sábado, 31 de julio de 2021

El ocaso, un viejo espectáculo

En Menorca, una tarde de verano. Antes de anochecer decidimos ir hacia el faro de Artrutx. Con el faro a la vista, aparcamos el coche y nos dirigimos paseando hacia la orilla del mar. Pronto nos quedamos sorprendidos viendo los numerosos grupos que van en nuestra misma dirección. Cuando llegamos al torreón, comprobamos que en las inmediaciones se ha congregado bastante gente. La mayoría contempla el mar, pero también los hay ensimismados viendo cómo baten las olas sobre las rocas. De vez en cuando levantan la vista y miran al frente. Da la impresión de que aguardan algo así como el comienzo de una función. Junto a ellos hay también quienes andan revisando sus cámaras fotográficas, mientras otros más prácticos empiezan a sacar de la nevera companaje y bebida. De momento casi nadie está realmente ocupado por lo que sucede allá al fondo del mar. Apenas se aprecia todavía el declive del sol, que sigue luciendo luminoso e intenso. El atardecer se irá concretando, no obstante, a medida que vaya pasando el tiempo. No lo hará de manera fulminante sino morosa, lenta y pausadamente, diría incluso que de forma sigilosa. Mientras llega, la mayoría del público se muestra despreocupado, conversando y merendando entre risas. Sólo unos pocos siguen aguantando taciturnos, con la vista fija en el tímido oleaje que se cuela entre las rocas que defienden el faro. El cielo no ha cambiado demasiado, sigue mostrándose azul y mayormente despejado. Hay que lanzar la mirada hacia el horizonte para descubrir la pequeña franja de brumas perladas que oculta y desdibuja su recto trazado. Algunas de esas brumas parecen haber ascendido por encima y se extienden como largas y algodonosas hiladas difuminando los límites del mar. Lo que al llegar veíamos como un estanque plácido y soleado va ahora camino de resurgir, rodeado de esas brumas, como un ámbito enigmático, lleno de profundos misterios. El mar se extiende ante nosotros ancho y profundo, y con un agitado brillo. Ya no se muestra tan sobrio y sereno como antes sino que empieza a rebullir como plata crispada. La gente sigue cruzando entre prisas de un lado a otro para conseguir mejor ubicación, de lo que deducimos que lo que va a suceder es ya inminente. Se respira cierta ansia. No es nuestro caso, pues no calibramos qué interés puede tener el espectáculo. Lo que sí sabemos es que se está haciendo esperar. Pasan un par de minutos y el público entre en un silencio ritual llevando deslizando su mirada por el mar. Todo comienza cuando allá a lo lejos los tonos van mudando: el gris acerado es ahora un naranja pálido, un naranja tamizado por las cándidas brumas. En el roquedo que está justo delante del faro, un muchacho se levanta con una copa en la mano y volviéndose hacia la multitud grita: «Atentos, ha llegado su hora y debemos despedirlo como se merece. Nos ha dado un gran día y nos anuncia una noche fogosa. ¡Qué más se le puede pedir!». Sus compañeros, divertidos, despiden a ese sol tibio y apocado, y brindan por él. Los cambios empiezan a hacerse cada vez más evidentes. El disco solar va perdiendo su fuerza y al descender muestra un contorno cada vez más perfilado y definido. Sus rayos, sin embargo, quedan atrapados en una atmósfera rojiza, entreverada de filigranas blanquecinas. Curiosamente la línea horizontal se va tornando oscura, casi negra. Hay ahí un poder magnético en pleno despliegue y parece dispuesto a imponerle al sol poco a poco su ley, a devorarlo. Desde tierra todo empieza a ser más confuso a medida que la luz nos regatea sus señales. La chispa que en el público prendía y animaba el espectáculo se empieza a perder. El propio cielo, que se oscurece a nuestras espaldas, nos anima a retirarnos, como si prefiriera que no fuéramos testigos del declinar del astro, de su triste ocaso. Pero ahí están las cámaras para inmortalizar el preciso instante en que el disco brillante se sumerge. Son minutos de agonía, a los que sigue un legado de sangrienta luz y un disparatado aplauso de la mayoría de los presentes. A partir de ahí las sombras se van alargando y la gente empieza a ponerse en pie. La función ha terminado. Los grupos se van yendo lenta y silenciosamente por la carretera del faro. Y nosotros entre ellos. Aun así, mientras nos alejamos, somos muchos los que nos sentimos tentados de echar la vista atrás para mirar el mar y sondear en el oscuro telón. Nuestra curiosidad tiene recompensa, porque todavía es visible una extraña y cada vez más tenue claridad, justo en el mismo lugar donde ha ido a parar y se ha perdido para siempre el que ha sido el indiscutible protagonista del día.

viernes, 30 de julio de 2021

Vivir de gorra

Recalas en rutinas, sigues patrones que hace tiempo que tú mismo te construiste para que te sirvieran de paisaje de fondo. Llegaste a creer que todo eso componía una realidad y que libremente disponías de ella como de algo propio. Pero la vida siempre es ahí demasiado previsible y monótona; tanto que nunca puedes estar seguro de que lo que haces a diario, ese concierto de movimientos convenidos y acciones secuenciadas, sea realmente vivir. Y si al final ese vivir no es realmente vivir, será porque tampoco esa realidad tuya es una realidad que ofrece oportunidades reales de vida. No es que vivas en ella virtual o imaginariamente, lo que pasa es que sientes tu vida tan falta de pulsiones inesperadas, cambios atípicos y salidas discordantes que notas tu pulso cada vez más sometido al ritmo y mandato del reloj. De esa carencia nacen innumerables fantasías y deseos. Las fantasías las aprovechas para recrear mundos y disponerlos como escenarios, porque intuyes que quizá ahí podrías vivir. A continuación dejas correr por ellos tus deseos como por un aliviadero. Cuando tu imaginación se agota y todo acaba de discurrir es como si la luz que te guiaba se apagara. Te ves entonces de nuevo en el centro de un mundo anodino y conocido, completamente rodeado por la realidad de siempre. Es además esa realidad tan paradójica que, aun siendo el armazón que sostiene tu vida, sientes que la sobrellevas como una tremenda carga. En esa situación sólo tienes dos salidas: vivir ahí mismo otra vida alternativa o buscarte otro mundo que dé pruebas de ser lo suficientemente real como para sentirte en él integrado y no verte devorado por una vana ilusión. Para vivir otra vida puede que no haya que ser un gato, pero lo que sí se requiere es un plus de vivacidad, algo que a ciertas edades apenas fluye con facilidad. De igual modo que patrullas por tu realidad siguiendo día a día rutinas y patrones, el resto de tu comportamiento también parece animado por resortes. Y por eso mismo, en cuanto pierdes la tensión original, acabas deambulando como un autómata, como una figura articulada frente a un fondo desvaído y sin relieve. Aparece entonces in extremis una última solución: ¿por qué no alimentar tu vida con realidades ajenas? A tu alrededor hay muchas y bien variadas. Si te decides, probablemente parasitarás en primer lugar a los próximos. A través de sus vivencias, vivirás tú momentos que tu realidad hace tiempo que declaró imposibles. De ese modo te verás inmerso en audaces singladuras, algunas de las cuales te llevarán hasta ultramar, a territorios de postal, a mundos donde lo tantas veces imaginado se vuelve real. Y así harás pie en tierras remotas y conocerás gentes insólitas, cobrando vida en ti las páginas de los viejos libros y de las modernas revistas de viajes. Creerás estar viajando tú, por ti mismo, sin advertir que es el avatar elegido el que recorre libremente su propio mundo. Prepárate, porque en algún momento te hará entender que no fue él quien decidió compartirlo, que viajas acomodado en su mochila y que de vez en cuando pesas más de la cuenta con tus persistentes consejos, indicaciones y sugerencias. Así que no te extrañe que en algún momento pase de ti y no te lleguen mensajes desde ese mundo ajeno. Y será entonces cuando toda esa realidad, que en calidad de parásito disfrutabas y que con tanto interés alimentabas, se te venga abajo.

jueves, 29 de julio de 2021

¿Escuchas voces que te dicen quién eres?

Empiezan a ser pesados y molestos los reclamos que recibimos desde todo el espectro de medios audiovisuales. Lo que intentaban los lemas que en otro tiempo escuchábamos era apelar a nuestra moral para marcarnos el rumbo o para que tratáramos de corregirlo. Con la aparición de los modernos eslóganes publicitarios se prioriza la seducción y se avisa de la posible obtención de algún beneficio o satisfacción inmediata, aunque no por ello se olvida del todo el hilo moral. La moral siempre tendrá permanente atractivo porque en ella vienen a confluir las esferas de comportamiento individual y colectivo. Con ella se pesca sin reservas y con cierta seguridad en la conciencia personal o, por mejor decir, se atraen conductas hacia una doctrina o hacia aun producto. Un ejemplo, que quizá para algunos tenga aún valor, es el de los mottos o las divisas que figuran en latín en los escudos de algunas sociedades, muy especialmente de las universidades. Entre ellos podemos encontrar expresiones tales como Esse quam videri (Ser mejor que parecer), Nil sine magno labore (Nada sin gran esfuerzo), Sapere aude (Atrévete a saber), Respice, adspice, prospice (Mira atrás, el presente y hacia el futuro). Estamos en muchos casos ante citas célebres y en otros ante solemnes adagios de nuevo cuño. En todos ellos el destinatario es quien ingresa en la institución. Se supone que, tras su ingreso, pasa a asumir el lema como principio inspirador de su conducta. Pero, si ya resulta cargante y retórico ese modo de decirte quién debes de llegar a ser, aún es más molesto que te reclamen la conveniencia de pertenecer a un grupo para ser algo. 
Esto último se refleja bastante bien en los lemas que las instituciones han puesto en boga para hacer propaganda política. Con ellos lo que obviamente se pretende es crear una conciencia colectiva, afianzar una especie de cuerpo común y solidario e incluso apuntar a una sociedad de intereses compartidos. Estos fines se dejan ver de forma clara en esa preferencia por el nosotros, que en las soflamas pasa fácilmente a convertirse en un plural patriótico. Para presentarlos hagamos un poco de memoria, porque seguro que algunos de los eslóganes todavía nos suenan. El caso de intereses compartidos, por ejemplo, es bastante patente en aquel Hacienda somos todos, que, si bien parece atrevido para su época, lo es menos cuando recordamos que iba seguido tras el punto y seguido de No nos engañemos. Esa línea totalizadora, avalada por el todos, ha sido desde entonces una constante en los anuncios y la propaganda institucional. De los últimos años entresaco un mensaje del Ministerio de Educación (La educación somos todos), calcado de aquel de Hacienda, y otro, que me resulta algo hermético, del de Cultura (Somos patrimonio). El mismo departamento amplía y diversifica sus objetivos en una campaña para el Hipódromo madrileño al afirmar Somos deporte, espectáculo y ocio. Por su parte, los sectores tecnológicos se han ido autopromocionando a costa del Estado al grito, no siempre bien validado, de Somos talento, con el que quiero creer que pretenden integrarnos también a todos y ganarse así para la causa hasta a los más obtusos. Frente a estos fervores tan enfáticos, algunas otras declaraciones programáticas sorprenden por su candidez. Un partido político llegó a elegir como divisa para su campaña una más que dudosa afirmación de corte estadístico: Los buenos somos más. En otros casos, la identidad colectiva no señala a un criterio moral tan volátil como la bondad sino que se basa en el triunfo de la voluntad y todo resulta más filosófico que complaciente. Al declarar Somos lo que nos mueve, parece sugerirse que nuestra esencia reside en la movilidad o, más exactamente, en la conciencia de esa facultad, lo que deja a los impedidos fuera de onda. Imagino que dentro de poco algún publicitario, inspirado por el afán controlador actualmente en auge, sellará la ventaja de las corporaciones mediáticas frente a las instituciones con un lema tal como Somos ubicuos. Estemos atentos a ese cercano día, porque con ese lema sí que no deberíamos dejarnos engañar. Es evidente que en ese nosotros no contamos para nada y que nunca seremos beneficiarios de esa ubicuidad. Ese nosotros es manifiestamente exclusivo y nosotros, el común de los mortales, quedamos fuera de él.
De momento la propaganda comercial no tiene propósitos tan ambiciosos, busca directamente al usuario, al cliente, al comprador. Ese es su destinatario y por eso se intenta intimar con urgencia y en tono confidencial, como si nos estuviera aconsejando un amigo. Es natural, por tanto, que en el eslogan publicitario, que de este modo pretende ser un consejo, se busque crear un clima de confianza absoluta y se opte por tutearnos. De este enfoque hay multitud de ejemplos. Tengo a mano algunos recientes que me han llamado la atención. Un periódico se atribuyó el beneficio general de la lectura al lanzar una campaña para conseguir suscriptores con el lema Eres lo que lees. De hacer caso a lo que en él se afirma, se diría que sólo como lector adquiere uno cierta entidad y que acaso sería aún mayor si leyera el periódico en cuestión. Ahondando en este asunto de la identidad he encontrado otro que de sintético que es resulta hasta sugerente. Dice así: Saber quién eres. Con ese laconismo lo que se propone es nada menos que vayamos a la búsqueda de la propia identidad. Tras dejar la cuestión en el aire, se da paso a un abanico de equivalencias con las que se completa la campaña comercial que para gran sorpresa es ¡de una denominación vinícola! Metidos a crear el atractivo con la ayuda segura de la identidad, las continuaciones rayan tan pronto en la audacia soñadora (Saber quién eres es valioso y valiente) como en la extrema seriedad (Saber quién eres es ser fiel a tus raíces). Puestos a ser algo, que es de lo que se trata, no parece mal ser sabio, aunque sea de un dominio restringido y familiar. Al fin y al cabo, lo que mejor sabemos de él es que no vamos a tener demasiados competidores. Pero no todas las propuestas alcanzan ese grado de trascendencia, aun tratándose de la identidad. Las hay delirantes, como la que ayer mismo vi rotulada en el lateral de un camión de reparto de muebles. Alguien se atrevió a decir al potencial público comprador, sin cortarse lo más mínimo, lo siguiente:  Tu sofá es lo que tu eres. En este caso el eslogan no venía acompañado de imágenes para reforzar el mensaje, quizá porque son bastante fáciles de imaginar.

martes, 27 de julio de 2021

El reputado articulista

Veamos la secuencia de títulos completa: Asomándose al abismo, El jinete apocalíptico, Señor del laberinto, En la cuerda floja, "No le quiten al cuerpo la jeringa", Retórica de la desesperación, El principio del fin. Tan solo he tomado el tramo más actual de su interminable serie de artículos, el que va del 17 de abril al 25 de julio. A simple vista parece una caída en picado a los infiernos, una caída de la que su autor, que luce sonriente en la fotografía adjunta, difícilmente podría reponerse. La dinámica social que como augur presenta es tan funesta que todos presentimos como si con ella el mundo entero fuera camino de enloquecer o de desaparecer directamente. Todo el mundo menos él, que todo lo divisa desde su confortable retiro de este mundo, un mundo que hace tiempo ya empezó a ver atestado de criaturas demasiado rústicas. Él lo dejó, lo dejó todo atrás, miserias al fin, y vino a parar a la gloria donde sin duda se vive mucho mejor. Detrás dejó su historia, una estela en la que se adivina un modo intuitivo y veloz de acomodarse. Supongo que sabe que todo eso nunca le dará para ser héroe y leyenda entre los suyos. «Como los grandes profetas», se dirá él satisfecho. Siguiendo su trayectoria, además de su actual vida muelle, este hombre ha tenido (que sepamos) al menos otras siete vidas. Es un avispado intérprete de su situación personal aunque se haya revelado bastante desafortunado a la hora de juzgar la situación general. De su versatilidad no hay duda: ha sido capaz de aparecer en las más diversos papeles. Ha llegado a la actualidad reinventándose como maduro galán y como político conservador, pero cuidándose antes de abjurar y abominar de sus credos de juventud. Toda la seducción de la que presume en sus aventuras no le sirve ante el pueblo soberano, que empieza a verlo como un personaje desesperado, como un farsante consumado, como un furibundo histrión. A día de hoy, ha pasado a ejercer en sociedad, sin despeinarse y simultáneamente, de observador y actor, lo que le permite anunciar para el indefenso Perú una serie de plagas que dejaría a las de Egipto en meros inconvenientes pasajeros. A buen recaudo, desde la lejanía, en su condición de copero mayor del reino, ya lo veo levantando su copa antes de que todo se hunda. Así que no es difícil imaginar su próximo título: Va por mí, señores, este último brindis. Pero que nadie tema un desenlace, todo es comedia continua, ni la copa ni el artículo serán los últimos. 

domingo, 25 de julio de 2021

Un bajón natural

Las desgracias se iban acumulando y el daño era tan patente y cercano que empezó dudar de sí mismo, de su capacidad para hacer frente a la situación. Por suerte, la aparición providencial de unas máquinas, que atravesaron la escena subsanando y corrigiendo el avanzado deterioro, le tranquilizó. Tenía que reconocer que había sido demasiado ingenuo y despreocupado, que los acontecimientos se le habían venido encima. Pero ahora todo parecía haber encontrado feliz remedio. Con aquellos artefactos actuando a pleno rendimiento, empezó a sentirse, por primera vez en mucho tiempo, un poco más seguro. Decidió, pues, que el final de su crisis merecía una declaración enfática: «Aunque hayamos dado sobradas pruebas, ya nunca nadie podrá tacharnos de ineptos y de parecer cada vez más tontos mientras sigamos contando para nuestras tareas con la asistencia incuestionable y generosa de la inteligencia artificial».

sábado, 24 de julio de 2021

Naruto se presenta

Naruto, un macaco indonesio, se presenta
En los selfies basta prestar un poco de atención: los que así se autorretratan, en cuanto sonríen, muestran una expresión de simpleza y un aire de familia tal que es fácil apreciar entre todos ellos un asombroso parecido.

viernes, 23 de julio de 2021

Eco de sonatas

Tak tak to ja, G. Ciechowski
Hania Rani (piano) & Dobrawa Czocher (cello)
del album Biała flaga, 2015
Por comentar. Desde aquí, desde primera fila de ese teatro ruinoso y desvencijado, asisto a un extraño concierto. El propio escenario remite metafóricamente a otros tiempos ya caducos, pero en la música resuenan también ecos de las de entonces. Es verdad que el piano propone aquí una base minimalista, de la que resulta algo cercano a la música actual, al menos a la que escuchamos en bandas sonoras (pienso en Nyman o en Desplat). Sin embargo, el chelo no parece fácil de reducir a ese patrón. En cuanto suena, oímos definitivamente otra cosa. Lo sentimos volar pronto muy alto y eso nos permite ver muy lejos. Es él el que prácticamente nos arrastra a la época de las últimas sonatas, a los sonidos de comienzos del siglo XX. Tengo derecho a equivocarme, pero encuentro en esas cadencias solemnes y sosegadas un vago eco de los primeros compases de la de Prokofiev y También de otras. Pero es verdad que se ha perdido aquí el dramatismo e intensidad que rezumaban muchas de ellas (así, por ejemplo, Shostakovich, Fauré o Franck) y que el piano no sólo acompaña sino que a veces impone su particular criterio. En cualquier caso, siento como si de este ensayo, propio de este nuevo siglo aunque sólo fuera por sus jóvenes intérpretes, nos llegaran renovados ecos de todo aquello. Por sí solo, esto resulta, además de bello, bastante estimulante. Hay formas musicales que prevalecen y una continuidad de estilo que no decae. Sólo quisiera añadir que me ha sorprendido saber que, si bien los arreglos son de Hania Rani, el compositor, Grzegorz Ciechowski, viene del mundo del rock. El hecho sorprende menos y resulta hasta coherente, a quien ha escuchado las interesantes incursiones de Rani en la música electrónica, con las que esta pieza guarda evidente relación a pesar de la diferencia de instrumentación. De algún modo, lo que el vídeo me parece que logra expresar es una posible síntesis musical que se apoya y transita con éxito entre dos siglos.

No quisiera pecar de pedante

Qué inútil es esto de hablar solemnemente, como si uno se creyera destinado a hacer retumbar las piedras. Qué estúpido es imaginar a estas alturas que a base de verbo florido se consigue hacer llegar a los oyentes alguna emoción. Qué fatuo es quien cree que gracias a su elocuencia se le rendirán y que su inexcusable clamor hará que se venga abajo el templo de los escribas. Con ser inútil, estúpido y fatuo tanto artificio, llega al más absoluto ridículo quien espera que, por poner todo eso por escrito, temblarán las páginas del libro y así cabalgará éste victorioso por cenáculos y estanterías. De hecho, pasado un prudencial período de espera, comprobará con amargura que, aunque lo lean, todo el mundo sigue en pie, impávido, sin que nadie se pronuncie, sin que nada se conmueva y sucumba. Y como esos ecos ni llegan ni llegarán, acabará por comprender que de su retórico empeño sólo quedará el ímpetu, un ímpetu que será visto, para su desgracia, como prueba de pretenciosidad y consumada pedantería. 

jueves, 22 de julio de 2021

Sobre equilibrios

Tras abjurar del viejo equilibrio y dejarlo atrás, ¿qué nos espera? ¿otro equilibrio o el caos? Convendría dejarlo claro: nunca estuvimos en un equilibrio arcádico y nadie sabe qué secreto formal guarda el caos. De modo que estaremos en el caos mientras no fijemos parámetros respecto a los cuales podamos justificar formalmente que hemos alcanzado un nuevo equilibrio. El caos es transición, gestación, reordenación. En todo caso, lo que parece seguro es que, mientras el recuerdo ilusionado del equilibrio anterior permanezca, el nuevo se nos antojará precario.

Contra los males necesarios

Cuando sientes que tu declive se ha iniciado y que imparable por él te deslizas, te agarras a la imaginación como creyendo que es lo único que podrá salvarte, lo único que te permitirá remontar. Pero la imaginación no es inagotable y esa clase de batallas son siempre demasiado largas. Poco a poco ves repetirse las figuras y contemplas aterrado cómo tus héroes caen en silencio, sin apenas estruendo épico. Así es que nadie te defenderá ya. Porque nadie puede defenderte de ti mismo. Cuesta abajo presientes el mal como un futuro áspero y, a medida que coges velocidad, como un viento tormentoso que conduce a una desgracia inevitable. Quizá hasta lo intentas, pero no consigues darle la vuelta, ni aplacar su furia, ni imaginar tu marcha por un perfil llano. Y por eso decides convivir con ese mal previsible y cada vez más presente, y asumir el daño como algo insoslayable. Evitas, evidentemente, que sus aristas y vértices hagan mella en tu cuerpo, evitas verte sometido a sus dolorosas dentelladas. Pero no por eso dejas de serle tributario. Tu miedo lo encumbra y por tu dejadez te vuelves su vasallo. «Estará siempre ahí», te dicen, «o sea que debes tolerarlo y admitirlo, porque, si te resistes, tú mismo te harás más daño». La invasión de los virus o la terrible avería medioambiental, por ejemplo. Pudiste evitarlas, pero hoy te ves obligado a soportarlas y a creer que desde la cercanía, en el cara a cara, podrás superarlas. Mientras conserves algún vigor, acabarás con la primera línea de fuego. Pero, a partir de ese momento, permanecerás para siempre alerta en espera de que aparezcan las siguientes. Atrás quedarán aquellos otros tiempos en que vivías desentendido, desenfadado, despreocupado. Si te han convencido de que el mal es necesario para mantenerte avisado o, peor aún, para mantenerte vivo, cuenta con que ese declive, en el que te empezaste a sentir embarcado, es ya definitivo y terminante, en definitiva terminal.

miércoles, 21 de julio de 2021

Esperanza

A veces la esperanza resulta en extremo patética: Vemos a ambos justo antes de enfrentarse a un desafío imposible. Mientras ella, recogida y rumiando el drama, calla, él la mira comprensivo y temeroso. Antes de dar el último paso, insiste en buscar sus ojos. Pero, al ver que ella desiste, con voz temblorosa, le susurra al oído: «No temas, que de ésta saldremos». De triste gloria disfrutan ya quienes, sabiéndose limitados como ellos, buscaron en el mismo reto salida.

martes, 20 de julio de 2021

Corto de luces

Para el corto de luces un argumento no vale mucho más que un chiste. Así que poco tardará en oponerle otro chiste con su sello. La dialéctica degenera y de este modo se convierte en una sarta de esforzadas consideraciones y agudas rechiflas. En ese desigual encuentro contemplamos con pena cómo, entre risas, el argumentador sigue, de un lado, intentando que no naufrague la razón, mientras que, del otro lado, no se advierte prisa ni necesidad de conclusión sino una intención burlona de hacer brillar, por encima de la razón, el ingenio de un pobre insatisfecho. Una vez rebajada la dialéctica al nivel de esgrima verbal, ya sólo interesa deslumbrar y hacer restallar el látigo para fustigar al oponente a base de ocurrencias. En medio de ese ruido acompasado y penoso, el traje de lentejuelas con que se adorna y su disperso brillo es todo lo que el corto de luces puede finalmente mostrar.

lunes, 19 de julio de 2021

El factor competitivo y el espíritu cooperativo

Sabina y Sandra Caula abren el interesante artículo acerca del factor dominante en la evolución de las especies, que ayer publicaba el New York Times  (Más Margulis, menos Darwin, https://www.nytimes.com/es/2021/07/18/espanol/opinion/pandemia-cooperacion.html), con la siguiente pregunta: ¿Los descubrimientos científicos determinan nuestras visiones del mundo o pasa lo contrario? 
Si aceptamos que sólo en el marco de una concepción filosófica, cuando no teológica, llegamos a tener una visión completa del mundo, la pregunta bien podría formularse de forma aún más sencilla: ¿Es la ciencia la que determina una nueva concepción de la naturaleza y la sociedad o, por el contrario, es la concepción filosófica mediante la cual interpretamos ambas la que determina la orientación, los fines últimos de la ciencia y consecuentemente sus descubrimientos? 
A nadie se le oculta que Darwin y su teoría tienen que ser de algún modo deudores del mundo victoriano y del impacto social que tuvo la revolución industrial. En el seno de ese mundo viene a ser natural que su teoría de la evolución esté determinada por un factor capital: la selección natural. Dicha selección traslada al nivel argumental y científico la competencia entre especies, que no es sino un efecto de la que se da naturalmente entre individuos. Al fin y al cabo esa competencia podía entonces parecer natural, puesto que era la norma que regía entre los individuos. Ver los hallazgos científicos, sobre todo cuando son de orden teórico, a la luz de su contexto histórico puede resultar, como en este caso, esclarecedor. Evidentemente, el marco histórico en el que Margulis introduce sus teorías sobre el origen cooperativo de las células eucariotas es bien diferente. Estamos en pleno siglo XX. Quizá no fuera disparatado decir que, al apuntar ella a la cooperación como factor decisivo en la formación de la célula, se está queriendo destacar la importancia del marco de desarrollo, un marco que en niveles superiores al celular pasa a ser social y que, atendiendo a este criterio cooperativo, no tiene por qué estar sometido a un régimen exclusivamente competitivo. 
Trasponer las teorías sobre especies y células y buscarles reflejo en el nivel que más nos interesa, en el de los individuos, requiere muchas más páginas y mucho más conocimiento de los que yo pueda dedicarles aquí. Pero, mirando a la sociedad, creo que es de particular interés esa oposición existente entre competencia y cooperación. Si la primera ha sido señalada, a través del principio de selección, como el factor determinante para la evolución de las especies y parece estar inscrita en nuestra genética, la segunda ha pasado de ser un factor simbiogenético oportunista a tener un alcance decisivo como impulsor del desarrollo celular. Con todo esto, es evidente, y las autoras así lo señalan, que al poner frente a frente competencia y cooperación se están enfrentando también dos formas de generar una sociedad. A la vista de la historia reciente, se diría que la sociedad fruto de la competencia es divisiva e individualista y recurre en su desarrollo a factores que dimensionan y evidencian los éxitos sobresalientes. Mientras tanto, la sociedad cooperativa, que en sus formas evolucionadas se presenta como un cuerpo complejo y marcadamente jerarquizado, está animada por un espíritu cuyo fin no se traduce en la supervivencia del más fuerte sino que busca la supervivencia como sociedad.

domingo, 18 de julio de 2021

Temores

Era tan fija y obsesiva su mirada que, cuando le pregunté «¿ves algo?», su hondo y prolongado silencio me hizo temer que presentara quizá un principio de ceguera. Daba la impresión de estar escrutando el horizonte como si proyectara su vista a través de un enorme telescopio, como si estuviera empeñado en perforar aquella línea para pasar al otro lado. Tan obcecado estaba de hecho que tuve que insistir varias veces antes de obtener respuesta. No esperaba gran cosa, sólo quedarme tranquilo con algún signo de que no se había quedado paralizado o traspuesto, de que su mente no se había perdido en el espacio profundo a fuerza de perseguir alguna rara luz. De pronto reaccionó y rompió su silencio. Al principio eran palabras entrecortadas, casi balbuceos ininteligibles. Presté entonces más atención. Hablaba como un oráculo, como si estuviera teniendo una revelación. Finalmente algo fui entendiendo: «...ya llega. Por fin. Es ella, siempre reina y señora. Y viene envuelta en sus mejores galas. Luminosa y astral...». Ahí le cambió el gesto: «Pero, espera... ¿qué es eso que arrastra? ¿qué es esa estela turbadora? Parece sangre. Me habían avisado. No creí que algún día lo vería... Sí, definitivamente, se ha consumado otra vez. Otra vez se repite la tragedia. No sé si quiero ver más, prefiero acabar ciego». Poco a poco había ido levantando la voz hasta acabar entre gritos: «¡No estaremos seguros hasta que no vuelva a su palacio oscuro!». Por primera vez giró la cabeza, probablemente para evitar aquella imagen lacerante, y volvió hacia mí su rostro angustiado como si precisara ayuda urgente. A mí sólo se me ocurrió entonces preguntarle: «Pero dime, ¿quién es ella? ¿es la muerte acaso? ¿viene a por nosotros?». Calló. Estaba terriblemente abatido. Sólo miraba al suelo, parecía no escucharme. Tuve que insistir hasta que por fin continuó con su balbuceo: «Es ella, llega disfrazada, disimula su furia entre inocentes y vaporosos lienzos blancos, pero, mírala bien, trae su vestido ensangrentado... ¡Y además ahora se alza, y avanza! La tenemos ahí mismo, deslumbrante, ¿es que no la ves? Poco le importa haber dejado atrás toda la tierra sumida en riguroso luto. ¡Tantos y tan cotidianos son sus crímenes! Y ahora viene y pretende abrirnos los ojos, ella que es la reina de la oscuridad. Es inútil enfrentarse a ella, es demasiado atractiva. Todos se extasían mientras claman «¡recibamos con alegría a la aurora!». Yo prefiero no verla. A no tardar nos hundirá otra vez en las tinieblas. Ya lo verás».

viernes, 16 de julio de 2021

Poppies


Portada del album Windflower (1978)
por Greta Elgaard

¡Larga vida al impresionismo! Sólo sus fieles seguidores y devotos podrían imprimir a unas flores tan delicado dinamismo. Un viento suave, a lo sumo una brisa, parece estar zarandeando esas amapolas. Se cimbrean sin temor, se mueven libres y seguro que sobre los campos animan tempestades primaverales. Ellas están hechas a todo y se sienten testigos imprescindibles de la vitalidad en tierras nórdicas, allá junto al Ártico. Son amapolas de Islandia y, como bien se ve, son altas y coloridas, de las que no dudan en mostrarse gentiles y resistentes ante el voluble y caprichoso humor de los fríos aires boreales.

• De estas amapolas puedo decir que son, al igual que las demás, de la amplia familia de las Papaveráceas, en concreto su nombre científico es Papaver nudicaule.
• De la autora de la ilustración poco puedo decir, salvo que ha ilustrado algunos libros infantiles. Así que seguiré investigando.
• Del álbum musical al que sirve de portada diré que reúne nueve clásicos del jazz interpretados por los guitarristas Herb Ellis y Remo Palmier. El brillante trabajo lo encabeza una versión de Windflower de Sarah Casey, que ha debido de servir para dar título al álbum.   

Le estoy dando vueltas

De darle vueltas a la cabeza, al final no sabe ya uno ni hacia dónde mira. Sin tener la mirada puesta en algo reconocible no creo que sepa bien qué es lo que ve. Sin saber lo que ve, pasa a alimentar creencias que pronto se traducen en fantasías visuales. Sin poder salir de ellas —porque son muy enredadoras— uno acaba por ver lo que quiere ver y convierte su cabeza en una pantalla por donde se pasean sus emociones o en un espejo milagroso que lo sitúa al mirar en el centro de lo que nunca consiguió ver.

jueves, 15 de julio de 2021

Quizá

Quizá no es ya tanto, o exclusivamente, un adverbio de duda, sino que tras dicha palabra lo que más bien se adivina es algo que, de algún modo, viene a ser lo más parecido a una falsa afirmación, la cual, puestos a decir, sólo puede ser calificada de oblicua. La frase que hacemos encabezar con quizá seguirá siendo asertiva, pero lo que con ese adverbio se nos propone desde el comienzo es una vía de escape, en principio de la rigidez verbal. No obstante, aún se sigue advirtiendo claramente la duda y se hace notar también un declarado temor a concluir en falso, a dejar por error todo el discurso en entredicho. Pero, si bien dicha palabra denota un temor a desvariar, eso no quita para que en muchas ocasiones lo que probable y simultáneamente se esté buscando, al decir quizá, es un modo urgente de relativizar, de rebajar el tono concluyente  y quizá, por qué no, de insinuar. En vez de un recurso evasivo, ese quizá podría ser, pues, una señal con la que se nos invita a desvelar el secreto que encierra la frase, lo que no se puede o no se quiere expresar abiertamente. Quizá haya mucho más que una simple duda tras el discreto quizá.

miércoles, 14 de julio de 2021

Meter la pata

Después de meter bien metida la pata uno puede decidir que no existe y así intentar crear una duda ontológica, aunque no es probable que quienes han asistido al desbarre de su impertinente pata le compren su teoría.

Banal

De la voz banal dice la RAE en su diccionario lo siguiente: trivial, común, insustancial. No hace falta ser Hanna Arendt para denunciar dicha definición por dejar en trivialidades las oscuras versiones que de la banalización hemos conocido y cuyos daños, tomándola como referencia común, quedarían convertidos en triste pero fortuita consecuencia de circunstancias triviales, comunes e insustanciales, y carentes, por supuesto, de relieve moral alguno. Parece evidente que, gracias a esa definición tan insustancial, la banalización viene a ser el método ideal para absolver cualquier acción éticamente dudosa al desvirtuar con su simple calificación el sentido de aquellos relatos que intentan denunciar dicha acción.

martes, 13 de julio de 2021

Eres mi dueño

Frankie, Groupe KLAT
Esplanade de Plainpalais Genève, 2014

Lo que se ha venido en llamar interacción hombre-máquina va teniendo un desarrollo bastante confuso y de día en día más imprevisible. Admitimos desde antiguo la tecnología como una prolongación de nuestro cuerpo, algo que amplia nuestras facultades a niveles extraordinarios, desconocidos. Y justamente por ser niveles desconocidos nos imaginamos gracias a ella con unas competencias superiores, pero en ningún caso fuera de nuestro dominio y control. Por otro lado, nuestra continua convivencia con estos aparatos nos está demostrando que los más recientes y sofisticados son precisamente los más problemáticos. Que afectan a nuestra conducta parece indiscutible, otra cosa será decidir en qué sentido. Sin llegar a imponerse de forma manifiesta, la condicionan. Por el momento no nos gobiernan, simplemente alteran nuestra forma de desenvolvernos al resolver las tareas más dificultosas. Sin embargo, como el grado de dificultad es subjetivo y variable, tendemos a tomar por difícil, por comodidad, lo que en otro tiempo no lo fue. Entramos por esa vía en un modo viciado de comportarnos. Contando con el previsible auxilio de la máquina, actuamos colocándonos en cierto modo a su merced. No es que la máquina propiamente se imponga, pero sí impone un sesgo bien definido a nuestro comportamiento. Debería de bastar ese cambio como probada sospecha de que los avances en este terreno condicionan nuestra capacidad de decisión. Sin embargo, aun percibiendo esa inclinación, seguimos sintiéndonos dueños de la situación. No nos vemos seriamente condicionados ni nos sentimos dirigidos por el instrumento. Al fin y al cabo seguimos viéndolo como una extensión tecnológica. Pongamos el caso del ordenador. Ese es un ejemplo bastante palmario de cómo un instrumento ha conseguido crear una especie de dependencia simbiótica. No es el único caso, hay otros muchos en que se generan cambios de comportamiento. Estoy pensando en esa actitud ausente, casi autista, que muchos adoptan al manejar una máquina, ya sea una fresadora, el aspirador o el propio automóvil. Si por un casual recuperamos ahí momentánemente cierta conciencia de lo que hacemos, será para reconocer que sólo en estrecha sintonía con el autómata podemos conseguir una respuesta eficaz. Nuestra eficiencia está, pues, de algún modo subordinada al grado de entendimiento con el instrumento y viene a ser juzgada por él. En aras de culminar adecuadamente la acción, nuestra dependencia lo viene a situar en un plano superior. Una vez dependientes, de poco servirá rebelarse y menos aún erigirse frente a la máquina en su inventor o su interventor. De momento las máquinas hablan poco, pero de hacerlo con más soltura bien podrían pronunciarse, en un momento dado, con las mismas palabras con las que la criatura humanoide se dirigió al Dr. Frankenstein: «Tu eres mi creador, pero yo soy tu dueño: ¡obedéceme!». Cualquier hombre encuentra resumida en esa orden una de sus más recurrentes pesadillas: el síndrome Frankenstein. El síndrome, como es bien sabido, se desencadena en cuanto empezamos a creernos demiurgos fabulosos y, como tales, maestros en el arte de fabricar para nuestra servidumbre nuestras propias criaturas, hasta que tiempo después, ante su pujanza, empezamos a temer vernos sometidos y vislumbramos en ellas a un odioso y omnipotente amo.

lunes, 12 de julio de 2021

Que no cunda el pánico

Mirando con ojo crítico y temple flemático al mundo mientras se nos escapa, confiamos en perpetuarnos al menos como eminentes estatuas.

domingo, 11 de julio de 2021

Números y estrellas

Los números por los que caminas son huellas del pasado. Incluso esas estrellas, que los números guían y tras las que crees marchar hacia el futuro, son fogonazos del pasado.

El gilipollas sentimental

Que la gilipollez es un rasgo propio de la especie humana no es nada nuevo. Dicho por una autoridad —un renombrado director de cine en este caso— pasa a ser indiscutible. La renovación de la especie tiene sus propios resortes y el afán reproductivo es uno de ellos. Al parecer, este afán nos convierte, como padres, en individuos sentimentales, una lamentable flaqueza que, por lo visto, está asociada a ser gilipollas. Ser gilipollas sentimental por ser padre, o viceversa, debe ser algo particularmente grave. No sé bien si por la deriva hacia la gilipollez o por la amenaza de contagiarse de sentimentalismo. El sentimentalismo siempre ha sido algo de valía difícil de calibrar, pero en la actualidad es evidente que cotiza a la baja. Algún día se escribirá alguna tesis sobre los vaivenes y vasos comunicantes que conectan el sentimentalismo vulgar con la fina sensibilidad. Pero hoy por hoy, para no caer en el primero, como digo muy mal visto, conviene evitar gestos que pongan en evidencia una sensibilidad excesiva y quizá enfermiza. La psicología callejera, la que se pronuncia sobre cualquier asunto con una caña ante las barras de los bares, nos dice que ser duro en la calle no es una prerrogativa es una necesidad. La calle es dura, nos avisa esa ciencia, y sólo quien se acostumbra a la dureza llega a sobrevivir. Sólo añadir que con eso de sobrevivir no se refieren exactamente al riesgo de perecer sino a algo mucho peor, al de vagar moqueando de continuo para ir quedando por ahí como un perfecto gilipollas. 

sábado, 10 de julio de 2021

Mentes vírgenes

Llegan las vacaciones y, pese a las dificultades impuestas por la pandemia, casi todos nos quedamos fascinados ante las ofertas turísticas. En ellas se nos muestran fotos de lugares lejanos, presuntamente paradisíacos. Los publicistas saben que esas imágenes actúan como un potente imán que atrae al público hacia el producto. El producto no es en esta ocasión un objeto, así que carece del poder del fetiche. Sin embargo, la decisión final de compra se presenta como algo necesario. Cuando las posibilidades económicas lo permiten, es como si nos viéramos obligados a cumplir con un rito social. Es verdad que ese rito responde a un deseo personal e insoslayable, el de romper con la rutina y escapar de nuestro mundo. Normalmente esa decisión llega tras meses de continua convocatoria y veladas alusiones en los medios a esos paraísos que «nos aguardan prácticamente a la vuelta de la esquina». De muchos de ellos se nos dice, como principal reclamo, que se mantienen en su estado original y, sin dar explicación de lo que eso puede significar, son proclamados territorios vírgenes. Evidentemente, para el común de los mortales, embarcarse en ese tipo de ensueño no sólo es grato, es un alivio recurrente y siempre presente. Si la gente cree que un ser extraordinario rige sus vidas, ¿por qué no creer que en algún lugar nos espera un territorio donde nos espera la abundancia y la felicidad? Adentrarse ahí ofrece la posibilidad cierta de recuperar aquel mítico paraíso perdido. Cabe además suponer, viendo la fuerza y perseverancia con que ese imagen nos atrae, que toca alguna tecla en nuestro interior gracias a la cual se libera una antigua y permanente aspiración.
Ya que hablamos de esos territorios como de anclajes arquetípicos que vienen a fijar nuestra mente, más que cuestionarnos por qué existen debería interesarnos saber por qué son tan poderosos. Planteado de otro modo, ¿es posible que existan entre nosotros mentes resistentes a esa clase de atractivos? Imagino que sí, pero estoy convencido de que tienen que ser ajenas a nuestro mundo. Cada mundo parece crear en sus habitantes un género propio y distintivo de paraíso. La virginidad es el sello que prevalece en la mayoría de los que se nos ofrecen comercialmente y, al examinarlos con atención, comprobamos que éste es además su atractivo más determinante. Ese apego u obsesión por la virginidad no parece, sin embargo, estar tan claro a medida que nos vamos alejando del núcleo social y vamos llegando a quienes simplemente orbitan en torno a él. En los casos más extremos, por la propia lejanía, la virginidad es para ellos un factor natural, una condición que encarnan sin saberlo. No voy a hablar de oficios. Creemos que el pastor perdido en la montaña vive ajeno a los impulsos generados por la publicidad y no piensa en paraísos terrenales. Pero lo cierto es que no suele ser así. Así que más que de pastores hablo de quienes no han conocido la saga Star Wars o los Juegos Olímpicos, de quienes no siguen caminos marcados o sólo han visto discurrir el agua por el río. Se les tendrá por individuos silvestres e incultos, pero, más allá del error en que se incurre con ello, me interesan por constituir sus mentes un territorio auténticamente virgen, quizá a estas alturas el único. Justo por eso no me interesa nada imaginar cómo podrían ser contactados y convenientemente aculturados e integrados. No entendería bien con qué fin, aunque imagino que es fácil presentarlos como una curiosidad o una anomalía social o, peor incluso, como un peligro. En medio de todo esto, lo que a mí de verdad me intriga de esas mentes vírgenes, y si no libres al menos ayunas de nuestro bombardeo cultural, es conocer qué puede ser para ellas el paraíso.

viernes, 9 de julio de 2021

Escritura diaria

Cuando las vivencias no abundan es difícil escribir sin salirse de lo que ofrece el noticiero. Desde luego ése es un guion siempre a mano. Tirando de él, uno va a parar inevitablemente a la última noticia. Nada de coger vuelo y ponerse a pensar un poco más. Sea lo que sea sobre lo que uno ha escrito, cuando lo repasa más tarde tiene la impresión de haberse mantenido en superficie, sin ahondar. El interés y el acierto que creía haber imprimido al texto parecen haberse esfumado. Aunque diera en el clavo, uno se queda con la idea de que perdió una excelente ocasión de remacharlo. Seguir la actualidad de cerca impide un mínimo distanciamiento y sin él sólo quedan a la vista los hechos. Y así no hay reflexión de peso ni asomo de ironía. Pasa lo que les pasa a los columnistas, que para destacar su argumento acaban por recurrir a la caricatura, el pataleo o el exabrupto, normalmente ad hominem, degenerando con preocupante frecuencia en el insulto explícito o velado. Aquí, por lo menos, lo que uno propone se queda, hasta donde sé, en un marco discreto, casi privado. De lo que estoy seguro es de que, si echo mano de esos mismos mimbres improvisados, lo que mi cesto recogerá en el fondo sólo será un fangoso poso de pensamiento frustrado.

jueves, 8 de julio de 2021

Pero ¿cuándo fuimos normales?

Es de suponer que la normalidad establece sus condiciones teniendo en cuenta a los individuos y las circunstancias en que viven. Lo que podría parecer sencillo no lo es. Sólo hay que pensar si podemos determinar de algún modo cuándo las circunstancias en que vivimos son normales. Somos parte de una historia y no veo que podamos señalar un momento para fijar en él un estado general de normalidad. Como esta fijación trasciende el nivel individual, se ha ido alentando, con frecuencia desde las instituciones, una «ideología de la normalidad». En ella se apunta, mediante parámetros auxiliares, al momento preciso en que se daba. Pero la normalidad parece tan inaprensible como hermana mayor la felicidad. Son las desgracias las que suelen tener carácter puntual. En los últimos programas de gobierno, esa ideología ha estado bien presente, ya sea como esperanzador recurso propagandístico o como bienintencionada aspiración. Si difícil es determinar cuándo podemos hablar de circunstancias normales, más difícil es la segunda exigencia, esto es cuándo estamos lo bastante normales como para no desentonar en la normalidad general. Ya en circunstancias «normales» somos mayoría los que desbarramos. Así que qué decir cuando se dan circunstancias menos favorables. Lo menos que se puede afirmar es terreno abonado para salirse de la normalidad y desarrollar anormalidades nuevas. En este sentido la tan ansiada nueva normalidad, de la que sabemos que no puede ser un retorno a un momento anterior, nos convierte a casi todos en potenciales anormales. Con esta previsión, no pretendo desmerecer nuestra capacidad de adaptación. De hecho esta capacidad en breve devolverá a muchos al carril y servirá para ver cumplida la ampliamente propagada ilusión de normalidad. Pero tampoco conviene engañarse, ahí lo normal significa mantener la funcionalidad del tinglado y poco más. La anormalidad personal, esa con la que habitualmente cargamos, permanece ahí dentro intacta. En medio de la normalidad general, la anormalidad personal, que viene alentada por la desazón, la miseria y muchas otras circunstancias, nunca es no es reconocida mientras no provoque algún efecto disfuncional. Y si es reconocida, pronto adquiere otro tono y una calificación oficial que va desde lo patológico a lo antisocial. Si la normalidad se instaura y proclama, nadie puede sentirse fuera de ella. Sería anormal, y quién sabe si perseguible, no reconocerla.

miércoles, 7 de julio de 2021

Somos ave imposible

Valle de Tempe, río Peneo y monte Olimpo (Grabado)
Abraham Ortelius, Theatri Orbis Terrarum Parergon, Antwerp, 1590

Hay que tener arrogancia para colocarse a la altura de los dioses del Olimpo y disputarles desde otro punto la visión de su valle favorito, el mismo que ellos desde siempre custodian. Muy altivos tienen que ser unos ojos para enfrentarse a los olímpicos y poner además en evidencia y humana perspectiva su nebulosa montaña. Fuera o no el propio Abraham Ortelius el que dibujó el grabado, está incluido éste en una de sus obras, razón por laque  le es atribuido. Comparándola con las que ofrecen las fotos aéreas, la panorámica muestra una geografía mucho más bravía y llega a exhibir un carácter verdaderamente montaraz, casi insolente. Con ella se viene a proclamar, por un lado, que esa montaña olímpica de la que parten rayos y tormentas, feudo privilegiado de Zeus y los suyos, debería ser para el humano un reducto inexpugnable. Pero, por otro lado, el propio Ortelius no duda al mismo tiempo en rebajar todo ese empíreo entorno para llevarlo a un plano rastrero. Su panorámica tiene, pues, algo de blasfemia. 
En el fondo todos soñamos alguna vez con mirar a los dioses y su mundo a la manera de Ortelius. Ni siquiera los vuelos en globo, en avión o en astronave han logrado desalojar de nuestros sueños los paseos levitantes. Debe haber algo profundamente anclado en nuestra conciencia, una melancolía quizá, que nos maltrata y achica por no ser capaces de ver en su integridad, a vuelo de pájaro, ese mundo que es también el nuestro. Imposible dominar, nos decimos, lo que nunca se llega a ver. Para nosotros la inmensidad arranca en la costa, cuando lanzamos nuestra mirada por el mar en busca de otras tierras, de más realidad, y al fondo distinguimos la escueta y simbólica línea del horizonte. Ahí es cuando nos invade el sentimiento de que en esa línea incierta todo se acaba. Buscamos entonces otra perspectiva y creemos haber logrado una visión definitiva cuando nos encumbramos y contemplamos el paisaje desde una terraza cimera. Sin embargo, ahí es el propio esfuerzo de subida el que delata nuestro invento y nos enseña que no estamos volando sino que seguimos aferrados a tierra. Bien es verdad que, situados en ese punto, poco cuesta imaginar que desde un poco más arriba todo podría resultar diferente. Para ello no tenemos más que seguir al ave que despega de nuestro lado y al poco tiempo planea llevada a lo alto en espiral. La envidia nos gana cuando la vemos dejándose ir a merced de amables corrientes y sorteando las temibles turbulencias. Y es que a eso es justo a lo que aspiramos, a levitar silenciosamente, sin máquinas ni aspavientos, como una más entre las aves.

martes, 6 de julio de 2021

Preguntas frontales

¿Dónde lo aprendiste? ¿Quién te lo enseñó? Son dos preguntas que, alejadas de contenido concreto, suenan a reproche moral y sirven de puerta de entrada a una amonestación en toda regla. Le suele seguir un afirmación de dudosa confirmación: «No es ése el ejemplo que te hemos dado en esta casa». La casa que aquí se cita bien puede ser la familia, el colegio o el convento, pero se presenta en cualquier caso como si hubiera debido servir de matriz moral y como garantía de una futura conducta intachable. El punto flaco de todo esto está en lo del ejemplo. Sin duda allí, en aquella casa, se nos dio ejemplo, o mejor se nos ofrecieron ejemplos Por desgracia, tuvimos que aprender de todos ellos. Y lo que aprendimos, a la fuerza casi siempre, fue que no todo lo que se nos  ofrecía era digno y que no servían para enseñar nada. En todo caso no sirvieron para enseñarnos nada bueno. Como a mí, a muchos no nos intrigan especialmente esas preguntas. Sospechamos de la autoridad de quienes las hacen. Habría que hablar antes de todo lo que «aprendimos» entre conductas muy poco ejemplares de «enseñantes» a los que sería mejor no señalar.

domingo, 4 de julio de 2021

De colisiones y palabras

La colisión de un sustantivo con un calificativo desacostumbrado o casual, que inesperadamente viene a la cabeza, tiene algo de accidente lingüístico. Como consecuencia, la vía común, la que lleva a darle algún sentido a la expresión resultante, queda bloqueada. Se sabe que esto tiene un efecto provocativo en quien la escucha o lee. En el mejor de los casos surge una imagen literaria nueva que posteriormente hará mayor o menor fortuna en función de la acogida que encuentre entre escritores y hablantes. La mayoría de esas imágenes no tienen relieve poético, pues para ello no basta con que tenga buena acogida sino que encuentre feliz sintonía. Tampoco basta con la sensibilidad común, porque esa sintonía sólo se da con lectores propensos a captar significaciones novedosas. De hecho esa capacidad depende casi siempre de factores alejados del tono argumental. Hay gente que adivina significado en la musicalidad de la expresión; otros intuyen en ella un mensaje debido a su oportunidad. Por su parte, los menos dotados para estas tareas, por mucho que a veces se las den de eruditos, se deben conformar con buscarle a la expresión profundidad, como si tuvieran entre manos un nuevo concepto. De hecho, aunque las imágenes lingüísticas tengan importante carga metafórica, pueden ser sumamente útiles al ser trasladadas al discurso argumental. No pocas veces resultan ahí explosivas, tras introducir nuevos conceptos y abrir con ellos nuevas vías. El hecho de que no parezcan musicales o premonitorias no les niega a esas expresiones su efecto radiante. Promueven imágenes que no alteran la sensibilidad pero sí remueven el intelecto. Y del intelecto parte un intento, muchas veces productivo, de traerlas a mandamiento y engranarlas en algún discurso científico, filosófico o al menos convencional.
Puede que convengan ahora algunos ejemplos de estas colisiones. Los tengo bien a mano, porque nadie debería pensar que esto ha salido de la nada. Podría empezar por la expresión que ha dado pie a toda esta reflexión. Ha sido en un titular de prensa donde me he encontrado con la sopresa de un «ayuno financiero». Ahí mi primera intención ha sido interpretarla y no digo entenderla para no quedar por más obtuso de lo que soy. Pero la primera dificultad que he visto es que no sabía si hacer recaer el peso sobre las finanzas o si todo era una cuestión de dieta. Todo se hubiera podido arreglar continuando la lectura, es verdad. Claro que eso vendría a decir que la expresión de marras actuaba como mero reclamo, como un sinsentido provocador. Desde luego buscar ahí musicalidad u oportunidad hubiera sido un sinsentido aún mayor. Es probable que la expresión ni siquiera tuviera pretensiones conceptuales y sólo pretendiera describir una situación necesitada de nuevos detalles para ser contextualizada. El caso es que tras la colisión y ante la duda de interpretación he renunciado a seguir. Como apenas sé de dietas y finanzas, prefiero seguir con ejemplos de colisiones con las que puedo entrar en sintonía. Las expresiones que éstas dan no tienen por qué tener carácter conceptual. A lo que apelan es a la sensibilidad. Por eso, las imágenes que suscitan son sobre todo evocadoras, desencadenantes e instigadoras de otras. Decir, por ejemplo, que aquellos ojos suyos eran de un «azabache profundo» no habla de su calidad material. Si a continuación decimos que penetrar en aquel cuerpo comportaba «riesgos oceánicos» ya nos imaginamos un tormentoso encuentro. Si acabamos por decir, buscando una nueva colisión, que arribamos finalmente a unas «arenas melodiosas» será para deducir de la expresión algún alivio. Si expresiones como aquella primera abren la puerta a cierto conocimiento, al dar un significado y contexto específicos a una determinada situación, en las segundas el significado se va revelando a base de recabarlo en otras expresiones. Esta búsqueda de significado requiere una esforzada y prolongada aproximación que no suele tener visos de sencilla culminación. Si el significado da lugar a algún conocimiento poético, éste siempre será demasiado difuso, pero a cambio la búsqueda nos irá marcando a fondo y dejando señales indelebles.

sábado, 3 de julio de 2021

Se quedó en blanco

El narrador tenía previstas unas cien páginas y cien es lo que envió finalmente a sus editores. Del relato podría decirse que resultaba de veras interesante y ameno, incluso vibrante, hasta mediada la página 61. Llegado a esas alturas, la trama se encontraba muy cerca de las revelaciones, en esos instantes que hacen tan jugosa la lectura. Aun así, es cierto que los personajes se empezaban a desfigurar, que los encuentros se traducían en diálogos inanes y que sus líneas de actuación parecían ciclos que no conducían a ninguna parte. Puede que para algunos el curso de la novela empezara a parecerles algo estancado, pero nada hacía suponer que a mitad de una página el narrador abriría nuevo párrafo para despacharse con una escueta línea, con una conclusión inesperada en la que se podía leer: «Me tomo un respiro. Volveré dentro de un rato. Mejor que no me esperéis despiertos». Tras esa página, la siguiente venía en blanco, al igual que las 38 restantes. Un crítico, seguramente de su cuerda, apuntaría más tarde: «Un hallazgo genial y un alarde de generosidad el de este soberbio autor que no duda en ofrecer al lector la oportunidad de interiorizar y hacer casi propia esa trama tan bien trabajada. Aunque nos deje al borde del vacío, ¿quién puede ser tan mezquino como para negarse a seguirle la corriente? El autor nos está invitando, no es momento de dudar. Es hora de tomarle el relevo y, ya que nos anima a dormir, es hora de soñar lo más intensamente posible para encontrarle salida a su blanco enredo. Todo antes de que regrese, magistral como siempre, con todo su elenco».

viernes, 2 de julio de 2021

Nuevos aires para la retórica

Quienes batallan por una nueva y más incisiva retórica dicen que hablar, escupir y morder a un tiempo es algo tan digno de aprender como necesario de usar.

A mí, Sabino, que los arrollo

Dicen ahora que el idioma puede y debe ser un motor económico. Suena raro. Cabe preguntarse, de ser eso verdad, qué clase de economía mueve y quién pretende colocarse al volante de ese motor. Concebido como una máquina y con un piloto político al frente el idioma ha sido casi siempre un instrumento de dominación, un modo de imponer la soberanía del fuerte y acabar creando un discurso legal único. No creo que ahora sea distinto. En su expansión el idioma crea cautivos culturales, que pasan a ser delegados y beneficiarios económicos de un sistema monolingüe. Con el pretexto de que esto permite crear un mercado laboral más saneado y fluido, se atropellan sin escrúpulo y por vía administrativa los idiomas no comerciales, los cuales se ven condenados a acabar como lenguas muertas. Desgraciadamente un idioma no se proclama triunfador entre los nuevos hablantes por haber ampliado su visión del mundo sino por haberles ofrecido mejores oportunidades económicas. Lo de siempre, a medida que los hace más ricos, los despega del que fue su mundo al que solo volverán ya como ciegos nostálgicos. Esas maniobras para una reconsideración económica de la lengua encubren ensueños de soberanía, pero se ven determinadas al mismo tiempo por fines bien concretos. Son fines económicos, evidentemente, ajenos por completo a la fecundidad cultural, que meten en disputa a las lenguas, apenas favorecen una mayor capacidad comunicativa y dificultan una comprensión adecuada del mundo en su diversidad.

jueves, 1 de julio de 2021

El rostro

Doris Lara, en tránsito desde Honduras a Kansas City
 con su hijo de cuatro años. Adam Ferguson, New York Times, 2021 

Cuando uno llega ante un rostro como éste, hay algo en la mirada que le interpela y ya no puede engañarse, ni siquiera puede mirar para otro lado. Esos ojos le fijan, le amarran a una realidad ingrata que nadie parece tener interés en mostrar. Lo cierto, lo real, es que ellos abandonan lo que tienen, lo poco que aún les quedaba: familia, amigos y quizá su propia casa. Es difícil mantener todo eso, cuando es necesario mantener la esperanza. Te cuentan su historia y, si no representa un declinar lento y agónico, queda hilada por episodios donde sobresale el abuso y la violencia. Las desgracias han ido cambiando el rumbo de sus vidas. A veces les han obligado a rehacerse y ahora prefieren renacer, pero en otro lado, lejos. Comparado su curso con el nuestro tan rutinario, siempre orientado por afanes e intereses definidos, parece como si en el tiempo que vivimos nuestra vida ellos ya hubieran vivido varias. Al final esas vidas no son del todo fallidas, pero dejan huella en el rostro. Acostumbrados por la publicidad a ver reflejada en los rostros un amago de felicidad permanente, éste lo encontramos raro. Esas vidas han ido creando en él un poso de autenticidad, de dignidad y de franqueza que ya no es frecuente en los de aquí. Probablemente, en su situación nos daríamos por vencidos y, resignados, diríamos que no hay soluciones. Pero si has vivido otros desastres, te reinventas. Piensas que esta vez será una más, que vivir la vida se reduce a seguir tu propio camino y jugártela.