La obra que aquí se muestra es un avance de otra más ambiciosa y posterior. Su título también enmienda y completa el de ésta dejándonos
un par de líneas fascinantes: “Los primeros humanos conquistan a la mujer Arco Iris, la acomodan para
que el cielo no caiga a la tierra". Su autor, Rember Yahuarcani, llega desde el mundo amazónico y ha crecido
en el seno de la nación uitoto, uno de los pueblos originarios de la
Amazonía peruana. Forma parte del clan Aimen ('la garza blanca') y
justamente ese nombre, 'el clan de la garza blanca', es el que se le dio a
la exposición, celebrada en una sala de Lima en 2018, donde se presentaron las obras de sus padres junto a las suyas. No está de más recordar
aquí que el pueblo uitoto fue uno de las más cruelmente maltratados en la época de la explotación del caucho durante el primer cuarto
del siglo XX. Alivia pensar que la savia y la poética que en estas obras se adivina, tan
resistente como renovada, han prevalecido sobre el recuerdo infame de personajes
tan despiadados como Fitzcarraldo o Arana, a los que algunos todavía tienen
como grandes protagonistas del progreso.
En una entrevista de enero de este año, Yahuarcani hijo pasaba de reclamar justicia para los postergados, y tantas veces perseguidos, habitantes del Amazonas a describir de este preciso modo el mundo en el que ha vivido:
En una entrevista de enero de este año, Yahuarcani hijo pasaba de reclamar justicia para los postergados, y tantas veces perseguidos, habitantes del Amazonas a describir de este preciso modo el mundo en el que ha vivido:
La Amazonía no solo es ese espacio verde, de diversidad animal y clima tropical; es su gente, sus peligros, sus tristezas, carencias, pobreza extrema y sus ríos contaminados. Vivo con todas ellas e intento mostrar las posibilidades que tiene el mundo indígena para crear una obra genuina y con identidad. Vivo también con sus mitos e historias, y estos están en continuo movimiento, no son estáticos; al escuchar la narración de un pescador o un cazador, el mito toma otra forma y movimiento, como una gran serpiente que se desliza entre las raíces, el mito se convierte en algo real, vivo, trascendental, que no muere. Entonces, es una dinámica donde el humano es naturaleza y la naturaleza es humana (Revista Terremoto, Lima, 11/1/21).
Lejos de entender ese mundo, la mayoría de nosotros solemos quedarnos
ante él soltando adjetivos llamativos. Fascinante decía yo mismo al principio, probablemente
porque desconozco todo de esa Amazonía en la que se ha criado el artista.
Fotografías y reportajes desde luego no faltan, pero hay en ellos demasiada propensión a
las fantasías exóticas. Para completar la aproximación se denuncia,
como si se desvelara un crimen nuevo, el drama de la naturaleza virgen. Todo resulta,
pues, bastante engañoso e irreal. Nadie de los que nos hablan de ese mundo lo
ha vivido. De modo que avanzaré por una ruta menos transitada, con Huarcani sirviéndome
de intérprete y ayudándome a entrar en ese
hermético mundo. Eso no quiere decir que vaya a renunciar a la fascinación que me
produjo aquel largo título. Al fin y al cabo, si fascinado quedé con él, hay
en este cuadro claves de ese mundo y motivos suficientes para continuar
fascinado.
Para empezar hay algo verdaderamente disruptivo en su expresión plástica, fruto probable de técnicas aprendidas en familia, en el círculo íntimo, digamos en el seno del clan. Pero también se advierte en Yahuarcani la influencia de corrientes más cercanas a nosotros, nacidas del contacto con el mundo exterior. No es academicismo, podría ser en todo caso la mirada atenta del observador a ciertas obras señeras de la pintura. Es una conjetura. Sobre lo que no cabe conjetura, leyendo sus manifestaciones y revisando su obra, es que su temática está inspirada en creencias y tradiciones de su entorno. Las asume para que, a través de su obra, sigan manteniéndose vivas. La mirada hacia al exterior no le ha desorientado, más bien le ha permitido recrear su mundo con un estilo absolutamente singular, distinto. Aunque su técnica parece alejada de las pautas académicas, no me atrevo a hablar sobre ella porque sólo he visto reproducciones en pantalla. Sobre los motivos y figuras presentes en sus cuadros, algo me gustaría añadir tomando como referencia inmediata la pintura arriba mostrada.
Desde luego hay en el cuadro toda una narrativa, que encontrará desarrollo posterior en la obra posterior. No se trata de un simple tema ni intenta reflejar una anécdota puntual. Esa narrativa parte, como es fácil adivinar, de las frases que luego han servido de título,“Los primeros humanos conquistan a la mujer Arco Iris, la acomodan para que el cielo no caiga a la tierra". Dicha narrativa, así enunciada, representa algo parecido a un Génesis amazónico, puesto que apela directamente a la cosmogonía de su entorno. Con esa cosmovisión lo que Yahuarcani implícitamente reivindica es la memoria amazónica, que ha ido encontrando eco en él tras su paso por sus próximos. El carácter animado, dinámico, de las figuras, escrupulosamente delineadas, no desdice el tono mágico que las envuelve. Son figuras pasajeras, curiosas observadoras, arrastradas por un flujo invisible y constante. Sólo el cielo permanece estático, sólo el Arco Iris —que surgirá en la siguiente fase— puede protegernos. Sería aventurado por mi parte intentar interpretar cada uno de los elementos que aparecen. Los símbolos son siempre de tal rentabilidad especulativa tal, que permiten a cada cual componer a su modo el sentido último de un cuadro como éste. Así que sería más justo admitir que nuestras especulaciones son aquí visiones y figuraciones de un mundo que prácticamente desconocemos.
Es verdad que, por encima de los símbolos reflejados en el cuadro, está la atmósfera, el ambiente que los rodea. Escapamos de la especulación para dejarnos llevar por las impresiones más sugerentes. Sólo tengo que mirar el cuadro y lo primero que advierto es el telón de fondo, esa noche abierta, esa oscuridad estimulante. Al europeo el contraste sobre negro le sorprende. Hemos sido muy dados a descubrir mundos y narrar su creación desde la luz, como si llegara la aurora. Parece formar parte de nuestra cosmovisión, pues así quedó reflejado, y por escrito, en nuestras referencias mitológicas. Así que algo nuevo y ajeno deben significar esos fondos oscuros sobre los que surgen en este caso los colores y las estilizadas y andariegas figuras. Hay un marcado contraste el recurso al el blanco que habitualmente sirve de base incolora y neutra para el propio lienzo. Para nosotros el blanco tiene algo de paradoja. Es al mismo tiempo el vacío de color y la amalgama policromática. Con ese giro reunimos principio y final dando así sentido al ciclo de la vida. Tras superar ese vacío, el blanco luminoso parece esperarnos como un deseable punto de llegada.
La angustia del vacío ha hecho que nadie se haya empeñado en explorar con suficiente ambición la oscuridad y la llegada del color. Sin embargo, ese debería ser nuestro punto real de partida. Quizá un espíritu amazónico, libre de angustia, conciba todo esto de un modo diferente y esté mucho más abierto al origen natural, al ámbito de la gestación. Vivimos hoy a plena luz, pero el origen y sus forms proteicas seguramente sólo pueden ser captadas en medio de la noche, en la sombría promiscuidad. Imagino que para ese espíritu, que ha guiado sabiamente la mano del artista, no deberían los actores verse deslumbrados por los focos ni trastocados en su delicado equilibrio. En cambio nosotros, los ajenos a su mundo, tendemos a perder en la oscuridad el enfoque. Todo pierde claridad en nuestra mente y alimenta el temor a que, desde esos entes confusos que la habitan, irrumpa lo que no sabemos ver. Sin embargo, en la oscuridad, tal y como él la ve, todo parece preñado de vida. Ahí están las plantas y las aves trepando y revoloteando, hechas el aire, y en su seno más íntimo, a su amparo, en esa madeja colorida, todo está ya prefigurado. Fuera de ese marco, sin todo lo que a su alrededor va creciendo y vive, el hombre nunca hubiera podido llegar a ser nada.
Tras haber fijado el marco, aún quedarían muchas preguntas por responder, aunque necesitadas de mayor extensión. Me pregunto, por ejemplo, cómo acentúa su mundo el color, qué significado tiene en su pintura. Quizá sirva decir que representa el reclamo vívido de la sensualidad. Una sensualidad sumamente sintética aquí, más tensa que fogosa. La otra pregunta que me queda es ¿qué pasa finalmente con el hombre? Porque no hay figuras antropomorfas. El hombre surge del ave y de las plantas, se viene a decir, y no es mucho más. Dos piernas esbozadas con trazo simple, monocromático o casi descolorido, lo destinan a vagar por ese mundo como una figura errante, advenediza y cautiva en un mundo que por oscuro le es imposible dominar.
NB: Descubrimientos como éste no llegan por casualidad. Gracias a una advertencia sobre este artista de nuestra querida Neve, he podido llegar hasta aquí. Una vez abierto a estos mundos, tan nuevos y sugerentes, confío en poder seguir avanzando y sabiendo más.
Para empezar hay algo verdaderamente disruptivo en su expresión plástica, fruto probable de técnicas aprendidas en familia, en el círculo íntimo, digamos en el seno del clan. Pero también se advierte en Yahuarcani la influencia de corrientes más cercanas a nosotros, nacidas del contacto con el mundo exterior. No es academicismo, podría ser en todo caso la mirada atenta del observador a ciertas obras señeras de la pintura. Es una conjetura. Sobre lo que no cabe conjetura, leyendo sus manifestaciones y revisando su obra, es que su temática está inspirada en creencias y tradiciones de su entorno. Las asume para que, a través de su obra, sigan manteniéndose vivas. La mirada hacia al exterior no le ha desorientado, más bien le ha permitido recrear su mundo con un estilo absolutamente singular, distinto. Aunque su técnica parece alejada de las pautas académicas, no me atrevo a hablar sobre ella porque sólo he visto reproducciones en pantalla. Sobre los motivos y figuras presentes en sus cuadros, algo me gustaría añadir tomando como referencia inmediata la pintura arriba mostrada.
Desde luego hay en el cuadro toda una narrativa, que encontrará desarrollo posterior en la obra posterior. No se trata de un simple tema ni intenta reflejar una anécdota puntual. Esa narrativa parte, como es fácil adivinar, de las frases que luego han servido de título,“Los primeros humanos conquistan a la mujer Arco Iris, la acomodan para que el cielo no caiga a la tierra". Dicha narrativa, así enunciada, representa algo parecido a un Génesis amazónico, puesto que apela directamente a la cosmogonía de su entorno. Con esa cosmovisión lo que Yahuarcani implícitamente reivindica es la memoria amazónica, que ha ido encontrando eco en él tras su paso por sus próximos. El carácter animado, dinámico, de las figuras, escrupulosamente delineadas, no desdice el tono mágico que las envuelve. Son figuras pasajeras, curiosas observadoras, arrastradas por un flujo invisible y constante. Sólo el cielo permanece estático, sólo el Arco Iris —que surgirá en la siguiente fase— puede protegernos. Sería aventurado por mi parte intentar interpretar cada uno de los elementos que aparecen. Los símbolos son siempre de tal rentabilidad especulativa tal, que permiten a cada cual componer a su modo el sentido último de un cuadro como éste. Así que sería más justo admitir que nuestras especulaciones son aquí visiones y figuraciones de un mundo que prácticamente desconocemos.
Es verdad que, por encima de los símbolos reflejados en el cuadro, está la atmósfera, el ambiente que los rodea. Escapamos de la especulación para dejarnos llevar por las impresiones más sugerentes. Sólo tengo que mirar el cuadro y lo primero que advierto es el telón de fondo, esa noche abierta, esa oscuridad estimulante. Al europeo el contraste sobre negro le sorprende. Hemos sido muy dados a descubrir mundos y narrar su creación desde la luz, como si llegara la aurora. Parece formar parte de nuestra cosmovisión, pues así quedó reflejado, y por escrito, en nuestras referencias mitológicas. Así que algo nuevo y ajeno deben significar esos fondos oscuros sobre los que surgen en este caso los colores y las estilizadas y andariegas figuras. Hay un marcado contraste el recurso al el blanco que habitualmente sirve de base incolora y neutra para el propio lienzo. Para nosotros el blanco tiene algo de paradoja. Es al mismo tiempo el vacío de color y la amalgama policromática. Con ese giro reunimos principio y final dando así sentido al ciclo de la vida. Tras superar ese vacío, el blanco luminoso parece esperarnos como un deseable punto de llegada.
La angustia del vacío ha hecho que nadie se haya empeñado en explorar con suficiente ambición la oscuridad y la llegada del color. Sin embargo, ese debería ser nuestro punto real de partida. Quizá un espíritu amazónico, libre de angustia, conciba todo esto de un modo diferente y esté mucho más abierto al origen natural, al ámbito de la gestación. Vivimos hoy a plena luz, pero el origen y sus forms proteicas seguramente sólo pueden ser captadas en medio de la noche, en la sombría promiscuidad. Imagino que para ese espíritu, que ha guiado sabiamente la mano del artista, no deberían los actores verse deslumbrados por los focos ni trastocados en su delicado equilibrio. En cambio nosotros, los ajenos a su mundo, tendemos a perder en la oscuridad el enfoque. Todo pierde claridad en nuestra mente y alimenta el temor a que, desde esos entes confusos que la habitan, irrumpa lo que no sabemos ver. Sin embargo, en la oscuridad, tal y como él la ve, todo parece preñado de vida. Ahí están las plantas y las aves trepando y revoloteando, hechas el aire, y en su seno más íntimo, a su amparo, en esa madeja colorida, todo está ya prefigurado. Fuera de ese marco, sin todo lo que a su alrededor va creciendo y vive, el hombre nunca hubiera podido llegar a ser nada.
Tras haber fijado el marco, aún quedarían muchas preguntas por responder, aunque necesitadas de mayor extensión. Me pregunto, por ejemplo, cómo acentúa su mundo el color, qué significado tiene en su pintura. Quizá sirva decir que representa el reclamo vívido de la sensualidad. Una sensualidad sumamente sintética aquí, más tensa que fogosa. La otra pregunta que me queda es ¿qué pasa finalmente con el hombre? Porque no hay figuras antropomorfas. El hombre surge del ave y de las plantas, se viene a decir, y no es mucho más. Dos piernas esbozadas con trazo simple, monocromático o casi descolorido, lo destinan a vagar por ese mundo como una figura errante, advenediza y cautiva en un mundo que por oscuro le es imposible dominar.
NB: Descubrimientos como éste no llegan por casualidad. Gracias a una advertencia sobre este artista de nuestra querida Neve, he podido llegar hasta aquí. Una vez abierto a estos mundos, tan nuevos y sugerentes, confío en poder seguir avanzando y sabiendo más.
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