Matanza de judíos en Babi Yar, Kiev (Ucrania) |
La jubilada profesora de historia de 79 años vive en un apartamento de Hamburgo. A su padre, de origen letón, ella lo conoció a los seis años, a su vuelta del frente. En su casa nunca nadie hablaba de la guerra. «El silencio era mutuo: de parte de los padres, pero también de nuestra parte, los hijos», explica. Siempre creyó que su padre, médico, no había estado en la Wehrmacht. pero la realidad era otra. Otro amigo historiador que investigaba el nazismo le hizo despertar al preguntarle «¿Sabías que tu padre fue miembro de los Einsatzgruppen?» No, no lo sabía. Lo que sí sabía es que los Einsatzgruppen habían sido escuadrones móviles destinados a eliminar disidentes y judíos tras el avance del ejército en el frente oriental, llevando a cabo un exterminio sistemático. Aquello removió profundamente su conciencia y le llevó a indagar sobre el aterrador recorrido de uno de los grupos, en concreto del escuadrón C. A través de un periodista holandés, tendría acceso a un documento en el que el comandante de dicho escuadrón recababa la asistencia del médico, al que se citaba con nombre y apellidos, para llevar a cabo las ejecuciones de manera «higiénica y regular». El allí citado era a su padre y de lo que se hablaba era del barranco de Babi Yar, en Kiev, donde el 29 y 30 de septiembre de 1941 fueron asesinados más de 30.000 judíos. Ante tales pruebas, se vio obligada a aceptar que aquel afable padre, el que había sido su «mentor espiritual», el que le leía por la noche novelas de Tolstoi y Dickens, era en realidad un criminal.
Pasados 80 años de la invasión alemana de la Unión Soviética (hablamos hoy
de Rusia, pero también de Bielorrusia y Ucrania), el presidente federal
alemán Frank-Walter Steinmeier recuerda con ocasión del aniversario:
«Los crímenes cometidos por los alemanes en esta guerra nos pesan. Pesan
tanto sobre los descendientes de las víctimas como sobre nosotros. Hasta
hoy. Nos pesa que fueran nuestros padres, abuelos, bisabuelos quienes
hicieron esta guerra, quienes estuvieron involucrados en estos crímenes». Es
duro tener que reconocer una herencia de sangre cuando uno no es culpable.
Está escrito que las responsabilidades criminales son estrictamente
personales. Pero la ley no puede corregir las mentalidades colectivas. El
renocimiento de las atrocidades que han provocado no compete sólo a Alemania
y los nazis. Debería ser asumido por muchos otros países para purgar
miserias tales como los abusos coloniales, los genocidios étnicos y la
práctica del esclavismo. Las víctimas de las que Steinmeier habla tienen
derecho a culpar al desaforado «fervor nacional» y al racismo de su
desgracia. Incluso hoy, instigarlo es relativamente fácil, por lo que vamos
viendo. Ayer como hoy, esa clase de tareas tiene entusiastas ejecutores.
Reconocerlos y denunciarlos antes de que otros anónimos desaten su cacería
es obligado. De otro modo, el país, que es quien finalmente vota, no podrá
declararse inocente, por mucho que en conjunto no sea culpable.
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