Se puso frente a la pantalla, se enganchó a la película y al cabo de un rato exclamó desconcertado: «Joder, no sé qué pasa, ¡si ni siquiera consigo saber quién es el malo!». A partir de ahí su mente soltó amarras y empezó a entender en aquel espejo la magnitud de su propio drama.
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