martes, 10 de mayo de 2022

El giro parabólico

Por mucho que parezca raro leer en estos tiempos a Ramon Llull, debería serle indulgentemente perdonada al lector esa ocurrencia, ocurrencia que queda, por otra parte, muy por debajo en originalidad de las que trae su Libro de maravillas. De entre todas sus partes ninguna creo que mejore en complejidad y sutileza al Libro VII. De los animales, donde la zorra que asesora al rey de los hombres da antes de morir un curso completo de maestría política superando en mucho con sus ocurrencias a las fábulas clásicas. Habrá quien piense que llamar ocurrencias a sus parábolas es en cierto modo desmerecerlas y no es ésa mi intención. No obstante, no pienso negar que el uso reiterado de ese estilo parabólico aburre y que aguantar su carga doctrinal es tarea bien sufrida. Quizá haya que disculpar ese estilo por ser del siglo XIII, eso no voy a entrar a valorarlo. Pero sí que me sorprenden, mientras paso páginas, algunas de las peculiaridades de ese estilo, hoy por hoy definitivamente anticuado. Desde luego no estamos ante un divertido y mero anecdotario. A pesar de narrar el periplo de un personaje, el inocente Félix, su permanente preocupación por la ortodoxia doctrinal lo deja muy lejos de la novela. No es que el texto carezca de frescura, con su constante paso de un cuento a otro y esa mudanza de personajes y escenarios, pero esa inspiración de corte oriental se viene abajo en medio del cargante fárrago moral que todo lo domina.
Es evidente que, con sus parábolas encadenadas, ese estilo obedece a un propósito firme que tiene algo de argumental y pretende, por tanto, ser concluyente. Como no me apetece ahora mismo hacer un análisis comparativo de analogías y argumentos, prefiero recrear y explicar los rasgos y la trayectoria de ese invento estilístico valiéndome de una metáfora. Y ya que hablamos de trayectoria, pensemos en la propia parábola, pero en la geométrica. Con una parábola (narrativa) se aspira a que, gracias a una historia ejemplar, uno eleve su pensamiento y adecue su criterio para moverse en un nuevo nivel moral. Con una serie de ellas, se nos muestra a través de una escalera, una vía de perfección espiritual. En obras como la anteriormente citada, las sucesivas comparaciones derivan en semejanzas o analogías en las que destaca por contraste alguna receta moral. En la cabeza del lector estas comparaciones remiten obviamente a su propia conducta. Su criterio se va de ese modo extremando, hasta que la lógica que sostiene dichas comparaciones le lleva a otro plano más abstracto, superior, donde el balance entre lo bueno y lo malo y el consiguiente juicio moral se simplifican. Para impulsar el móvil que describe la parábola (geométrica), Llull va abonando su estilo narrativo mediante el uso de continuas comparaciones. Con ello logra que su lector se sitúe en cierta altura moral para que desde arriba, y sin pisar ya suelo, tenga la sensación de que su mente avanza sin obstáculos y para que, una vez logrado el zenith, vea claramente dibujada la frontera entre el bien y el mal. En el intento de conseguir del lector una clara determinación moral, Llull va incorporando al trayecto narrativo una serie de historias ejemplares, de cuyas maravillas obtiene, además de la atención de Félix, innegable altura creativa. Pero el problema de este trayecto no es tanto la constante atención que requiere estar ahí arriba, codeándose con las luces perpetuas, como el obligado regreso a tierra. Es ahí cuando el lector se da cuenta de que, mal que bien, está obligado a aterrizar. Cuando además ve que el paraboleo es un recurso ficticio y que el viaje de vuelta se acelera, es cuando empieza a juzgar matices, a reconocer que la geografía de la moral es más compleja de lo que creía y a pensar, ya cabeza abajo, en minimizar daños porque está punto de estrellarse en la realidad. En este último tramo, inverso y sumamente reflexivo, ya no le preocupa demasiado saber cuánto ha avanzado su saber, hasta qué altura moral ha llegado y cuánto impulso ha recibido al compararse y tratar de emular el orden estelar. El tiempo de vuelta parece breve pero es suficiente para llegar al convencimiento de que la visión fugaz lograda allá en lo alto no le ha dado más entendimiento ni ha corregido su conducta. Se va dando cuenta también de que será duro el choque con el mundo de siempre, que le espera ahí cerca para castigar su escapada. Siendo la caída desde las alturas, como vemos, inevitable, conviene aprender como moraleja de ese trayecto que la lectura de una ficción parabólica, y en el fondo cualquier fábula moral, nos impone, si nos dejamos llevar ciegamente por ella, un difícil despertar en el que nos descubrimos rodando maltrechos por los suelos, astillados por el rencor y en definitiva más destruidos que edificados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario