Tan difícil como verlo claro. Porque ver, lo que se dice ver, es otra
cosa. Digamos, pues, contemplar, vislumbrar o adivinar cuando lo que tenemos
delante es un cuadro. Lo que uno capta en él va mucho más allá del objeto,
lo que uno tiene ante sí es un puente hacia otro espacio, esta vez interior.
Ese espacio es, de hecho, el dominio privado de nuestras evocaciones. Ahí
confluyen las sensaciones visuales —que nos asaltan de forma inmediata— con
los sentimientos —convertidos en un oleaje emocional que todo lo transforma y
que finalmente nos transforma.
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Untitled, 1995, Zao Wou-Ki
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Independientemente de todas las vivencias que puedan darse ante un cuadro,
en éste de Zao Wou-Ki se da otra clase de confluencias. Es sobre todo buena
prueba de cómo se aúnan en él las tradiciones oriental y occidental. Pero,
si dejamos a un lado las tradiciones, lo que tenemos a primera vista es una figuración dendrítica cuyo trazo difuso y
tormentoso acaba por conferir al conjunto un tono marcadamente dramático. No
se trata propiamente de una abstracción, aunque la sobriedad de medios
invite a pensarlo. Está más bien en el camino de vuelta a la tradición
paisajística y caligráfica oriental. Es verdad que carece del sosiego y
equilibrio que caracteriza a aquellos paisajes y que la pincelada no respeta
el rígido canon caligráfico, pero cualquiera reconocerá en ella su
ascendencia estilística y cultural. En otro orden, quedarse en la enramada
sería quedarse en el motivo pictórico y reducir demasiado la interpretación. Si las formas
adquieren aquí un evidente dinamismo es por la presencia del vacío. Pero no
estamos ante un vacío armonioso sino ante uno convulso y agitado. Ese vació no
llega de los vientos, no es aéreo, es fruto de una tormenta interior que
asciende desde las raíces. Tentado queda uno de interpretar ahí la metáfora y
entender la obra como un ocasional reflejo de la emoción del autor. Aunque
esto, a decir verdad, sucede siempre y con cualquier obra. Según los casos,
esto será más o menos difícil de apreciar, pero indudablemente este reflejo es
una seña formal y expresiva que parece más bien occidental. Así que enmarcar
rotundamente la obra en Oriente no parece apropiado. Tan inapropiado como
situarlo en la abstracción. No obstante, al motivo podría buscársele
parentesco con algunas de las primitivas figuraciones de Mondrian. Estoy
pensando en toda la serie de árboles con los que Mondrian camina hacia la
abstracción, muy particularmente con
El árbol gris de 1911. Hay razones para
mantener la reserva, la enramada de Zao viene dotada de un vigor vertical que
contrastaría con la horizontalidad de aquellos árboles y, por otro lado, la
propia técnica poco tiene que ver. Pero hay algo en el dramático afán de copar el vacío
que hermana a ambos artistas. Es difícil no verlo.
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