A cuenta del coronavirus, llevan tiempo aconsejándonos que mantengamos distancias. Lo que puede ser eficaz desde un punto de vista epidemiológico puede arrastrarnos, sin embargo, a una deriva peligrosa. Ese consejo es reciente, pero otros llevan mucho más tiempo intentando persuadirnos de que comprando distancia y ahorrando contacto personal ganamos en seguridad. Es normal, puesto que vender seguridad siempre ha sido negocio seguro. Lo malo del caso, eso de lo que nadie habla, es el costo personal de esa venta, cómo repercute el distanciamiento en el tejido social y el extraño efecto que en ese mismo tejido provocan unos individuos a la vez dependientes y descolgados. Atacados de un espíritu lunático, cuando estos distantes se vuelven obsesivos y se atrincheran tras sus pantallas, giran como satélites alrededor del sol que más calienta. Pero lo peor de todo es que, aun siendo simples viajeros del tiempo pasante, están firmemente convencidos de que van por el mundo como exploradores galácticos.
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