Da un poco de pudor exhibir emociones y por eso me cuesta cada vez más escribir lo que siento y cuánto disfruto escuchando cierta música. Es el caso de este madrigal de Monteverdi. No es sólo el pudor, siempre temo no estar, además, con mis palabras a la altura de las voces que aquí cantan. En realidad, por mucho que diga nunca podrán con estas líneas estarlo. No me quejo. Sería absurdo parecer resignado cuando puedo gozar de esta perfecta conjunción de voces sublimes y sentir cómo inician un despegue sostenido hacia lo etéreo, llevando así en volandas este soneto de Ottavio Rinuccini, gracias a la magia musical de Monteverdi.
Fue él uno de los primeros en retomar la tradición de iluminar los versos con ayuda de la música. Lo hará en este caso con esta llamada al viento que llegado del oeste suaviza los acentos, remueve las olas y se deja sentir entre las ramas hasta lograr que finalmente todo florezca. Surge así un espléndido canto donde encuentran feliz expresión la dulzura, la ligereza y la alegría. Y ese espíritu festivo es el que se mantiene casi hasta el final, como si las voces —aquí de la mezzo y la soprano— fueran y vinieran suavemente columpiadas al ritmo de la chacona. Sólo al final, en el momento en que el soneto busca dar voz a la soledad del amante, adquiere el canto cierto dramatismo que intenta ser superado en un final lleno de virtuosismo. En ese trance último, engarzadas por el cálido sonido del cornetto, las dos voces parecen moverse entre la ventura y la desventura. Abandonado al azar, al amante no le queda sino recurrir tan pronto al llanto como al canto ('hor piango hor canto').
Zefiro torna, C. Monteverdi, 1632.Fue él uno de los primeros en retomar la tradición de iluminar los versos con ayuda de la música. Lo hará en este caso con esta llamada al viento que llegado del oeste suaviza los acentos, remueve las olas y se deja sentir entre las ramas hasta lograr que finalmente todo florezca. Surge así un espléndido canto donde encuentran feliz expresión la dulzura, la ligereza y la alegría. Y ese espíritu festivo es el que se mantiene casi hasta el final, como si las voces —aquí de la mezzo y la soprano— fueran y vinieran suavemente columpiadas al ritmo de la chacona. Sólo al final, en el momento en que el soneto busca dar voz a la soledad del amante, adquiere el canto cierto dramatismo que intenta ser superado en un final lleno de virtuosismo. En ese trance último, engarzadas por el cálido sonido del cornetto, las dos voces parecen moverse entre la ventura y la desventura. Abandonado al azar, al amante no le queda sino recurrir tan pronto al llanto como al canto ('hor piango hor canto').
Magdalena Kozena (m-sop.) con Anna Prohaska (sop.), Madrigals and Arias, Archiv Produktion, 2016.
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