Victoria y derrota. Blanco y negro. Sol y luna. Placer y suplicio. Cielo e infierno. Positivo y negativo.
Los signos opuestos son dos y no hay forma de encontrar entre ambos signos intermedios. Para el humano uno representa una suerte de acogida cálida, el otro un frío desamparo. Si nadie nos protege, podemos suponer que estamos siendo abandonados: no cabe nada entre la acogida y el abandono. Ese es el punto de vista de cualquier niño. Por eso hace muy clara distinción entre ganar y perder. Para él se trata de seguir seguro o estar perdido. ¿Cómo enseñarles que, a no tardar, vivirán sintiéndose escasamente seguros y por momentos absolutamente perdidos? Sólo los juegos les ofrecen dos alternativas bien marcadas e inequívocas. El niño dirige de forma natural su mirada hacia la victoria donde presume disfrute y en la que no adivina caducidad, y desconfía de lo que queda a su espalda. El hecho de que su victoria suponga la derrota de un adversario, con frecuencia un prójimo bien conocido, podría enseñarle algo sobre la crueldad del juego, la vulnerabilidad de los jugadores y el fortuito giro de la suerte. Aceptar el disgusto, no digo ya el dolor, como algo normal puede parecer de algún modo como negarse uno mismo. El niño, que desde que nace siente que el tiempo está a su favor, se rebela contra el contratiempo. Pero, a medida que los contratiempos se multiplican, el niño aprende que, además de ineludibles, pueden ser significativos y quizá hasta provechosos. Es la experiencia la que en esto educa, pero no es fácil de transmitir lo que de positivo y rescatable puede haber siempre en lo negativo. Lo comentaba con enorme acierto y excelente estilo J. R. Ribeyro en una de sus Prosas apátridas:
«Lo difícil que es enseñarles a perder a los niños.[..] Pero con el tiempo llegan a comprender que también existe la derrota. Entonces su visión de la vida se ensancha, pero en el sentido de la sombra y el desamparo, como para aquel que, habiendo siempre dormido de sol a sol, despertara una vez a mitad de su sueño y se diera cuenta de que también existe la noche.»
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