jueves, 28 de octubre de 2021

Crux

La nostalgia nos ciega la visión interior y nos embota las entendederas. Acudimos a donde estuvimos y, como es natural, no nos encontramos. Eso con la visión interior, pero con la exterior el tiempo tampoco es más compasivo. Digo todo esto porque voy viendo que mi vista no es la de antes, que dejo más de lo que debiera en la pantalla y que se me va quedando una jeta extraña de tanto mirar sin acabar de ver. Poco ha contribuido a aclararme, y a resolver esa compleja ecuación donde confluyen vista y mente, el libro que he elegido para hojear esta tarde. Era un libro como de otros tiempos, claro que cuál no lo es a estas alturas.

En concreto he cogido la Pequeña enciclopedia de Matemáticas del VEB Bibliographisches Institut, una obra excelente por otra parte. Todo ha venido a cuento del operador nabla y de su uso para expresar el gradiente, la divergencia y el rotacional, una cuestión de cálculo vectorial. No sé si me acuerdo bien de esto, me he dicho, y he salido derecho hacia la librería a por la enciclopedia para subsanar la falla, para tapar el agujero, por prurito profesional. Nada más abordar el tema me he dado cuenta, sin embargo, de que para ciertas cosas empiezo a tener la mente plana. La vista tampoco funcionaba mejor. A medida que iba hojeando la obra, las páginas llenas de figuras, gráficas y fórmulas me atosigaban, experimentaba esa sensación como de interminable resbalón por la pendiente. Me sentía como si fuera un lego en apuros ante una página de matemáticas indescifrables. Para buscar acogida he recalado en la sección de ecuaciones diferenciales y ahí he podido comprobar que de lo que un día supe y manejé con cierta solvencia quedaba ya muy poco. Aceptaba con alivio, como si fueran una obviedad, las explicaciones del texto, y me congraciaba mentalmente deteniéndome en los ejemplos y los ejercicios resueltos. Aquello me ha dado ánimos y, al venirme así arriba, he creído conveniente hacer un poco de terapia. Así que, a fin de mantener la mente a punto y en su estado juvenil, me he preguntado si no sería bueno probar suerte con algún problema de fuste, como para recuperar el nivel. Es así como he aterrizado en la web de la revista canadiense Crux Mathematicorum. No era desde luego la primera vez, pero probablemente hoy la ilusión me ha jugado una mala pasada y he tenido un exceso de confianza. La Crux ofrece en cada número una colección de problemas «elementales» bastante jugosos. He ido revisando los de una lista de uno de sus números hasta encontrar el que parecía más de mi gusto y aparentemente de mi medida. Lo he intentado, pero después de un buen rato he empezado a comprender que estaba bastante perdido. Había pedido lo que podríamos llamar el «punto», esa intuición que te permite ir derecho al meollo del problema. Como digo, las tentativas han sido múltiples, por lo que la sensación final de revolcón ha sido considerable. Para colmo he ido a la solución que se presenta en un número posterior de la revista y ahí, viendo el verdadero nivel del reto, me he sentido profundamente humillado. Bueno, a pesar de todo lo seguiré intentando. Dicen los especialistas que estos revolcones son buenos, que ayudan a conservar el nivel cognitivo y son mano de santo de cara a refrescar y oxigenar las neuronas. Será, pero de momento mañana será otro día... En fin, todo ha sido un poco cruel. Me siento verdaderamente crucificado y lo peor es que he elegido mi propia cruz.

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