domingo, 27 de febrero de 2022

Historiosofía

Puede que los términos de la protesta sean fruto de mentes más acostumbradas a criterios científicos, a valores numéricos, a expresiones formales. Eso no descalifica a sus autores, ni a ellos ni a su protesta. Pero desde esas cumbres intelectuales es imposible aterrizar con buen pie en la realidad, todo es caer. Y una vez que se cae, no hay modo de entender a esas otras mentes apegadas al territorio, posesivas, inclinadas, por su propia fragilidad, a mantener su poder y a ensanchar su dominio. A los 600 científicos rusos firmantes de la carta no les basta con desaprobar la llegada de las armas, apuntan directamente a los responsables de iniciar la guerra y, sobre todo, a los argumentos con que se ha impulsado. Dentro de la insensatez imperante, lo que la guerra, a su juicio, ha aportado como razones es un formidable turbión de «dudosas fantasías historiosóficas». Sin embargo, éste no es un ejercicio raro sino demasiado común, todo el mundo difunde esas fantasías como si fueran verdades incuestionables y no siempre es fácil atraparlas y reducirlas. Admito que lo de historiosofía es peyorativo, y como término quizá injusto, pero estamos viendo que, si se les da cuerpo a algunas de esas fantasías, resultan letales.

sábado, 26 de febrero de 2022

Los dueños del tiovivo

El europeo, a bordo de de un flamante pero algo vetusto coche de caballos con el que cree dirigirse impasible y tranquilamente hacia el futuro, se ha quedado sorprendido ante la aparición de un inesperado cruce de caminos. Todo sucede cuando los caballos relinchan irritados y el coche finalmente se detiene. En eso el pasajero saca la cabeza por la ventanilla, intenta enterarse de qué pasa y, ante el dilema que se plantea, pregunta malhumorado al cochero: «¿Pero, no pasamos por este punto en 1939 (Polonia), 1956 (Hungría), 1969 (Checoeslovaquia), 1991 (Yugoeslavia), 1999 (Chechenia) y 2022 (Kazajistán)? Estamos otra vez perdidos. No paramos de dar vueltas al mismo sitio.»

viernes, 25 de febrero de 2022

El gran país se nos ha hecho pequeñito

Pasa aquí, pero pasa también en otros muchos sitios. A algunos dirigentes, y a buena parte de sus dirigidos, les resulta cruel verse obligados a redimensionar la importancia de su país y se resisten a reubicarlo como una anécdota más en la historia. No soportan (ni da votos) tener que calibrar su potencia actual, ajustar su margen de maniobra y confrontar las vilezas de su pasado con su rancia vanagloria. No soportan en definitiva la realidad. Consecuencia: no paran de crecerles los enanos, que encima llegan, como es natural, imbuidos de sueños de grandeza.

La verdad sea dicha

Sólo engañándonos seguimos de pie, la verdad haría a algunos hincar la rodilla, a otros aullar a cuatro patas, pero a la mayoría nos derribaría.

jueves, 24 de febrero de 2022

El carnaval de los cínicos

En día como hoy, de sombrías perspectivas, en que las distintas partes se afanan en encontrar razones que avalen la fuerza, vemos a todas ellas embarcadas en frágil singladura, entrando en la tormenta como aventadas por retorcidos argumentos. Hoy mismo hemos visto hundirse ante nuestros ojos incrédulos unas cuantas velas blancas. Y todo esto ha pasado de ayer para hoy. Seguro que llegarán nuevas mareas de propaganda con nuevas explicaciones, cada vez más inverosímiles, mientras la tormenta progresa y el azote llega a tierra. No tardaremos en ver aparecer osos y lobos, depredadores implacables, recorriendo las calles cercanas con aterradora soberbia. En vano acudiremos al psicólogo para encontrarle sentido a tan temibles disfraces, pero no conseguirá desvelarnos el íntimo perfil de las mentes aquilinas que hablan y hablan tras la feroz careta. Después del naufragio general, a la playa ya sólo llegarán los cínicos. Nos dirán estos que todo fue algo natural: los muertos, pura y dura razón evolutiva. Añadirán que nunca hubo mejor momento, que todo era lícito, que no era cosa de milicia sino desfile de carnaval. Entre máscaras y cencerros, aquí todos contentos, porque eso nos devolvía la fiesta. No quisimos ver a los cínicos mientras iban sacando sus garras de debajo del disfraz. Ni siquiera cuando, expuestos ya como simples brutos, no creyeron necesario razonar. Salió el zorro a dirigir la mascarada y entonces los demás agarraron el garrote y empezaron a sacudir sin piedad. Todos un poco bestias, pero al fin y al cabo era fiesta, fiesta de carnaval. No supimos parar aquella farsa. Veíamos cómo perdían la cabeza, pero ellos sólo sentían cómo se agrandaba su dominio. 

miércoles, 23 de febrero de 2022

Aquí unas risas

A—Anda, no me hagas reír.
B—No veo cómo podría hacerlo.
A—¿Y por qué?
B—No estás hecho para eso.
A—¿Cómo que no? Tú mismo das risa.
B—Igual sí, pero tú no te ríes.
A—Por respeto, porque no quiero molestar.
B—Riendo no me molestas.
A—Pues mira, me río, me estoy riendo de ti.
B—¡Ja, ja, ja! De momento no lo veo. 
A—¿No te digo que me estoy riendo de ti?
B—Decir ya dices, pero no sabes reír.
A—Bueno, reír es lo que acabas de hacer ¿no?
B—Pues sí, exactamente eso es.
A—O sea que a mi sólo me ha faltado el ja, ja, ja.
B—Jo... Es inútil. Mejor que no lo intentes.
A—Oye, puedo reírme como me dé la gana. 
B—¡Ja, ja, ja! ¡Que sí, que me parto de risa!
A—Yo también puedo partirme, y en dos.
B—Prueba, igual a uno de los dos le da la risa.
A—¡Je, je, je! ¡Qué bromista eres!
B—¡Hooola! ¿Con cuál de los dos hablo?
A—Adivina...
B—¿Qué es esto? ¿el chiste del bobo y el serio?
A—¿Y ya sabes quién es el bobo aquí?
B—Ojo, ojo, que me estoy cabreando.
A—¡Je, je, je! Ni lo intentes.
B—¿Por qué?
A—No estás hecho para cabra.
B—¿Para qué estoy hecho, pues?
A—Pues para hacer reír.

Devaneo sobre un punto fijo

A la hora de elucubrar, manejo puntos de partida que dan lugar a enfoques muy distintos y crean la ilusión del debate, aunque todo quede a nivel personal, mientras que el punto de llegada es, por el contrario, casi siempre el mismo. ¿Acaso debería uno esperar otra cosa cuando de quien todo parte y a quien todo remite, cerrando así el círculo de todo el devaneo, es uno mismo?

martes, 22 de febrero de 2022

Cuida tus palabras

Aislar palabras, dejarlas que por un momento anden solas, no significa meterse a filólogo, tiene que ver más con su nervio poético. Al desnudo, la palabra adquiere otro brillo, su significación no queda tan condicionada y mermada por el contexto. Sabemos que la poesía le concede más relieve e incluso puede que recupere el sentido que tuvo en otros tiempos. Con ello no se trata tanto de ganar su raíz, que puede que esté en el sánscrito o en otra lengua muerta, como de recobrar la fuerza referencial o la amplitud semántica de la que nació. Dotada de esta fuerza, al chocar con otra palabra presentada en las mismas condiciones de aislamiento, podemos extraer de ambas nuevas resonancias. Poniendo en circulación este tipo de conjunciones formales se hacen pronunciamientos que acaban en fórmulas conceptuales o en expresiones literarias. Al final tan importante es este ejercicio para la poesía como para los debates. Estas expresiones coyunturales entran en cualquier discurso como nuevos actores semánticos, pilotando sentidos diferentes y apuntando a referencias insospechadas, bien sean objetos desconocidos o soluciones que parecían ocultas y repentinamente surgen como recién descubiertas. 
No voy a entrar en las fórmulas conceptuales que las palabras más sencillas procuran y en cómo a lomos de atrevidas metáforas ganan espacio propio muchas teorías. Me ceñiré a la introducción de esas expresiones de fortuna en la poesía y a todo lo que activan. Hemos hablado de la aparición de nuevos actores semánticos. La poesía tiene esa virtud generadora, virtud que desde luego va mucho más allá de la mera combinatoria, porque obtener una cacofonía a base de soltar palabras es algo que está al alcance de cualquiera. Poco importa que haya quien defienda que no existen propiamente cacofonías, que todo es cuestión de ir reconstruyendo el oído adecuadamente para que digiera esas combinaciones. De ser así, todo se reduciría a educar ese oído de modo tal que se priorice cierto orden en los sonidos. Así, lo que viene a sostenerse es que el principal atractivo de las nuevas combinaciones reside en el orden con que se regimentan las palabras. Por mi parte, no creo que esto sea ni conceptual ni siquiera formalmente aceptable. Es un recurso muy socorrido, y aparentemente creativo, renunciar al orden convencional en busca de originalidad, de combinaciones, sonoridades y quizá sentidos nuevos. Pero al insistir en las combinaciones, por mucho que sean insólitas, descuidamos un factor fundamental. Mientras atendemos a estas variaciones sonoras y bien rimadas, nos desinteresamos por la palabra y con ello el discurso queda reducido, en el mejor de los casos, a dudosa música. 
Por eso, de vez en cuando hay que recoger las palabras una a una y aislarlas con el fin de pulirlas y devolverles así su primer lustre. Con el tiempo se evidencia en muchas cierta rigidez y, por falta de uso, una clara pérdida de su potencial proteico. Es fácil ver cómo a las palabras les pasa algo parecido a lo que a la piedra de los sillares. Mientras estos se cubren de pátina, a aquellas la retórica las amansa y domestica. Y eso si no sucede algo peor con ellas, a saber, que quedan deformadas y arruinadas por toda clase de excrecencias. Muchas veces esas costras semánticas impiden que puedan lucir y aportar el punto justo a un discurso. Hay palabras tan viciadas y desviadas hacia uno de sus sentidos que van camino de perderse. En este sentido, las maniobras poéticas constituyen, aparte de literatura más o menos discutible, un tratamiento terapéutico del lenguaje. Se trata de rescatar en las palabras, por encima de su música, un coro de voces directas, que son las que revelan el pulso del mundo, las únicas al final auténticas.

lunes, 21 de febrero de 2022

El valor de las cosas

El valor de las cosas va en cuatro direcciones que apuntan hacia puntos cardinales en la evaluación. Está en primer lugar el tiempo empleado en fabricarlas; en segundo lugar, el arte y el esmero que suponen; en tercero, la originalidad que muestra lo que se obtiene; y por último, la utilidad que podría tener esa cosa. Salvo la primera, las demás dimensiones no son fáciles de cuantificar. El arte, la originalidad y la utilidad varían de manera difícil de explicar. La artesanía parece reñida con la fabricación en serie. Por su parte, originalidad y utilidad tampoco van de la mano, más bien se oponen. Tampoco el artesano es necesariamente original, ni el tiempo de fabricación garantiza utilidad. Se puede encuestar y establecer ciertos parámetros para obtener en esas tres dimensiones indefinidas algún número que precise su valor. Pero sobre su fiabilidad cabrían muchas objeciones. A falta de mecanismos fiables, se suele dejar que todo el peso de la valoración resida en principio en el tiempo empleado. Sin embargo, no es éste un mecanismo que sirva en todos los casos. Así que para poner el punto final a los casos más complicados se recurre al mercado. Es la demanda la que fija el valor con independencia de las cuatro direcciones de partida. En ese terreno alguna de las direcciones sale más favorecida. Es el caso de la originalidad y de la utilidad, aunque cada una de ellas cubre campos muy diferentes. Arte y tecnología de vanguardia pueden prescindir del tiempo, parecen destinados a superar ese filtro. La primera tiene vocación de perdurar y la otra de crecer permanentemente.

domingo, 20 de febrero de 2022

¿Qué fulminaré antes, el enigma o la verdad?

En cuanto uno sale de sí mismo y mira fuera, siempre se le antoja enigmática la disposición de las verdades, ese tejido también conocido como leyes naturales, cuando lo cierto es que el enigma más genuino permanece escondido en su propio manejo de la verdad. Más allá de la discreta creencia personal se abre uno a la aceptación ideal de la realidad y es a medio camino donde, como un puente ilusorio, encuentra la verdad, que nunca es una sino un consensuado círculo de representaciones, espejos vívidos en los que sólo buscamos reconocernos unos a otros como una conciencia universal, conciencia que, por abarcarlo todo, nos hace creer que no hay enigma que no pueda desentrañar.

sábado, 19 de febrero de 2022

Actores políticos

Sobre el terreno, un actor debe ir por delante de su pensamiento. Si piensa, no actúa y, si no actúa, ¿qué clase de actor realmente es? Siguiente pregunta: ¿es un actor el más adecuado para presentar ante el público (o el electorado) un programa de futuro? Muchos lo consiguen, cuando aprenden el papel. Ahora bien, última pregunta, ¿es ese mismo actor el más capaz para repensarlo y desarrollarlo con buenas decisiones? Si como buen actor es tardo en pensar, habrá que deducir que no.

Un día no conseguirán emocionarnos

Emocionar a alguien es sacarlo de su actitud estanca, empujarlo a aguas inciertas para ver por un momento si se hunde o si navega. Un día tras otro se inventan espectáculos para llevar las cosas hasta ese punto, pero no es nada fácil, por lo que conseguir emocionar siempre es un gran logro. Los espectadores siempre lo aprecian ya que la emoción en escena es algo que se contagia y que ayuda a compartir camino, en la alegría y en la tristeza. Últimamente corre ese logro por cuenta de los guionistas y conductores de programas audiovisuales. En ellos descubrimos argumentos e historias que conmueven, pero también un repertorio completo de ardides destinados a alcanzar el objetivo. Muchos de ellos son muy antiguos, pero antes dependían de los textos y, cuando estos eran representados, de la fuerza y el carisma de los intérpretes. Ahora todo esto ha cambiado. Si se consigue hacer correr en el plató las lágrimas, se puede asegurar que en el sofá de su casa el espectador se derrumbará y el tramo de publicidad tendrá asegurado normal recibimiento. Lo que pasa es que a veces los autores se valen de trampas y mañas tan evidentes que más que contagiar molestan. En todo esto, de la repetición del truco lo único que se consigue es que el espectador avisado llegue a sentirse manejado. El manejo deja en evidencia que el único fin del espectáculo era rescatarlo de su embotamiento emocional para sacarle una lágrima y mantenerlo pegado a la pantalla. Evidentemente, cuando la sensación de manejo es tan obvia, no se da el revolcón previsto. Aquello deja de ser emotivo y no hay contagio posible. El tinglado de la farsa se desmorona entonces y aquel a quien se tentó con emociones de pega y situaciones rebuscadas regresa a su abulia descreído de quienes intentaban a toda costa emocionarle. Lo más probable es que para la siguiente función deje de mostrarse sensible y prefiera ir de cínico resabiado e impasible. Es un repliegue natural, pero al final, cargándonos nuestras reacciones más sinceras, lo que progresa es el acartonamiento afectivo. Pero lo peor de todo es que con todo esto va aumentando el desinterés, cuando no el temor, a mostrar nuestras emociones y que de rebote sube el costo para llegar a ser en algún momento felices.

viernes, 18 de febrero de 2022

La oscuridad

¿Qué sería la luz sin la oscuridad? A lo sumo esa fina capa bajo cuyo tenue brillo se esconde el rigor de todas las cosas. La hoz y la espada, por ejemplo, son sólo grises intentos de dar forma a la pradera y hacer justicia en la plaza, pero a medida que avanzamos más allá de la frontera de nada nos sirven esas herramientas. En el bosque, donde tienen su origen, reclaman calladamente su vuelta. Las seguimos hasta los lagos más profundos en busca de transparencia, las vemos tallar en vano imágenes en las hondas cuevas. De su tímido destello, de su borroso poder, ni blanco ni negro, apenas esperamos defensa. Ahí el tiempo nos enseña lo que siempre fuimos, un fruto fortuito de las voraces tinieblas. Esa búsqueda estéril de una luz en la que poder renacer nos confirma que no hay otro destino que volver a ellas.

jueves, 17 de febrero de 2022

Hay cosas que se quedan y no siguen

Esta será una afirmación inestable, seguramente cierta pero sin prueba alguna que la confirme. Carezco de estadísticas que la avalen. Lo que digo es que de momento no todo lo que sabemos o hemos sabido se encuentra depositado en las redes como quieren hacernos creer. Por no hablar de la necesidad de filtrar y saber valorar hasta donde merece atención lo que contienen. No son el palacio del saber. No creo que esté en ellas el contenido de todas las bibliotecas ni siquiera el de los libros en circulación y nada de lo que los sabios transmitieron oralmente y nunca se registró. Sin embargo, mucha gente, cuando quiere saber, en vez de remontarse hacia atrás en busca de claridad, desiste de antigüedades. Advierten ahí una oscuridad que viene a prefigurar su ignorancia sobre lo que en su día el mundo aprendió, del mismo modo que esta ignorancia acaba por prefigurar un desdén al conocimiento pasado. El presente tecnológico se nos impone con sus medios y el futuro nos fascina, pero no nos gusta volver atrás y darnos cuenta de que la rueda no se inventó ayer; preferimos creer que somos sus inventores. Tampoco digo que ese conocimiento pasado se haya dejado atrás definitivamente, puede que esté asumido como fundamento pero que nos pase inadvertido o que se mantenga depositado y prácticamente oculto sin que a nadie le interese demasiado. Con tremenda ingenuidad hacemos renacer en las nuevas fábulas audiovisuales héroes y dioses como si nunca hubieran rondado éstos por nuestras cabezas. Y si vamos a los textos antiguos los afrontamos con tremenda literalidad y los ajustamos al lenguaje actual de tal manera que no le damos adecuada valoración a su importancia. Hay un modo de interpretarlos que sería útil y que es bien conocido, pero que se practica poco: la lectura entre líneas. Poner las afirmaciones pasadas en su contexto exige contemplarlas con la luz de fondo y no como cuadros planos, donde adquieren contornos demasiado definidos. Las afirmaciones en blanco y negro hacen de esos cuadros algo ilusorio y encima esa ilusión abstracta nos es presentada como una escena estable. Pero, por muy estables que esos cuadros parezcan, no es seguro que resulten duraderos. Normalmente la interpretación que se da en ellos es flor de un día, pues al día siguiente cambia el cuadro y se pierde así el sentido de la perspectiva. Cualquiera que lea textos antiguos necesita esa perspectiva. Le he llamado luz de fondo, porque ilumina las afirmaciones llevándolas a su entorno original, al entender que sólo de ese modo destacan, adquieren brillo entre las palabras y se pueden proyectar con cierto sentido hasta nosotros.

miércoles, 16 de febrero de 2022

Somos dos y uno, no tres

Si me pongo a pensar qué me diferencia de la mujer, de cualquier mujer, de las más próximas y conocidas o de las muchas lejanas que nunca conoceré, no es para tanto, es prácticamente nada, dicen los biólogos que sólo es un gen. Además, tanto cuanto... tiene siempre un significado incierto y apunta a un valor que siempre es relativo. La importancia que tú le concedas a lo que te diferencia de otra persona depende sobre todo de lo mucho o poco que necesites esa diferencia para reafirmarte, para defender tu identidad y poder quizá persistir en una cómoda autoridad. Lo que los sociólogos llaman factores distintivos, esos que contribuyen a definir y establecer conceptos diferenciados son en este caso meras cualidades cuya cuantificación está sujeta siempre a variaciones muy poco definitorias y nunca definitivas. Salvadas las apariencias con que puede presentarse la oposición entre masculino y femenino, cuando nos alejamos de esos polos aparentemente firmes y extremados, comprobamos que el terreno en el que la mayoría nos movemos es demasiado pantanoso. Mira tú que si al final, después de mucho remitirnos a la entrepierna, todo esto es retórica y toda esa física se resume en conceptos, tendremos que vernos como producto de la cultura dominante, donde el lenguaje es el elemento de continuidad histórica pero también el principal vehículo discriminador de sexos. 
No voy a negar —sólo hay que mirar a otras especies— que el cortejo sexual puede llevarnos a distinguir entre ambos sexos algunos rasgos que les son  propios. Es obvio que en esa etapa mostramos especial interés por parecer más atractivos que otros competidores. En esto jugamos con tanta dedicación que hemos creado también una cultura que va desde el Kamasutra al amor más delicado y turbador. Al tomarlo como un juego, hemos hecho entrar en liza y en combinación la atracción con la competición, aunque ninguna de estas facultades nos es realmente privativa a los hombres. Detrás de cada una de ellas estarían una vez más las ideas, en concreto la de belleza y la de fuerza. Ni que decir tiene que ambas siguen un curso tortuoso hasta llegar a la culminación final del encuentro en pareja, por más que ni corresponden una a cada sexo ni tampoco prevalecen en uno de ellos. Aunque dependa del contexto, en el cortejo masculino no se trata tanto de exhibir belleza como fuerza. Se tiende a suponer, aunque sea absolutamente imprevisible, que fuerza conlleva capacidad de custodia y defensa de la pareja. Señalemos de paso que custodia y vigilancia no siempre se distinguen bien. En todo caso, para apreciar en el cortejo diferencias un poco claras hay que hablar del algo tan incierto como el instinto reproductivo y eso sin descuidar la posibilidad de que los miembros de la pareja encaren con el mismo énfasis lo que sólo es para ellos una aventura o una simulación. 
Dejando a un lado ese tema del cortejo, todo es más llano y común, no se aprecian entre nosotros grandes diferencias. Con esto tampoco pretendo quitarle importancia a otras derivaciones culturales de ese doble comportamiento instintivo. Para empezar, no es frecuente que alguien muestre en el transcurso del acto final las dos caras, esto es, la fortaleza y la seducción; es más normal que predomine una de ellas. En el caso de la primera, que parece ser prerrogativa masculina, se suele dar demasiadas veces un giro bastante desdichado, por no decir perverso. Aun sin ser una consecuencia natural de la fuerza, lo que aparece en el fuerte, hombre o mujer, es un afán de dominación. Ese afán por dominar, si tiene éxito, suele ir más allá de la pareja, pues se extiende a todo como signo cultural de estatus. Viendo cómo se ejercen esos dominios, acabamos concluyendo en posesiones (una mansión, una motocicleta, un cuadro, una colección, una biblioteca,...) con las que su propietario cree aumentar su discreta capacidad de entendimiento con los demás, incluida ahí su pareja. Evidentemente, uno acaba poseído de ese modo por su propio afán de posesión. Lo procura justificar como algo propio de su condición masculina, pero no cabe duda de que contamina finalmente cualquier relación.  

martes, 15 de febrero de 2022

Acabemos con los ritos

En su día llegué a bailar, como todo el mundo, sin grandes alardes. Pronto se truncó esa faceta mía que nunca tuvo nada de artística. Quizá por eso he sido poco sensible a la belleza de la danza. La estilización del movimiento siempre me parecía extremada, cercana a los excesos que vemos en algunas disciplinas olímpicas. Hay, por otro lado, en su belleza una celebración eufórica y desmesurada del cuerpo joven, vibrante, flexible. Desde nuestra orilla, pasados los cincuenta, quedan dos posibilidades: caer rendido al repertorio de movimientos para nosotros imposibles o evitar que nos restrieguen la cara con ese espectáculo abusivo. No soy tampoco de tango, de vals ni de pasodoble, me parecen algo añejo. A pesar de todo esto, sí que hay algo en el arte de la danza que me resulta interesante. Me refiero a la traducción a coreografía, a lenguaje por tanto, de lo que a primera vista podría ser visto como mero juego escénico, como un despliegue de facultades o como una estilizada exhibición de energía corporal. Cuando se examina la danza con detalle y se transcriben los movimientos, se empieza a ver mejor sus virtudes. Todo parece distinto. Los pasos llegan ahí como extraídos uno tras otro de un brillante ceremonial, los saltos elevan a categoría de elegante galope la vulgar carrera y, por último, los aleteos, por más que los angustiados brazos lo intenten, nunca concluyen en las alturas. En conjunto el ritual quiere ser viva exaltación, pero siempre acaba por tener algo de frustrante. Vemos a los danzantes constantemente girar, por momentos parecen casi enloquecer. Brazos y piernas encuentran nuevo destino en inverosímiles figuras. Pese a sus esfuerzos, la tierra mansamente siempre consigue atraerlos hacia sí. Aunque medien en su baile escalas imposibles y sutiles escarceos, todo se reduce a verlos aterrizar una y otra vez en el ancho seno de su amante. 
Mi impresión es que el lenguaje de la danza soporta peor que otros la convención, porque el cuerpo es un medio demasiado libre como para acabar sometido a formas fijas. Al final acaba habiendo muy poca diferencia entre la forma prescrita y la norma ideal. Esa equivalencia canoniza una belleza tan ceremonial que parece haber quedado estancada, demasiado estática para un arte eminentemente dinámico. A eso se une, en el caso del barroco francés, la frecuente e interesada confusión entre majestuosidad y ostentación. El resultado es que los danzantes de algunas de las óperas francesas de esa época, más que moverse libremente, parecen seguir normas de protocolo. Que todo esto haya quedado rigurosamente establecido en el catálogo de figuras del ballet no desdice nuestra impresión. Era necesaria, pues, una ruptura, para que no quedase ese arte anquilosado en exquisitices vacuas. La propia Ópera de la Bastilla dio el paso en 2019 al invitar a la coreógrafa Bintou Dembélé a ofrecer su propuesta en una nueva representación de Les Indes Galantes. Es curioso y estimulante el contraste final conseguido entre la relamida música de Rameau y el impetuoso hip-hop bailado sobre el escenario. Si tenemos en cuenta que la danza de la pipa de la paz que aquí debajo se presenta corresponde a la cuarta entrada de la ópera, la de Los salvajes, bien podemos hablar, viendo el espectáculo, de lo mucho que esos supuestos salvajes nos enseñan sobre el ímpetu con que debe abordarse la vida y la agonía en que viven, sin saber, quienes se mueven embebidos por un régimen de belleza ritualizada y en algunos casos manifiestamente obsoleta. 

Les Indes Galantes, Opéra de la Bastille, 2019
Música: J. P. Rameau.  Coreografía: Bintou Dembélé

lunes, 14 de febrero de 2022

Habla el cuerpo

Éste es un nivel de sensaciones tan confuso que me da un poco de temor —que pronto muda a pudor— el acabar desconcertando a quienes leen estas líneas con estas quisicosas mías. Para dar fe de ellas no cuento con más refrendo que un rastro bastante evasivo, casi siempre demasiado profundo, nunca visible a flor de piel, que escapa como un soplo en cuanto intento dar cuenta de él por escrito. Aunque esto se concreta en mi cuerpo, mi mente no es capaz de seguir esas huellas ni de transmitir ese intento en palabras, siquiera sea para poner algo de sensatez en ese tremendo batiburrillo. En todo caso, lo sepa contar o no, vengo observando que hay sensaciones circulando por mi cuerpo, a manera de extraños rumores, que llegan hasta mí cada vez con más nitidez. Nunca les había prestado gran atención, pero me da la impresión de que esos rumores tampoco son nuevos. Con el tiempo he ido afinando para todo esto una especie de oído interior que recoge lo que desde fuera sólo parecen suspiros quedos, algo así como voces amortiguadas. Desde luego en sus mensajes percibo un tono que me resulta familiar. Es el lenguaje en el que llegan el que va continuamente variando y me lleva a confusión. En ocasiones esos rumores alcanzan mi cabeza, desde donde sigo atento a la escucha, y una vez ahí se cuelan en mi mente. Entre tanto lenguaje confuso, he llegado a la conclusión de que no es adecuada ni suficiente mi inteligencia para entenderlos. Podría dejarlo ahí, al fin y al cabo los médicos hablan de un murmullo somático, de ruidos internos que todos debemos soportar y son absolutamente naturales. 
En vez de eso, intento hacer inventario de lo que escucho, pero entonces es bien poco lo que saco en limpio. Los huesos, por ejemplo, parecen rechinar, como si no encajaran bien en su sitio de siempre, hasta que dejados a su suerte crujen como si estuvieran hartos y molestos. Del vientre qué voy a decir, allí todo se remueve sin venir a cuento, suena como un foco de angustias que se traducen en gorgoteos y, cuando todo quiere relajarse, llegan sonidos de apuro y formidables apreturas de las que sólo evacuando (tanto da si en forma de sólidos, líquidos y gases) encuentro algún alivio. Lo que sale tampoco sirve, ni como solución ni como indicio informativo, pues pocos se atreven a explorar en ese magma, porque de momento no hay ciencia que logre convertirlo en un mensaje coherente. Así que seguimos ahí, consumidos por esas sensaciones tormentosas como sordos soberanos de nuestro físico más rebelde, sin ser capaces de entender nada entre tantas ventosidades y rebufos. Nadie sabe bien cómo determinar las angustias interiores de las que todo ese caudal de rumores incontrolables proviene. Además, las angustias tienen en cada uno un lenguaje singular, que no va más allá de su propio cuerpo. Son tantas las sensaciones y tantas sus variaciones que necesitamos verlas en papel y explicadas por escrito. Pero en muchos casos el cuerpo es el único papel al que podemos remitirnos para interpretar lo sucedido. Realmente el cuerpo es el marco donde todas las sensaciones se inscriben. Lo que no sabemos bien es cuál de los rumores que surgen es el más comprensible. Algunos sabios creen reconocer en el aliento el rumor más evidente y también el más genuino. Quizá no haya sido más reconocido porque ha ido quedando progresivamente enmascarado por las palabras, aparentemente más comunicables y precisas. Al margen de los lenguajes fonéticos, haríamos bien en escuchar los variados rumores del aliento, con sus exhalaciones exultantes, sus suspiros lastimeros, sus desalientos deprimentes, sus respiraciones nerviosas y entrecortadas o sus bocanadas de alivio. En ellos el aliento denota los secretos contactos que mantiene con el mundo visceral, con esos sótanos donde las angustias y las aflicciones personales acaban haciendo presa en el hígado, el estómago, el intestino y todo lo demás. 
Todos sabemos que respirar vivifica, pero pocas veces la inspiración alcanza la necesaria profundidad. Es curioso que a día de hoy veamos en la inspiración una fuente de ideas y no un ejercicio de equilibrio interior. Esto dice mucho sobre lo poco que interesa interpretar esos rumores y sensaciones que llegan impulsados por nuestro aliento así como todo el tumulto que agita nuestro pecho cuando el cuerpo nos pide con urgencia más aire. Nos creemos inspirados porque lanzamos nuestras redes por el aire en busca de ideas cada vez más abstractas y volátiles. Mientras tanto, falto de la debida inspiración, queda por debajo nuestro cuerpo, rumiando para sí sus mensajes, mensajes que apenas trascienden, aunque no cesan de reclamar mayor atención. Vivimos literalmente inmersos pero ajenos a esa comunicación que damos por ininteligible. Y no sólo la damos por ininteligible sino que tendemos a rechazarla, porque tememos adivinar en ella un trasfondo demasiado incierto, demasiado sensible, en el que no pocas veces se perfilan los cercanos dramas.

domingo, 13 de febrero de 2022

Por el valle de Unciti

Nos hemos movido todo el rato por las laderas. Hay días que el cuerpo no da para más. Crees que pronto te vas a plantar en la cima, que estás abandonando los dominios de la civilización, que estás a punto de entrar en territorio salvaje, y te encuentras de pronto atravesando un trigal plantado en una elevada terraza con vistas al valle. No me quejo de las vistas. Abajo se puede ver una extensa alfombra verde, más trigales, una preciosa panorámica del valle de Unciti, al pie del monte Izaga. Un par de carreterillas la atraviesan comunicando Najurieta con Alzorriz y Zorokiain. No puede haber tráfico porque apenas queda gente en estos pueblos, si acaso domingueros que se escapan de Pamplona para acondicionar la casa paterna, «la del pueblo», de cara a la primavera y a las vacaciones de Semana Santa. Tirando hacia la peña Iruaga, que era el objetivo, no hemos encontrado en ningún momento el buen camino y nos hemos tenido que mover muchas veces entre matorrales y hierbas altas. En la subida sobresalían en algunos lugares pequeños roquedos, caliza, pero mayormente conglomerado. Hasta ellos llegaban los campos de cultivo, pero para reafirmar las lindes se habían amontonado piedras en la ladera, una solución que mal podría calificarse de muro. El estrecho sendero por el que nos movíamos siguiendo finalmente el cordal más prometedor se ha visto truncado por un amplio y oscuro robledal que parecía invadido por la maleza. Meterse en aquella madriguera no parecía buena idea. Hay bosques en los que se adivina la trampa. Hemos intentado rodearlo, pero como no llegábamos a encontrarle al sendero continuidad hemos decidido darnos la vuelta. En otro tiempo, quizá nos hubiéramos lanzado a subir por cualquier sitio, un poco a la brava. Desgraciadamente, no estamos, o mejor no estoy ya, para esas aventuras. Aunque miro, casi diría que estudio, los mapas con atención, siempre surgen sorpresas. Antes no me intimidaban, ahora calculo más mis posibilidades. Sobre todo porque ando muy flojo de forma y me canso con facilidad. Me da pena no haber llegado al castro de Txarribizkar, pero ahí queda para otra ocasión en que tenga más fuelle. Reviso el catálogo de Mendikat, donde indica 40 minutos para la subida desde Najurieta. Y nosotros toda la mañana ramoneando romero, como las cabras, por las laderas.

sábado, 12 de febrero de 2022

Locuras infantiles

Los despojos de la pobre oveja yacían dispersos en medio de un campo florido. Era una tarde clara y calurosa, se respiraba una atmósfera de sosiego. Cuando el niño se acercó, un enjambre compacto de moscas emprendió vuelo desde aquellas entrañas y rápidamente se alejó. Sólo una de ellas parecía resistirse y permaneció hurgando pacientemente donde la sangre todavía estaba fresca. Era una mosca verdosa y bastante gruesa, aparentemente bien satisfecha, pero que daba muestras de seguir obcecada por aquel festín inagotable. El niño la observaba atento desde lo alto. A ella no parecía preocuparle demasiado su presencia. De vez en cuando hacía un vuelo corto, como para desentumecer sus alas, y a continuación volvía a cebarse en el mismo punto. Tras asistir varias veces a la misma maniobra, el niño se dirigió a ella y le dijo:
—En vez de andar metida en toda esa porquería ¿no preferirías ser una mariposa y volar muy lejos, disfrutando mientras te vas posando de flor en flor?
Esta vez la mosca sí que le miró, lo hizo como de reojo, como si la cosa no fuera con ella, sin prestarle demasiada atención. Seguramente no entendió nada de lo que le dijo. Caso de hacerlo, no creo que le hubiera interesado dejar su gran banquete para ganar altura con vistas a mariposear por ahí sin tono ni son, ni que creyera siquiera posible el plan que el niño le sugería. Así que, en vez de hacerle caso, siguió moviéndose por aquellas vísceras sanguinolentas hasta que, de repente, se coló dentro de lo que parecía el corazón y allí mismo desapareció.
El niño esperó un rato a ver qué pasaba, pero en ese momento apareció ante sus ojos una rutilante mariposa con alas de vivísimos colores. Se movía a su alrededor con un vuelo tan pronto esquivo y travieso como pausado y ceremonioso. Cuando se cansó de revolotear, fue a parar a una orquídea muy roja y llamativa. El niño la tenía muy cerca y pudo observar como libaba afanosa en el fondo. Aprovechando que apenas se movía y temiendo que pronto le dejara solo, agarró con firmeza el mango y, con un gesto oportuno y rápido, lanzó sobre la flor su cazamariposas. No podría decirse que tuvo gran éxito: la preciosa mariposa se debatía angustiada en la red, la flor había recibido un impacto aún más cruel, con buena parte de sus pétalos diseminados entre los despojos, y el frágil tallo había quedado quebrado y desnudo como un estilete. A todo esto el niño no le dio la más mínima importancia, simplemente tomó la mariposa de la red y la agarró de las patas. Ella todavía hacía esfuerzos para zafarse cuando él levantó el brazo por encima de su cabeza. Con ella en alto y aleteando, la miró un momento como si le diera órdenes, luego se echó a correr por el campo como un loco gritando «¡quiero volar, quiero volar!».

viernes, 11 de febrero de 2022

Una razón disoluta

La razón nunca fue un milagro, más bien fue un modo de aterrizar con buen pie desde los cielos. Con todo, encontrar tierra y asentarse no deja de ser un modo de limitarse, sin duda. Viene a continuación el afán de acotar, de crearse un espacio propio y de ejercer sobre él la propiedad. Esa es la fuente del derecho. Por eso aceptamos de buen grado las leyes, porque parece que nos protegen. Pero es inútil pretender renunciar a las alturas, necesitamos de vez en cuando contemplar el panorama a cielo abierto y recrear la vista con lo invisible. Hay en todo esto una oposición de estilos y en ellos encontramos además la marca distintiva de ciertas épocas. Esta oposición fue captada con gran agudeza por Lezama Lima, el cual dejaba escrito en uno de sus ensayos: «Toda Edad Media surge del fervor de un ordenamiento sobrenatural, teocrático, infuso, fuera del hombre y hacia el hombre. La raíz del clasicismo es la sociabilidad, de donde surge una medida y una alegría que hace incorporable esa mesura. La esencia del medievalismo es el éxtasis, y del clasicismo la visibilidad, la adquisición de lo táctil» (Tratados de La Habana, p. 165). Con una oposición como ésta, la fusión de ambos estilos, que llegaría después con el romanticismo, precipitó un episodio de corte milenarista. El nuevo estilo, impulsado y dotado de una impecable factura científica, resultó inevitablemente explosivo. Es difícil de creer, pero la razón, intrigada por el misterio insondable del medioevo perdido, condujo a un escenario perturbador, el nazismo.

Equilibrio estable e inestable

Podríamos partir de dos puntos a la hora de explicar qué clase de equilibrio personal nos ofrece nuestro mundo. Son dos puntos desde los que la visión que se nos muestra del equilibrio al que podemos aspirar es bien distinta. Estas dos visiones, que haré llegar a través de dos metáforas, resultan difícilmente compatibles. La pregunta implícita en ellas sería: ¿de quién depende nuestro equilibrio, de un paternal estratega o del benévolo azar? En la primera de las visiones, partimos de la idea de que la autoridad es esa figura etérea que nos mantiene suspendidos mediante ilusorios hilos, fiel reflejo del monopolio de la fuerza, en una suerte de estabilidad. En la segunda, aspiramos a instalarnos, aunque sea de modo fugaz y precario, en un mundo sin figuras protectoras, concebido como un campo de fuerzas abierto al forcejeo y la disputa, donde no pasaremos de ser sino posiciones en las que sólo ocasionalmente se da el ansiado equilibrio.

jueves, 10 de febrero de 2022

Horror vacui

La obligación de compartir habitación enciende, como si fuera una fantasía natural, la visión de una habitación propia entre quienes se ven recluidos en ella. Virginia Woolf presentó la habitación propia como una tímida pero imprescindible palanca para que una mujer pueda empezar a sentirse libre. Claro que la cuestión nunca será cómo de grande es la habitación, por más que en una habitación pequeña la cuota de espacio para cada uno de sus habitantes disminuye y la incomodidad aumenta. Seguro que eso es lo que ha dado pie a la idea del espacio vital. En torno a esa idea existe toda una teoría que ha ido progresando desde el ámbito psicológico al social. La historia nos recuerda también sus terribles efectos en el político. Indudablemente como humanos necesitamos espacio, tanto mejor si queda libre a la vista y no es cerrado, y a poder que sea suficientemente natural. Recrear en un recinto cerrado esta clase de ilusión es la lógica aspiración profesional de muchos arquitectos y decoradores. Sin embargo, no siempre lo que acaban recreando puede ser vivido por su inquilino como un espacio propio. Hay espacios propios que prácticamente te acogotan y, por extensión, hay edificios que más parecen esculturas huecas, absolutamente negadas a la habitabilidad. 
Señalo esto porque hay otra característica que afecta al espacio y que se sitúa por encima de la oposición entre individual y compartido. Podemos descubrirla y comprobar su importancia fácilmente. Para ello llevemos a un niño a la casa recién adquirida por sus padres y mostrémosle la habitación que en un futuro será suya. Por mucha luz que tenga, enfrentado al vacío, el niño se volverá extrañado hacia sus padres, que contemplan ese mismo escenario un poco más risueños. La habitación vacía puede ser vista, y probablemente ése sea el caso del niño, como una caja absolutamente desvitalizada, como un lugar inhabitable. Sabemos que para llegar a convertir en propia una habitación debemos ir aportándole, más allá de un mobiliario básico, elementos que, de manera tangible o simbólica, inviten a la evocación y creen una atmósfera confortadora en la que podamos estar solos y acompañados al mismo tiempo. Si en una habitación multitudinariamente compartida, el pensamiento más recurrente es escapar y salir en busca de respiro y soledad, en la habitación vacía esa soledad se hace presente y obsesiva en nuestra mente de manera casi agónica. Es cierto que en ambos casos nos sentimos encerrados y atrapados, pero, mientras la multitud parece fomentar cierta esperanza de encontrar un espacio abierto, el vacío parece adentrarse en nosotros y aislarnos sin remisión.

miércoles, 9 de febrero de 2022

Confucio en su sitio

Al final de las Analectas de Confucio se puede leer: «El que no sabe el significado de las palabras no puede conocer a los hombres.» Difícil de rebatir, pero: El que cree que las palabras están dotadas de un significado único e inmutable no puede percibir la vitalidad de las lenguas ni llega a entender el errático destino del hombre.

martes, 8 de febrero de 2022

Esta es mi filosofía

Vas y te encuentras frente a alguien que te dice muy convencido que obra así porque es lo acorde con su filosofía. ¿Y qué puedes pensar tú que quiere decir con eso o, mejor dicho, qué piensas tú que él piensa? Él cree probablemente que todos (tú entre ellos) pensarán que con ese importante bagaje es persona de principios, y muy firmes seguro. Sin embargo, convendría que no te dejaras impresionar tan fácilmente y apuntaras en otra dirección. En vez de en sus principios, sería mucho mejor que pensaras en sus intenciones. Buenas o malas, lo más probable es que esa filosofía propia sólo sea una burda maniobra para actuar a su antojo y tratar de encubrirlas. Si lo mira uno bien, estamos sin duda ante el punto más bajo al que se puede llegar invocando a la muy reverenciada filosofía. Además, cuando lo mira mejor, descubre que ese punto no es sino un centro de reunión donde, por parte de gente oportunista, se compran y venden estrategias de intervención social (generalmente comerciales o políticas) más o menos efectivas, pero siempre al precio de profundas ocurrencias filosóficas.

lunes, 7 de febrero de 2022

Mi biblioteca coge polvo

Hubo un tiempo en que buena parte de los libros de mi biblioteca eran de autores vivos y venían, de algún modo, a reflejar la actualidad y de paso también mi propia edad. He ido sabiendo del fallecimiento, uno tras otro, de muchos de esos autores. Así que ahora, cuando voy a los estantes, cojo mis libros y veo sus tapas, me siento como si estuviera contemplando las lápidas de un insólito cementerio. Lo cierto es que desde hace tiempo he ido renunciando a las novedades editoriales y me he ido refugiando en los clásicos con los que he iniciado un ciclo de relecturas. A veces me flagelo un poco pensando si, embebido en estos textos del pasado, no le estaré dando la espalda a la realidad. Aunque no sea todavía norma, sí que vengo comprobando que muchas de las cosas actuales las observo ya desde cierta distancia; durante un tiempo me resultan poco atractivas, luego directamente incomprensibles. Por otro lado, con las obras clásicas es como si estuviera de retorno, como si a través de ellas buscara en cierto modo mi tiempo y mi lugar. Poco importa que la materia que tenga entre manos sea muy árida, porque en lo que leo percibo un tono y un estilo mucho más reconocible que en lo que presume de nuevo. Mi biblioteca coge polvo y yo evidentemente también.

Veámoslo así

Me mantengo en mi escrito diario con terca fe, pese a sus improbables y poco probadas virtudes, y lo hago con constancia pasando por alto su más que evidente irrelevancia pública. Voy haciendo interesante carrera como genio de los calificativos y no dudo a la hora de sacudirme con ese látigo tan diverso y perverso. Y digo perverso, porque no me incomoda demasiado manejar esa disciplina rigurosa. De momento no hago sangre con ella ni advierto heridas flagrantes, si acaso el consabido deterioro mental, como el de todos. Por esa razón no necesito aún misericordia ni compasión de nadie. Todavía vivo con absoluta convicción y orgullo mi condición de mártir de la letras. A cualquier escritor subterráneo eso debería bastarle. Esa fe en mí mismo me sostiene, aunque no creo, por lo demás, en ninguna cercana ni futura salvación o en una salida hacia la gloria. Todo esto pasará, y pasará al olvido, definitivamente. La idea de perdurar puede llegar a ser obsesiva, así que me conformo con disfrutar leyendo cada mañana las ideas locas que nada más despertar maquina mi mente. Es una actividad que tiene algo de estimulante, que me empuja a levantar a diario el telón y me permite, llegado el caso, participar en la función.

domingo, 6 de febrero de 2022

Mis mejores olvidos

Olvidar no es un ejercicio voluntario, no es un logro que podamos exhibir. Eso no impide que haya olvidos beneficiosos. La idea de que el olvido deja un hueco en nuestro interior y crea una falla permanente puede ser cierta cuando hablamos de conocimiento. El conocimiento personal viene a ser una compleja red sostenida por múltiples nodos de cuya importancia sabemos cuando fallan. Se podría decir que el olvido es la manifestación de una ausencia, la pérdida súbita o paulatina de esa continuidad gracias a la cual nos tenemos por una referencia constante frente a la realidad cambiante. Sin embargo, lo que vale para el conocimiento no resulta tan claro cuando hablamos de sentimientos. Los perjuicios que observamos en el olvido de conocimientos pueden ser beneficios cuando la maraña de recuerdos paraliza nuestros sentimientos. Sólo hay que ver cómo con los olvidos dejamos atrás lastres pesarosos que nos iban arrastrando hasta algún fondo incierto. Por desgracia ese consejo típico de «mejor será que lo olvides» no funciona bien del todo. La voluntad de olvidar choca con el rigor de los hechos y con los sentimientos que despertaron. Otra cosa es que a la larga percibamos que algunos momentos, en su día penosos y dramáticos, han ido pasando a un segundo plano y que hace tiempo que no les prestamos atención. Lo único que eso indica es que el olvido ha iniciado su largo camino. Sabemos también que en ese camino podemos ocasionalmente echar la vista atrás, pero que el avance del olvido es irreversible. Nadie puede reconstruir su memoria, debe conformarse con intentar conservarla.  Entre lo que ahí se guarda, hay asuntos que siguen presentes toda la vida y otros que, sin ser del todo olvidados, van perdiendo relieve por las circunstancias y acaban por importar muy poco. Uno debe resignarse a ver esa mudanza con naturalidad. Puede que sea un gesto de fidelidad plausible pero no deja de ser insano, por ejemplo, llevar a cuestas a perpetuidad la imagen de un muerto, por muy cercano y querido que nos haya sido. No es cuestión de arte ni existe método psicoanalítico que ayude a salvar los muebles de un hogar del que de hecho desapareció. Las piezas van encajando a medida que el juego continúa y la única virtud de la pieza que se perdió, y que tan bien nos hubiera venido, es provocar una oxigenante evocación. Pero ese oxígeno es finalmente tan falso y la evocación tan gratuita que distrae nuestra atención de la imperiosa necesidad de vivir. Al no poder imponer el olvido, no hay más alternativa que refugiarse en los recuerdos o emplearse en la vida. Uno se da cuenta fácilmente de que no puede vivir para recobrar el pasado, mucho menos para intentar enmendarlo. Esa es además una ilusión sumamente peligrosa, puesto que anima a uno a recrear las circunstancias del drama, sobre todo si sigue en su memoria presente, y a revivirlo en otro plano, esta vez imaginario naturalmente. Es evidente que el tiempo por sí solo no es aquí medicina. Así que hay que ir a cambios profundos, a cambios que remuevan el lodazal interior que se ha ido formando. Se trata de crear otro fondo que sirva de asiento e impulso para nuevas actividades. El olvido vendrá entonces de por sí, sin que se le invite. La conciencia de que se ha mejorado, de que uno se siente más liviano y más propenso a acometer dificultades que antes tenía prácticamente vetadas no debe servir para abrir la caja de Pandora de los recuerdos sino para reconocerse en otro plano o en otro estado que, lejos de ser imaginario, representa la realidad y nos obliga a responder. Ese brusco retorno es más acusado para quien gracias al olvido intenta ocultarse a sí mismo errores y responsabilidades de su pasado. Supone esa gente que insistiendo con suficiente fuerza de voluntad en el olvido puede conseguir pacificar su conciencia. Pero es inútil. Una simple imagen, una tonta anécdota, un documento descubierto pone de manifiesto la fragilidad de ese olvido y la vívida presencia de lo que no debió de suceder, pero sucedió.

sábado, 5 de febrero de 2022

Naturalistas

Disfrutar de la naturaleza es una actividad curiosamente nueva, que no tiene mucho más allá de dos siglos. Antes había caza, furtiva en unos casos y reservada en los más a gente de alcurnia. El romanticismo nos ofreció la oportunidad de descubrir y conocer lo que hasta entonces eran o bien cotos privados o bien peligrosos lugares de destierro y desolación. Los bosques habían sido hasta entonces lugares misteriosos, atrapados por la mitología. En el mejor de los casos eran recordados como escenario de cuento protagonizado por inocentes criaturas frente a toda clase de brujas, duendes y dragones, cuentos que con el tiempo se han venido adulterando hasta los niveles aberrantes que ha establecido Disney. Nadie imagina, al menos en la Europa que presume de civilizada o de ciudadanizada, a un depredador carnicero (pongamos un lobo) ejerciendo su papel como colofón a una bonita excursión por un paraje casi virgen. Antaño el que era enviado a esos lugares se las tenía que ver con toda clase de alimañas y también competir con ellas para encontrar su necesario sustento. Los que hoy vemos pulular como naturalistas están ahí por voluntad propia, normalmente con ánimo de encontrar novedades y de cosechar emociones desconocidas o ya muy desinfladas. Entre ellos están de entrada los cazadores, que aprovechan hoy su ventaja, usando su flamante armamento, para continuar con una tarea ancestral, pero que actualmente no cubre necesidades y resulta recreativa e inútil. Se han convertido propiamente, por lo tanto, en cazadores de emociones. Tampoco tiene mucho que ver el tipo que, provisto de su cestita y su navaja, recoge setas para prepararse una merienda con las amistades, con el que, sin mucho conocimiento, las engullía crudas para matar el hambre y subsistir en un ambiente hostil. Está éste de las setas, pero a su lado podemos ver a ese observador maravillado que, provisto de anteojos y tremenda cámara, persigue con pasión a los pájaros comunes, a los de toda la vida, que ni siquiera son exóticos, en un afán de establecer con ellos una absurda camaradería e intentar comprender su lenguaje hermético y su original comportamiento. Estos son los mismos a los que un pequeño zorro mirándoles perplejo les asusta y les hace dar la vuelta porque sospechan que pueden ser atacados por bestias desaprensivas. El caso es que vibrar de emoción, tras verse rodeado por ese escenario, es natural y bienvenido para quien se pasa el día viendo muros y paredes, pero lo de ponerse en peligro por satisfacer una tonta curiosidad les parece otra cosa que quizá no merece la pena. En tercer lugar están los coleccionistas. Buscan heces de jabalí, huellas de canguro, fósiles de trilobites, plumas de abejaruco, hojas del árbol del paraíso para componer una bonita colección que guardarán en su gabinete secreto. Llevarán con mucho misterio allí a sus invitados de más porte, para maravillarlos «con los secretos que alberga la naturaleza». Así pues, mientras unos despiertan sus emociones oxidadas sobre el terreno, otros miran con fingido agrado y cierto desapego la vitrina de curiosidades. Y estos últimos tampoco son el colmo de los naturalistas, porque se puede observar aún mayor desapego entre los de salón. Me refiero a esa gente que se conforma con mirar el documental de la tarde en la pantalla, a media siesta. Eso no quita para que luego declaren, muy ufanos, que están al día sobre «el calamitoso estado y el difícil equilibrio ecológico que por lo visto se da allá lejos, en la naturaleza». Esos son hoy por hoy los campeones del naturalismo pasivo que impera.

viernes, 4 de febrero de 2022

Tengo síntomas

Bueno, sí, no acabas de encontrarte bien. Pero con eso no basta. A nadie le importa. Deberías de tener algún síntoma. No puedes presentarte allí sólo porque te encuentras mal ni es suficiente decir que llevas una semana teniendo malestar. Eso es como no decir nada, porque, piensa un poco, ¿quién no lo tiene? Hay que ser más concreto y señalar algún sitio, alguna parte del cuerpo. ¿Cuál podría ser? Pues el estómago, la cabeza, el pie,... Ve al sitio en el que sientes algo raro, algo que no te había pasado antes y que te fastidia de veras. Lo llaman síntomas y, como verás, a veces son temporales y llevaderos, pero otras en que insisten resultan insoportables. Antes de hablar allí, como quien rinde cuentas por no estar bien, tú lo que tienes que preguntarte, y responderte claro, es dónde y cuánto te duele. Por ahí se empieza, por especificar algo. Así que saca un papel y ponte a la faena: primero palpa, luego aprieta y por último suelta. Luego toma nota. Y mira a ver si al apretar por un lado va y sientes algo en otro, igual en la otra punta. No, no te rías, eso pasa. Y no se te ocurra reírte cuando estás en ésas, porque entonces te harás un lío con los síntomas y tendrás que volver al principio. Procura acotar un poco, no tocar en todas partes, señalar un foco, que te lo agradecerán. Presentarse sin saber contar los síntomas molesta bastante al galeno, multiplicarlos mucho más. Por tanto, te aconsejo que seas siempre conciso e incluso que le indiques el porqué. Le puedes apuntar como causas posibles que te caíste del andamio, que bebes sin tasa hasta hartar, que has reñido con ella, que no duermes porque te visita un monstruo, o lo que sea. Eso seguro que le ayuda a hacerse un cuadro de la situación y, por otro lado, contarlo también a ti te aliviará. En todo momento debes mostrarte más compungido que entusiasmado. No vayas a olvidarte a todo esto de que que no te encuentras bien. Ten en cuenta que al final lo que tienes que hacer es construir un relato. Tu vas ahí y enseñas tu cuerpo como si fuera un mapa. Le señalas lugares como en clase de geografía y le hablas de tus altibajos, añadiendo, para que el explorador no se pierda, que lo que te pasa es que no te encuentras bien. Como esas fantasías geográficas no le suelen bastar, es cuestión de describirle de pe a pa lo que hay. Te dirá que sin descripción de los síntomas no puede haber correcta solución a lo que te pasa y que, si no le cuentas algo, con qué va a llenar la historia clínica. Así que haz un esfuerzo. Más por ti, porque lo de pasar a la historia es un poco lo de menos. El caso es que si vas entrando en detalles sobre cómo te encuentras y abundando sobre las causas por las que tanto padeces pronto sentirás que eres tú el que en definitiva crece. Fíjate bien en que con ello, poquito a poco, vas haciendo oficio como paciente escritor. Con el tiempo agradecerás los malestares y sacarás provecho y disfrute de contar y llevar cuenta de tus penalidades. Con el tiempo se te ocurrirán otras nuevas y, si no las tienes aún, las adivinarás en la gente que te rodea. De hecho no te puedes ni imaginar cuántas carreras literarias se han iniciado en las consultas del médico. Te podría enumerar ahora mismo no menos de doscientos literatos que han sacado libros bien gordos a base de contar sin complejos y al detalle sus averías. Y tienen éxito, porque es un hecho que a la gente no hay cosa que más le guste que saber de los males ajenos, sobre todo si no los padece. 

jueves, 3 de febrero de 2022

Un recuerdo confortador

Anímate. Perder pie no significa caer en un abismo. La vida sigue, aunque la continuarás cojo.

La sentencia que no veremos

Tras un concienzudo ejercicio autocrítico, este tribunal ha decidido revocar y dejar sin efecto lo dispuesto en la sentencia nº xxxx del mes pasado y restituir al condenado D. XX todos sus derechos constitucionales. Igualmente este tribunal se pone a disposición del público en general para que sus propios miembros sean a su vez juzgados. Estaría por determinar si  en algún sentido pueden resultar punibles y tener consecuencias penales los trastornos que en el orden personal tuvo dicho acto jurídico para el condenado. Con este fin insta a que se constituya el jurado popular que verá la causa y emitirá sobre este particular su dictamen, solicitando que se dé éste en el menor plazo posible, con el fin de resarcirle urgentemente de los daños que en este largo período de revisión pudiera haber sufrido. A tal efecto recibirá también este tribunal una relación pormenorizada de los gastos desembolsados por el sentenciado en el ejercicio de su defensa así como una evaluación económica indicativa de los perjuicios que haya podido sufrir tras su internamiento en las instituciones penitenciarias. Dicha relación servirá para establecer la fianza que le será impuesta por el jurado a los miembros de este tribunal antes de la vista en juicio de su caso, con independencia lógicamente de las responsabilidades económicas que tras el mismo resulten.  

miércoles, 2 de febrero de 2022

¿Dónde empieza el arte?

Al hilo de la consciencia corporal, defendida con tanto empeño como un puntal de su concepción artística por Maria Lassnig, es oportuno preguntarse sobre el papel inductor en esa consciencia de la percepción, de eso que en la entrada anterior he denominado aprehensión de la realidad. A este respecto, se ha apuntado que existen personas, concretamente las que se mueven dentro del espectro autista, con una «inusual capacidad» para reflejar los objetos tal como los perciben, sin llegar propiamente a concebirlos, o sea a retenerlos conscientemente como etapa previa a su posterior transmisión o plasmación plática. Esto lleva a cuestionarse la naturaleza artística de esa expresión final e incluso a si existe realmente en lo que se ofrece una expresión personal. 
En un largo ensayo titulado Prodigiosel neurólogo Oliver Sacks expone y analiza entre otros el caso de Stephen Wiltshire, un frenético y precoz dibujante, en el que los expertos habían reconocido los rasgos característicos del autismo. Teniendo en cuanta la faceta predominante en su comportamiento y la destreza con que la practicaba, surgió la cuestión de en qué medida todo aquello podía ser arte. Partiendo de ahí, Sacks pasaba a hacerse una serie de pertinentes preguntas. De hecho, a través de ellas puede abrirse una jugosa discusión sobre lo que puede ser considerado arte o, mejor, sobre lo que tiene el arte de manifestación personal. 
Tras haber quedado absolutamente impresionado por la pericia del niño dibujante y constatado como signo inequívoco de su condición un evidente déficit emocional e intelectual, Sacks se preguntaba: «¿Había en él, sin embargo, una profundidad y una sensibilidad que pudiera emerger, si no en otros ámbitos, por lo menos en su arte? ¿Acaso no era el arte, en su quintaesencia, la expresión de una visión personal, de un yo? ¿Podía ser uno un artista sin tener un "yo"?». Con esta inquisición tentativa Sacks parece dejar en falso la condición artística de personas como Stephen. Por mi parte, creo que habría que ahondar más en esta cuestión y, a tal efecto, la reduciría para posterior estudio a tres cuestiones escalonadas. La primera sería si la sensibilidad personal es requisito insoslayable para crear obras artísticas; la segunda, si la sensibilidad está necesariamente sostenida por una conciencia personal; y la tercera, si podemos considerar la manifestación artística como expresión directa de  una identidad, la del autor de la obra, aunque que ésta se muestre alterada o bien tenga una trayectoria discontinua o poco convencional.
Si a la polémica añadimos la aparición de obras «artísticas» desarrolladas por autómatas o por programas entrenados por un exhaustivo examen de todo el catálogo de obras de arte realizadas por el humano, tenemos elementos para elevar el nivel y quizá crispar definitivamente la discusión. Es difícil saber desde qué plano perceptivo se construye arte y aún más saber en qué marco surge la convención artística que sirve para refrendar las obras. Hasta es discutible saber si el arte precisa de una concepción previa o es un reflejo espontáneo. Y esto cuando hablamos de humanos, porque si hablamos de autómatas, esa supuesta concepción pasa a estar protagonizada por un algoritmo que asume de algún modo el difuso papel del «yo». Probablemente para hablar de sensibilidad, y de sensibilidad artística, nos hace falta el cuerpo y esa consciencia corporal, de la que hablaba Lassnig, en la que se asienta nuestra identidad. Sin ella sólo hay fenómenos fortuitos, carentes de intención y que, como tales, no deberían de ser susceptibles de refrendo. Podemos crear para ellos su propia categoría, pero asimilarlos al común humano sería un error.

martes, 1 de febrero de 2022

La consciencia corporal

Transparentes Selbstporträt (1987)
MoMA, New York
Si nos preguntamos cuál es el medio por el que entra nuestro exterior en relación con nuestro interior, la respuesta debería ser para cualquiera bastante evidente: el mediador es el cuerpo. De más está recordar que el cuerpo no es un simple soporte físico, que el cuerpo difunde al exterior y acoge en nuestro interior la consciencia del momento. Además de hacerlo explícitamente por escrito, Maria Lassnig sostuvo como santo y seña en su obra la importancia de esa consciencia corporal.
Imagino que lo que quería confirmar de ese modo es que, gracias a nuestra consciencia corporal, dejamos de ser objetos y nos convertimos en sujetos, en actores frente al mundo. A esa condición mediadora que es propia del cuerpo, decidió ella darle expresión plástica y lo hizo a través de su pintura. Con singular empeño, en ella vamos vislumbrando al sujeto que emerge. Tomará para ello como referencia un cuerpo que, si bien se muestra en ocasiones difuso, es, sin embargo, el más inmediato, el que tiene más a mano, el suyo. Probablemente no sea ajeno a este principio su predisposición a los autorretratos. En la misma línea podría explicarse su paso, en torno a los 60, de la abstracción a una figuración incipiente, algo desdibujada y de corte brutal, en la tradición expresionista centroeuropea. No renuncia al color, pero en general queda distribuido de un modo sencillo sin otro fin aparente que el de reforzar el tono dramático exhibido por la figura, casi siempre única. 
En el autorretrato transparente compuesto a finales de los 80 ese color oscuro y falto de matices ejerce una suerte de presión sobre la indefensa claridad alegada por el cuerpo. Todo el drama se concentra en el rostro, que parece mostrar a alguien que se mantiene inmóvil, aunque sin lograr salir de sí mismo. En él se adivina una tensión más propia de quien de quien vive una ilusión. El recuadro transparente, que podría ser un lienzo, ofrece a los ojos una visión irisada, que viene a mostrar el poder que el cuerpo tiene de extender su propia gama de color a la realidad. Con otro rigor, quizá más académico, ya había presentado esta misma propuesta, la visión a través del lienzo transparente, en otro autorretrato en 1972. Parece que es una figura que seguía en ella muy presente.

Hände (1983)

Otra figura por la que mostraba cierta predilección era la mano. La mano está en los confines del cuerpo y lo representa ante el mundo, en ella residiría la capacidad para actuar e intervenir en él. Algunos de sus poderes parecen haber querido ser resumidos en el cuadro anterior. Ahí está la mano que limita, la que detiene y la que agarra. A lo que se enfrentan estas manos no es a objetos, de forma más simbólica a lo que se enfrentan es al color, representado para la ocasión por unos trazos vagamente horizontales y paralelos. Se diría que frente a la energía que esas manos expresan no hay resistencia geométrica que se pueda oponer. A través de ellas el cuerpo busca dominar la situación, pero el cuerpo consciente lo que intenta es expresar partiendo de la explicación que ofrecen. Quizá sea cosa de mi imaginación, pero el conjunto podría ser visto también como una alegoría de la pintura mientras lleva a cabo su propósito fundamental de rendir al cuerpo y hacerlo consciente de una realidad a la que previamente se ha acotado, medido y finalmente aprehendido.