Evidentemente una entrevista no es lugar del que extraer grandes enseñanzas, aunque se pretenda en ella presentar al entrevistado como si fuera un gurú. En general abundan en ese género periodístico las ocurrencias, las frases más o menos redondas si no redondeadas, destinadas a sacar al lector de su apatía y acabar con su costumbre de deslizarse por la páginas de la prensa. Aun así, hay casos en los que uno queda sorprendido por cómo queda reflejada y resumida en una sola frase la intención escénica de quien la suelta. Nadie duda de que citarse con el martirio para hacer retórica tremendista o victimista puede ser legítimo, del mismo modo que resulta una carga fatigosa para quienes la soportamos, en el primer caso porque descuadra la lógica del discurso y en el otro porque juega con nosotros moviéndonos a compasión. De que el método está en boga tampoco hay duda. Un ejemplo es el siguiente titular obtenido probablemente en un momento de desparrame mental del entrevistado. Con sutil intención, seguramente convocatoria, en un momento dado suelta éste lo siguiente: «Moriría por el derecho a hacer la película que quiero hacer». La inmolación que ahí se propone es más bien fantástica, en el sentido de falsa y fantasmagórica. Parece claro que ese superlativo condicional con el que inicia la sentencia es un modo de captar la atención del lector para dirigirla a su futuro producto. Propaganda en sentido estricto. De por medio el derecho y el órdago. Solo faltaba darle aires de ordalía: «Que el Señor me deje aquí mismo muerto si no me lo concede». Suena a desafío. Más chirriante es eso de poner en juego la vida para alcanzar personalmente un derecho del que no se va a disfrutar. Porque no se habla ahí de jugársela (defender con mi propia vida, decía Voltaire) por la extensión póstuma de un derecho universal sino por un beneficio particular. Aparte de eso, está la secuencia circular que desencadenaría esa sentencia: primero, me muero; segundo, obtengo mi derecho; tercero, intento ejercerlo muerto. Más bien complicado. Recordaré del cineasta Abel Ferrara esta sentencia altisonante, pero me parece que ya no me siento tentado a probar con su filmografía.
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