Da la impresión de que el público, para dárselas de adulto y avisado, ya no soporta un cuento o una novela a menos que incorpore datos que avalen el relato. No hablo del crédito que su autor, su productor o su editor merezcan, hablo de datos históricos, informes económicos o descubrimientos científicos, hablo de fechas, auditorías o diagnósticos, hablo de todo ese contexto que para muchos hace que valga más o menos el argumento del cuento. Intentando que de ese modo todo se vea verosímil, acabará pareciendo su argumento más una obra de lógica que una fábula inventada. Bajo el formato de animación documental, de ficción científica, de casuística dramatizada o, si se prefiere, de historia fabulada con figurantes, los hechos, acreditados como reales, vienen apretando tanto que es muy probable que aquel érase una vez de antaño ya nunca vuelva a ser.
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