La novedosa consideración del factor tu, seguida de su inclusión en la terapia de los desórdenes escépticos más corrientes, se ha revelado particularmente beneficiosa a la hora de corregir la deriva de estos pacientes, carcomidos por la perpetua duda y, sin embargo, tan arrogantes y correosos casi siempre. Hay casos en los que incluso se ha conseguido hacerles que crean en todo lo que nunca antes creyeron que llegarían a creer. La entrada en el credo canónico, que el escéptico, llegado el momento, vive como una auténtica y gozosa epifanía interior, se va gestando tras entablar una relajada conversación con el terapeuta tuísta acerca de las horribles dudas que le asaltan. Gracias al adecuado empleo que éste hace del factor tu, se consigue principalmente que el paciente centre más sus sentidos en lo inmediato, en particular en quien desde el amable tu le atiende. Con ello contribuye, ya desde la primera sesión, a desarrollar una incipiente credulidad. Las sucesivas sesiones no hacen sino confirmar el poder curativo de ese tu que la nueva terapia parece inspirar. Si son hábilmente administradas, las palabras de su interlocutor pronto dejarán de parecerle ordinarias, entre sí se potenciarán y cobrarán un carácter rehabilitador. Pero, aun siendo importantes, no son propiamente sus palabras las que trasladan el poder convincente del factor tu, importa mucho más el crédito personal que el paciente reconoce en el terapeuta. La doctrina tuísta atribuye a sus gestos y miradas, a la cercanía de un tu, efectos que sus razones no consiguen desembarazar. De hecho, cuando el tu terapeútico no intriga con su presencia la conciencia, el factor tu permanece estático, ajeno a variación, incapaz de llevar a convencimiento. Sin embargo, cuando ese tu, convencido de sí mismo, apunta hacia el escéptico, el factor despliega todo su poder y favorece con su imparable crecimiento un consenso en torno al credo, en el que se rinde a la evidencia mostrada por el terapeuta. El progreso del factor es paulatino pero eficaz: al principio se va recreando en los objetos que quedan a su alcance y le son señalados como próximos; de ahí pasa el factor tu a intervenir en los conceptos que se derivan de ellos; el tuísmo sostiene que el aura conceptual resignifica la figura del tu terapeuta, cuya presencia por sí sola es un factor de convicción; finalmente, en su apogeo, el factor logra de un modo magistral lo que parecía imposible: captar esos conceptos para ponerlos al servicio del objetivo terapéutico. Gracias a esa traslación inspirada hábilmente por el tu, y bien conocida en los esquemas tuístas, en pocas sesiones el daño escéptico experimenta unos niveles de mejoría sorprendentes.
Como la literatura clínica es ya considerable, me gustaría traer a colación un ejemplo bien significativo. Éste es el caso de un escéptico tenido por irredimible tras haber sido sometido a toda clase de terapias. Se presenta a la consulta obligado por la autoridad, pero en manifiesto orden de batalla. Nada más enfrentarse a su terapeuta interlocutor hace gala de su desconocimiento, así como de un profundo rechazo del método tuísta. «Tú pretendes ver en mi ese tu que nunca aceptaré para mi«, me advierte, y sigue: «Debes reconocer que somos forzosamente túes enfrentados y difícilmente conciliables. Admítelo, tú nunca te reconocerás en el tú que representas para mí, del mismo modo que yo no acepto ese tú con el que me identificas». La presencia de un observador externo, ignorante de la terapia en curso, permitirá constatar de forma más fidedigna los progresos. Nada registra de las primeras sesiones, pero llega el día en que ve surgir en el escéptico un tímido convencimiento. En unos meses el crecimiento de ese germen, impulsado por el factor tu, le llevará a rendirse a las propuestas venidas de su interlocutor. El observador, que sigue pacientemente el proceso, pronto verá llegar el momento culminante en que el escéptico afirmará sin complejos su nuevo credo. «Me veo obligado a creer lo que tengo delante de mis ojos, justo lo mismo que lo que ves y crees tú». Con esta profesión de fe queda el exescéptico al amparo de ese tu, y desde ese momento su interlocutor ejercerá como tutor y protector de sus creencias. En su informe el observador reconoce el demoledor éxito terapéutico: «Sin ser él aún tú, el factor que tan hábilmente has manejado ha forjado en él un nuevo creyente, alguien que ya no sabe bien cómo podría dudar de ti, que sólo cree en ese fascinante mundo lleno de sombras y figuras portentosas del que con tan entusiasta convicción le has venido hablando tú».
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