Uno sólo llega a sentir la necesidad de escribir cuando se ve como un personaje de ficción, cuando consigue dejar de ser real y se aleja de sí mismo. Es entonces, al pasar a imaginarse en un entorno ficticio, cuando empieza a ser capaz de revelarse como personaje y de llevarlo al papel, describiendo sus posibles reacciones ante otros personajes a los que mueve como fantasmas ilusorios y a los que tan pronto examina con tacto como juzga con crudeza, en un ejercicio manipulador a medio camino entre la restauración y la aprobación de uno mismo aupado por el mundo que se ha figurado, ejercicio que le permite quedar absuelto en el mundo que le toca realmente vivir.
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