Hay por ahí un tipo que interpreta mi papel a la perfección: el mismo aire de despistado, el mismo aspecto descuidado, los mismos andares parsimoniosos, el mismo modo de retorcer y masticar las palabras... Parece, eso sí, un poco más decidido, aunque adivino en él mi vieja tendencia a entrar en pánico. Lo he visto varias veces en reportajes; los medios, las redes, ya se sabe. Pulula mucho y a diario por mi misma ciudad, frecuenta parecidos ambientes y acude justo a las citas que yo evitaría. Allí la gente va a lo fácil, no controla quién es quién y lo toman por mí. Lo agasajan y jalean, porque hay en él algo de singular y brillante, lo que no es raro teniendo en cuenta por quien lo toman, y por eso le ofrecen las oportunidades que hace poco a mí se me negaban. O sea que es un tipo con suerte, o con carisma. Pero no lo envidio, más bien lo necesito. Me viene bien ahora mismo alguien que sea capaz de cargar con el peso de mi gloria, que aguante los vaivenes y embestidas de mi espléndida fama. No me tengo por un proyecto fallido, porque sigo vivo y, a efectos económicos, de su carrusel soy el titular. Con su éxito voy viento en popa. Pero también digo que me complace cantidad seguir esta película desde el sofá, sin arriesgar, visitando sólo salones íntimos, todo a la luz de las velas, sin focos. A mi intérprete, que es todo vocación, nunca le he pagado. No es mi doble ni mi inversión; no estoy tan loco como para malgastar así mi fortuna. Me gusta lógicamente saber de él, porque al final con su entusiasmo hago rentas. En general es un tipo bastante fiable. Aunque su modo de actuar sea previsible, en sus respuestas a veces salta la sorpresa. No me preocupa, más bien disfruto de veras, con esas salidas naturales y frescas. Tanta naturalidad transmite que para mis adentros siempre me digo «yo hubiera hecho lo mismo», aunque no sea verdad. De lo que no cabe duda es de que es un genio del espectáculo. De manera magistral intuye lo que pienso, prepara con sumo cuidado lo que me gusta y acaba por hacer lo que yo tanto he querido. ¿Si me molesta que triunfe? Pues no, al fin y al cabo personifica el merecido homenaje que hace tiempo que se me debía. ¡Ah! ¿que no valen homenajes en cabeza ajena? Eso es mentalidad de rácanos y pusilánimes. Cuando se es verdaderamente grande y se quiere permanecer en la sombra, manteniendo a buen recaudo las cuentas, uno debe ser también generoso con sus peones.
La historia que lo sacó de la nada no es tan reciente. No sé cómo ni cuándo le llegó el guion ni dónde aprendió mi papel. Sólo puedo decir que desde el principio lo interpretaba a la perfección, si bien apreciaba yo aún algunas lagunas menores. Lo más llamativo era que, cuando mis defectos salían a la luz a través de él, lo hacían con la sensible diferencia de que relucían como virtudes. Viendo cómo se movía en público y cómo seducía y apasionaba a ingentes multitudes, lo podía también imaginar entregándose en privado a amores tempestuosos, algo que me halagaba sobremanera. Con el tiempo, su temple de artista lo llevó a ascender a supremo nivel y en su apogeo vino a lucir cálido y encantador como una nube de color caramelo, de esas que todos desean contemplar. Embelesado saboreaba yo, como todos, aquel dulce momento, sin poder imaginarme que tras esa nube maravillosa vendría pronto el ocaso.
Todo se torció cuando le sorprendieron a micrófono abierto con una sencilla pregunta. Sólo querían saber del artista cuál era su nombre verdadero. No sé por qué, pero ahí vaciló y a partir de entonces empezaron los problemas. Me hubiera podido suplantar, y en absoluto me hubiera importunado que tomara mi nombre, pues lo llevaría con gran dignidad. Hubo alguna sospecha sobre mi marca y su titularidad, y pronto alguien levantó la libre denunciándolo por impostor. A él le atrapó de repente ese pánico que siempre tuvo tan cercano y a los días desapareció de la faz de la tierra. Como funesta consecuencia, a quien los sabuesos se pusieron a buscar a continuación fue a mí, como a un temible criminal. Trataban de averiguar quien estaba detrás de lo que consideraban una comedia. Estaban empeñados en que su carrera había sido un engaño, en que había alguien que lo manejaba todo, en que él no era yo de verdad. Por asombroso que parezca, los supervisores de la farándula no toleraban bien que su negocio quedara envuelto en la doblez y menos que acabara en fiasco. Asegurando que sólo querían la verdad, se lanzaron a decir que el tipo había estado protagonizando en todo momento un cuento montado por otro tipo, por el titular, por el auténtico, o sea por mí. Andaban, pues, los reporteros muy revueltos, husmeando por todas partes, rastreando hasta mis más mínimas mis huellas, asaltando e interrogando a mis conocidos como si fueran cómplices de mi extraña desaparición. No faltó quien llegó a especular sobre el monto y el misterioso destino que podría tener mi patrimonio.
Mientras me estaban buscando, cuando ya los tenía en los talones, decidí que mi movimiento iba a ser el inverso. Tenía que encontrar al tipo que interpretaba mi papel a la perfección. Después de muchas averiguaciones y no pocos fracasos, por fin di con él. Lo conocí en una infame habitación de un hotelucho, donde se escondía asustado por todo lo sucedido. Nada más verme me pidió muy dolido perdón, a lo que respondí extendiéndole la mano y estrechándosela muy sinceramente. En ese momento vi surgir una suerte de afinidad profunda, como si corriera entre nosotros una corriente secreta, lo más parecido a la extraña compenetración que sienten dos gemelos. Él seguía aún bastante afligido y hasta se ofreció a soportar en público cualquier pena que los medios o los jueces le infligieran. Hubo un momento en que lo encontré tan apurado ante este futuro que quise tranquilizarlo. Con la idea de entretenerlo más que nada, le fui contando mi verdadera historia. Le conté cómo me llamaba, cuál era mi signo del Zodíaco, dónde había nacido, vivido y todo lo demás, y al final hasta le puse al tanto de todas las amantes que había tenido. Noté que esto lo iba entonando un poco más y para rematar lo felicité por la seriedad con que interpretaba el papel. «Gracias a tu interpretación impecable», le dije, «he vivido tu paso por la escena como un regalo, como un tiempo de beneficio espiritual y de plácido ensueño, y lo único que ahora deseo es prolongarlo». Le pedí perdón de antemano por las molestias que eso le podría suponer y para resarcirle le ofrecí toda mi fortuna. Con aire un poco ensombrecido por las dudas aceptó, supongo que por la atractiva cuantía que adivinaba en mis dineros. Me reservé, no obstante, una minúscula parte para emprender un viaje a ultramar y poner definitiva distancia con mi pasado. Por último le señalé la dirección de mis próximos para que verificaran en él mi identidad y se sintiera más seguro. Antes de partir, aún tuve tiempo para saber de este encuentro. Por parte de ellos no hubo demasiadas preguntas, aunque temía que sin manifestar albergaran dudas. Se declararon muy preocupados por mi desaparición e iniciaron su habitual sondeo sobre mis éxitos y, como si viniera a cuento, preguntaron si tenía bien guardadas mis posesiones. Temieron que hubiera sido objeto de secuestro y que me hubieran dejado sin blanca tras ceder al rescate. Ya se sabe que la familia siempre teme por ti y en este caso por mi peculio. Tal y como imaginaba, pronto los buscones dieron en esa dirección con mi intérprete. Mis parientes habían servido de algún modo de aval y el tipo que me interpretaba acabó así reconocido como auténtico por los reporteros. Tras dejar todo encauzado, ahí yo me despedí.
He seguido durante estos años siguiendo de lejos al tipo. Continuaba interpretando mi papel a la perfección. Desde mi regalado retiro, tan pronto miraba el saldo de mi cuenta corriente como contemplo esa nube de color caramelo que circula para mí por el cielo. Pero ayer supe que en sus andanzas había dado un giro inesperado. Al parecer no le bastaba con disfrutar de mi identidad y poder exhibir mi ejemplar historia personal. Sintonicé antenas y lo vi en una de sus últimas apariciones en pantalla. Seguía fiel a mi papel, pero lo encontré algo desmejorado, como descreído y en el fondo engañado. Por canales reservados, recibo ahora noticia de que está harto de ser otro. Ayer declaró que lo que hace no le compensa. Sospecho que los míos le chantajean y amenazan con denunciarlo de nuevo. Sus caudales lógicamente han mermado. Pero lo que temo es que sospeche la verdad: que me largué con el grueso de mi fortuna y sigo viviendo de sus ganancias. Los papeles dicen que el pobre está en la ruina y que pretende una gira por ultramar para contentar a su público. No lo creo, temo lo peor. A pesar de vivir escondido en este espeso bosque, siento que el peligro se acerca, que un lobo solitario y hambriento me busca. Mañana os contaré cómo termina.
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