Dijo él: «Ya verás, tiene un corazón gigantesco, desmesurado, se le sale del pecho». Dicho así yo imaginé una víscera descomunal animando un cuerpo mastodóntico. Algo estaba a punto de surgir ante mí imponente y arrollador. Seguro que, sin tener siquiera tiempo de temerlo, quedaría cautivado y paralizado oyendo retumbar a aquel formidable péndulo y que tras sus latidos tremendos me llegaría el agitado susurro de los ríos de sangre que ponía en movimiento. Me bastó escuchar después su respiración ronca y profunda seguida de un intempestivo bufido para temer que todo aquel caudal me arrastrara y me hiciera perecer víctima de su potente torrente sanguíneo. A mi lado, mi compañero fungía de rapsoda y con sus anuncios sobre el visitante no paraba de torturar mi imaginación con epítetos cada vez más incandescentes. Cuando dijo —supongo que para calmarme— «vaya ronquera, creo que por aquí todos andamos algo resfriados», simplemente no le entendí. Seguí alerta esperando que de un momento a otro nos sorprendiera ese gigante, cuyos pasos y resoplidos sentía ya cercanos. Mientras aguardábamos y preparábamos un tentempié, siguió él en su poético empeño de adornar y engrandecer la inquietante figura. Lo que por mi parte imaginaba en mi cabeza se parecía bastante a algún monstruoso emisario de los titanes. Cuando quiso zanjar con una breve rúbrica las fantasías que en mí venían avivando sus palabras, no tuvo mejor idea que declararme en tono confiado: «Es como un trozo de pan, siempre tan cándido y tierno, es la generosidad en persona». No dudo que con esa imagen quisiera llenar de poesía y fuerza mi espíritu, que quizá viera visiblemente inquieto, pero intuí torcida intención en ese generoso mendrugo del que hablaba. En vez de tranquilizarme, con aquellas palabras tan melodiosas como afónicas temí lo peor. Ni siquiera llegué a verlo, porque en ese momento él cortó una rebanada de pan y generosamente me la pasó. Miré su rostro sonriente y no puede sino imaginar entre sus manos sangrientas el corazón troceado del gigante y ahí fue cuando el terror a tragarme aquello definitivamente me consumió.
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