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La entrada de la ciencia en esos medios de difusión en los que su presencia
venía siendo mínima, si no testimonial, a menudo se está produciendo por la
puerta falsa. En nombre de la divulgación científica, avalada por un
indemostrable interés de los lectores, se ofrecen, como si fueran teoremas,
afirmaciones en general bastante dudosas. Llevadas a titulares rimbombantes,
son certificadas por un coro de «expertos» urgentemente alistados como
comunicadores. La mayoría de ellos, ansiosos de celebridad, se pronuncian en
busca de impacto mediático sin discernir el grado de confusión que sus
opiniones siembran. Porque de opiniones se trata casi siempre, toda vez que no
acostumbran a avalarlas ante un público al que toman por inculto y lego. Creen
que sus títulos deberían de bastar para tomárnoslos en serio y que, en calidad
de ignorantes, estamos condenados a ser crédulos. Les han dicho que
aprovechen, que la ciencia es ahora tema de moda, que no se enreden recabando
criterios de autoridad. Los medios, que en esto llevan la batuta, se han
inventado con la pandemia un nuevo y quizá rentable espectáculo. A su llamada
pronto han acudido oportunistas de universidades y laboratorios para
presentarse ante audiencia, espectadores y lectores como voces indiscutibles.
Los verás sentando cátedra por todas partes como augustos oráculos. Bajo los
focos se creen el alma de un nuevo espectáculo del que, en detrimento de sus
conocimientos, gustosamente han pasado a formar parte. Frente a las críticas
alegan como excusa que, gracias a ellos, la ciencia —por lo menos la que
indignamente representan— pasa a estar al alcance de todos. Al rebufo de sus
manifestaciones rotundas, no faltará algún transeúnte que, pillado por el
reportero de turno paseando por la acera, las repetirá con absoluto
convencimiento. De ese modo, con ese refrendo ocasional del público soberano,
quedarán acreditadas como dogma de fe. No deja de ser sintomático que todo ese
convencimiento ande muy por encima del que mostraría cualquier científico
serio. Pero los científicos discretos hablan bajo. Quizá por eso pasan estas
cosas.
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