenor de los lemas que en la calle mucha gente exhibe, es complicado apreciar la diferencia. Decía Orwell que el mundo encoge, supongo que se refiere al europeo, pero lo que encogen también son las ideas que lo sustentan. Algunos hablan de que en el mundo que viene lo que hasta ahora Occidente defendía pasará a ser relativo, a tener un ámbito muy determinado y los valores a tener una frontera. Bajo esa fórmula, lo que se acepta es una reducción de los patrones que históricamente nos han servido de estandarte, sin negar con ello la enorme dosis de hipocresía y cinismo que había detrás. para empezar habría que preguntarse si somos realmente la civilización de los derechos humanos o hemos hecho virtud de la hipocresía y el cinismo como si fueran prerrogativas naturales del civilizador. ¿Tan  quebradizos son esos derechos fundamentales que, después de proclamarlos, hay que preservarlos tras el alambre de espino? Hoy que tanto tememos entrar en disputa, creemos habernos ganado, sin embargo, el derecho a ser nosotros a perpetuidad. Inventamos una identidad colectiva y la mostramos orgullosos como un monumento intocable. Sabemos que nuestra propia identidad personal es un proceso de cambio permanente, pero nos cuesta creer que a nivel colectivo pasa lo mismo. Hagamos lo que hagamos, llegarán otros a este recinto cada vez más mudo y timorato y tendremos que admitir el derecho a compartir como un derecho común que nos alcanza a todos, a uno y otro lado de la valla.

Heliodoro de Cirene

Nada de lo mucho que Heliodoro de Cirene escribió consta en los cuantiosos y atiborrados ficheros de nuestra biblioteca general. Navarra, siempre tan intrigada por el pasado sea o no glorioso, tan leída y culta ella, te ignora a día de hoy olímpicamente, Heliodoro. Mejor que en gloria estés y que la disfrutes, porque aquí, aunque trepes a lo alto de la estatua de los Fueros para lanzar desde allí sesudas advertencias y reclamos, ya no pintas nada. Hazte a la idea, simplemente eres humo, ya no existes.
No es fácil ni demasiado útil escribir sobre nosotros. Alejandría quedaba muy lejos de estas montañas empinadas. Aquí nadie había oído hablar de Homero, los nuestros eran fieros pero no figuraban entre los guerreros aqueos. Después de ti nos han predicado mucho, con promesas de todo tipo, para que seamos buenos y sobre todo más dóciles. De oídas sobre lo que pasaba fuera y a base de lo que hacíamos dentro, hemos acabado cogiendo cierto lustre. Sabiduría propia, más bien rústica, que no modesta, aunque siempre dentro de nuestros lindes. Te dirás por qué nunca te hemos invitado a volver, cuando tanto provecho se podía sacar reactivando la vieja y prolífica conexión iberoegipcia, o vascogriega a voluntad. Fuiste tú el que dijiste que el mundo sólo podía ensancharse buscando, mar adelante, un segundo polo, otro ombligo medular, y hasta aquí mismo te viniste. Tierra hostil esta que tú señalaste, que tan bien conociste y que hoy te desconoce. Quedan, eso sí, las viñas que plantaste. Buen vino y buenas juergas. Y mientras tanto, tus libros cogiendo polvo, todos suponen que en nuestra biblioteca.

domingo, 9 de enero de 2022

Dos caras del mundo

Empieza a no ser tan rara la posibilidad de que uno pueda crearse su propio mundo paralelo. El problema con esto se plantea cuando uno como creador pasa a creer que puede vivir, o que de hecho vive, en él. Todo lo que le oímos a ese uno decir es creo, pero a nadie se le escapa que crear y creer no son lo mismo. Por un lado uno se siente dueño y señor de su creación, pero por el otro no pasa de seguro servidor como creyente. Acción y pasión reunidas, muestran aquí las dos caras dispares de una misma palabra. Atendiendo a cada una de esas dos caras, lo vemos respectivamente hacer girar o dejarse cautivar por lo que él considera su mundo. Lo ve además como un mundo único, porque no puede concebir otro y porque quizá ése representa su única propiedad y paradójicamente su conexión con la realidad.

sábado, 8 de enero de 2022

La metáfora de la araña

Supongo que con lo de WWW (World Wide Web), es decir con la telaraña mundial, a muchos se les ha venido a la cabeza lo mismo que a mí: ¿por dónde anda esa araña? ¿es libre de moverse? ¿qué es lo que la mueve e inspira?. Antes de buscar respuestas, escapemos de la metáfora y digamos que no es lo mismo una red que una telaraña. La red es un instrumento al servicio de una función, en concreto atrapar y pescar. Un retículo podría ser otra cosa, que podría hasta valernos, porque es algo más abstracto y acorde con lo que se extiende por doquier a través de los ordenadores. Volviendo a la metáfora, una telaraña siempre tiene al menos un inquilino que circula por ella con intenciones depredadoras, aviesas. Puestos  a seguir con ella, convendría que supiéramos qué es lo que la mueve, qué intención general sobrevuela todo lo que por esos hilos de la telaraña circula.
Todo esto no es nuevo. La fabulación metafórica que suscita la araña tiene ya un par de siglos, si no más. Cojamos El sueño de D'Alembert de Diderot. Allí la telaraña se extiende figuradamente por el cuerpo humano, en concreto nos remite a su sistema nervioso. Veamos cómo se expresan al respecto el Dr. Bordeu y Mademoiselle de l'Espinasse.
B—Quien no conoce al hombre más que en la forma que nos ofrece al nacer, no tiene de él ni la menor idea. [..] Todos sus miembros ... propiamente dichos no son más que groseros desarrollos de una red que se forma, crece, se extiende, lanza una multitud de hilos imperceptibles.
E—Esa es mi tela, y el punto originario de esos hilos es mi cabeza. [..] ¿Dónde están los hilos, dónde la araña?
B—Los hilos por todas partes; no hay ni un solo punto en la superficie de su cuerpo al que no lleguen, y la araña está agazapada en la parte de su cabeza que he llamado las meninges, parte que ni siquiera puede rozarse sin paralizar la máquina.
En el caso de la red global WWW, es complicado deducir la existencia de una araña que al menor temblor reaccione, huya o acuda. En teoría no existe ni siquiera un ente que dirija los movimientos a través de la red, aunque es posible ver favorecidos ciertos flujos. Por lo que se refiere a la obra de Diderot, no pensemos que la fabulación metafórica se queda en el cuerpo humano, pues poco después el autor pone en manos de un hipotético dios el complejo dispositivo tejido por la araña, concediendo así al sistema, que allí tras el salto sería el mundo entero, tintes panteístas. Esa nueva fractura metafórica nos sitúa, a diferencia del caso del cuerpo, fuera de cualquier teoría verificable, en un ámbito filosófico, incluso teológico. 
Menos dudas que la existencia de una araña omnipresente y omnipotente ofrece en nuestro caso, la pegagosidad de esta nueva telaraña virtual, su capacidad para inmovilizarnos. Por lo que vamos sabiendo, nada más surgir por una esquina alguna de las muchas arañas que circulan por la WWW, cuyo ánimo dominador es patente en ciertas parcelas de red, nada podremos hacer para evitar ser atrapados y devorados por ella. Empezamos a entender que esto es una especie de ley natural en el espacio virtual tramado por la telaraña. A falta de identificar dónde moran las verdaderas arañas, las que tienden los hilos y las trampas, nos tenemos que resignar a ser sus víctimas propiciatorias. Algunos se creen a salvo en la red por haberse convertido en hábiles transmisores, sin darse cuenta de que, por no ser hilos pasivos, serán sacrificados en cuanto no cumplan como fieles conductores. Todos estamos ahí a merced de las arañas. En su cada vez más tupida telaraña intentamos servir como ilusorios nodos mientras permanecemos a la espera de algún beneficio que nunca llega. Confundidos entre esos hilos no pintamos nada, tan sólo podemos aspirar a ser oportuno alimento para ellas. Bájemonos de la red y pronto paralizaremos a esa araña voraz así como a la máquina que la sostiene.

Lógica de adorno

La lógica es materia poco flexible, pero los silogismos con su triple escalón siempre me parecieron una excelente forma de confirmar lo que se piensa, aunque no suela sacar a la luz pensamiento fresco. Así que me quedo con los escalones y me apunto al invento, pero ¿qué tal si lo liberamos un poco de su rigidez congénita? No es que pretenda podar el silogismo para crear entimemas, prefiero más bien avanzar en una dirección más creativa. No me importa no llegar a grandes pensamientos ni que sólo salgan de ahí confesiones innecesarias o vulgares moralejas. Veamos pues:
La cosa podría empezar así:
Tengo afanes que me superan, siempre.
Ahora un pausa para la reflexión:
Con el ánimo de antemano derrotado, siempre me quedarán lejos. 
Y aquí concluiría:
Siento que esos afanes míos me defraudan y hacen de mi vida un grosero fraude.
No paro de releer una y otra vez esta escalera descendente. Ya sé que era un experimento, pero el resultado es deprimente. Igual no he acertado con el ejemplo. Aun así, lo único que saco en fresco, como pensamiento digo, es que hubiera sido mucho mejor dejarme de florituras y haberme quedado a disfrutar de los innumerables y sublimes goces que modestamente ofrece la estrecha lógica.

viernes, 7 de enero de 2022

En teoría no digas 'por ejemplo'

Por oficio el que se mueve en la abstracción descuida el aval de los ejemplos (siempre tan dispares e inoportunos en sus teorías). Aun así, por fortuna son tan numerosos que siguen surgiendo y continuamente bullen a su alrededor, hasta que agobiado por su ingobernable número se arma con nuevas teorías para zanjar su incómoda presencia y reducirlos a una única y pura abstracción. Como nada singular sobrevive, el teórico presume presentándose como un indiscutible y sublime cazador.

Los datos actuales en escena

Leo por ahí que Mengano tiene la virtud de explicarnos la actualidad con datos. Dejemos en paz a Mengano, que no es nadie al fin y al cabo o es, a lo sumo, alguien elevado por su empresa a la condición de «experto» intérprete de todo lo que hoy nos rodea. Porque de eso va la actualidad que ha de transmitirse, ¿o no? Pero, a todo esto, ¿y a él qué le rodea? ¿acaso todo son datos? Es como para preguntarse si no merecería que su documentada explicación se viera secundada y contrastada por voces desobedientes a los algoritmos. Porque de ellas también surgen juicios, subjetivos naturalmente, sobre lo que sucede. Elegidas esas voces al azar, la actualidad quedaría encuadrada de un modo un poco más fresco que si nos la muestran envuelta y hábilmente empaquetada bajo una coraza de datos. Si lo de atender a la población al azar da miedo, al punto de descalificar la explicación, pensemos a su vez en los dudosos criterios con que se seleccionan los datos. Ahí se puede hacer dura crítica de los parámetros con que la actualidad se mide, de los aspectos que con dicha selección se desatienden y de la enorme cantidad de población que en el proceso se ignora. Las actualidades así construidas son tan evidentemente sesgadas que parecen explicarse por sí mismas, haciendo experto a un mero lector. Cosa distinta es que reflejen fielmente la realidad. Que Mengano o la empresa para la que trabaja anuncien en su prestigioso medio la presentación en datos de la actualidad no suele ser garantía de una visión más ajustada. A menudo llegamos a ver en su interesado intento la tramoya con que se sostiene el escenario actual que, por nacer destinado a fomentar la ilusión o el pánico, escamotea con facilidad las certezas por incómodas o poco provechosas.

jueves, 6 de enero de 2022

El talismán consolador

Llamó mi atención el talismán que le colgaba del cuello. En su escote la figurilla se me revelaba como una irresistible insinuación. Al acercarme a la doncella pude apreciar en su cara un tono como de amargura y desencanto. Flotaba el colgante en su pecho, agitado por una respiración ansiosa, como si la figurilla le impusiera un tormento agotador. No podía valer, pues, como signo de ostentación, aquello era una sanción. Así que, con creciente pena, empecé a verla como rea de algún delito inconfesable que la había hecho portadora del colgante como elocuente castigo. Estaba amarrado al cuello por una larga cadena, aligerada quizá por el brillo deslumbrante del oro puro. Si verdaderamente había habido sentencia y cumplía condena, lucir aquello no revelaba opulencia sino que pretendía parecer ejemplar. Al volver a mirarla, tuve la impresión de que aquella riqueza exuberante la hundía apagando su deseo y ahogando cualquier signo de vida. Y todo como si bajo sus pies se adivinara un pozo invisible, hacia cuyo fondo se veía irremediablemente arrastrada, como si aquella lujosa cadena y el talismán en vez de engalanarla literalmente la atenazaran. Cuando se inclinó para saludarme, la figurilla buscó refugio y se ocultó por un momento entre sus senos. Tardó poco ella en enderezarse, lo que me permitió observar el talismán con más detalle. Debía de cargar ella con un pecado muy serio, porque su pecho parecía atrapado por esa criatura huidiza y taimada. Era como un amor trágico y desfigurado, fabricado en porcelana e iluminado por vivos colores. Me quedé atónito al darme cuenta de que la figurilla, que pendía ahorcada de aquella terrible cadena, era un ángel. A pesar de su pequeñez, aquella figura no pasaba desapercibida. A primera vista el ángel parecía acogedor: miraba de frente fijamente, con sus dos alas blancas completamente extendidas. Vestía una túnica azul celeste de la que sobresalían por arriba una carita dulce y por abajo unos diminutos pies, ambos en tono pastel. Presentaba los brazos cruzados por delante, destacando entrelazadas sobre el pecho como remate unas manazas de terrible aspecto, negras como un tizón. Nadie sabe de dónde habían venido esas dos manos tétricas, pero traicionaban a todas luces la bienvenida que con sus alas el ángel anunciaba. Temí ser confundido y que, en defensa del inviolable pecho de la doncella, aquellas manos me saltaran directamente al cuello. Con todo, lo más temible me quedaba aún por ver. Aquellos ojos, que en un principio me parecieron francos y afables, se veían, a medida que me acercaba, atizados por llamas interiores y teñidos de un rojo casi sangriento. Aquella mirada se me quedó clavada, era sin duda un tajante aviso. En realidad yo sólo era un pretendiente cortés, sin mayores afanes. Pretendía simplemente saludarla. Pero aquellos ojos flameantes y sus amenazantes manos me dejaron tan impresionado que apenas pude articular palabra. Seguí mirando absorto su pecho mientras me retiraba a una distancia prudencial. Advertí entonces algo en lo que no me había fijado: la cadena de la que el ángel pendía lo mantenía sujeto por las alas impidiéndole emprender vuelo. Aquello no era un colgante más, parecía la exhibición pública de una condena a la que respondía el reo con contenido resentimiento. El destino había concertado que ambos condenados, él y ella, cumplieran sus respectivas penas en convivencia forzosa, sin amor ni futuro. Algo terrible debió urdir el desgraciado ángel para acabar como un espantajo sin más destino que intimidar a los pretendientes libidinosos que rondaban a la doncella. Tampoco ella parecía sentirse liberada por ese providencial escudo. Con el ángel proscrito al cuello parecía tan condenada como él, pero al menos se consolaba acariciándolo frenéticamente, con un cariño más bien malsano, como si se tratara de su criatura. Entregada al talismán sin amago alguno de pudor, lo manoseaba de continuo y, mientras lo hacía, suspiraba llamándolo con fingida ternura su «angelito de la guarda».

miércoles, 5 de enero de 2022

En vuelo os escribo

Desde la central llegan instrucciones urgentes para el corresponsal que, apenas guarecido, cumple su misión junto a la línea de fuego.
—Asómate a ver... ¿Qué, dinos...ves algo interesante?
—No.
—Pues entonces escribe sobre lo que nos gustaría ver.
—¿Escucháis este estruendo? ¡Oh, cielos!, siento ahora mismo cómo un impulso vertical me arrebata. En vuelo libre me despido, abriéndome paso entre fuegos de artificio que, de verdad, os moriríais por ver.

lunes, 3 de enero de 2022

La segunda vida

La idea de hacer revivir algo deja en nuestras manos poderes propios de los dioses. Creemos de algún modo que en ese intento nuestro podemos ser capaces de hacerlo mejor que ellos, de enmendarles la plana. Tales elucubraciones avanzan ajenas a la cuestión que en esto parece central: ¿qué es lo que podemos nosotros hacer revivir? Y ahí ya no sólo se cuestiona nuestra capacidad sino cuál es la materia que pretendemos recuperar para la vida. Seguidamente nos preguntamos: ¿de veras la merece el esfuerzo o mejor que siga inerte? Aunque nos las damos de divinos y de tratar de crear un futuro mejor, a la hora de hacer revivir criaturas actuamos con franca torpeza. Elegimos preferentemente a alguien entre lo mejor de nuestro pasado, pero sin entender que han cambiado radicalmente las condiciones en que vivió. Si es verdad que la vida es una reacción defensiva ante el medio, es posible que en su reactivación sea la agresividad el único modo que tiene el recién renacido de salvar el lapso temporal que parece haber perdido. Nacer desde la postergación puede parecer un milagro, pero volver a ver la luz supone también rememorar el atraso. Revivir no significa rehacer la vieja vida. No existe cosa tal como una revida ni renacer es forma de corregir errores. Así que a lo peor lo que surge de nuestro invento recreador es un monstruo acomplejado. ¿Qué más da que parezca ir por delante de todo si representa lo que ya se dejó atrás y, pese a su gran poder, no logra quedar engranado en el presente y tirar de él? Si al final resulta impotente, nada bueno puede esperarse de semejante figura. Para eso sería mejor que él mismo renunciara y que, una vez desaparecido, procuráramos olvidar a ese engendro en el que quisimos hacer revivir, por gratitud, al personaje que una vez vivió y tan buen recuerdo nos trae. No somos nadie para hacer revivir nada y no deberíamos hacernos ilusiones sobre la el interés de nuestra posible reencarnación o renacimiento. Pero no todos pensamos igual y eso nos hace sospechar que en realidad vivimos entre individuos animados de segundas vidas, gente resabiada que vive interpretando personajes caducados, pero dotados para la nueva ocasión de una armadura nueva y más poderosa. Lo peor de todo es que buscan repetir su historia desde la ventaja y, como creen haber vencido al tiempo, viven el presente afanados en corregir pasadas culpas, errores y extravíos, sumidos en un tiempo de permanente redención, en una especie de purgatorio. Ni ellos mismos conocen su misión, pero aún sería lícita si no parecieran empeñados en mostrarnos, henchidos de sabiduría añeja, cuál debería ser nuestro camino. De poco nos sirven, sin embargo, sus poderes y saberes. Necesitamos cometer nuestros errores, no los suyos, porque sólo así crearemos un camino propio. Lo que no necesitamos es traer de nuevo a la vida, hacer revivir un imponente guía.

domingo, 2 de enero de 2022

El saber y el tiempo

La sabiduría viene a ser como el unicornio, un entendimiento que difícilmente se deja atrapar. Saber parece algo sencillo, tan sencillo como consultar viejos libros, escuchar la voz de los indiscutibles o ver con claridad donde la luz se esconde. A lo largo de los años, todo esto ha ido quedando estampado en papel, a veces como ley inalterable, otras como consejo pasajero. El tiempo en su avance nos permite comprobar, sin embargo, que no hay leyes inalterables ni consejos extensivos a todos. El saber bien quisiera crecer, pero nunca deja de ser ese niño que mece en sus brazos el poderoso Cronos. En cuanto él entona la melodía ancestral, los sabios intentan acompañarla como coro espléndido. De su arrullo hacen música y de esa pretendida música un verbo único y verdadero. En estas llega en vuelo siniestro el cisne negro y ahí el corazón de Cronos, temeroso, comienza a latir con violencia. Su compás pronto se acelera y aquellas voces soberbias, cada vez más temblorosas, se apagan. Con Cronos destronado, el saber queda al descubierto. Aunque enfático y arrogante, es demasiado frágil para hacer frente a los caprichos y asaltos impertinentes de tiempos nuevos e inciertos.

Puestos a soñar

A veces sueño. Supongo que como todo el mundo, o quizá no. Cuando es el caso, dicen que sacamos a la luz fantasías, deseos que querríamos ver materializados, casi nunca venganzas que en ese territorio serían inútiles. A mí me da más por escarbar a fondo. Y de ahí salen imágenes desde luego. Algo resecas y faltas de jugo, sin el empuje impetuoso de los antiguos deseos. Miran más hacia mí, como si me contemplaran y probaran, y me vienen a colocar en situaciones inverosímiles en las que debo imaginar como me comportaría. Algunas me retrotraen al pasado, a tensiones mal enterradas: exámenes, amores, exploraciones, desafíos de todo tipo. Aunque imposibles ya, esos estados me parecen tan vívidos que me agotan, así que suelo huir de ellos hasta despertar aliviado. Otras veces decido ser cronista y hacer palabras de todas esas imágenes, pero tardo poco en renunciar. Las palabras, sin embargo, siguen ahí jugando y cuando entrechocan las oigo sonar, a veces hasta resuenan de forma contundente. Paso entonces a afinarlas y reordenarlas para comprobar de nuevo el efecto, para ver hasta dónde llega ahora su significado. Ejecuto esta tarea con el mayor esmero y precisión, como si su destino al salir del sueño fuera verlas talladas en roca. Supongo que algunos han experimentado lo mismo. Todos sabemos que hubo quien bajó desde las profundidades de su montaña interior con sus palabras grabadas en un par de tablas de piedra. Pero, mientras estoy en ello, me sirven de poco los viejos ejemplos, vivo bastante ajeno a ellos, es mi obra la que quiero que gane expresión. Por eso sigo dándole entre sueños a las palabras una y mil vueltas, aunque con la lastimosa sospecha de haberme embarcado en una tarea inútil pues presiento que todo mi esfuerzo quedará barrido apenas abra mis ojos a la luz. De hecho eso es lo que sucede en cuanto me despierto, que todo queda trastocado, como si mi habitación más privada hubiera sido en un abrir y cerrar de ojos saqueada y no me quedara otra que recoger lo poco o mucho que aún queda compuesto e intacto, por si puedo salir con ello y sacarle algún provecho. Nada, pues, de esa radiante roca tallada, nada de dictados inapelables ni de confidencias mágicas. En mi caso es todo mucho más intrigante que esotérico. En cuanto se me aviva el ojo y topo con el orden cotidiano, salgo urgentemente hacia el escritorio. En el teclado intento trasladar lo poco que aún queda del episodio. Al hacerlo, compruebo que lo que allí dentro en algún momento me pareció revelador, llegado al exterior, pierde y se queda en sugerente. Aun así, transcribo las palabras con enorme respeto, como si no fueran mías, y sólo espero que, una vez pasadas al papel, expresen siquiera un poco de todo lo que se agitaba dentro de mí, botín precioso que al azar conseguí atrapar mientras merodeaba por esos fondos oscuros e inciertos. Al final lo conseguido no me parece tan valioso, porque nunca dejó de ser muy mío. Así que me resulta imposible exhibirlo como un vestigio de sabiduría, como regla aplicable a los demás. Veo esas palabras como pequeñas burbujas que a mí me permiten ascender y buscar aire puro, que me impulsan a llegar a ese lugar donde dicen que el entendimiento es más saneado y curiosamente por todos compartido.

sábado, 1 de enero de 2022

Año nuevo

Llega otro año. Tenemos delante un monstruo: 365 turbadores tentáculos nos buscan y un inquieto ojo nos contempla. Eduquémoslo entre todos para que sea prudente, obediente y competente. Y a poder ser inapetente para que no nos devore y lleguemos a ver el siguiente.