Todo el mundo entiende lo que es ser esclavo, sobre todo si lo ha sido. Sin embargo, no todo el mundo acepta ya el término burguesía para describir con propiedad una clase social. Por eso es tan difícil identificar a los esclavos de la burguesía. La denominación da más juego si se emplea a modo de estigma, para señalar actitudes cercanas al revisionismo en el enfrentamiento con la burguesía. Todo muy propio del pasado siglo XX. De hecho fue Lenin quien en 1922 acuñó el término esclavo ideológico de la burguesía en un artículo titulado Sobre el significado del materialismo militante. Con él señalaba públicamente a los intelectuales desencantados, disconformes o alérgicos al bolchevismo. Tras aquel señalamiento vino el destierro, no a Siberia en esta ocasión, si no adonde los quisieran acoger, porque en Rusia sobraban. El camarada Trotsky llegó a pontificar tras ser embarcados hacia Alemania: «Echamos a esa gente porque no había pretextos para fusilarlos a todos y no había posibilidad de tolerarlos». La expedición fue conocida, si no denominada oficialmente, como el barco de los filósofos. De algún modo el régimen pretendía mandar con ellos la filosofía discrepante a paseo, o mejor a la deriva. Según parece, ayer, como hoy por otra parte, los programas políticos necesitan de publicistas, no de filósofos. No estaría de más que hubieran escuchado el mensaje que, ya en el siglo XV, mandaba Brant desde La nave de los necios: «Quien con su veredicto causa gran tormento, tiene también fijada su hora, en la que encontrará una muy rigurosa sentencia; la piedra le caerá sobre la cabeza». Al final entre una piedra o un piolet, al que recibe el golpe ¿qué le importa la diferencia?
Leo por ahí que para 1939 los académicos expatriados, bien expulsados o huidos, habían contribuido con 13.000 obras científicas en las más diversas disciplinas. Por decisión particular, por iniciativa popular o por dictado gubernamental, Rusia, la URSS si se prefiere, ha sido, y viene siendo, una insuperable exportadora de talento. El pueblo ruso debe sentirse orgulloso de su generosidad, pero quizá no tan satisfecho de su estancamiento y algo mosqueado con su ingenuidad.
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