La verdad oficial suele venir refrendada por algún número (índice de precios, cantidad de parados, longevidad media, delitos anuales, etc.) cuya pretensión es marcar la actualidad y servir además de escudo frente a los pesimistas o reticentes, quienes a renglón seguido son tachados de malpensados. En nuestra memoria nos sobran casos, no obstante, como para dudar de que un solo número garantice la verdad, más cuando éste es emitido por un organismo oficial. El método, pretendidamente inapelable, busca el encantamiento general gracias a la magia hipnótica de los números. Hemos visto cómo, en cuanto se desata uno de esos frecuentes temporales mediáticos en torno a un acontecimiento de gran impacto social, la autoridad emisora desgrana un rosario informativo-numérico que tiene más de rogativa para ahuyentar males mayores que de reflejo fiel de los hechos. Se intuye que su interés en retratar las cosas ha pasado a último término y que los números exhibidos son mera pantalla a fin de darle un asequible tono rosa a lo que sucede. De hecho, difícilmente un número puede sintetizar la gravedad o levedad de una crisis. Resignémonos, la realidad nunca va a quedar perfilada mediante un conjunto de parámetros. Los modelos presentan un sesgo inconfundible que apunta a quien los ha creado. Deberíamos convencernos de que, incluso una primera descripción de los hechos, no digo ya la síntesis de una situación, precisa de algo más que números y de que, aunque se dé por supuesto, no debe faltar en ella un telón de fondo que los concrete frente al pasado. El ajuste paramétrico no es sino un enfoque, en el mejor de los casos es un modo de mirar, a menudo marcado por la intención y desde luego no siempre perspicaz. Nunca un número será la síntesis de nada. La síntesis es un complejo proceso que obliga a abarcar una totalidad. Normalmente esa unidad de conjunto parte de hipótesis tácitas relacionadas con el alcance de nuestra vista y con la definición de un posible horizonte hacia el que deseamos progresar. Frente a todo esto, la foto que ofrece la autoridad con su número es una instantánea casi siempre borrosa cuyo contorno final queda a cargo de artistas de la estadística que, a base de maquillaje, dan a la imagen visos de rotunda verdad. Con ese flamante atuendo numérico se hace aparecer la verdad oficial, dotada de un aire tan persuasivo y perentorio que da motivos para que muchos pensemos que detrás de lo que se muestra quizá no haya carne y hueso sino una simple ilusión visual. Todo esto viene a ser como mirar al cielo y creer que, por haber aprendido a seguir oficialmente las trayectorias visibles y tener un calendario con números, ya hemos atrapado en el firmamento hasta la última verdad.
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