A primera vista parece una charla intrascendente, tan sólo un pasatiempo verbal o una refriega menor de la que no cabe extraer grandes consecuencias. Pero si estás en medio y elevas la escala intuyes medianamente los obuses y los torpedos, aunque no los veas venir hasta que los tienes encima. Para entenderlo mejor de antemano, ponte en que estáis los dos frente a frente, o sea enfrentados sin saberlo, pero siempre en desigualdad aunque lo reconozcas. Desde su posición, cada cual juega a juzgar al otro erigiéndose en patrón de medida inapelable y neutro. Eso es el comienzo. Digo todo esto, porque en ese marco severo y engañoso, que nunca es ni será el de las confidencias cariñosas, comienzan a llegarte aligerados y circunstanciados los reproches. Así que, al principio, desconcertado, no sabes bien si se te recrimina o se te ataca. Luego, cuando se presenta como mentor, su tono es más directo. Entonces ya no duda en lanzar andanadas ofensivas, en las que mezcla indiscriminadamente los consejos con las críticas. Con todo, incluso en todos esos proyectiles, por dañinos que sean, hay diferencias. Mientras los consejos reprobatorios suelen impactar por encima de la línea de flotación y no consiguen alterar tu rumbo, las críticas condenatorias golpean certeras por debajo de esa línea y en tu camino te marcan la derrota. Desde tu puente de mando, ahí arriba donde ves en todo momento lo que piensas, contemplas con indignación cómo sus reprobaciones condescendientes todo lo confunden y desarbolan. Pero es con esas condenas injustas cuando definitivamente te incendias y te sientes hundir bajo el impetuoso fuego con tus más queridas obras.
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