En un almanaque como éste, y también en cualquier escrito, un consejo de Goethe siempre cae bien porque viste miserias y le da a todo un aire de gala. Vamos, pues, a él. Al habla con su fiel colega Eckermann, el que fuera consejero áulico del duque de Weimar, tenido además entre los suyos por indiscutible príncipe de los poetas, va y nos suelta (domingo 13 de febrero de 1831) en tono evocador, como si imaginara al propio Carlos Augusto escuchándole complacido desde la puerta: «El arte de dar consejos es muy expuesto a quiebras [..]. En el fondo, todo aquel que pide consejo acusa ya una limitación, y quien se lo da, una jactancia. No se deben dar consejos sino en aquellas cosas en que podamos colaborar. Yo, cuando me piden consejo, jamás me niego a darlo, pero impongo la condición de que no han de seguirlo». Muy agudo el desaconsejo viniendo de un perito de tanto renombre en el oficio.
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