Digamos de entrada que el analista pro, el que hoy navega a sus anchas por las ondas y despacha con autoridad en las tertulias no pasa de ser un intérprete. No estamos ante alguien con discurso propio sino ante una figura más bien oracular. Tal y como él la ve, su misión no es otra que transmitir al vulgo común lo que éste, cegado por la ignorancia, no consigue ver. Es complicado, comentan afligidos, hacer notar a alguien ajeno a la comunicación, desconocedor de las virtudes del oráculo, que la comisura de los labios, por decir algo, puede ser en un ministro del gobierno un dato de extrema importancia, no ya por la babilla blanca que, seca o líquida, ahí se le acumula, sino por el alza o la caída que le marca el gesto en el curso de sus farragosas exposiciones. Como éste son muchos otros los datos sobre gestos, hábitos o vestidos que el intérprete retiene por su enorme trascendencia a fin de calibrar intenciones y comprender adecuadamente el punto de vista del analizado. Puestos a decir, no tienes más que ver la singular importancia que, en el caso femenino, tiene el color de su atuendo y el día de la semana en que lo visten, datos mucho más significativos, por cierto, que su signo del Zodíaco, porque del signo sólo se extrae una conclusión, siempre algo aventurada, pero en la vestimenta siempre se puede interpretar y decir algo jugoso. Y es que en esto consiste básicamente el correcto oficio del analista-intérprete, en sacarle el jugo hasta las piedras, que por otro lado aparecen en abundancia entre la gente de respeto y siempre en mayor medida de lo que el sufrido analista querría. Son los repetidos reveses acumulados por su experiencia los que les van aconsejando no centrar demasiado el análisis en lo que esa gente declara, porque generalmente sus palabras carecen de relieve, son tonterías guiadas por la conveniencia. Se han dado cuenta de que es mejor aprender a leer el mensaje que ofrecen, prácticamente sin darse cuenta, en aquellos lenguajes donde se manifiestan de un modo mucho más espontáneo. Así que, en vez de llenarse la cabeza, como el analista retro, con voluminosos informes y rastrear interminables tablas de valores, tareas estas que hacen perder mucho tiempo, el buen intérprete recurrirá a instrumentos novedosos y directos como, por ejemplo, los recientes mapas de arrugas de la cara. Se trata de una técnica absolutamente fiable, desarrollada por la American University of Seychelles, gracias a la cual el intérprete experto puede llegar a descubrir calladas verdades que los portadores de esos pliegues nunca manifiestan con palabras. Nos queda la impresión de que hasta hace unos años importaba en demasía el texto, pero hoy se sabe, gracias a estos instrumentos, que lo que al final realmente importa es el gesto. En un contexto analítico general, a técnicas como ésta las podemos calificar de análisis detallado, pues estas pruebas psicofaciales son consideradas ya un indicio indiscutible no tanto de las ideas como de —y esto es lo importante— las próximas reacciones y decisiones del sujeto. Además, a nadie debería preocuparle tanto su validez, pues organismos como la prestigiosa universidad citada lo avalan. Ha pasado a considerarse, por tanto, tan probada y compartida su fiabilidad para detectar intenciones que bien podría ser situada a la misma altura con que las pruebas fisiológicas de orina y sangre detectan patologías. Un ejemplo cercano, de ayer: el analista ha detectado que el ministro apenas reía, que un rictus de profundo desagrado le desfiguraba el rostro. El intérprete vio ahí una señal de que la lenta digestión del último banquete y una profunda congoja propia de la edad unidas a su conocida crisis matrimonial le forzaron a tomar la precipitada decisión que su portavoz horas después anunciaría. Hoy, por el contrario, el ministro sonríe desahogado tras pasar una noche en compañía placentera, al menos eso es lo que denota claramente su rostro relajado, terso y resplandeciente, de lo que el analista deduce y adelanta al público que quizá hoy haya despertado con otro talante, piense de otra manera y derogue el decreto ayer anunciado. De no haber habido un intérprete bien preparado en estas nuevas técnicas de análisis la realidad más real se nos hubiera escapado y nadie hubiera presentido el giro de los acontecimientos. Al final, todo esto viene sirviendo para redefinir la tarea del analista, que no será, como solía, juzgar hechos pasados sino adelantarse, como analista pro, a presentarlos tal como lo hacía en su tiempo el oráculo, esto es atendiendo a las inequívocas señales mostradas por los actores más relevantes, por los que circulan por lo más alto.
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