Nadie debería plegarse a una fe tal que al mártir bendice y al descreído maldice, al príncipe sigue y al tibio persigue, al timorato elige y al soñador corrige, al taimado admite y al indeciso omite, al apóstol exhibe y al filósofo prohíbe. ¿De qué puede valer, además, si los mandatos que prescribe luego en falso los transcribe?
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