Para quien ordena y dispone las cosas de este mundo el gozo, el relajo y hasta la alegría de quien no posee nada, del que es sencillamente pobre, siempre tiene algo de impropio y, en tanto que tal, culpa al pobre por haberle expropiado de esa dicha. Para toda esa gente son momentos que por imaginativos pasan a ser vistos como locuras, por desinhibidos a muchos les parecerán obscenos, por desmedidos acaban por resultarles inconvenientes, por libres pecarían según ellos de insolidarios y por gratuitos siempre encontrarán sobradas razones para declararlos también intolerables. Pero, si por algo son imperdonables, es porque, a ojos de quien desde arriba mira, el placer llega ahí un poco embrutecido, con maneras torpes y ordinarias. En resumen, porque es un gozo demasiado vulgar, un gozo que visto desde fuera es sumamente irritante, y envidiable.
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