Bienvenidos todos al influyente canal del Padre Monsergas. Veamos qué es lo que este hombre sabio hoy nos aconseja:
«Amigo, no vale que te quieran a fuerza de hacerte temer, por muy eficaz que parezca. Querer siempre será ahí algo mucho más devaluado que amar, aunque igual de poco duradero. Tampoco veo a la gente deseosa de cumplir físicamente y sin mayor beneficio con un líder feroz; otra cosa es que se desee su gobierno y se le quiera a él como garante, lo que no equivale a quererlo como acompañante. Nadie se busca un animal de compañía temible, del que sólo cabe esperar disgustos, prefiere alguien amable y llevadero, que se haga querer. Y esa virtud, la de hacerse querer, que otra gente te propone, aunque con desigual acierto, la puedes intentar en ti mismo tomándola como consigna.
»¿Cuáles son, sin embargo, los límites si fuera el caso? Porque no puedes ser tan obsequioso que en cualquier trato con otro lo primero que hagas sea renunciar a ti. Darse sí, pero con condiciones, observando que recibes, si no en la misma proporción, sí al menos satisfacción bastante como para prolongar con justicia ese comercio emocional. Porque en ese punto conviene resaltar que no todos somos iguales, del mismo modo que no es igual nuestra percepción de la justicia. Así que conviene no obsesionarse y estrechar los márgenes de lo admisible en esos temas. Cada cual tiene su medida, a la hora de dar, pero también a la hora de percibir y valorar lo que ha recibido.
»Siendo esa valoración del tráfico de amores un asunto ciertamente complicado, no lo es menos la correcta percepción de lo que en realidad te llega. Desde luego no siempre es amor, ni siquiera aprecio. El término sería apego y el que te manifiestan puede ser fruto de la conveniencia. Por eso no deberías confundir el hacerte querer con ser visto como imprescindible, pues estás ante una sensación bastante equívoca. Ahí entra en juego la estima (otro término más) y debes entender que eres estimado en tanto que eres útil. Eres como una pieza, quizá importante, pero nunca serás insustituible. Incluso en nuestro planeta Tierra cumplimos un ciclo de reposición permanente. Así que euforia la justa, porque en él tienes la prueba. En realidad que los demás te quieran, en un marco como el laboral por ejemplo, puede salirte bastante caro de precio y resultarte decepcionante. Antes de salir de la empresa con el finiquito en mano, creíste que prácticamente te amaban, y así era, o sea prácticamente, que es tanto como decir que ese amor valió mientras te necesitaban.»
Estoy por afirmar que Montaigne, improbable competidor para un avezado jesuita, no lo hubiera expuesto mejor, si bien lo suyo llegaría albardado con algún ejemplo clarificador de Catón o con el triste parecer de Pirrón. Pero a lo que voy, que no podría afirmar que aportara él mejoría, por la sencilla razón de que Montaigne, pese a ser rigurosamente moderno, sobre este tema ni siquiera se pronunció.
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