jueves, 14 de octubre de 2021

El arte del diseñador

Apuntando a la historia, decía el diseñador gráfico Alberto Corazón: «El punto de partida del diseño como profesión estuvo provocado por la Revolución Industrial, que transformó nuestra realidad natural en un entorno de objetos y signos». 
Mosaico con logotipos de Alberto Corazón
No cabe duda de que hoy por hoy el poder visual que aportan las imágenes es enorme. A través de ellas, esa realidad natural de la que habla Corazón puede ser manipulada, reorganizada y, en alguna medida, dirigida. El diseño gráfico parece actuar en esa dirección y puede ejercer ese poder al incorporar a las imágenes otro factor, el referencial, que es el que las convierte en símbolos. Con ellos ya no se busca un reflejo directo de la realidad, sino que se crea un universo simbólico desde el que pasamos a referirnos a algunas de sus organizaciones medulares, generalmente instituciones o empresas. Estoy hablando, obviamente, de símbolos corporativos, de referencias gráficas destinadas a operar en toda clase de contextos con el fin de aludir a esas instituciones y servirles, en cierto modo, de representación en el mundo de los símbolos. Para el observador el éxito o fracaso de la referenciación depende del impacto que estos provoquen, o sea de ese poder visual al que antes hacía mención. Es lógico pensar que la creación de este tipo de símbolos corporativos exige un profundo conocimiento de cómo funciona un universo simbólico, pero también de la mecánica referencial. 
El primer ejemplo del nivel de desarrollo que puede alcanzar un lenguaje simbólico lo tenemos en el libro. Partiendo del alfabeto como juego de  símbolos inicial, podemos ver la sorprendente capacidad de representación que se consigue mediante la combinación y la replicación de las letras. Esa capacidad es tan poderosa que permite trasladar en buena medida lo que antes se venía expresando con el lenguaje oral. Podemos pensar que, como el alfabeto, existen múltiples lenguajes gráficos posibles cuyo alcance y funciones de representación de la realidad están aún por determinar. Su desarrollo no es tarea exclusiva de los diseñadores o, mejor, de cualquier diseñador. Para que ese lenguaje gráfico tenga cierta proyección e incida en el curso de la realidad, es preciso que el autor de los grafemas esté dotado de una inteligencia peculiar que bien podríamos llamar inteligencia visual.
Sin ser experto en el tema voy a atreverme a presentar, confiando no errar demasiado, algunas características propias de esa inteligencia. No puede faltar de entrada la sencillez, que es tanto como la economía de medios en orden a lograr la fácil visibilidad de los símbolos. Además, por la propia naturaleza de los símbolos, estos deben de tener profundidad referencial, esto es, alcanzar sin equívocos ni  mayor problema el objetivo a representar. Por último, el nuevo símbolo debe tener suficiente versatilidad y claridad como para ser combinado con otros juegos simbólicos (particularmente alfabético y numérico) para que en el universo simbólico resultante quede reforzado el mensaje que estos transmiten. Seguramente podría añadir algunas características más, pero éstas tres, sin pretender ser exclusivas, ya me parecen suficientemente significativas.
No obstante, hay un aspecto que no he recogido por parecer obvio, pero que estimo también importante de resaltar. Para que el diseño tenga impacto, además de operativo y funcional, debe ser atractivo. Esto exige del diseñador que tenga madera de artista. De esa madera estaba sin duda hecho el citado Alberto Corazón. Buena prueba de ello es la ingente obra gráfica que podemos ver aún reflejada en numerosas portadas de libros y en logotipos emblemáticos de importantes empresas e instituciones. A veces da la impresión de que, aunque sea exitoso, el diseño funcional es tan esquemático que no se aviene bien con la estética. Puede que la riqueza expresiva de un lenguaje simbólico sea una ganancia bajo fórmulas discursivas, es decir cuando se va hacia el análisis. Sin embargo, cuando se quiere operar, se requieren fórmulas simbólicas en las que encuentre síntesis inequívoca el objeto de referencia. Elegir en una actividad o institución el factor o el rasgo más significativo requiere perspicacia, pero presentarlo con claridad, originalidad y algo de fantasía requiere arte. Ese arte se educa, pero da mejores frutos donde hay predisposición. Supongo que cuando uno se ve con destreza y virtudes de artista el diseño es una forma artística menor donde los condicionamientos son un impedimento a la libertad de creación. 
Manifiesto, Alberto Corazón, 2011
Aun así, hay gente cuyo arte consigue superar esos condicionamientos y cuyos diseños sacan a la luz un espíritu absolutamente creador. En su carrera profesional de diseñador, muchos no tienen ocasión de mostrar ese potencial libremente, pero otros sí que llegan un día a permitírselo. Este ha sido el caso de Alberto Corazón. Cuando prácticamente lo había demostrado todo como diseñador gráfico, con una obra inmensa a sus espaldas y como creador de un estilo y escuela propios, aparece el artista plástico para vivir una nueva dimensión menos ligada a su oficio y más directa expresión de su forma de ver y sentir el mundo. Es de suponer que esta veta artística estuvo ahí siempre y que en sus diseños surgía matizada, pero es en las exposiciones de su obra gráfica de sus últimos años donde hemos podido reconocer y valorar su calidad como artista. Sería impropio intentar analizar en este breve comentario esas obras. Tampoco lo voy a hacer con las dos que aquí presento como muestra. Si les doy entrada es para que conste la importancia y el reconocimiento que merece esta faceta, quizá no tan pública, de Alberto Corazón.
Como pavesas encendidas en medio de la tormenta, A. Corazón, 2010


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