Salió de la pía reunión decidido a ser otro. Durante un tiempo hizo lo posible por serlo, aun así seguía siendo uno, el de siempre, y no veía cómo desmarcarse. Lo intentó con el espejo, salió espantado; se presentó como su versión mejorada, lo llamaron pobre hombre; se desmelenó en plan león fiero, cuando era sólo una de sus pulgas; mudó cien veces de piel, sin poder confundir a nadie; amenazó entonces con aparecer como un fantasma, pero todos lo tomaron a risa. Un buen día hubo un horroroso crimen y ahí vio él cómo llegaba su oportunidad. Nadie conocía bien el asunto, pero a todos les daba por culpar al recién llegado, al tipo desconocido, al extraño, al indeseable, al otro. Como la policía no conseguía concretar el perfil del asesino, decidió darle cuerpo asumiendo ese sufrido papel. Fue asombroso, poco después encajaba a la perfección. A decir verdad, el otro, el culpable, no era exactamente él, pero tras haber dado el salto no veía razón para renunciar a ser ese otro, aunque fuera un poco infame. Por ese aclamado éxito policial, que para él fue más bien discreto, acabaría pagando un elevado precio.
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