A uno de ellos aún llegó a oírle «¡ostras, que viene el filósofo!», mientras escapaba con los demás a toda prisa, con pinta de estar corriéndose todos una buena juerga a su costa. No es que tuviera el oído ni el pellejo demasiado fino, pero la broma le pareció inaguantable, por muy cierto que fuera. Así que salió tras ellos y, aunque sin idea de llamarlos al orden, creyó que debía como mínimo reprocharles tanta rechifla. Siguiéndolos llegó así a la terraza de un bar donde, entre risas y en un ambiente ocioso y algo gamberro, intuyó en los de una mesa las mismas malicias de antes. Al verlo con su aire solemne y el típico rictus profesoral se hizo un extraño silencio. Poco tardó él en captar qué clase de sintonía había quedado interrumpida. Allí, bien cerca, todavía estaba uno susurrándole al oído a su colega: «Ahora porque está enfadado, pero lo normal es verlo en las nubes. Casi siempre va solo, aunque a él le da por decir que lo acompañan sus ideas». Tras escuchar al de la oreja, amplió su explicación: «¿Esas ideas? ¡Qué va! No, no son mozas. Son, cómo decirte, cosas que no están en este mundo. Él dice que se maneja de primera con ellas, pero por aquí nadie las ha visto». Hizo una pausa a instancias del de la oreja que seguía sin entender y ahí fue cuando le cortó: «Que no, que no son amigas, que él toda esa compañía se la imagina. Si eran amigas esas ideas, debe hacer mucho que lo dejaron. Igual no les gustaban sus inventos. Eso de perder gasta mucho. Sólo tienes que ver en qué se ha quedado. ¡Sin gracia ni jugo, bien reseco!». El colega debió de concluir algo y él vino a confirmar su sentencia: «Pues sí, nada de filosofar y salir a buscar amigas por las nubes, aunque aquí tirados, la verdad, tampoco nos comemos una rosca». Al final, con un filósofo de por medio siempre podría haber salido a relucir una muestra de su peor filosofía. Pero no, esta vez se calló nada más pensar «si me río de ellos, la idea que me hago es que en vez de risa daré pena».
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