De las fuentes sólo mana agua, en el corazón sólo encuentra sobrado impulso la sangre y desde el cielo sólo nos llegan como un flagelo, los rayos y la lluvia. Lo demás son ganas de hacer metáforas, de cubrir con pedrería rica las miserias evidentes, carne toda demasiado vista, en un intento de disimular una fachada tan infame como reseca. Podemos entrar con ellas en intrigas imaginativas, ampliar el gesto de la pluma hasta que el engaño parezca un fenómeno: llega la literatura encantadora. Y por qué no. Quién dice que no podremos, si somos lo bastante diestros, inventar fuentes de plata, adentrarnos en el corazón de las tinieblas y revestir los cielos con delicado manto púrpura. Ahora bien, si un día nos da por volver a la verdad, también puede que nos sintamos más siniestros que diestros al ver que de esa fuente esperanzadora nunca mana nada, que en ese corazón tan oscuro no caben los latidos y que en esos cielos opacos la luz queda tristemente presa.
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