martes, 31 de mayo de 2022

Final

Cada mañana, con el rumor de palabras medio dormidas, envío mi aliento hasta el mudo y frío espejo. A veces veo surgir del encuentro imágenes pastueñas junto a otras que arremeten y embisten; a veces me embarco por ahí en azarosos viajes, empujado mi foque por vientos alternos, de razón y desazón; a veces me veo enfático con la ilusión del dictador, del creador supremo, y luego, cuando miro mi obra, me avergüenzo; a veces me siento ante una puerta por la que salgo a la calle, donde capto voces imposibles y ahí reconozco que no soy quién para retenerlas; a veces el rumor que reverbera es un sordo zumbido, un soplo monocorde, un temblor que el espejo no tolera, una razón que lo quiebra y que me devuelve a la sombra, donde ya sólo trato de encontrar la esquiva luz del día. 

lunes, 30 de mayo de 2022

Geometría e ilusión

La geometría considera relaciones entre elementos ficticios, relaciones gracias a las cuales parece cobrar entidad el espacio, pero ese espacio no deja de ser también una ilusión. No obstante, dicha ilusión aspira y llega a ser útil de cara nuestra intervención en la realidad. Pero, si el espacio constituye una ilusión, no son menos ilusorios los elementos que intervienen, ya sean rectas, esferas, paraboloides o superficies de Riemann. Las figuras ideales, establecidas por definición y no siempre directamente visibles, son ilusiones puestas a nuestro alcance con ayuda de construcciones pormenorizadas. Este espíritu constructivo tiene además un carácter creativo y forma la nervadura y el músculo con los que se imprime movimiento a la disciplina. En todo este asunto hay ideas que requieren atención y que se nos han ido colando de rondón: construcción, creación, nervio, movimiento, disciplina... Son ellas las que nos llevan a asimilar la labor del geómetra a la de otras gentes que también recurren a la intuición mientras se someten simultáneamente a pautas creativas y constructivas. A este motor irracional es al que apuntaba Richard Courant en su obra ¿Qué es la matemática? cuando afirmaba: «El pensamiento constructivo, guiado por la intuición, es la verdadera fuente de la dinámica matemática [..] La intuición constructiva de los matemáticos da a esta ciencia un elemento no deductivo e irracional que la hace  comparable con la música y el arte.» Todos los aspectos referidos arriba parecen ahí conjuntarse en una tarea que tiene larguísima tradición y un desarrollo formal amplísimo. El propio David Hilbert desvelaría la innegable importancia de la intuición geométrica en sus lecciones sobre Geometría e imaginación.
Confieso que no me mantengo al día en geometría. Pero tengo la impresión de que su vigor ha ido decayendo. El pulso constructivo se mantiene en matemáticas, pero ya no siempre se requiere el rigor deductivo, ese núcleo duro de la geometría, para refrendarlo. En los últimos tiempos las tentativas algorítmicas son tan veloces y precisas que sustituyen a la especulación intuitiva que antes servía de predecesora a una prueba lógica. Si el algoritmo acierta y resuelve el tema con un porcentaje de fiabilidad estadísticamente razonable, esa demostración podría pasar por innecesaria. Eso permite presentar los programas como teoremas. Hay, además, otro factor que erosiona el interés de la geometría. La geometría antigua era una palanca con la que se sostenía todo un mundo, imaginario, euclídeo si nos ponemos estrictos, pero en cualquier caso bastante sólido. Mi impresión es que la proliferación de imágenes explícitas, extraídas de las que tanto abundan en el mundo, ha dañado el prestigio evocador de la geometría. Hubo un tiempo en que la geometría invitaba a estilizar, a resumir, de algún modo era la antesala de la síntesis. Hay que pensar que no existían las rectas o los círculos antes de que la geometría los inventara como figuras con sus propiedades. Hoy para estimar la medida de una circunferencia no acudimos a la longitud del diámetro y a la fórmula correspondiente, disponemos de medios informáticos que permiten hacer una progresiva estimación cada vez más aproximada. Alguien puede decir que el valor de pi empleado en la fórmula también sería siempre aproximado. Pero, qué puedo ya decir, sino que la fórmula tiene para mí un valor como expresión de síntesis que el algoritmo de momento no tiene. La fórmula parece estar más integrada en nuestro modo de expresarnos, mientras que el algoritmo es el dictado que requieren para su tarea las máquinas. 
Hay finalmente una cuestión de carácter más general y un poco preocupante. No se trata ya sólo de que la deducción probada quede en segundo plano frente a la potencia de la aproximación empírica, lo que creo que se resiente con los cambios, como ya he adelantado, es la capacidad de síntesis. No parece haber problema con el análisis, puesto que la subdivisión de los problemas sigue siendo un método analítico habitual en la toma de decisiones. Pero en un mundo como el actual, en que la información corre a raudales, muchas veces sin orden ni concierto, debería de preocupar y se echa en falta la aplicación de la síntesis constructiva. No voy a hablar de síntesis de información general, aunque habría ahí mucho que decir. Voy de nuevo a la geometría. Y es que la geometría permitía viajes de ida y vuelta en esos devaneos por el mundo ilusorio. Al análisis le sucedía siempre una síntesis que culminaba y validaba la solidez de la construcción. Si uno consulta a Euclides, puede comprobarlo. No es que hoy no construyamos, puesto que contamos con una mecánica algorítmica que facilita la rápida puesta en funcionamiento de cualquier modelo. Están las teorías, pero, con o sin ellas, la simulación de sistemas es suficiente como base metodológica para los avances. Muchos proyectos matemáticos se plantean no pocas veces con vistas a obtener modelos evaluables y corregibles, y parece que ya nadie piensa en obtener un teorema constructivo. Los teoremas son demasiado exigentes y precisos, quizá por eso se han quedado en el pasado. Como no tenemos ojos cien por cien fiables para el futuro, seguimos progresando metiendo la mano y tanteando con mayor o menor acierto lo que nunca vemos. Pero nos hemos acostumbrado demasiado a tantear. Antes diseñábamos vías estrechas en ese espacio ilusorio, hoy creemos que con nuestra mano artificial las estamos abriendo bien holgadas.

A cuadrarse

A base de voluntad, de esfuerzo en esfuerzo, voy enarcando las cejas, frunciendo el ceño, juntando los morros, moviendo las orejas, encajando las mandíbulas, pero sólo al final consigo como premio lo que al principio me parecía imposible: cuadrar la cabeza. Ahí es cuando me viene de golpe un aluvión de ideas. Muchas son raras, pero la mayoría son sólidas como piedras, en general duras y estables, imposibles de tumbar. Es entonces cuando empiezo a notar que tengo razón, la razón, toda quiero decir, y que nadie puede a lo tonto rebatirme ni sacarme de mi sitio. Seguro que, viéndome en ese estado, a muchos les gustaría ponerme cabeza abajo, bien colgado, para sacudirme como una estera y librarme de todas esas razones, de esa soberbia, de tanta impertinencia. No faltan los que me echarían directamente al fuego. Pero están en ésas porque los pobres no saben razonar y el cuerpo les pide guerra, intransigentes. Creen que deliro o que les embrujo, porque expongo una idea que les atrae sin remedio. Despiertan y dicen que no les ha gustado el viaje, que los manejo, que no soy un guía, que soy un monstruo. Y eso que sólo pongo en circulación una idea. Pero es que es lo más práctico, porque una idea, si es atractiva, le cabe a cualquiera en la cabeza. Con ella los llevas de aquí para allá, con sólo tirar del sentido común. Economía pura, gestión eficaz. Algunos se alborotan y se revuelven, se quieren librar de ella. No lo agradecen y tampoco entienden que están viviendo el triunfo de la razón, de mi razón quizá haya que decir. Algunos otros quieren y no pueden. Como decía, hay que hacer un soberano esfuerzo para cuadrarse la cabeza. Pero queda probado también que de ahí es de donde salen las más poderosas, productivas y seductoras ideas.

domingo, 29 de mayo de 2022

De viaje

Imaginémonos en el centro, rebosantes de inteligencia. Bastará con que uno se aleje de sí mismo, de sus personales enredos, para que, llevando su manual de geometría en la mano, la ilusión de conocer otros universos se torne cada vez más cierta.

sábado, 28 de mayo de 2022

De la condescendencia a la hostilidad

A primera vista parece una charla intrascendente, tan sólo un pasatiempo verbal o una refriega menor de la que no cabe extraer grandes consecuencias. Pero si estás en medio y elevas la escala intuyes medianamente los obuses y los torpedos, aunque no los veas venir hasta que los tienes encima. Para entenderlo mejor de antemano, ponte en que estáis los dos frente a frente, o sea enfrentados sin saberlo, pero siempre en desigualdad aunque lo reconozcas. Desde su posición, cada cual juega a juzgar al otro erigiéndose en patrón de medida inapelable y neutro. Eso es el comienzo. Digo todo esto, porque en ese marco severo y engañoso, que nunca es ni será el de las confidencias cariñosas, comienzan a llegarte aligerados y circunstanciados los reproches. Así que, al principio, desconcertado, no sabes bien si se te recrimina o se te ataca. Luego, cuando se presenta como mentor, su tono es más directo. Entonces ya no duda en lanzar andanadas ofensivas, en las que mezcla indiscriminadamente los consejos con las críticas. Con todo, incluso en todos esos proyectiles, por dañinos que sean, hay diferencias. Mientras los consejos reprobatorios suelen impactar por encima de la línea de flotación y no consiguen alterar tu rumbo, las críticas condenatorias golpean certeras por debajo de esa línea y en tu camino te marcan la derrota. Desde tu puente de mando, ahí arriba donde ves en todo momento lo que piensas, contemplas con indignación cómo sus reprobaciones condescendientes todo lo confunden y desarbolan. Pero es con esas condenas injustas cuando definitivamente te incendias y te sientes hundir bajo el impetuoso fuego con tus más queridas obras.

viernes, 27 de mayo de 2022

Si entras por casualidad

Si por un casual metes la cabeza en una de esas bibliotecas abandonadas a su suerte, inundada por luces inciertas y repleta de anaqueles desvencijados, ten paciencia. Puede que al principio te sientas extraño, como si te estuvieras hundiendo en un tiempo obsoleto, definitivamente caduco. Pero no temas, recuperarás poco a poco los sentidos y, cuando te notes más despejado, prueba a imaginarte como recién caído en un barril de vino añejo. Allí, a medida que desciendas, para ti lo oscuro se tornará sólo turbio y lo agrio alternará con lo curtido. Al fin y al cabo dicen que a la larga el pasado siempre fermenta, pero sigues entre libros, así que no esperes verte en un entorno animado y chispeante. Por abundante que sea el follaje, tampoco es probable que encuentres dulce fruta suspendida a tu alcance. Aun así, te aconsejo que te dejes ir y te sumerjas decidido a llegar hasta el hondón, allí donde maduran los posos. En tu avance, abre bien los ojos, porque, al final, de husmear y de leer se trata. Si por sus efluvios delicados eres de aquellos a los que seducen las ideas, procura no entregarte a los discursos y tratados, porque sus aromas a rancio te servirán hoy de poco; si te tiran más las láminas e ilustraciones, no te afanes en sacar la paleta de colores para darles lustre ni se te ocurra imaginar animaciones procaces; si por aquello de ensancharte la frente y ganar en ciencia te das a los manuales, no te fíes de sus flamantes teorías, a estas alturas resecas y seguramente confutadas. Si al final te ves abrumado por tanto discurso verboso, tanta lámina insulsa y tanto manual áspero, date un respiro y cuenta con que en algún momento verás venir hacia ti algo mejor. Porque, en tono mucho más obsequioso, llegarán sin duda a tus manos fábulas y poemas. Seguro que en ese ambiente tan mortecino los recibirás con regocijo, aunque tampoco conviene que con ellos te engañes. Si te digo la verdad, y alguna experiencia tengo, abundan ahí mayormente las imágenes escleróticas, atizadas siempre por vidas, ya muy pasadas, de peregrinos que se perdieron y que siguen reclamando, a través de páginas febriles, equilibrio y guía entre el cielo radiante y su orgulloso infierno. Entre esos peregrinos los hay para todos los gustos. Están los que marchan solos, pero también los que viajan en grupo haciendo pomposa historia, por más que todos ellos, una vez aquí dentro, hayan ido mudando en su papel y pasado de héroes a vagabundos. Por lo menos los paisajes parecen vívidos, pero tampoco ayudan, sencillamente porque en realidad ya no existen. Podrás hacer por recrearlos, pero francamente no es lo mismo, pues sabes bien que a la salida, si giras la cabeza, lo que te espera son vistas bastante agónicas. Sabes también que en ese marco de paisajes desdibujados, que es en definitiva el tuyo, las criaturas de antaño, esos peregrinos, se ahogarían, de modo que te agradecerán sinceras que vuelvas a llevar hacia el interior tu cabeza. Te lo decía, paciencia. Dentro de todo el rincón al que has llegado es confortable y la compañía de todos esos vagabundos, que planean por ahí con su gastada pluma, llega a ser por momentos alentadora. De hecho, si los dejas sueltos, hasta se columpian con las arañas y asustan a los fieros ratones. Por otro lado, el polvo no ha hecho mella bastante y un soplo es suficiente para que todas esas imágenes revivan como figuras gallardas y para que los paisajes ahí guardados nos devuelvan la ilusión y agiten nuestros sentidos, como en su día lo hacían. Y por favor, deja de preocuparte tanto por toda esa razón depositada y estancada, porque seguro que llegará un día en que los curiosos la removerán y la disfrutarán, como si fuera vino de reserva. Cuando aturdidos por tantas y tan graves razones empiecen a mansear, es cuando, desde los posos, resurgirás tú, quizá algo iluminado, para hablarles de los vagabundos y peregrinos que has conocido. Harás desfilar frente a ellos todas esas figuras, unas imponentes otras discretas, unas disipadas otras concienzudas, unas acabadas otras mediohechas, no sin advertirles, al final del cuento, que allá en el fondo, entre los posos, disponen de muchas páginas aún desatendidas. Se abrirá entonces para ti un tiempo nuevo, como divertido mediador entre visitantes y personajes; dejarás de ser un intruso en la biblioteca y devendrás su mejor intérprete. Lo creas o no, quienes entren te tomarán por el guardián de la palabra y albacea de mil intrigas, un honor raro y exclusivo. Como privilegio, te habrás hecho acreedor a tu propio lugar en la biblioteca y pasarás a ser visto como el patrón de todos sus inventos. Ahí es cuando tiempo y espacio se te rendirán: el mundo girará en torno a tu laberinto, el futuro lo tendrás por materia demostrable y el pasado por emoción recuperable. Todo eso y más será el acabado fruto de tu paciencia. Viendo lo que mientras tanto está pasando fuera, te costará poco volver a meter la cabeza, como quien se zambulle, aunque acabes poseído por el furor y el humor que siempre desata ese vino añejo. Y por eso mismo no deberá extrañarte que te veas corriendo por esos pasillos laberínticos y escalando por los estantes interminables para buscar tu honroso sitio. Si quieres saber cuál es, no preguntes a los ratones, que nunca saben nada; consulta mejor a las sabias arañas que desde arriba te indicarán dónde te espera tu rincón, escondido entre tanta palabra. Como son tn reservadas no te dirán mucho más, pero lo que te aguarda allí es un libro, pero no uno más, uno que sólo tú puedes abrir. No te resignes, pues, ni desfallezcas en la búsqueda, ten presente que ésa es la puerta. No te defraudará la recompensa, porque en ese libro se resume tu vida, lo cuenta todo de ti. Quizá no te des cuenta, pero en el largo transcurso acabarás ya como un vagabundo más y serás todo un personaje, de hecho serás el protagonista del cuento. Hace mucho que tu pasado y tu futuro, tu historia entera, buscó cobijo al arrimo de los demás libros. Al igual que el tuyo, son muchos los libros que ahí esperan ansiosos la llegada de su vagabundo. Ahora que estás buscando, entiendes bien que en nada te distingues de esos otros lectores silenciosos y empecinados en los que nunca reparaste. Son tantos, y los ves ahí con su cabeza metida entre las páginas, buscando, que ya no aspiras a tener un sitial reconocido.  Sólo quieres lo mismo que ellos, encontrar el libro, tu libro. Por cierto, ya que hablamos de cabezas: en cuanto lo abras, supongo que querrás saber qué te llevó un día a meter en la biblioteca tu casquivana cabeza. No te prives y ya contarás.

jueves, 26 de mayo de 2022

Silogismo del necio

El más necio entre los incompetentes siempre trata de ocultar lo que no tiene, el más incompetente entre los expertos siempre trata de sortear lo que no domina, pero sólo el más experto de los necios consigue triunfar, disertando muy serio sobre lo que no entiende.

miércoles, 25 de mayo de 2022

¿A dónde va la línea?

Cuando uno empieza a trazar la línea, no siempre tiene un plan concreto, simplemente avanza en una dirección que ha escogido al azar, sin una idea clara de dónde y por qué razón ha de ponerle término. Normalmente uno no suspende fulminantemente la operación, más bien se va dejando llevar mientras dura su interés. En el transcurso puede, eso sí, que se vea sometido a vacilaciones, como si viera en la hoja en blanco un océano demasiado extenso y quizá demasiado profundo. No siempre la tinta define bien su singladura, hay casos en que escapan a su paso pequeños hilillos y escorrentías, dándole al conjunto un aspecto dendrítico en el que el trazo troncal se difumina; hay otros casos en que la pluma se resiste a cumplir su cometido y, en vez de correr dócil, va hipando de tal modo que trastorna el dibujo con sus intermitencias. Como uno nunca permanece estable, varían los estados de ánimo y alteran obviamente su labor. Así, puede que arranque con mano firme y sin objetivo en mente para verse después sorprendido por una fulgurante idea, por una imagen precisa, por un dibujo fabuloso, y a partir de ese momento se ponga a delinear afanosamente esa ilusión. Ahí suele uno caer en el vicio de la precisión, dado que dispone de un proyecto. A él se debe, por más que su mano le resulte demasiado voluble y desconfíe un poco de la magia de la tinta. Sigue confiado, pero sabe reconocer que el soporte creativo impone sus límites, o sea que más allá del folio el trazo es fugitivo y fallido, y que en esos márgenes la obra es ya indefinida. Si encima el propósito es caligráfico, nada asegura que, rompiendo así el molde previsto, el resultado sea inteligible; si es artístico, todo dependerá de si está uno en vena, de si sabe demostrar su sensibilidad y de si actúa dentro de ese marco de forma original y sucinta. Pese a todo, nada podrá impedir que, atraídos por la desconfianza, aparezcan penosos temblores y queden en el papel reflejados como titubeos pasajeros o que la mano se desmande cuando la perplejidad provoque indecisión. El retorno de estas dudas, unido a algún amago repentino de parálisis, será indicio evidente de que toca ya culminar. Con la vista puesta en el engendro, al mismo tiempo que levanta su mano, verá uno oportuno abandonar la tarea y despegarse de tan arduo oficio. Podría alguien pensar que el resultado final habrá sido necesariamente caótico, pero no siempre es así. Para unos la línea quedará en resumen como huella impresa de un pasatiempo anodino, pero para otros describirá el mundo indescifrable que se oculta tras una tupida red de vías ideales. Seguro que hay también quien, como terapeuta, se sirve de ella para valorar el estado mental de su autor, aunque probablemente serán mayoría los que vean directamente en esa página emborronada un abigarrado signo de locura. Habrá que esperar todavía un tiempo a que el desdén hacia la obra se disipe y surjan felices intérpretes dispuestos a alabar la originalidad del intento y a llevar hasta un sitial de honor al delineante. Tras estos pioneros no tardarán en aparecer académicos, unos audaces, otros oportunistas, con la misión de componer una avanzada teoría. Los veremos preguntar por el enigmático punto de partida, por la filiación y escuela del autor o por la calidad del papel. Después someterán a examen ese trazado abstruso, procediendo a un análisis detallado de todos y cada uno de sus trenzados, arabescos y vericuetos. Digamos pues lo que ellos al respecto sostienen y sirve de fundamento de la academia: que cualquier obra del azar bien merece una teoría.

martes, 24 de mayo de 2022

En el ejercicio de la profesión

Alejado ya del ejercicio profesional, donde para uno era tan obligado exhibir un pundonoroso cumplimiento como escatimar la relación de sus aciertos dudosos y sus errores garrafales, llega la hora de contemplar todo aquello en perspectiva, y mejor en tono de farsa. Ahora veo con más claridad que en esa farsa cada cual se dedicaba a enaltecer virtudes supuestas y que lo hacía con la misma destreza con que encubría sus defectos. Si las examinas con atención, las dotes para salir airoso del atolladero profesional apenas se distinguen de las del actor competente. Todo es cuestión de estudiar a fondo la obra que uno se ve obligado a representar y de hacer que en lo posible concuerde, o no desentone demasiado, con su modo natural de actuar. El conocimiento profesional, ese talento que tanto se valora actualmente, sería, pues, más un instrumento de adaptación que de intervención, lo que nos lleva asimismo a reconocer que los cambios  que en el mundo se suceden llegan ineluctablemente sin que medie de nuestra parte mayor provocación. Todo esto nos viene a situar en el centro de una escena cuyo guion en buena medida desconocemos y para cuyo seguimiento contamos con poco más que nuestras facultades, a las que recurrimos como histriones. Así, en lugar de erigirnos, en tanto que profesionales, como dueños del tinglado, podemos imaginar que es el mundo el que nos ve y el que sigue de cerca nuestra interpretación de cada situación. Esta condición subalterna y teatral nos era recordada por Montaigne en un breve párrafo de su ensayo Sobre la administración de nuestra voluntad: «La mayoría de nuestras profesiones son cosa de comedia. Es preciso desempeñar debidamente nuestro papel, y tomarlo como cosa de prestado, sin hacer realidad de lo que es máscara y apariencia, ni propiedad de lo que nos es ajeno. Distingamos la camisa de la piel, y, pues nos enharinamos el rostro, no nos enharinemos el alma.» A este respecto, conviene tener en cuenta que el día que se desmonta el tinglado de la farsa uno se ve obligado a saber quién es. Si en algún momento le pareció ser más de lo que era, a partir de ese día tendrá que conformarse con imaginar lo que a lo sumo aún puede ser.

lunes, 23 de mayo de 2022

Amor universal

El amor de todos para con todos no debería ofrecer en principio objeciones, pero lo cierto es que las mayores desviaciones surgen entre quienes se las dan de defensores. El amor genérico tiene sencillo reverso y a quien lo cuestiona de inmediato se le sitúa enfrente, del lado del odio. En realidad amar no es tan fácil, así que el amor universal, que algunos proponen como receta de convivencia, se antoja más bien utópico. Por eso más frecuentes que los oasis amorosos son esos amores desencantados, que dan lugar a una estela de rencillas e inquinas imborrables. Se me dirá que no ser amado no supone necesariamente ser odiado. Y es cierto. Tan complicado es el amor como el desamor, que empieza en carencia y acaba en negación. No obstante, la evolución del uno hacia el otro sigue pautas reconocibles y determina el modo en el que el odio acaba por surgir de notas gestuales como el desafecto o la antipatía. Pero, antes de ver cómo evoluciona, cabe distinguir dos tipos de amor. Por un lado, está el amor que se practica y ejerce siguiendo un propósito; por otro lado, estaría el amor instintivo. En el primer caso la medida de su virtud, o mejor de su virtuosismo, es su propio alcance, es decir la cantidad de sujetos amados. Para muchos de los que se presentan como impenitentes amantes, puede que el el amor universal no les parezca del todo real, pero les vale como símbolo. A través del propósito, su amor mira por encima de todo hacia ese objeto con el que lo practican. Si es una persona, pronto la reducen a instrumento; si son multitud, requerirán a todos para que, en nombre de la universalidad del amor, se decanten por la vía de la cohesión colectiva. Imaginemos, como ejemplo más claro, una cofradía de vocación amorosa bajo la tutela de un poder paternal. Dicha institución permite crear un vínculo sólido, avalado nominalmente por un amor fraternal y realmente por una coerción no siempre visible. El vínculo creado por ese amor dirigido es más que nada de fuerza común. Sin ser propiamente amor, desde dentro se ve como amor fuerte lo que no pasa de ser amor forzado. Por ser además amor a propósito es sobre todo expansivo y, en cualquier caso, más absorbente que integrador. Las reglas que deben regir ese colectivo —donde, no olvidemos, se ha proclamado el amorío generalizado— necesitan jueces que dicten dónde acaba el ámbito de sus amores, así como quiénes son en concreto los desafectos, los detestables o los directamente odiosos. Estamos aquí, por tanto, muy lejos de la compenetración personal. Para ellos el favor amoroso no es virtud espontánea sino cumplimiento del deber instituido, donde el amor es mera divisa. El amor ya no es cuestión de dos o de tres, no es físico ni espiritual, es cuestión de pertenencia a la virtuosa comunidad de toda esa gente que amándose poco entre sí dicen encima que aman a todo el mundo.

domingo, 22 de mayo de 2022

Fin de la mecha

Con las manos en las sienes hacía ademán de estar sosteniéndose la cabeza. Tanto persistía en ello que más parecía que estaba midiéndosela. Pero llegó un momento en que se puso a mirar a ambos lados, despistado, como si quisiera romper el estrecho molde y escapar por fin de sí mismo. Fue ahí cuando confesó esperanzado: «Estoy seguro de que aún me caben en la cabeza tres o cuatro ideas más». Al oírlo hubo a su alrededor gestos de extrañeza y alguno también de lástima sincera. Uno, el seriamente afectado, dijo: «Pues intenta que sean buenas». Otro, el más sarcástico, añadió: «Mejor que sean las últimas». Uno más, para hacer historia, lo coronó frente a todos: «Siempre la tuvo vacía y ahora cree que se le ha quedado pequeña».

sábado, 21 de mayo de 2022

Campaña de promoción

Lucir desconsolado, afligido por la angustia y envuelto en una aura de tristeza. Hay quien así se recrea y, una vez completado el disfraz, se ofrece desvalido en imagen con la idea de ganar público. Dice que de ese modo logra descubrir y hasta entrar en sintonía emocional y cósmica con sus verdaderos semejantes. Y de eso mismo se vale para proclamar en voz alta: «aquí los perdedores, aquí los deprimidos, aquí los desheredados,...¿quieres ser de los nuestros?» Luego sólo le queda pasar el platillo, cerrar la campaña y a otra cosa.

jueves, 19 de mayo de 2022

El caimán

El mito 
Convertido en caimán, Ovidio aguardaba la oportunidad de salir disparado, gracias a su ágil y eléctrico nado, con la intención de hacerse con Ardenia, su más codiciada presa. Mientras permanecía al acecho, ella paseaba despreocupada e indefensa por los jardines de la orilla contraria. Al final de su agotadora jornada, no tenía ella mayor disfrute que acercarse a contemplar el lento discurrir de aquellas aguas mansas y escuchar embelesada los trinos que acompañaban su rumor. Un día que le había resultado particularmente difícil, su creciente contrariedad desembocó en una decepción profunda. Llevó entonces en vuelo su mirada hasta la otra orilla, siempre tan frondosa e inalcanzable, envuelta en oscuridad y misterio, y mudó en hondo suspiro el ansia que la dominaba. Ahí el aire se quebró y alumbró un quejido de desdicha. Ésa fue justo la señal que durante tanto tiempo Ovidio había esperado. Para los de su especie aquella aura fugaz no podía ser fruto de melancolía sino un urgente reclamo. Cuando se le escaparon las lágrimas, Ardenia quiso librarse de la tristeza flotante agitando el limo con su pie delicado y blanco. Lo que no pasaba de juego inocente quiso verlo Ovidio como ávido y puro deseo, como un gratificante regalo. Ella, desde su orilla, siempre tan aburrida y lineal, le estaba claramente rogando, necesitaba su auxilio. Fue entonces cuando, desde lo más turbio del río, emergió repentinamente con su lomo brillante para que la cándida Ardenia, en él aupada, cabalgara, escapara y soñara. Fue un rapto, sin duda. Según Ovidio, un rapto de amor, nada reprochable, un acto de posesión que para él encarnaba la desnuda pasión en acto.

El cuento
Que Ovidio tenía un caimán, todo el mundo lo sabía, incluso ella, Ardenia. Que podía llevársela por delante, era previsible. A él le gustaba exhibirse con su mascota, porque a su paso a todos imponía respeto. Casi todas las tardes acababa en el estanque, donde el animal se zambullía y disfrutaba durante un buen rato oteando todo lo que se movía a su alrededor. A esas horas, por allí solía pasar también, con intención de ahogar penas y levantar el ánimo, Ardenia. Apenas reparaba en nadie, simplemente se dirigía hasta la orilla, se sentaba frente a una caleta a la fresca y se quedaba mirando muy fijamente el agua. De lejos Ovidio vigilaba sus pasos y lo mismo hacía, aunque más discretamente, su caimán. Era tal la tristeza de la muchacha que su mirada parecía resbalar por encima de las aguas, como si quisiera huir a través de ellas. Ovidio advirtió en aquellos ojos un brillo y le pareció que se iluminaban. Al poco se enturbiaron y por un momento pensó que la oscuridad del estanque los había inundado de pena. Se dio ahí cuenta de que en su mano estaba la solución, de que bastaba con reanimar las aguas y empujar suavemente el oleaje hasta la caleta. Contaba para ello con su caimán, así que allí lo envió. Pero éste, en vez de chapotear, se dirigió con la astucia de un torpedo hasta las cercanías de ella. Quiso la mala suerte que Ardenia en ese momento buscara refrescarse y deslizara su pie hacia el estanque. Ovidio miraba atento la escena cuando el caimán hizo presa y la arrastró hasta el fondo. Ahí se lanzó a socorrerla, pero ni ella ni él regresaron. El que sí lo hizo al rato fue el caimán, que saciado y ahíto también de gozo volvió a la orilla dejando atrás el escenario donde Ovidio y Ardenia consumaron para siempre su dramática unión.

La crónica 
El jefe de policía informaba al día siguiente: «Ayer, en torno a las veinte horas, se produjo en los alrededores del embalse de Cucanga un fatal incidente. Todo empezó cuando Ovidio Alido condujo hasta allí a su mascota, un caimán de unos cuatro metros. Es verdad que a esas horas no queda nadie normalmente en las inmediaciones. Ovidio ha alegado además que el animal era muy disciplinado y atendía siempre a sus órdenes. En el otro lado del estanque, en la orilla, se encontraba sentada Ardenia Trema, una muchacha de unos veinte años a la que Ovidio tenía vista en otras ocasiones». Ahí Ovidio ha subrayado que la vio, pero que no creyó que corriera ningún peligro. Ha seguido contando que Ardenia parecía bastante meditabunda y reconcentrada en sus cosas, aunque de vez en cuando dejaba escapar la vista hasta el centro del estanque. No es probable que reparara en el sigiloso caimán, que poco a poco se acercó asomando sus ojos vidriosos, como si estuviera prendado de ella. Cuando chapoteó para atraerla, se supone que ella fue al agua para ver si había saltado alguna rana. «En ningún momento temí por ella», siguió Ovidio ante las cámaras, «pero de repente vi la sangre y a Ardenia gritando. Entonces decidí pedir auxilio. De haber acudido antes los de emergencias, quizá se hubiera salvado. Y lo peor es que me he quedado sin mi caimán. Al verlo llegar hasta ella, me quedé con la impresión de que estaba como fascinado, yo creo que había deseo. Son animales, claro, pero a un reptil no se le puede negar su instinto, más si está en un ambiente natural». Con la piel del caimán Ovidio intentó pagar abogados, pero fue finalmente condenado a diez años y un día por homicidio imprudente.

miércoles, 18 de mayo de 2022

Apunte sobre los titulares

Los manuales de texto no lo dicen, pero en realidad los titulares de prensa más que resumir y resaltar lo importante distraen si no encubren lo que interesa conocer. Entiendo que lo que interesa es siempre algo subjetivo y que la opción de ofrecer un titular puede parecer una solución objetiva, pues se presume elegida atendiendo a un interés superior. Ahora bien, siempre nos queda la duda de a quién responde ese interés: si al público medio, al lector fiel o tan sólo refleja el interés del editor. Lo cierto es que, en la prensa de hoy en día, gracias a esos titulares que actúan como pantallas, vemos cómo se contrapone lo que algunos deseamos saber para estar al tanto de los hechos y lo que a «alguien» le interesa que se sepa sobre las causas presuntas. Con ese truco, con esa zafia metodología, pasamos en un suspiro de tener información abierta a nuestra valoración a recibir directrices informativas. 
Un ejemplo bien actual: la misma noticia en los órganos de prensa A y B. Mientras A opta por titular «M destituye a N», B insinúa en el suyo que «M destituye a N para calmar a R». Como bien se ve, la intención que queda en B bien verificada es pasar por la noticia para descalificar a M atribuyéndole la intención, no verificada, de que desea auxiliar a R, trato que este órgano entiende que no merece, ni de M ni de nadie. La noticia permite, pues, crear opinión a base de sacudir estopa a M por rendirse a la estrategia de R, del que se supone que se hace tontamente el malherido. Demasiados sobreentendidos arrastra este titular para dar cuenta de una noticia que es sumamente simple: ha habido una destitución. Sobre las razones que para ello haya tenido M, más valdría llevarlas a un párrafo especulativo, pero obviamente en la sección de opinión.
Pues bien, con esas triquiñuelas andan a día de hoy algunos. Y eso sí que es noticia, y bien mala. Sobre todo ahora que la información válida se cotiza al alza y debemos guiarnos por titulares. Si añadimos a esto la creciente alergia a los textos y la ventaja con que compiten las imágenes, el efecto general, que es también dramático, es que a través de los medios de comunicación podemos ser fácil y llanamente dirigidos. 

lunes, 16 de mayo de 2022

Esa fe tan recia

Nadie debería plegarse a una fe tal que al mártir bendice y al descreído maldice, al príncipe sigue y al tibio persigue, al timorato elige y al soñador corrige, al taimado admite y al indeciso omite, al apóstol exhibe y al filósofo prohíbe. ¿De qué puede valer, además, si los mandatos que prescribe luego en falso los transcribe?

domingo, 15 de mayo de 2022

El tipo que interpreta mi papel

Hay por ahí un tipo que interpreta mi papel a la perfección: el mismo aire de despistado, el mismo aspecto descuidado, los mismos andares parsimoniosos, el mismo modo de retorcer y masticar las palabras... Parece, eso sí, un poco más decidido, aunque adivino en él mi vieja tendencia a entrar en pánico. Lo he visto varias veces en reportajes; los medios, las redes, ya se sabe. Pulula mucho y a diario por mi misma ciudad, frecuenta parecidos ambientes y acude justo a las citas que yo evitaría. Allí la gente va a lo fácil, no controla quién es quién y lo toman por mí. Lo agasajan y jalean, porque hay en él algo de singular y brillante, lo que no es raro teniendo en cuenta por quien lo toman, y por eso le ofrecen las oportunidades que hace poco a mí se me negaban. O sea que es un tipo con suerte, o con carisma. Pero no lo envidio, más bien lo necesito. Me viene bien ahora mismo alguien que sea capaz de cargar con el peso de mi gloria, que aguante los vaivenes y embestidas de mi espléndida fama. No me tengo por un proyecto fallido, porque sigo vivo y, a efectos económicos, de su carrusel soy el titular. Con su éxito voy viento en popa. Pero también digo que me complace cantidad seguir esta película desde el sofá, sin arriesgar, visitando sólo salones íntimos, todo a la luz de las velas, sin focos. A mi intérprete, que es todo vocación, nunca le he pagado. No es mi doble ni mi inversión; no estoy tan loco como para malgastar así mi fortuna. Me gusta lógicamente saber de él, porque al final con su entusiasmo hago rentas. En general es un tipo bastante fiable. Aunque su modo de actuar sea previsible, en sus respuestas a veces salta la sorpresa. No me preocupa, más bien disfruto de veras, con esas salidas naturales y frescas. Tanta naturalidad transmite que para mis adentros siempre me digo «yo hubiera hecho lo mismo», aunque no sea verdad. De lo que no cabe duda es de que es un genio del espectáculo. De manera magistral intuye lo que pienso, prepara con sumo cuidado lo que me gusta y acaba por hacer lo que yo tanto he querido. ¿Si me molesta que triunfe? Pues no, al fin y al cabo personifica el merecido homenaje que hace tiempo que se me debía. ¡Ah! ¿que no valen homenajes en cabeza ajena? Eso es mentalidad de rácanos y pusilánimes. Cuando se es verdaderamente grande y se quiere permanecer en la sombra, manteniendo a buen recaudo las cuentas, uno debe ser también generoso con sus peones. 
La historia que lo sacó de la nada no es tan reciente. No sé cómo ni cuándo le llegó el guion ni dónde aprendió mi papel. Sólo puedo decir que desde el principio lo interpretaba a la perfección, si bien apreciaba yo aún algunas lagunas menores. Lo más llamativo era que, cuando mis defectos salían a la luz a través de él, lo hacían con la sensible diferencia de que relucían como virtudes. Viendo cómo se movía en público y cómo seducía y apasionaba a ingentes multitudes, lo podía también imaginar entregándose en privado a amores tempestuosos, algo que me halagaba sobremanera. Con el tiempo, su temple de artista lo llevó a ascender a supremo nivel y en su apogeo vino a lucir cálido y encantador como una nube de color caramelo, de esas que todos desean contemplar. Embelesado saboreaba yo, como todos, aquel dulce momento, sin poder imaginarme que tras esa nube maravillosa vendría pronto el ocaso. 
Todo se torció cuando le sorprendieron a micrófono abierto con una sencilla pregunta. Sólo querían saber del artista cuál era su nombre verdadero. No sé por qué, pero ahí vaciló y a partir de entonces empezaron los problemas. Me hubiera podido suplantar, y en absoluto me hubiera importunado que tomara mi nombre, pues lo llevaría con gran dignidad. Hubo alguna sospecha sobre mi marca y su titularidad, y pronto alguien levantó la libre denunciándolo por impostor. A él le atrapó de repente ese pánico que siempre tuvo tan cercano y a los días desapareció de la faz de la tierra. Como funesta consecuencia, a quien los sabuesos se pusieron a buscar a continuación fue a mí, como a un temible criminal. Trataban de averiguar quien estaba detrás de lo que consideraban una comedia. Estaban empeñados en que su carrera había sido un engaño, en que había alguien que lo manejaba todo, en que él no era yo de verdad. Por asombroso que parezca, los supervisores de la farándula no toleraban bien que su negocio quedara envuelto en la doblez y menos que acabara en fiasco. Asegurando que sólo querían la verdad, se lanzaron a decir que el tipo había estado protagonizando en todo momento un cuento montado por otro tipo, por el titular, por el auténtico, o sea por mí. Andaban, pues, los reporteros muy revueltos, husmeando por todas partes, rastreando hasta mis más mínimas mis huellas, asaltando e interrogando a mis conocidos como si fueran cómplices de mi extraña desaparición. No faltó quien llegó a especular sobre el monto y el misterioso destino que podría tener mi patrimonio.
Mientras me estaban buscando, cuando ya los tenía en los talones, decidí que mi movimiento iba a ser el inverso. Tenía que encontrar al tipo que interpretaba mi papel a la perfección. Después de muchas averiguaciones y no pocos fracasos, por fin di con él. Lo conocí en una infame habitación de un hotelucho, donde se escondía asustado por todo lo sucedido. Nada más verme me pidió muy dolido perdón, a lo que respondí extendiéndole la mano y estrechándosela muy sinceramente. En ese momento vi surgir una suerte de afinidad profunda, como si corriera entre nosotros una corriente secreta, lo más parecido a la extraña compenetración que sienten dos gemelos. Él seguía aún bastante afligido y hasta se ofreció a soportar en público cualquier pena que los medios o los jueces le infligieran. Hubo un momento en que lo encontré tan apurado ante este futuro que quise tranquilizarlo. Con la idea de entretenerlo más que nada, le fui contando mi verdadera historia. Le conté cómo me llamaba, cuál era mi signo del Zodíaco, dónde había nacido, vivido y todo lo demás, y al final hasta le puse al tanto de todas las amantes que había tenido. Noté que esto lo iba entonando un poco más y para rematar lo felicité por la seriedad con que interpretaba el papel. «Gracias a tu interpretación impecable», le dije, «he vivido tu paso por la escena como un regalo, como un tiempo de beneficio espiritual y de plácido ensueño, y lo único que ahora deseo es prolongarlo». Le pedí perdón de antemano por las molestias que eso le podría suponer y para resarcirle le ofrecí toda mi fortuna. Con aire un poco ensombrecido por las dudas aceptó, supongo que por la atractiva cuantía que adivinaba en mis dineros. Me reservé, no obstante, una minúscula parte para emprender un viaje a ultramar y poner definitiva distancia con mi pasado. Por último le señalé la dirección de mis próximos para que verificaran en él mi identidad y se sintiera más seguro. Antes de partir, aún tuve tiempo para saber de este encuentro. Por parte de ellos no hubo demasiadas preguntas, aunque temía que sin manifestar albergaran dudas. Se declararon muy preocupados por mi desaparición e iniciaron su habitual sondeo sobre mis éxitos y, como si viniera a cuento, preguntaron si tenía bien guardadas mis posesiones. Temieron que hubiera sido objeto de secuestro y que me hubieran dejado sin blanca tras ceder al rescate. Ya se sabe que la familia siempre teme por ti y en este caso por mi peculio. Tal y como imaginaba, pronto los buscones dieron en esa dirección con mi intérprete. Mis parientes habían servido de algún modo de aval y el tipo que me interpretaba acabó así reconocido como auténtico por los reporteros. Tras dejar todo encauzado, ahí yo me despedí.
He seguido durante estos años siguiendo de lejos al tipo. Continuaba interpretando mi papel a la perfección. Desde mi regalado retiro, tan pronto miraba el saldo de mi cuenta corriente como contemplo esa nube de color caramelo que circula para mí por el cielo. Pero ayer supe que en sus andanzas había dado un giro inesperado. Al parecer no le bastaba con disfrutar de mi identidad y poder exhibir mi ejemplar historia personal. Sintonicé antenas y lo vi en una de sus últimas apariciones en pantalla. Seguía fiel a mi papel, pero lo encontré algo desmejorado, como descreído y en el fondo engañado. Por canales reservados, recibo ahora noticia de que está harto de ser otro. Ayer declaró que lo que hace no le compensa. Sospecho que los míos le chantajean y amenazan con denunciarlo de nuevo. Sus caudales lógicamente han mermado. Pero lo que temo es que sospeche la verdad: que me largué con el grueso de mi fortuna y sigo viviendo de sus ganancias. Los papeles dicen que el pobre está en la ruina y que pretende una gira por ultramar para contentar a su público. No lo creo, temo lo peor. A pesar de vivir escondido en este espeso bosque, siento que el peligro se acerca, que un lobo solitario y hambriento me busca. Mañana os contaré cómo termina.

sábado, 14 de mayo de 2022

Detrás de los vapores, el nubarrón

Me leo como si me escuchara. Y en cuanto me llega el eco de esa voz mía interior, advierto todo ese empaque con que la he ido cargando. Qué deleite puede haber para mí cuando se me hace evidente lo que de falso e impúdico hay en esa cómoda arrogancia, en esa sensibilidad manipulada, en esa exquisita presentación de lo que en realidad no soy. Buscando a toda costa ser distinto con mis propias palabras, me he convertido en víctima de una asombrosa recreación. No voy a negar ese meritorio intento, pero con el tiempo me van creciendo las pezuñas de sátiro, suenan más destemplados mis rugidos y suelto sin recato jaculatorias insultantes. Supongo que ya no tengo tan fácil lo de armar mi muñeco para hacerle adoptar posturas y digerir finezas. A pesar de todo, me reconozco al escucharme ante el espejo, cuando recibo la visita de ese fantasma inevitable, de voz artificiosa, en el que mi ingrata presencia cada vez se adivina mejor.

viernes, 13 de mayo de 2022

Desbloqueo en tres tiempos

Los efectos suelen llegar en cascada: no sé qué hacer, no sé qué pensar, no sé qué desear. O sea lo más parecido al estado vegetativo. Cuando así, lo primero es mirar y después volver a mirar, y así hasta que algo te sorprende. Puede que te pique entonces la curiosidad y, si no es demasiado malsana, puede que esa curiosidad despierte por un instante tu asombro. Ahí estás tú, tienes ahora por delante todo un camino. Pasar de sorprendido a asombrado te ofrecerá la sensación de que ha merecido la pena estar ahí, un modo de decir que lo que has visto te ha resultado estimulante, lo bastante al menos como para desear repetirlo. Seguro que eso te permitirá pasar de asombrado a interesado y te llevará probablemente a pensar en el gusto de vivir. Pero si quieres revivir, e incluso vivir lo que has perdido, deberás hacer además algunos planes. No basta con tener repentino interés, no basta con seguir la estela del asombro, no basta con quedar entretenido en la sorpresa. Deja a ésta última a un lado, fija tu atención en el asombro y pon todo tu interés en despejar todas las sombras e incógnitas que lo rodean. Es por ahí por donde debes seguir.

jueves, 12 de mayo de 2022

Mateo, el inspirado

No es propiamente un vigilante ni un tutor, es un ángel recién llegado el que convocando ecos creadores nos inspira nuevas ideas. No nos enseña propiamente ninguna senda oculta, tampoco nos lleva de la mano, simplemente nos da la seguridad necesaria para continuar. Ángeles de estos existen entre nosotros y no necesitamos verles las alas para identificarlos. Si sentimos un soplo en la espalda y a continuación notamos que, como por ensalmo, se despeja nuestra cabeza, ahí están ellos. Y con ellos también ellas, las nuevas ideas. Como llegan a terreno abierto, entran con sorprendente frescura, con apariencia prometedora. Hablamos de unas figuras que, aun siendo fantásticas gozan de larga tradición, pero que difícilmente podrían ser calificadas fantasmagóricas, por más que se les hayan contrapuesto versiones siniestras y diabólicas. De ser algo, serían más bien portadores de un fermento que favorece la maduración emocional de las palabras que deambulan sin juicio ni perjuicio por nuestra mente.
Ese fermento puede tener efectos o bien alucinógenos o bien esclarecedores, pero siempre resulta inspirador. Por eso el momento de la inspiración externa ha quedado recogido en nuestra cultura, quizá en todas, como un instante áureo en que una visita presencial o imaginaria, pero de una naturaleza extraordinaria, cambia el rumbo de nuestra mente. Apadrina este instante la figura del enviado inspirador, en muchos de los casos llega como un ángel benefactor. El caso del ángel que auxilia entre líneas la formación de frases y la elaboración del discurso es para mucho de nosotros parte de nuestro imaginario personal. No es de extrañar, pues, que una circunstancia tan sugestiva haya sido evocada por los pintores. La época de ejemplos más señalados sería el siglo XVII y el marco propicio el bíblico, o el evangélico más en concreto.
A fin de desentrañar en qué modo se percibe ese instante singular, consideraremos unos cuantos cuadros, portadores todos del mismo título, San Mateo y el ángel. El tema del santo atareado en la escritura fue escogido por diversos artistas de esa época como Caravaggio, Guido Reni, Nicolas Régnier, Guercino, Barent Fabritius o Rembrandt. Cada uno de ellos aporta su particular enfoque plástico a ese crítico momento en que el autor recibe la revelación divina mientras se afana en la redacción de su evangelio. En todos ellos se parte de un abierto contraste entre el veterano evangelista y un joven, casi aniñado, ángel. El tema impone esa relación, pero nada presume sobre la apariencia de ambos y mucho menos sobre su disposición. Basta repasar algunos de estos artistas para ver cuán distinta puede ser su versión, o si se prefiere la lectura de la situación. 

Si nos asomamos al cuadro de Guido Reni, un óleo de 1640, hay algo que sin duda nos sorprenderá. La inspiración es ahí fruto de la comunicación visual y alcanza un estado de comunión tal que sobrepasa la definición de los personajes. Ambos se miran fijamente; el ángel parece inspirar con su mirada qué sentido requiere el mensaje, mientras que Mateo recibe la instrucción con gran atención, al tiempo que deja correr su pluma por la página en blanco. La instrucción inspiradora tiene ahí un aire eminentemente platónico, procede del etéreo mundo de las ideas, y las figuras que protagonizan la escena responden a estereotipos bien marcados. De un lado el filósofo refleja en su rostro un decidido interés por dar forma fiel al legado doctrinal de su Maestro; entre tanto, en el otro lado está el ángel de cuyos ojos se diría que fluye como de un manantial aquello que su atento observador debería percibir, esto es la serena verdad, la inagotable luz que alimentará su vacilante fe. 
En Caravaggio, sin embargo, el ambiente en que transcurre el encuentro es mucho menos espiritual, es de un rigor más físico. El cuadro es bastante anterior, de 1602. El filósofo no cuenta ahí con la ensortijada cabellera que lucirá con Reni y pierde de ese modo el aura venerable que las alborotadas canas confieren. No sabemos si fue la cruda calva con que Caravaggio presentó la cabeza del santo o esas carnosas piernas rematadas por unos pies que casi nos arrollan desde el primer plano, pero  la iglesia que encargó la obra la rechazó rotundamente. El cuadro tuvo después un curso desafortunado: nunca fue a parar a una iglesia y, tras aparecer en los siglos siguientes en diversos salones palaciegos, desapareció en la Segunda Guerra Mundial. Al correoso y tosco cuerpo del santo enfrenta el pintor un ángel abierto de alas y mucho más explícito e insinuante que el de Reni. La figura se inclina sobre el escritor haciendo un leve y gracioso escorzo. Su brazo izquierdo queda recogido sobre el pecho mientras el derecho se extiende para guiar la mano del autor. Los ojos, entrecerrados, dirigen aquí su mirada al libro y la boca parece presta a la indicación. La inspiración no está sostenida como en Reni por la mirada, la inspiración es aquí un factor eminentemente activo, que persigue el trazo correcto. Da la impresión de que el invisible inspirador desconfía de la evidente rudeza y las dudas del escribano y decide servirse del ángel como discreto enviado, pero sobre todo instrumento activo y corrector.

                    

Tras digerir el sonoro rechazo a su primera obra, el pintor intentó corregir el tiro ese mismo año con una segunda de igual temática, titulada La inspiración de San Mateo. Despliega en ella toda su destreza barroca. Lo vemos en la factura de los pliegues y en la captación del gesto facial y corporal. Pero lo más llamativo de todo es la atención prestada a la dinámica potencial que está implícita en ese instante puntual. Para empezar el ángel se mantiene ahora suspendido en vuelo, sus alas oscuras llegan envueltas en una fruncida sábana; sus manos se juntan en un gesto difícil de descifrar (¿la izquierda se insinúa y la derecha la contiene?). En cuanto a Mateo, lo vemos con el cuerpo girado hacia lo alto. La llegada del ángel lo ha sobresaltado y permanece levantado con la rodilla apoyada en la banqueta. Sigue igual de calvo que antes y su ademán es algo hosco, pero al menos esta vez aparece aureolado para hacer ver al devoto espectador que en cualquier caso, además de mejor o peor escribano, sigue siendo santo y merecedor de un lugar en los altares de una iglesia, un logro éste que haría al artista lógicamente merecedor a su vez de una justa y buena paga.

La propuesta de Rembrandt es en fondo y forma mucho más enigmática. Estamos ya en 1660. Aquí la mirada no es la del escribano asustado, es más bien la del sesudo filósofo. El cambio se aprecia también en este gesto tan destacado. Su mirada parece perderse mientras se mesa calmadamente la barba, como si se estuviera esforzando por captar la idea que debe transcribir. Su aire es verdaderamente solemne, una solemnidad que no merma en nada la profundidad del retrato. El exuberante despliegue capilar aparece tan digno y bien domado que quizá haya que concederle algún significado. Acaso se venga a exhibir a través de la ordenada pelambre que cubre su cabeza cómo podría lucir una solución al tormentoso enigma que en su interior alberga. Lo que sí que creo es que esa espesura está ahí para dotar de profundidad al personaje. Conviene añadir que la profundidad no refleja en este caso tanto una vaga inspiración como la intensidad con que le castiga internamente el enigma. Como bien se ve, en esto el cuadro concuerda bien poco con los anteriores. Estamos aquí ante un filósofo pronto al invento, no ante un santo recién inspirado. Esto hace que el ángel quede subordinado y llevado a un segundo plano, como discreto apoyo, no como mentor soberano. Sus ojos se deslizan por encima del hombro hacia la página; su mirada es atenta, pero no tiene intención de cruzarse con la de Mateo. La mano del autor obra por sí sola, sin inquietud, con sosiego, como la de un avezado funcionario. 
Volviendo de estos escribanos a la actualidad, en ella hay de todo. Los hay que mirando hacia lo alto suspiran por una idea motora que los active y lance a copar las páginas de algún hipotético libro o de un complejo memorando. Otros miran, por el contrario, al frente más cercano y contemplan ansiosos el panorama editorial a fin de descifrar el gusto de sus tornadizos lectores. Asesores críticos y celosos guardianes, cuando no arrogantes padres espirituales, querrían cumplir con el papel de las míticas figuras aladas. La realidad, sin embargo, es que operan como agentes transmisores, sin otro objetivo que mantener enchufados a los autores a la fuente de energía más clásica, más en concreto a lo que se lleva, y eso siempre que no ofenda la tradición. De este modo, muchas veces lo que se ofrece y vende como creación rompedora únicamente es fruto de la inspiración asistida. 

martes, 10 de mayo de 2022

El giro parabólico

Por mucho que parezca raro leer en estos tiempos a Ramon Llull, debería serle indulgentemente perdonada al lector esa ocurrencia, ocurrencia que queda, por otra parte, muy por debajo en originalidad de las que trae su Libro de maravillas. De entre todas sus partes ninguna creo que mejore en complejidad y sutileza al Libro VII. De los animales, donde la zorra que asesora al rey de los hombres da antes de morir un curso completo de maestría política superando en mucho con sus ocurrencias a las fábulas clásicas. Habrá quien piense que llamar ocurrencias a sus parábolas es en cierto modo desmerecerlas y no es ésa mi intención. No obstante, no pienso negar que el uso reiterado de ese estilo parabólico aburre y que aguantar su carga doctrinal es tarea bien sufrida. Quizá haya que disculpar ese estilo por ser del siglo XIII, eso no voy a entrar a valorarlo. Pero sí que me sorprenden, mientras paso páginas, algunas de las peculiaridades de ese estilo, hoy por hoy definitivamente anticuado. Desde luego no estamos ante un divertido y mero anecdotario. A pesar de narrar el periplo de un personaje, el inocente Félix, su permanente preocupación por la ortodoxia doctrinal lo deja muy lejos de la novela. No es que el texto carezca de frescura, con su constante paso de un cuento a otro y esa mudanza de personajes y escenarios, pero esa inspiración de corte oriental se viene abajo en medio del cargante fárrago moral que todo lo domina.
Es evidente que, con sus parábolas encadenadas, ese estilo obedece a un propósito firme que tiene algo de argumental y pretende, por tanto, ser concluyente. Como no me apetece ahora mismo hacer un análisis comparativo de analogías y argumentos, prefiero recrear y explicar los rasgos y la trayectoria de ese invento estilístico valiéndome de una metáfora. Y ya que hablamos de trayectoria, pensemos en la propia parábola, pero en la geométrica. Con una parábola (narrativa) se aspira a que, gracias a una historia ejemplar, uno eleve su pensamiento y adecue su criterio para moverse en un nuevo nivel moral. Con una serie de ellas, se nos muestra a través de una escalera, una vía de perfección espiritual. En obras como la anteriormente citada, las sucesivas comparaciones derivan en semejanzas o analogías en las que destaca por contraste alguna receta moral. En la cabeza del lector estas comparaciones remiten obviamente a su propia conducta. Su criterio se va de ese modo extremando, hasta que la lógica que sostiene dichas comparaciones le lleva a otro plano más abstracto, superior, donde el balance entre lo bueno y lo malo y el consiguiente juicio moral se simplifican. Para impulsar el móvil que describe la parábola (geométrica), Llull va abonando su estilo narrativo mediante el uso de continuas comparaciones. Con ello logra que su lector se sitúe en cierta altura moral para que desde arriba, y sin pisar ya suelo, tenga la sensación de que su mente avanza sin obstáculos y para que, una vez logrado el zenith, vea claramente dibujada la frontera entre el bien y el mal. En el intento de conseguir del lector una clara determinación moral, Llull va incorporando al trayecto narrativo una serie de historias ejemplares, de cuyas maravillas obtiene, además de la atención de Félix, innegable altura creativa. Pero el problema de este trayecto no es tanto la constante atención que requiere estar ahí arriba, codeándose con las luces perpetuas, como el obligado regreso a tierra. Es ahí cuando el lector se da cuenta de que, mal que bien, está obligado a aterrizar. Cuando además ve que el paraboleo es un recurso ficticio y que el viaje de vuelta se acelera, es cuando empieza a juzgar matices, a reconocer que la geografía de la moral es más compleja de lo que creía y a pensar, ya cabeza abajo, en minimizar daños porque está punto de estrellarse en la realidad. En este último tramo, inverso y sumamente reflexivo, ya no le preocupa demasiado saber cuánto ha avanzado su saber, hasta qué altura moral ha llegado y cuánto impulso ha recibido al compararse y tratar de emular el orden estelar. El tiempo de vuelta parece breve pero es suficiente para llegar al convencimiento de que la visión fugaz lograda allá en lo alto no le ha dado más entendimiento ni ha corregido su conducta. Se va dando cuenta también de que será duro el choque con el mundo de siempre, que le espera ahí cerca para castigar su escapada. Siendo la caída desde las alturas, como vemos, inevitable, conviene aprender como moraleja de ese trayecto que la lectura de una ficción parabólica, y en el fondo cualquier fábula moral, nos impone, si nos dejamos llevar ciegamente por ella, un difícil despertar en el que nos descubrimos rodando maltrechos por los suelos, astillados por el rencor y en definitiva más destruidos que edificados.

lunes, 9 de mayo de 2022

Hazte querer

Bienvenidos todos al influyente canal del Padre Monsergas. Veamos qué es lo que este hombre sabio hoy nos aconseja:
«Amigo, no vale que te quieran a fuerza de hacerte temer, por muy eficaz que parezca. Querer siempre será ahí algo mucho más devaluado que amar, aunque igual de poco duradero. Tampoco veo a la gente deseosa de cumplir físicamente y sin mayor beneficio con un líder feroz; otra cosa es que se desee su gobierno y se le quiera a él como garante, lo que no equivale a quererlo como acompañante. Nadie se busca un animal de compañía temible, del que sólo cabe esperar disgustos, prefiere alguien amable y llevadero, que se haga querer. Y esa virtud, la de hacerse querer, que otra gente te propone, aunque con desigual acierto, la puedes intentar en ti mismo tomándola como consigna. 
»¿Cuáles son, sin embargo, los límites si  fuera el caso? Porque no puedes ser tan obsequioso que en cualquier trato con otro lo primero que hagas sea renunciar a ti. Darse sí, pero con condiciones, observando que recibes, si no en la misma proporción, sí al menos satisfacción bastante como para prolongar con justicia ese comercio emocional. Porque en ese punto conviene resaltar que no todos somos iguales, del mismo modo que no es igual nuestra percepción de la justicia. Así que conviene no obsesionarse y estrechar los márgenes de lo admisible en esos temas. Cada cual tiene su medida, a la hora de dar, pero también a la hora de percibir y valorar lo que ha recibido.
»Siendo esa valoración del tráfico de amores un asunto ciertamente complicado, no lo es menos la correcta percepción de lo que en realidad te llega. Desde luego no siempre es amor, ni siquiera aprecio. El término sería apego y el que te manifiestan puede ser fruto de la conveniencia. Por eso no deberías confundir el hacerte querer con ser visto como imprescindible, pues estás ante una sensación bastante equívoca. Ahí entra en juego la estima (otro término más) y debes entender que eres estimado en tanto que eres útil. Eres como una pieza, quizá importante, pero nunca serás insustituible. Incluso en nuestro planeta Tierra cumplimos un ciclo de reposición permanente. Así que euforia la justa, porque en él tienes la prueba. En realidad que los demás te quieran, en un marco como el laboral por ejemplo, puede salirte bastante caro de precio y resultarte decepcionante. Antes de salir de la empresa con el finiquito en mano, creíste que prácticamente te amaban, y así era, o sea prácticamente, que es tanto como decir que ese amor valió mientras te necesitaban.»
Estoy por afirmar que Montaigne, improbable competidor para un avezado jesuita, no lo hubiera expuesto mejor, si bien lo suyo llegaría albardado con algún ejemplo clarificador de Catón o con el triste parecer de Pirrón. Pero a lo que voy, que no podría afirmar que aportara él mejoría, por la sencilla razón de que Montaigne, pese a ser rigurosamente moderno, sobre este tema ni siquiera se pronunció.

Lectura matinal

Me gustaría enfrentarme a las noticias de la mañana sin que me acometa y me consuma el ardor. Es éste una ardor peculiar, una calentura que prende de entrada en la cabeza. Basta un dicho, un adjetivo o una declaración para desatar ese tormento, intenso como el fósforo y súbito como el rayo. A partir de ahí llega de inmediato mi respuesta, por muda que parezca. Por mi naturaleza, la vivo más que la pienso y por eso nunca consigo que sea templada sino colérica. Es además bien frustrante, pues, a diferencia del rayo, no alcanza a nada ni a nadie, sea individuo o institución, que pueda ser tomado como objeto de represalia por su acción funesta, y menos aún a cualquiera de los que con su torpe pluma les regalan una inmerecida presencia. De lo que no tengo noticia es de por qué una vez desatada la cólera, si no queda satisfecha, se interioriza y con ella el ardor se infiltra y progresa por vías orgánicas, con lo que el cuerpo acaba rugiendo por donde mejor puede. El estómago parece en estos casos presa fácil, al igual que ese vientre siempre voluble, por lo que acabamos con ambos haciendo del ardiente tormento una tormenta inoportuna, que se manifiesta ora en copiosos vómitos ora en retortijones siniestros. En todo caso, sea cual sea la salida por donde brotan y triunfan esos revulsivos, el resultado es un destemple fenomenal. Confirmada nuestra derrota física, sólo podemos ser vistos como desoladores intérpretes de la realidad, dado que percibimos mucho más claramente las amenazas que las auroras. Temerosos y compungidos, casi temblando, abandonamos a diario esa cruel disciplina matinal y nos preguntamos siempre lo mismo: ¿no sería mejor renunciar a ella? Deberíamos considerarlo seriamente, pues resulta evidente nuestra incapacidad, casi patológica podríamos decir, para recibir con serenidad y entereza, o sea como auténticos soberanos de este mundo, las noticias que sacuden y hacen temblar el planeta.

domingo, 8 de mayo de 2022

Noches en vela

En un cuerpo cómodamente instalado en la noche, la mente solitaria siempre se muestra lista para maquinar. Aparecen ahí primero los placeres exóticos, le siguen los planes bombásticos y todo suele acabar con fantasías catastróficas. Cuando todo eso entra en un ciclo y las  imágenes insisten fijándose poco a poco como clavos, lo mejor que puede pasar es que la máquina, fatigada, se descontrole. Cederá entonces su turno al sueño, donde vienen a suceder cosas no muy distintas, aunque con la ventaja de que éstas no encuentran máquina y la mente pronto las olvida.

sábado, 7 de mayo de 2022

No me viene, pequeño drama

Para cuando busco acertar con esa palabra única, ésa que necesito urgentemente hacer mía, otro ya ha encontrado la boca en cuya lengua, allí justo en la punta, está retenida. Lo veo tirar con tremenda energía de ella, pero su dueño, Bocaprieta, resiste y no la suelta. Acudo entonces yo al quite, creyendo que la atraeré a mi discurso con buenas maneras y que para ello bastará con mostrarle quiénes podrían ser sus encantadoras compañeras. Mi colega, el filólogo, mientras tanto, sigue a mi lado forcejeando e incluso consigue entreabrirle la boca para oír esa olvidada voz. No conforme con su persistente silencio, le engancha la lengua y se la sacude con brío como si fuera una estera. Pero en vano, pues la palabra no cae, su sonido no vuela. Bocaprieta no cede, el muy engreído se cree que la palabra es sólo suya. Tras mucho insistir, el forzudo y yo nos miramos desquiciados. El filólogo se siente frustrado, casi impotente, así que se larga desairado murmurando: «Pues me buscaré otra que me regale el oído. Porque palabras nos sobran». Pero no es verdad, lo quiera o no ésa sigue siendo única, por su sonido nítido, por su significado preciso. Mientras él se va, a mí me da por quedarme como mudo y muy pensativo. Pero lo único en lo que llego a pensar es en esa palabra que me falta, en la que sigue retenida en esa boca, en la punta de su lengua. Cuando por fin salgo de mi resignación, repentinamente me acaloro y me sublevo. Algo descompuesto, miro el rostro ceñudo de Bocaprieta. Lo veo tan seco, tan falto de expresión, tan indigno de soltar por su boca esa delicada prenda que me sale de dentro gritarle: «Pues sabes lo que te digo: ¡será tuya, pero tendrás que disfrutarla tú solo! Aunque también te digo: Cuida bien, Bocaprieta, de cerrar esa boca tuya, porque en cuanto la abras se te escapará». En realidad, no creo que sirva esta advertencia y para mis adentros de hecho me digo «¡Qué más quisiera yo!» Y es que no, seguro que no sucederá. Doy media vuelta y me voy sin dejar de cavilar sobre la triste suerte de esa palabra cautiva. Desmemoriado no sé cómo rescatarla, ni siquiera sabría cómo convocarla, o sea que es inútil, jamás llegará hasta mí. Atrás se queda, pues, siempre ojeando la salida, desde la punta de esa mezquina lengua, sin poder despegarse, encerrada ahí por Bocaprieta, ese monstruo secuestrador de tantas palabras huérfanas. Imagino que a lo sumo acabará algún día escupida de mala gana en un debate o instalada como una reliquia en el diccionario, a mayor gloria de nuestro idioma. Y con los años ahí mismo seguirá, condenada hasta el fin de los tiempos, siempre fuera de la calle, donde ya nadie se dignará pronunciarla, donde ya nunca servirá de nada. 

viernes, 6 de mayo de 2022

Fracaso de la apariencia

Como tanto se empeña en ser a fuerza de parecer, nunca está donde parece ni aparece como quería ser.

Entrando en el túnel

Algo deberías sospechar de esa cofradía que secretamente te seduce, cuando para entrar en sus salones intrigantes y acogerte a su encastillada normalidad se te exige más tibieza en las ideas que tienen por dudosas, disimulo de esas formas tuyas manifiestamente delatoras y, en resumen, un falseamiento paulatino de todo lo que te distinguiría entre ellos. 

jueves, 5 de mayo de 2022

Un gozo vulgar

Para quien ordena y dispone las cosas de este mundo el gozo, el relajo y hasta la alegría de quien no posee nada, del que es sencillamente pobre, siempre tiene algo de impropio y, en tanto que tal, culpa al pobre por haberle expropiado de esa dicha. Para toda esa gente son momentos que por imaginativos pasan a ser vistos como locuras, por desinhibidos a muchos les parecerán obscenos, por desmedidos acaban por resultarles inconvenientes, por libres pecarían según ellos de insolidarios y por gratuitos siempre encontrarán sobradas razones para declararlos también intolerables. Pero, si por algo son imperdonables, es porque, a ojos de quien desde arriba mira, el placer llega ahí un poco embrutecido, con maneras torpes y ordinarias. En resumen, porque es un gozo demasiado vulgar, un gozo que visto desde fuera es sumamente irritante, y envidiable.

Transparente no me veo

Hay días que no me percibo y esa transparencia sensible me anima a imaginarme como capitel sin fundamento alguno, pero sacando, eso sí, buen provecho de las nubes, donde paso el rato apaciblemente sin escuchar el rugido insistente del dolor, pero desentendido de placeres soberanos, con los que a buen seguro —pienso para consolarme— rodaría sin freno y dando tumbos por la ladera hasta estrellarme. Y así, entre nubes confortables y estrellas malévolas, se extiende esos días este mundo mío, que nada reclama del cuerpo natural, fundido de mañana y esculpido a mediodía por los ardores, un mundo azaroso que sólo vive del aire, hecho a espacios insospechados, donde frente a los signos que desde la oscuridad amenazan siempre encuentro colores templados que me consuelan. Sostenerse ahí sin pie firme es ejercicio equilibrista, sostenerse además con una sola pluma, suponiendo que de ese modo se puede volar y eludir prisión en todo este amargo derroche de sensaciones punzantes, de delirios agobiantes, de miserias infamantes que cualquier cuerpo bien quebrado procura, no deja de ser volatería fácil, lograda a bajo precio y bajo el impulso de la ilusión triunfante. Si de ahí surgen libros, ni te cuento con qué candor se vive el milagro, con qué estupidez se hace reverencia a las palabras, criaturas para siempre cautivas de un momento, de un furor, de un desequilibrio, cuando no de una obsesión por ser contemplado en las alturas, llevado por el suave soplo de la intuición e iluminado en todo momento por la llama del espíritu creador. Pero, si lo miro bien, lo que esas flacas luces me imponen es un movimiento ofuscado y perpetuo. De modo que haría mejor en volver a tentarme las carnes, por muy estragadas y trémulas que las sienta. Estoy convencido de que que quien se convierte a sí mismo en estilita tonante, estatua irritada y factor supremo pronto necesita sentir dominio y facultades que ejercer para poder restar en su nivel y, llegado el caso, para defenderlo, y eso me hace sospechar que esa transparencia sensible y el despertar de la imaginación que acarrea, en las cuales de buen grado me recluyo para evitar verme en la ruina, me abocan a un cielo turbio e ingrato donde el horizonte nunca se serena.

martes, 3 de mayo de 2022

Yo y la realidad

Todas las mañanas, con los periódicos digitales, compruebo cómo va aumentando de día en día la distancia a la que me encuentro de la realidad. Tengo la impresión de que me alejo. Bueno, eso suponiendo que sea la realidad lo que en ellos se refleja, algo que me temo sea una suposición aventurada. De hecho su realidad parece más alentada por el patrocinio que por la constatación. Ingenuamente, lo que cada mañana espero es tener delante un reflejo de los hechos, pero lo que me llega son reflejos patrocinados y hechos distorsionados. Así que no sé bien dónde estoy, porque tampoco sé ya a ciencia cierta dónde queda eso que llamamos la realidad. La calle que veo, por la que me muevo a diario, concuerda poco con la realidad que todos esos medios retratan. Antes de que alguien me lo advierta, yo mismo diré que el ambiente en que me muevo es bastante restringido y que considerarlo la realidad en general, así con todas las letras, sería desproporcionado. Pero tan desproporcionado e irreal en todo caso como lo que se nos transmite como realidad por pantallas y gacetas. ¿Dónde estoy, pues? O bien, ¿dónde está esa realidad tan evasiva? ¿Es que existe algo a lo que podamos llamar la realidad? En fin, aún me queda una última pregunta, pero ésa sí que la respondo. Estoy por creer que de momento quien todavía existe soy yo.

lunes, 2 de mayo de 2022

A vueltas con la negación

Por principio lo negado tiende, en su alcance, a ser indeterminado, en tanto que lo afirmado suele ofrecer un contorno más definido, aunque siempre en la medida en que las propias definiciones en que se apoya lo justifican. Eso da pie a curiosas paradojas y persistentes prejuicios. Pensemos por un momento en el saber, pensemos en él como un territorio cuya amplitud obviamente nos es desconocida. Pues bien, aunque no sepamos claramente cuánto es lo que no sabemos, lo estimamos generalmente escaso frente a lo que sabemos. Y lo mismo sucede para lo que no tenemos, lo que no recordamos o lo que no conseguimos. Negar es un modo de lanzarse de cabeza a la incertidumbre, porque si bien ya no cabe contar con lo que previamente se ha afirmado, sí que cabe como posible todo un repertorio, prácticamente infinito, de otras certezas, que son imposibles de negar con la escueta afirmación que de antemano se presenta. La negación tiene pues la virtud de permitirnos contemplar como posible lo que en un coto restringido y firme permanece imposible. Si se atiende al cambio de sentido impuesto por la negación, lo no posible pasa paradójicamente a ser una posibilidad abierta. Podemos también acabar con los prejuicios negativos que atrae la negación de algo, puesto que zambullirse en lo incierto puede ser entendido, incluso con la lógica en la mano, como un modo de sentirse libre de abordar y conocer, aunque no se alcance todavía a afirmar, posiciones nuevas. Por tanto, negar puede suponer un avance, que habrá que calibrar, y no necesariamente un retroceso.

domingo, 1 de mayo de 2022

Toca el tocho

Entregó un tocho de mil páginas más diez separatas con los anexos y al caer todo resonó como un tremendo mazo en la mesa del tribunal. A continuación el postulante declaró entre engreído y descreído: «mucho me temo que no voy a ser correctamente leído». El secretario vio oportuno apostillarle: «como escribano parece usted bien esforzado, pero cargante en exceso también. Todo lo demás está por ver o, mejor digo, por leer. No espere milagros de nuestra balanza ni tampoco alabanzas nuestras cuando se nos avecina una tarea que nos puede durar hasta que nos ardan las pestañas de sueño. Mañana será otro día. Prepárese para él, porque le enseñaremos a poner correctamente las comas, los puntos y los acentos.»

Cumas

Imaginamos una mujer entrada en años, vestida con ropajes algo caducos, tocada con un extraña capucha, de parsimonioso y difícil caminar, en cuyo rostro apenas se adivinan dos ojos rojizos y centelleantes. Si esta sibila es la de Cumas, seguro que lleva su pesada carga de libros bajo el brazo. El futuro siempre pesa. Pero si alguien consigue darle suelta y componer un relato, entonces el futuro parece que vuela. Ante el vuelo, que ya se presume inmediato, unos presienten un alba luminosa donde otros temen una tarde aciaga y tormentosa. Pero todo cambia y parece distinto en cuanto acuden a Cumas y se presentan ante la fallida anciana. De allí vuelven aturdidos, asustados, con sus esperanzas rotas. Porque a través de sus ojos dicen haber visto devoradoras llamas y de su voz les han llegado callados gemidos. En el fondo de su cueva, entre sombras, algunos creen incluso haber adivinado la furia escarlata del Averno. Para terminar, a todos ha sorprendido con la oferta en subasta de sus libros, esos en los que, según ella, el futuro está escrito. Unos y otros han pujado bien alto por creer que así amarrarán su futuro. En cuanto pagan su cuota, ella desaparece discreta al fondo. Mientras regresan al mundo, ven la cueva abrirse al cielo como si fuera una ventana. Justo junto al umbral queda una piedra lisa y hasta ese rústico pupitre llega un ángel burlón a depositar la lectura. Nada más sentarse, uno tras otro empiezan a hojear los libros, de los que sólo les llega, al correr de las tersas y amarillentas páginas, algo así como ecos de un tempestuoso oleaje. Tardarán todavía un tiempo en comprender que en esas superficies revueltas hace mucho que naufragaron las palabras. Su futuro, ése por el que habían pagado tan alto precio, no consta en ellas, ha desaparecido. De la cueva se apodera un clamoroso silencio. Ahora que son dueños de los libros, en vano reclaman para que les enseñe su futuro la sibila.