A veces odio en mí al equilibrista algebraico. Marchando por esa maroma se acostumbra uno demasiado fácilmente a contemplar de otra forma la naturaleza, también la naturaleza humana. Gracias a los nebulosos símbolos, siente de hecho que la sobrevuela: examen riguroso, perspectiva amplia, precisión razonable, dominio y control. Aupados a esas alturas por geometrías soberbias, uno se encuentra más cómodo, muy lejos ya de la amenaza de las fieras. Eso no significa que nuestros temores desaparezcan, pues sabemos bien que un mal paso, una falsa prueba, puede hacernos caer en el vacío insondable, en el error letal, en el mundo real donde podemos vernos sometidos a una prueba mucho más incierta y cruel, al equilibrio de fuerzas.
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