Me reservo de calificarlos, peores o mejores, ¿quién sabe? Alivia pensar, en cualquier caso, que los tiempos actuales pasarán como los anteriores a la historia, o al menos eso se dice. De allí esperamos que nadie conseguirá moverlos, aunque mayormente en vano. Porque, por más que quizá no se muevan, es casi seguro que, impulsados por un raro reflejo, reaparecerán bajo otro ropaje, como una nueva versión del pasado. En todo esto llama la atención con qué despreocupación lo asumen las nuevas generaciones. Debe ser cosa de la naturaleza humana lo de repetirse, más en sus errores, desgraciadamente, que en su logros. Estos últimos se asimilan e integran con bastante facilidad hasta resultar algo natural. Al fin y al cabo, se supone que los logros nos hacen crecer y mejoran nuestra condición, mientras que sobre los errores se suele echar tierra hasta que se olvidan. Más tarde, de repente, cuando menos se espera, nos sorprende ver nuestros errores de nuevo ahí. Parece como si no quisiéramos advertirlos, pero tanta repetición es el indicio más elocuente de que vivimos metidos en una rueda que recupera tendencias del pasado, y no siempre las más provechosas, para convertirlas en episodios aparentemente novedosos. Se me ocurre que no tenemos tantas ideas como para salir airosos de las nuevas dificultades que la vida nos plantea, así que recurrimos, de buen grado o in extremis da igual, a fórmulas que dieron lugar a grandes fracasos haciendo de este modo gala de una amnesia histórica preocupante y recibiendo por ello a menudo un castigo no sé si merecido pero sí inesperado y difícil de soportar.
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