Esa jerarquía que coloca el titular a la cabeza de la entradilla y el cuerpo de una noticia no deja de ser una metáfora sugerente. Para muchos la verdad reside en la cabeza, todo lo demás es un soporte más o menos circunstancial. Poco importa, pues, que esas supuestas verdades hayan sido cuidadosamente podadas y compuestas desde instancias alejadas de quien redactó la noticia. El caso es que el lector de titulares, o sea el más común, se desenvuelve y navega finalmente sobre verdades superficiales creyendo además que tiene ante sí una panorámica del mundo real. El truco tiene sus efectos en muchas direcciones. Quien asume una verdad condicionada y fabricada suele completarla poniendo de su parte un suplemento de convicción. Cuando los argumentos que llegan de otras fuentes hacen tambalearse esa verdad, no faltan quienes la defienden sin temor haciendo incluso gala de fanatismo. El manejo de la verdad en un titular es parecido a la cuadratura del círculo: nunca puede caber toda en ese formato. No nació para eso sino para atraer lectores, creando un reclamo o incluso una sensación de alerta. Por su posición destacada el titular no necesita de signos de admiración, aunque podrían enmarcarlo sin problema. Tenemos ejemplos sobrados de que no apela a la comprensión de nada y sólo escarba en busca de la fibra emocional. En muchos casos tiene el mismo valor informativo que la exhibición de una pancarta. A partir de ahí, el periódico que la exhibe no puede arrogarse interés alguno en ofrecer una información verdadera. Su principio es otro: la utilidad. A beneficio de quién, esa es siempre en estos casos la pregunta.
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