Lo que puede ser, propiamente no es, o por lo menos aún no es. Que nadie nos venga intrigando, pues, con lo que pudo ser, con lo que podría ser o —si nos ponemos retóricos— con lo que en potencia es. Para evitarnos esos líos, siempre hay quien nos propone «esto es seguro». Pero no sabemos con certeza si afirma de esto que es seguro o si afirma con seguridad que esto es. Ya sé que sólo es cuestión de una coma de quita y pon, pero aun así será mejor que dejemos todo esto claro de una vez. Para empezar, si no es, no es, pero si es (vamos, si fuera) tampoco sería seguro, porque puede que nos engañemos con lo que tenía que ser, o sea con algo que por desgracia no siempre es lo que creíamos que podría ser. Hasta aquí puede que todo parezca algo confuso, pero llegados a este punto es cuando necesitamos estar muy atentos, porque justo entonces la duda reaparece y volvemos a entrar en la nube. Ahí empezamos a ver con meridiana claridad, y hasta nos atrevemos a afirmar lo que Hamlet nunca hizo, a saber, que en esto de saber si algo es —y por extensión si nosotros mismos somos algo— puede que nos estemos engañando. ¿O es que no nos engañamos cada vez que planteamos la cuestión acerca de si es o no es, teniendo en cuenta que ni siquiera podemos asegurar, aunque así lo creamos y proclamemos, que propiamente somos algo?
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