—Te puedo decir que estoy aquí, pero hace falta que me creas.
—Y si no te creo, ¿es que no estás ahí o que no me puedes decir que estás?
—Si no me crees, lo único que quedará en claro es tu falta de fe.
—Mira, podría tener fe en lo que oigo, pero sólo estarás ahí si te veo.
—Así que sigues creyendo que no estoy aquí. ¡Qué extraviada anda tu fe!
—Yo sólo digo que tú puedes decir que estás sin estar realmente.
—¿Y por qué no puedo decirlo si me estoy palpando las mollas?
—Tú te palparás lo que quieras, pero yo necesito al menos tenerte ahí delante.
—Ya, una imagen, eso es lo que necesitas.
—Hombre, eso me ayudaría a creer.
—Pues bien, me cuesta poco mostrarte una imagen de que estoy aquí.
—Ya, pero no tengo por qué creer que estás ahí ahora mismo.
—¿Piensas que te voy a engañar con una imagen de ayer?
—¿Por qué no? Puedes mostrar, luego puedes decir y desde luego puedes engañar...
—Por poder puedo, pero si no crees en lo que muestro ni en lo que digo, ¿por qué sí crees que te engaño?
—Te lo he dicho, porque no te veo ni te siento ahí presente.
—O sea que sientes que estoy ausente y me tienes por una falsa presencia.
—Me parece que te apresuras un poco a decir lo que siento.
—Vale, pues resumo: yo estoy aquí, pero tú no me crees porque no me sientes.
—Tampoco es cierto que no te crea sólo por eso.
—Entonces, ¿por qué no me crees?
—Pues, qué sé yo, porque no me llegas, porque no percibo tu aliento.
—Vaya con el que no se fía de las imágenes y ahora dice que no me cree porque no percibe mi aliento? ¿Qué piensas que hablo sin respirar?
—Te puedo imaginar hablando, pero eso no quiere decir que estés exactamente ahí.
—Bueno, vamos progresando. Me imaginas.
—Sí, pero es como si no estuvieras en un sitio concreto y tampoco pudiera concretar este momento.
—Me haces sentir como una especie de fantasma espacio-temporal, pero ¡estoy aquí!, aunque no me veas, aunque no me sientas, aunque sólo sea para ti un parlante virtual.
—Parece que te ha trastornado un poco verme tan escéptico. Pero yo creo, creo sobre todo que tienes desmedida fe en que eres alguien que está ahí hablando ante todos nosotros.
—Es que si soy capaz de decirlo es porque de hecho estoy...
—No quisiera herir tu sensibilidad, menos aún rebajarte, pero sólo puedo imaginarte como algo prácticamente volátil, como un espíritu vagabundo.
—No, por favor. Y además vagabundo.
—Pues sí y es mejor que te conformes o, si no, dame una prueba de que estás ahí.
—¿Una prueba?
—Vaya, me ha colgado otra vez. Siempre tan terminante este genio telefónico.
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