Comprar barato es hoy para mucha gente un rasgo de inteligencia sobresaliente. Poco importa lo que hay detrás del artículo comprado. Normalmente es una camisa o un vestido fabricados en Bangla Desh u otro país asiático y vendido a través de un intermediario electrónico. Por fortuna no presumen esos «sobresalientes» de haberse presentado en el mercado de esclavos y pujado para llevarse a casa el mejor del lote. Desde luego que hay algunos a los que poco les importaría prestarse a esas subastas. Más que nada temen que estaría mal visto aparecer ahí como compradores. En ningún caso contemplan la posibilidad de verse ellos mismos en el mercado tasados como meros objetos a subastar. Y sin embargo, las valoraciones y estimaciones de méritos para conseguir un trabajo, por ejemplo, las sobrellevamos con absoluta naturalidad. Todo tan natural como disputar esa plaza a cara de perro, con una contienda de por medio basada en valores dudosos y en procesos no pocas veces turbios. En estos casos son los expertos en recursos humanos los que, en la actualidad, acuden a ese tipo de mercado a por los mejores chollos. Después de elegir lo adecuado, se desecha lo demás y, a la hora de pagar, pasa a aplicarse el correspondiente descuento. Como la plaza no suele tener previamente asignado un valor económico, puede forzarse una rebaja del sueldo por ser joven, mujer, musulmán o por provenir de un país demasiado exótico. Adquirir talento a precio de chollo (mediante becas, contratos de prácticas, períodos como junior, etc.) es un signo de perspicacia profesional de estos «rastreadores» que los empresarios saben apreciar con largueza. De las camisas que compramos, del submundo laboral del que llegan y de los intermediarios en la red quizá hablemos en otra ocasión.
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