¿A quién le importa? ¿a quién le conviene? ¿a quién le atrae? Oír estas preguntas me ha llevado a pensar en tres de los peldaños por los que asciende gradualmente el deseo. Algo falla ahí, sin embargo, no ya porque hay muchas escaleras posibles y los peldaños pueden ser muchos más, sino porque queda fuera de foco quien desea. Fallo grave, pues en definitiva es a él a quien se interpela. Al fin y al cabo con ese quién tan difuso se estaría apuntando indiscriminadamente y quizá en demasiadas direcciones. Más parece ese escalera, por tanto, un esquema de aproximación y búsqueda tentativa del deseoso. Con todo, parece evidente por su tono que el cuestionario no pretende ser preciso sino retórico. De hecho nada cambiaría demasiado si las preguntas se formularan como ¿acaso hay alguien al que le...? De algún modo se juega ahí con la posibilidad tácita de que ni siquiera exista tal personaje. Esa falta de protagonista claro ha desviado mi atención a lo que mantiene en las tres preguntas la tensión, semántica o sintáctica no sé bien, a ese algo que sin dejarse ver explica toda esa ansiedad creciente y da lugar a cada una de ellas. Es en ese qué, un qué con el que bien podríamos cerrar cualquiera de ellas, donde deberíamos de colocar el desconocido objeto de deseo. Sin su existencia el cuestionario de partida carecería absolutamente de sentido. Ese objeto mudo viene a ser el ancla que le da sentido a la escalera. Por eso resulta tan chocante que, siendo ese qué el centro de la interpelación, esté ausente de ella y ni siquiera llegue a ser puesto en cuestión. Eso me ha llevado a ver tanto el qué como el cuestionario entero de un modo distinto. Se me ha ocurrido que podríamos hacer de el qué un origen de coordenadas y a partir de ahí pasar a ver en cada una de las preguntas un eje o un vector explorador. Tomadas en conjunto, las tres preguntas articularían la búsqueda de ese anónimo quién que se desplaza por el espacio mirando en todo momento hacia ese centro que sirve de explicación. Podríamos decir que esos tres ejes describen vías de aproximación al sujeto y que lo hacen mediante una estimación, más o menos vaga, de la importancia que éste concede, la conveniencia que aprecia y la atracción que siente por ese deseado centro. Si por el contrario miramos el objeto con los ojos del deseoso, a través del primer eje estableceríamos su visibilidad y su definición, a través del segundo su interés y su fuerza y a través del tercero su afinidad y su poder seductor. Para entender todo mejor, siempre puede uno situarse ahí, en algún punto de ese espacio, y responder a las preguntas del cuestionario con me importa, me conviene y me atrae. Lo que no puede calibrar tras fijarse, quedar encandilado y lanzarse al encuentro de lo deseado es cuánto durará su aventura.
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