Si por un casual metes la cabeza en una de esas bibliotecas abandonadas a su suerte, inundada por luces inciertas y repleta de anaqueles desvencijados, ten paciencia. Puede que al principio te sientas extraño, como si te estuvieras hundiendo en un tiempo obsoleto, definitivamente caduco. Pero no temas, recuperarás poco a poco los sentidos y, cuando te notes más despejado, prueba a imaginarte como recién caído en un barril de vino añejo. Allí, a medida que desciendas, para ti lo oscuro se tornará sólo turbio y lo agrio alternará con lo curtido. Al fin y al cabo dicen que a la larga el pasado siempre fermenta, pero sigues entre libros, así que no esperes verte en un entorno animado y chispeante. Por abundante que sea el follaje, tampoco es probable que encuentres dulce fruta suspendida a tu alcance. Aun así, te aconsejo que te dejes ir y te sumerjas decidido a llegar hasta el hondón, allí donde maduran los posos. En tu avance, abre bien los ojos, porque, al final, de husmear y de leer se trata. Si por sus efluvios delicados eres de aquellos a los que seducen las ideas, procura no entregarte a los discursos y tratados, porque sus aromas a rancio te servirán hoy de poco; si te tiran más las láminas e ilustraciones, no te afanes en sacar la paleta de colores para darles lustre ni se te ocurra imaginar animaciones procaces; si por aquello de ensancharte la frente y ganar en ciencia te das a los manuales, no te fíes de sus flamantes teorías, a estas alturas resecas y seguramente confutadas. Si al final te ves abrumado por tanto discurso verboso, tanta lámina insulsa y tanto manual áspero, date un respiro y cuenta con que en algún momento verás venir hacia ti algo mejor. Porque, en tono mucho más obsequioso, llegarán sin duda a tus manos fábulas y poemas. Seguro que en ese ambiente tan mortecino los recibirás con regocijo, aunque tampoco conviene que con ellos te engañes. Si te digo la verdad, y alguna experiencia tengo, abundan ahí mayormente las imágenes escleróticas, atizadas siempre por vidas, ya muy pasadas, de peregrinos que se perdieron y que siguen reclamando, a través de páginas febriles, equilibrio y guía entre el cielo radiante y su orgulloso infierno. Entre esos peregrinos los hay para todos los gustos. Están los que marchan solos, pero también los que viajan en grupo haciendo pomposa historia, por más que todos ellos, una vez aquí dentro, hayan ido mudando en su papel y pasado de héroes a vagabundos. Por lo menos los paisajes parecen vívidos, pero tampoco ayudan, sencillamente porque en realidad ya no existen. Podrás hacer por recrearlos, pero francamente no es lo mismo, pues sabes bien que a la salida, si giras la cabeza, lo que te espera son vistas bastante agónicas. Sabes también que en ese marco de paisajes desdibujados, que es en definitiva el tuyo, las criaturas de antaño, esos peregrinos, se ahogarían, de modo que te agradecerán sinceras que vuelvas a llevar hacia el interior tu cabeza. Te lo decía, paciencia. Dentro de todo el rincón al que has llegado es confortable y la compañía de todos esos vagabundos, que planean por ahí con su gastada pluma, llega a ser por momentos alentadora. De hecho, si los dejas sueltos, hasta se columpian con las arañas y asustan a los fieros ratones. Por otro lado, el polvo no ha hecho mella bastante y un soplo es suficiente para que todas esas imágenes revivan como figuras gallardas y para que los paisajes ahí guardados nos devuelvan la ilusión y agiten nuestros sentidos, como en su día lo hacían. Y por favor, deja de preocuparte tanto por toda esa razón depositada y estancada, porque seguro que llegará un día en que los curiosos la removerán y la disfrutarán, como si fuera vino de reserva. Cuando aturdidos por tantas y tan graves razones empiecen a mansear, es cuando, desde los posos, resurgirás tú, quizá algo iluminado, para hablarles de los vagabundos y peregrinos que has conocido. Harás desfilar frente a ellos todas esas figuras, unas imponentes otras discretas, unas disipadas otras concienzudas, unas acabadas otras mediohechas, no sin advertirles, al final del cuento, que allá en el fondo, entre los posos, disponen de muchas páginas aún desatendidas. Se abrirá entonces para ti un tiempo nuevo, como divertido mediador entre visitantes y personajes; dejarás de ser un intruso en la biblioteca y devendrás su mejor intérprete. Lo creas o no, quienes entren te tomarán por el guardián de la palabra y albacea de mil intrigas, un honor raro y exclusivo. Como privilegio, te habrás hecho acreedor a tu propio lugar en la biblioteca y pasarás a ser visto como el patrón de todos sus inventos. Ahí es cuando tiempo y espacio se te rendirán: el mundo girará en torno a tu laberinto, el futuro lo tendrás por materia demostrable y el pasado por emoción recuperable. Todo eso y más será el acabado fruto de tu paciencia. Viendo lo que mientras tanto está pasando fuera, te costará poco volver a meter la cabeza, como quien se zambulle, aunque acabes poseído por el furor y el humor que siempre desata ese vino añejo. Y por eso mismo no deberá extrañarte que te veas corriendo por esos pasillos laberínticos y escalando por los estantes interminables para buscar tu honroso sitio. Si quieres saber cuál es, no preguntes a los ratones, que nunca saben nada; consulta mejor a las sabias arañas que desde arriba te indicarán dónde te espera tu rincón, escondido entre tanta palabra. Como son tn reservadas no te dirán mucho más, pero lo que te aguarda allí es un libro, pero no uno más, uno que sólo tú puedes abrir. No te resignes, pues, ni desfallezcas en la búsqueda, ten presente que ésa es la puerta. No te defraudará la recompensa, porque en ese libro se resume tu vida, lo cuenta todo de ti. Quizá no te des cuenta, pero en el largo transcurso acabarás ya como un vagabundo más y serás todo un personaje, de hecho serás el protagonista del cuento. Hace mucho que tu pasado y tu futuro, tu historia entera, buscó cobijo al arrimo de los demás libros. Al igual que el tuyo, son muchos los libros que ahí esperan ansiosos la llegada de su vagabundo. Ahora que estás buscando, entiendes bien que en nada te distingues de esos otros lectores silenciosos y empecinados en los que nunca reparaste. Son tantos, y los ves ahí con su cabeza metida entre las páginas, buscando, que ya no aspiras a tener un sitial reconocido. Sólo quieres lo mismo que ellos, encontrar el libro, tu libro. Por cierto, ya que hablamos de cabezas: en cuanto lo abras, supongo que querrás saber qué te llevó un día a meter en la biblioteca tu casquivana cabeza. No te prives y ya contarás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario