Hay días que no me percibo y esa transparencia sensible me anima a imaginarme como capitel sin fundamento alguno, pero sacando, eso sí, buen provecho de las nubes, donde paso el rato apaciblemente sin escuchar el rugido insistente del dolor, pero desentendido de placeres soberanos, con los que a buen seguro —pienso para consolarme— rodaría sin freno y dando tumbos por la ladera hasta estrellarme. Y así, entre nubes confortables y estrellas malévolas, se extiende esos días este mundo mío, que nada reclama del cuerpo natural, fundido de mañana y esculpido a mediodía por los ardores, un mundo azaroso que sólo vive del aire, hecho a espacios insospechados, donde frente a los signos que desde la oscuridad amenazan siempre encuentro colores templados que me consuelan. Sostenerse ahí sin pie firme es ejercicio equilibrista, sostenerse además con una sola pluma, suponiendo que de ese modo se puede volar y eludir prisión en todo este amargo derroche de sensaciones punzantes, de delirios agobiantes, de miserias infamantes que cualquier cuerpo bien quebrado procura, no deja de ser volatería fácil, lograda a bajo precio y bajo el impulso de la ilusión triunfante. Si de ahí surgen libros, ni te cuento con qué candor se vive el milagro, con qué estupidez se hace reverencia a las palabras, criaturas para siempre cautivas de un momento, de un furor, de un desequilibrio, cuando no de una obsesión por ser contemplado en las alturas, llevado por el suave soplo de la intuición e iluminado en todo momento por la llama del espíritu creador. Pero, si lo miro bien, lo que esas flacas luces me imponen es un movimiento ofuscado y perpetuo. De modo que haría mejor en volver a tentarme las carnes, por muy estragadas y trémulas que las sienta. Estoy convencido de que que quien se convierte a sí mismo en estilita tonante, estatua irritada y factor supremo pronto necesita sentir dominio y facultades que ejercer para poder restar en su nivel y, llegado el caso, para defenderlo, y eso me hace sospechar que esa transparencia sensible y el despertar de la imaginación que acarrea, en las cuales de buen grado me recluyo para evitar verme en la ruina, me abocan a un cielo turbio e ingrato donde el horizonte nunca se serena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario