El que juega a buscar llaves no tiene verdadera intención de entrar a ninguna parte. Para él al otro lado de la puerta está la realidad y la cerradura es el inicio de un amargo contraste. Si al probar la llave no acierta, se verá obligado a aprender otro método y a reanudar su frenética partida; si acierta, es todavía peor, es el final del juego y lo que le espera tras cruzar el umbral es la conclusión, de tamaño tan diminuto que, pese a su brillo, pronto queda sumida en un vacío profundo en el que escarbará y escarbará desesperado para dar con la última llave, la que encierra la única verdad, la que abre la puerta de salida.
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