En un cuerpo cómodamente instalado en la noche, la mente solitaria siempre se muestra lista para maquinar. Aparecen ahí primero los placeres exóticos, le siguen los planes bombásticos y todo suele acabar con fantasías catastróficas. Cuando todo eso entra en un ciclo y las imágenes insisten fijándose poco a poco como clavos, lo mejor que puede pasar es que la máquina, fatigada, se descontrole. Cederá entonces su turno al sueño, donde vienen a suceder cosas no muy distintas, aunque con la ventaja de que éstas no encuentran máquina y la mente pronto las olvida.
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