Los efectos suelen llegar en cascada: no sé qué hacer, no sé qué pensar, no sé qué desear. O sea lo más parecido al estado vegetativo. Cuando así, lo primero es mirar y después volver a mirar, y así hasta que algo te sorprende. Puede que te pique entonces la curiosidad y, si no es demasiado malsana, puede que esa curiosidad despierte por un instante tu asombro. Ahí estás tú, tienes ahora por delante todo un camino. Pasar de sorprendido a asombrado te ofrecerá la sensación de que ha merecido la pena estar ahí, un modo de decir que lo que has visto te ha resultado estimulante, lo bastante al menos como para desear repetirlo. Seguro que eso te permitirá pasar de asombrado a interesado y te llevará probablemente a pensar en el gusto de vivir. Pero si quieres revivir, e incluso vivir lo que has perdido, deberás hacer además algunos planes. No basta con tener repentino interés, no basta con seguir la estela del asombro, no basta con quedar entretenido en la sorpresa. Deja a ésta última a un lado, fija tu atención en el asombro y pon todo tu interés en despejar todas las sombras e incógnitas que lo rodean. Es por ahí por donde debes seguir.
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