La Biblia, tan aparentemente severa y canónica, ofrece también pasajes donde se anima al creyente a la alegría y el desenfado, aunque con matices bien distintos según el caso. De todos los libros que la componen, todos ellos escrupulosamente estudiados, han salido textos que tienen hoy hondo significado litúrgico tanto en la tradición hebrea como en la cristiana. No faltan entre ellos los cánticos, mayormente de alabanza o expiación, por eso lo que me parece destacable aquí es que en algunos de ellos se nos exhorte a recuperar la alegría de vivir. Como conviene matizar un poco más esas exhortaciones, me gustaría poner algunos ejemplos de estos cantos. Voy a mantenerme en la tradición cristiana, ya que las versiones musicales que conozco se mueven en ese terreno. Sin embargo, no veo necesario recurrir a las más antiguas, como el caso del canto gregoriano, que está rodeado, en mi opinión, de un halo musical casi arqueológico. De modo que acudiré directamente a un período mucho más próximo, al barroco, un período de innegable trascendencia en la cultura musical.
Vayamos, pues, a los textos escogidos. El primero de ellos proviene del Libro de los salmos, que está compuesto, como es bien sabido, de un conjunto de alabanzas poéticas atribuidas en su mayor parte al rey David. Entre estos salmos hay uno que parece haber gozado de cierta predilección en los oficios litúrgicos por su tono entusiasta y fervoroso. Me refiero a uno que en su versión latina comienza afirmando Laetatus sum. Acompañado de antífonas gregorianas, este salmo sigue incluido en el repertorio de la misa del segundo domingo de Adviento. El salmo intenta comunicar la alegría por la llegada a Jerusalén, la ciudad santa, un motivo que tiene obviamente en la liturgia cristiana un carácter más simbólico que otra cosa. Su aparición musical más deslumbrante se da, junto a otras antífonas y salmos, en una obra de capital importancia en la historia de la música, Vespro della beata Vergine. La versión más notable de esta obra de música sacra, la original, fue compuesta por Claudio Monteverdi en 1610, pero existen otras posteriores e igualmente interesantes como las de Alessandro Scarlatti, Giovanni Battista Pergolesi y Nicola Porpora. La de este último es la que a continuación presentaremos. La obra, dedicada a la Virgen, se interpretaba en la víspera de la Asunción. Entre la serie de piezas que la forman destaca el salmo Laetatus sum, un fogoso allegro concebido como un motete para soprano y coro de cuatro voces respaldado por un conjunto de cuerdas y bajo continuo.
Laetatus sum, Salmo 121, N. Porpora,
Isabelle Poulenard, soprano,
Les Passions, dir. Jean-Marc Andrieu, 2007
De la misma época, prácticamente coetáneo de Porpora, es Georg Philipp Telemann. El texto ahora escogido procede de un libro que, a diferencia del Libro de los salmos, no es precisamente un cancionero. El Eclesiastés viene a ser una larga predicación en la que se nos proponen consejos acerca del carácter fugaz que tiene la vida en la perspectiva de una muerte inexorable. El curso del tiempo y la aceptación de nuestro destino final están presentes en buena parte de sus versículos. El tono puede ser marcadamente grave, como en el resto de los libros sapienciales de la Biblia, pero existen concesiones manifiestas a la alegría de vivir, que en algún caso se nos presenta como una conquista por la que deberíamos luchar. Alguien aconsejó a Telemann la inclusión en su oratorio Jauchze, jubiliere und singe del versículo 7 del capítulo 9 en la versión alemana que Lutero hizo de la Biblia. Dicho versículo se inicia incitando a aprovechar la vida y regocijarse con So gehe hin und iss dein Brot mit Freuden, que traducido viene a decir «¡Vamos, pues! Disfruta del pan que comes y goza del vino que bebes». La pieza que tienen aires de himno festivo culminaba este oratorio. Su carácter general era más cívico que sagrado, puesto que se destinaba al festejo anual que reunía a los capitanes de marina de Hamburgo. Telemann era desde 1722 director musical de la ciudad y como tal componía cada año una obra nueva para este evento. Desgraciadamente no se dispone de toda la colección, algunas se han perdido. La que aquí traigo es una de las más ambiciosas, la de 1730.
So gehe hin, Ec. 9:7, G. P. Telemann,
Hamburgische Käpitansmusik 1730,
Rundfunkchor und Rundfunk-Simphonie-Orchester Leipzig
Vayamos, pues, a los textos escogidos. El primero de ellos proviene del Libro de los salmos, que está compuesto, como es bien sabido, de un conjunto de alabanzas poéticas atribuidas en su mayor parte al rey David. Entre estos salmos hay uno que parece haber gozado de cierta predilección en los oficios litúrgicos por su tono entusiasta y fervoroso. Me refiero a uno que en su versión latina comienza afirmando Laetatus sum. Acompañado de antífonas gregorianas, este salmo sigue incluido en el repertorio de la misa del segundo domingo de Adviento. El salmo intenta comunicar la alegría por la llegada a Jerusalén, la ciudad santa, un motivo que tiene obviamente en la liturgia cristiana un carácter más simbólico que otra cosa. Su aparición musical más deslumbrante se da, junto a otras antífonas y salmos, en una obra de capital importancia en la historia de la música, Vespro della beata Vergine. La versión más notable de esta obra de música sacra, la original, fue compuesta por Claudio Monteverdi en 1610, pero existen otras posteriores e igualmente interesantes como las de Alessandro Scarlatti, Giovanni Battista Pergolesi y Nicola Porpora. La de este último es la que a continuación presentaremos. La obra, dedicada a la Virgen, se interpretaba en la víspera de la Asunción. Entre la serie de piezas que la forman destaca el salmo Laetatus sum, un fogoso allegro concebido como un motete para soprano y coro de cuatro voces respaldado por un conjunto de cuerdas y bajo continuo.
Laetatus sum, Salmo 121, N. Porpora,
Isabelle Poulenard, soprano,
Les Passions, dir. Jean-Marc Andrieu, 2007
De la misma época, prácticamente coetáneo de Porpora, es Georg Philipp Telemann. El texto ahora escogido procede de un libro que, a diferencia del Libro de los salmos, no es precisamente un cancionero. El Eclesiastés viene a ser una larga predicación en la que se nos proponen consejos acerca del carácter fugaz que tiene la vida en la perspectiva de una muerte inexorable. El curso del tiempo y la aceptación de nuestro destino final están presentes en buena parte de sus versículos. El tono puede ser marcadamente grave, como en el resto de los libros sapienciales de la Biblia, pero existen concesiones manifiestas a la alegría de vivir, que en algún caso se nos presenta como una conquista por la que deberíamos luchar. Alguien aconsejó a Telemann la inclusión en su oratorio Jauchze, jubiliere und singe del versículo 7 del capítulo 9 en la versión alemana que Lutero hizo de la Biblia. Dicho versículo se inicia incitando a aprovechar la vida y regocijarse con So gehe hin und iss dein Brot mit Freuden, que traducido viene a decir «¡Vamos, pues! Disfruta del pan que comes y goza del vino que bebes». La pieza que tienen aires de himno festivo culminaba este oratorio. Su carácter general era más cívico que sagrado, puesto que se destinaba al festejo anual que reunía a los capitanes de marina de Hamburgo. Telemann era desde 1722 director musical de la ciudad y como tal componía cada año una obra nueva para este evento. Desgraciadamente no se dispone de toda la colección, algunas se han perdido. La que aquí traigo es una de las más ambiciosas, la de 1730.
So gehe hin, Ec. 9:7, G. P. Telemann,
Hamburgische Käpitansmusik 1730,
Rundfunkchor und Rundfunk-Simphonie-Orchester Leipzig
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