A medida que se abren al mundo, las páginas de ese libro intentan leer amistosamente cómo nos viene tratando la vida. Calladamente nos sondean mientras sentimos cómo van cogiendo vuelo entre los dedos. En ocasiones se da y es siempre en uno de los momentos más críticos. Algo se condensa con tormentoso rigor como si unas nubes atraparan nuestras más sensibles luces y siguieran su camino, empujadas por el viento dominante, hasta que de repente las palabras acaban por precipitársenos dentro de manera torrencial. Es el curso tortuoso de ese caudal el que va dando precaria forma a nuestro ánimo, el que aspira a poner nuestra vida en vilo. Cuando la temporal amaina y esa misma página vuelve a mirarnos, podemos imaginar que nuestras emociones han quedado en ella estampadas, que nuestra memoria sigue viva en esa huella encriptada. Confiamos que de todas esas lágrimas quedará lectura. Queda por ver cuándo surgirá otra página semejante, cuándo ese perenne ojo, que el libro siempre oculta, leerá otro momento crítico, otro de esos instantes en que la emoción despunta.
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