Para disculpar en cierto modo su atrevida teoría sobre una hipotética condición egipcia de Moisés, libertador (recordémoslo) del pueblo judío, teoría que desde el principio encontró furibundas réplicas en el estamento levítico y de las que podría ser buena muestra el anatema directo que sobre su autor, Freud, lanzó la Encyclopaedia Judaica, tiró éste de lógica y sobre la fiabilidad argumental en general declaraba con acierto en la obra que dio origen a la controversia, i. e. Moisés y la religión monoteísta, lo siguiente: «Ni la más seductora verosimilitud puede protegernos contra el error; aunque todos los elementos de un problema parezcan ordenarse como las piezas de un rompecabezas, habremos de recordar que lo probable no es necesariamente cierto, ni la verdad es siempre probable».
Algo más seguros del canon incuestionable que defendían y también un poco más sucintos en su expresión, los redactores de la New Jewish Encyclopaedia estimaban que en dicha obra de Freud la figura del legislador judío «era descrita y analizada en desacuerdo con la tradición aceptada y de forma contraria a toda evidencia histórica y literaria». Desde luego que no han sido ellos los únicos comentaristas en descalificar esa obra. Con más profunda y sutil intención, lo que otros han querido ver revelado en dicha obra es un conflicto psicológico latente en Freud, en concreto un complejo de Edipo insatisfactoriamente resuelto del que se derivaría en pura lógica su ambivalencia respecto a su identidad judía. Parece, por tanto, como si en justo castigo a su osadía de poner en duda la judeidad de Moisés (obviamente no su judaísmo), hubiera merecido Freud quedar estigmatizado ante el pueblo de Israel por las autoridades rabínicas como el judío ateo por antonomasia.
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