martes, 24 de mayo de 2022

En el ejercicio de la profesión

Alejado ya del ejercicio profesional, donde para uno era tan obligado exhibir un pundonoroso cumplimiento como escatimar la relación de sus aciertos dudosos y sus errores garrafales, llega la hora de contemplar todo aquello en perspectiva, y mejor en tono de farsa. Ahora veo con más claridad que en esa farsa cada cual se dedicaba a enaltecer virtudes supuestas y que lo hacía con la misma destreza con que encubría sus defectos. Si las examinas con atención, las dotes para salir airoso del atolladero profesional apenas se distinguen de las del actor competente. Todo es cuestión de estudiar a fondo la obra que uno se ve obligado a representar y de hacer que en lo posible concuerde, o no desentone demasiado, con su modo natural de actuar. El conocimiento profesional, ese talento que tanto se valora actualmente, sería, pues, más un instrumento de adaptación que de intervención, lo que nos lleva asimismo a reconocer que los cambios  que en el mundo se suceden llegan ineluctablemente sin que medie de nuestra parte mayor provocación. Todo esto nos viene a situar en el centro de una escena cuyo guion en buena medida desconocemos y para cuyo seguimiento contamos con poco más que nuestras facultades, a las que recurrimos como histriones. Así, en lugar de erigirnos, en tanto que profesionales, como dueños del tinglado, podemos imaginar que es el mundo el que nos ve y el que sigue de cerca nuestra interpretación de cada situación. Esta condición subalterna y teatral nos era recordada por Montaigne en un breve párrafo de su ensayo Sobre la administración de nuestra voluntad: «La mayoría de nuestras profesiones son cosa de comedia. Es preciso desempeñar debidamente nuestro papel, y tomarlo como cosa de prestado, sin hacer realidad de lo que es máscara y apariencia, ni propiedad de lo que nos es ajeno. Distingamos la camisa de la piel, y, pues nos enharinamos el rostro, no nos enharinemos el alma.» A este respecto, conviene tener en cuenta que el día que se desmonta el tinglado de la farsa uno se ve obligado a saber quién es. Si en algún momento le pareció ser más de lo que era, a partir de ese día tendrá que conformarse con imaginar lo que a lo sumo aún puede ser.

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