Apuntando a la historia, decía el diseñador gráfico Alberto Corazón: «El punto de partida del
diseño como profesión estuvo provocado por la Revolución Industrial, que
transformó nuestra realidad natural en un entorno de objetos y
signos».
Mosaico con logotipos de Alberto Corazón |
El primer ejemplo del nivel de desarrollo que puede alcanzar un lenguaje simbólico lo tenemos en el libro. Partiendo del alfabeto como juego de símbolos inicial, podemos ver la sorprendente capacidad de representación
que se consigue mediante la combinación y la replicación de las letras. Esa
capacidad es tan poderosa que permite trasladar en buena medida lo que antes
se venía expresando con el lenguaje oral. Podemos pensar que, como el
alfabeto, existen múltiples lenguajes gráficos posibles cuyo alcance y
funciones de representación de la realidad están aún por determinar. Su
desarrollo no es tarea exclusiva de los diseñadores o, mejor, de cualquier
diseñador. Para que ese lenguaje gráfico tenga cierta proyección e incida en
el curso de la realidad, es preciso que el autor de los grafemas esté dotado
de una inteligencia peculiar que bien podríamos llamar
inteligencia visual.
Sin ser experto en el tema voy a atreverme a presentar, confiando no errar
demasiado, algunas características propias de esa inteligencia. No puede
faltar de entrada la sencillez, que es tanto como la economía de medios en
orden a lograr la fácil visibilidad de los símbolos. Además, por la propia
naturaleza de los símbolos, estos deben de tener profundidad referencial, esto
es, alcanzar sin equívocos ni mayor problema el objetivo a representar.
Por último, el nuevo símbolo debe tener suficiente versatilidad y claridad
como para ser combinado con otros juegos simbólicos (particularmente
alfabético y numérico) para que en el universo simbólico resultante quede reforzado el mensaje que estos
transmiten. Seguramente podría añadir algunas características más, pero éstas
tres, sin pretender ser exclusivas, ya me parecen suficientemente
significativas.
No obstante, hay un aspecto que no he recogido por parecer obvio, pero que estimo también importante de resaltar. Para
que el diseño tenga impacto, además de operativo y funcional, debe ser
atractivo. Esto exige del diseñador que tenga madera de artista. De esa madera
estaba sin duda hecho el citado Alberto Corazón. Buena prueba de ello es la ingente obra
gráfica que podemos ver aún reflejada en numerosas portadas de libros y en logotipos emblemáticos de importantes empresas e instituciones. A veces da la
impresión de que, aunque sea exitoso, el diseño funcional es tan esquemático que no se aviene bien con
la estética. Puede que la riqueza expresiva de un lenguaje simbólico sea una ganancia bajo fórmulas
discursivas, es decir cuando se va hacia el análisis. Sin embargo, cuando se quiere
operar, se requieren fórmulas simbólicas en las que encuentre síntesis
inequívoca el objeto de referencia. Elegir en una actividad o institución el factor o el rasgo más significativo requiere perspicacia, pero presentarlo con claridad,
originalidad y algo de fantasía requiere arte. Ese arte se educa, pero da
mejores frutos donde hay predisposición. Supongo que cuando uno se ve con destreza y virtudes de artista el
diseño es una forma artística menor donde los condicionamientos son un
impedimento a la libertad de creación.
Manifiesto, Alberto Corazón, 2011 |
Aun así, hay gente cuyo arte consigue superar esos condicionamientos y cuyos diseños
sacan a la luz un espíritu absolutamente creador. En su carrera profesional de diseñador, muchos no tienen ocasión de
mostrar ese potencial libremente, pero otros sí que llegan un día a permitírselo. Este ha sido el caso de
Alberto Corazón. Cuando prácticamente lo había demostrado todo como
diseñador gráfico, con una obra inmensa a sus espaldas y como creador de un
estilo y escuela propios, aparece el artista plástico para vivir una nueva
dimensión menos ligada a su oficio y más directa expresión de su
forma de ver y sentir el mundo. Es de suponer que esta veta artística estuvo ahí siempre y que en sus diseños surgía
matizada, pero es en las exposiciones de su obra gráfica de sus últimos años donde hemos podido reconocer y valorar su calidad como artista.
Sería impropio intentar analizar en este breve comentario esas obras. Tampoco
lo voy a hacer con las dos que aquí presento como muestra. Si les doy entrada es para que
conste la importancia y el reconocimiento que merece esta faceta, quizá no tan
pública, de Alberto Corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario