Imaginamos una mujer entrada en años, vestida con ropajes algo caducos, tocada con un extraña capucha, de parsimonioso y difícil caminar, en cuyo rostro apenas se adivinan dos ojos rojizos y centelleantes. Si esta sibila es la de Cumas, seguro que lleva su pesada carga de libros bajo el brazo. El futuro siempre pesa. Pero si alguien consigue darle suelta y componer un relato, entonces el futuro parece que vuela. Ante el vuelo, que ya se presume inmediato, unos presienten un alba luminosa donde otros temen una tarde aciaga y tormentosa. Pero todo cambia y parece distinto en cuanto acuden a Cumas y se presentan ante la fallida anciana. De allí vuelven aturdidos, asustados, con sus esperanzas rotas. Porque a través de sus ojos dicen haber visto devoradoras llamas y de su voz les han llegado callados gemidos. En el fondo de su cueva, entre sombras, algunos creen incluso haber adivinado la furia escarlata del Averno. Para terminar, a todos ha sorprendido con la oferta en subasta de sus libros, esos en los que, según ella, el futuro está escrito. Unos y otros han pujado bien alto por creer que así amarrarán su futuro. En cuanto pagan su cuota, ella desaparece discreta al fondo. Mientras regresan al mundo, ven la cueva abrirse al cielo como si fuera una ventana. Justo junto al umbral queda una piedra lisa y hasta ese rústico pupitre llega un ángel burlón a depositar la lectura. Nada más sentarse, uno tras otro empiezan a hojear los libros, de los que sólo les llega, al correr de las tersas y amarillentas páginas, algo así como ecos de un tempestuoso oleaje. Tardarán todavía un tiempo en comprender que en esas superficies revueltas hace mucho que naufragaron las palabras. Su futuro, ése por el que habían pagado tan alto precio, no consta en ellas, ha desaparecido. De la cueva se apodera un clamoroso silencio. Ahora que son dueños de los libros, en vano reclaman para que les enseñe su futuro la sibila.
No hay comentarios:
Publicar un comentario